Durante muchos años el norte fue zona prohibida, pero hoy los visitantes ya pueden descubrir la belleza, las playas y la cultura norteña del país. Las carreteras y los servicios ferroviarios han mejorado y mucho.
Se puede empezar en Kalpitiya, la principal población en el largo dedo de tierra que se adentra en el océano Índico. Las playas no destacan, pero el kitesurf y el submarinismo en los arrecifes son espectaculares. Conviene acercarse al Parque Nacional de Wilpattu, al norte, donde habitan leopardos y otros grandes mamíferos.
Luego hay que desviarse hacia otro precioso de Sri Lanka que se adentra en el mar: Mannar, técnicamente una isla pero se considera una península. Tiene playas blancas y baobabs. Desde Talaimannar puede verse el “puente de Adán”, una cadena de arrecifes e islotes que prácticamente forman un puente de tierra hasta la India.
Hay que retomar el rumbo hacia la península de Jaffna. En tierra firme, cerca de la costa, 13 km al este de la localidad de Mannar, el imponente Thirukketeeswaram Kovil es uno de los pancha ishwaram, los cinco templos históricos ceilandeses dedicados a Siva y construidos para proteger la isla de las catástrofes naturales.
Rumbo norte por la carretera A9, muy mejorada, hay que parar en el diminuto templo Ankaran de Murukandy. Según una creencia local, rezar aquí garantiza un viaje seguro. Más adelante, es inevitable maravillarse ante la belleza de los humedales mientras se cruza la carretera elevada del paso del Elefante hasta Jaffna, donde la rica cultura tamil se está recuperando y los templos en umbrías callejas invitan a la exploración.
Hay que visitar el Keerimalai Spring, un lugar sagrado con legendarias pozas de aguas termales. Esta cerca del Naguleswaram Shiva Kovil, del s. vi a. C. La siguiente parada será la punta de Pedro, con su larga y solitaria franja de arena blanca en la playa de Munai.
Cerca de Jaffna hay islas que merecen una visita por su belleza minimalista, incluida Nainativu, una diminuta mota de arena con templos budistas e hindúes, y Neduntivu, un lugar ventoso donde deambulan los ponis salvajes más allá del fin de la carretera.