Albania

Texto por
Stuart Butler, autor de Lonely Planet
Pueblo de Theth.
©Justin Foulkes/Lonely Planet

Por qué visitar Albania

Para la mayoría de la gente Albania es un enigma. Es un país europeo, pero no es como el resto de Europa. Es menos pulido. Quizá más salvaje. Y eso es lo que hace que sea tan atractivo. Durante la brutal dictadura comunista, en la que la religión estaba prohibida, los viajes vedados y la propiedad proscrita, las fronteras del país estaban cerradas a cal y canto para la mayoría de los extranjeros. Si bien la etapa comunista terminó en 1991, a día de hoy pocos extranjeros visitan Albania; sin embargo, quienes lo hacen descubren una tierra de montañas rocosas y una historia que se remonta a una época de leyendas envuelta en bruma. Visitar Albania supone toda una aventura, cierto, pero se trata de un país de corazón cálido, donde la hospitalidad, el orgullo y la tradición se entrelazan, y una sonrisa amistosa siempre está a tan solo una mirada de distancia.  
 

Cuándo ir

Med may-jun

  • Abundan las flores primaverales de todos los colores.
  • La nieve va desapareciendo de los puertos de montaña.
  • Los pueblos de playa se despiertan del letargo invernal con la llegada del buen tiempo. 

Sep-oct

  • Tras la marcha de los turistas veraniegos, septiembre es el mejor mes para recorrer la costa albanesa, y las cerúleas aguas del Mediterráneo siguen siendo cálidas y tentadoras.
  • Octubre trae consigo el otoño, con una luz maravillosa y colores espléndidos en los árboles. 
  • Mientras el buen tiempo aguante, octubre es el mejor mes para practicar senderismo por las cordilleras de Albania.

 

Presupuesto diario

  • Habitación doble en hotel de precio medio: 50-80 €
  • Cena en un restaurante local: 5-10 €
  • Entrada a un museo: 2-4 €
  • Copa de vino: 3 €
  • Pinta de cerveza: 2 €

 

Itinerarios perfectos

Itinerario de cuatro días por los montes Prokletije

Día 1: Descubrir Shkodra

Albania es un país con alma rural y para conocerlo bien hay que poner rumbo a las montañas, en particular a los maravillosos montes Prokletije, en el extremo norte. Es posible organizar un fabuloso circuito de cuatro días que incluya vistas panorámicas, excursiones de aldea en aldea, una travesía en ferri por un enorme lago y la visita a una de las zonas urbanas más bonitas de Albania.

La aventura empieza en Shkodra, una ciudad costera bastante grande del extremo norte. Dicen que es una de las ciudades más antiguas de Europa y, sin duda, es una de las más bonitas de Albania, con calles bordeadas de casas en tonos pastel. El día empieza con una visita a los museos y puntos de interés del centro de la ciudad. El núcleo de la colección del Museo Nacional de Fotografía Marubi es la obra del clan Marubi, una familia de prominentes fotógrafos cuyas instantáneas captan la vida de pueblo de hace un siglo. Destaca una joya en sepia de 1858: la primera fotografía jamás tomada en este país tan fotogénico, que muestra al cónsul italiano vestido de gala (y, a juzgar por la cantidad de espadas que lleva, también vestido para dar guerra). También resulta interesante visitar el Museo de la Memoria, que ocupa una antigua prisión y centro de interrogación de detenidos políticos. Está dedicado al período comunista, cuando el pueblo albanés vivía bajo una de las dictaduras comunistas más despiadadas, con largas penas de prisión, torturas y 'desapariciones' demasiado habituales ante cualquier atisbo de disidencia. 

Castillo de Rozafa. ©saiko3p/Shutterstock

Castillo de Rozafa. ©saiko3p/Shutterstock

Después de una mañana tan intensa es buena idea ir a almorzar. Pasta e Vino es un local hípster que sirve platos italianos creativos además de los clásicos de siempre, como espaguetis con gambas. Conviene comer bien porque la tarde también será intensa: se alquila una bicicleta (casi todos los hoteles las alquilan) y se pedalean 4 km en dirección sur, hacia el castillo de Rozafa, que corona la única colina de la zona. Este castillo se construyó hace tanto tiempo (y se ha reconstruido tantas veces) que nadie sabe con exactitud la antigüedad de sus cimientos. Hoy está en ruinas, pero las vistas desde lo que queda de sus murallas –sobre la campiña, la propia ciudad y el estuario en el que se encuentra Shkodra– son maravillosas, sobre todo al atardecer. 

 

Día 2: Montaña(s) arriba

Aunque estemos de vacaciones, hay que poner el despertador muy temprano porque a las 6.30 un microbús recoge al viajero en el hotel (todos los hoteles de Skhodra venden el paquete con la ruta completa Shkodra-Valbona) para realizar un sinuoso trayecto de media hora hasta la pequeña localidad lacustre de Koman. Al llegar, hay el tiempo justo para tomarse un café y comer un bocado rápido antes de montar en el pequeño ferri que navega –sin mucho estilo pero con toda la fiabilidad– por el enorme lago Koman, creado como parte de un proyecto hidroeléctrico en la década de 1970. Aunque la ruta dura al menos 3 h, navegar a la sombra de los imponentes picos de las montañas, pasando ante aldeas ubicadas en lugares imposibles y remotas casas de campo, es todo un placer. El barco se detiene en la diminuta Fierzë, donde se toma un microbús para cubrir un trayecto de 1 h, montaña arriba, por una carretera que se retuerce como una serpiente desquiciada hasta llegar a la aldea de Valbona, aunque es probable que el viajero ni se dé cuenta (más que una aldea, es un conjunto disperso de casas de huéspedes y pensiones), porque se hallará cautivado por las vistas de los magníficos picos y los bosques de coníferas que descienden por las laderas hasta el valle donde se ubica Valbona.

Tras acomodarse en la pensión, es buena idea calentar las piernas con una excursión corta de tarde. Se recomienda la agradable ruta de ida y vuelta (5 km) hasta un pequeño pasto del lado norte del valle, enfrente de Valbona. Es una ruta poco transitada por una pista que atraviesa un denso bosque. Hay que tener los ojos bien abiertos: la última vez que la recorrí (solo y a última hora de la tarde), pisé un 'regalito' muy fresco que había dejado uno de los osos pardos de la zona, así que decidí regresar a la pensión a toda prisa. Y hablando de pensiones: todas son acogedoras, con habitaciones privadas calentitas y un comedor comunitario donde reinan la camaradería y el entusiasmo ante la perspectiva del día siguiente, y es fácil que los huéspedes conecten con los anfitriones.

 

Día 3: De excursión

Descansando en el valle de Valbona. © Shutterstock / Andrii Marushchynets

Descansando en el valle de Valbona. © Shutterstock / Andrii Marushchynets

El tercer día es el punto álgido –en todos los sentidos– del viaje. Hay que madrugar, desayunar bien y calzarse las botas de andar. Nos espera una bonita excursión de entre 5 y 7 h (el tiempo depende de la forma física y de la ubicación del alojamiento) hasta el puerto de montaña de Valbona (1800 m), y después un descenso hasta el pueblo de Theth. No es una ruta muy exigente y muchos excursionistas primerizos la completan sin problema, pero es bastante larga y en verano hay tramos donde se pasa mucho calor, sobre todo en el primer trecho, al salir de Valbona, que pasa junto a un lecho de río pedregoso y casi seco. La ruta es bastante clara, pues hay frecuentes marcas de sendero rojas y blancas. Se tardan unas 3 h de subida por un bosque de coníferas antiguo hasta llegar al puerto y gozar de vistas memorables sobre un océano de escarpadas montañas grises salpicadas de nieve. Durante el ascenso se pasa por varias cabañas de piedra donde venden bebidas y tentempiés, y las familias de agricultores y pastores que las regentan están encantados de contar historias (la mayoría de ellos habla inglés) sobre cómo es la vida en los montes Prokletije.

 

El descenso es por el lado occidental del puerto, por un camino que discurre casi todo el tiempo por el bosque. En la parte alta todo son coníferas; en la parte baja, las hayas les toman el relevo, con brillantes hojas verdes a principios de verano que en octubre se vuelven de un naranja y un rojo encendidos. Tras una larga pero bastante suave aproximación a Theth se encuentra un pueblo de verdad, con robustas casas de piedra y tejados de pizarra, en medio de un anfiteatro de espectaculares picos rocosos, con una pequeña iglesia de piedra y tejas que data del s. XIX en el centro. Las pensiones de la zona –casi todas ellas son casas de piedra tradicionales con tejados altos y muy inclinados (para evitar la acumulación de nieve en invierno) – son muy acogedoras. Las cenas suelen servirse en un comedor comunitario y, tras la caminata desde Valbona, el ambiente invita a la charla afable entre huéspedes. La oferta culinaria gira en torno a los platos típicos albaneses y suele incluir delicias como el tava e kosit, una especie de guiso de cordero, huevo y yogur. En otras palabras, una comida de montaña perfecta.

 

Día 4: Regresar a la costa

La mayoría de los viajeros regresa a Shkodra a primera hora del cuarto día por una carretera que sube y baja, serpenteante, por las laderas montañosas y atraviesa varios puertos antes del descenso final hacia la llanura costera. Desde Shkodra se puede ir a Tirana en coche o autobús en solo un par de horas. Si es posible, se recomienda pasar más tiempo en Theth y disfrutar de la excursión de medio día al Ojo Azul, una poza natural de aguas turquesas que se nutre de una pequeña cascada. Es un lugar delicioso para un pícnic. 

 

El autor

Stuart Butler

He sido escritor de viajes, autor de guías y fotógrafo desde antes de que se inventara internet (sí, hubo un tiempo en el que se usaban buzones en lugar de WhatsApp). La mayor parte de mi obra se centra en regiones montañosas, en el excursionismo y en el entorno, y siento un cariño especial por las serenas rutas de montaña de Albania y de otras naciones de los Balcanes. 

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