Mongolia, TOP 7 del 'ranking' de países Best in Travel 2017

Texto por
Tom O'Malley, autor de Lonely Planet
Parque Nacional Gorkhi-Terelj, Mongolia
GML / Getty Images

La tierra del cielo azul: 10 razones para ir ya a Mongolia

Siendo una de las últimas sociedades nómadas del mundo, la mitad de los mongoles llevan una vida pastoral que apenas ha cambiado desde la época de Gengis Kan. El resto viven casi todos en Ulán Bator, olvidando sus vínculos con los pastos a medida que la única ciudad de Mongolia, enriquecida por la inversión extranjera, se lanza al s. XXI. El cambio está en el aire, por eso hay que visitarla ya mismo.

1. Saborear la serenidad

El espacio, el glorioso, cautivador e ilimitado espacio… Uno de los países menos poblados del planeta, Mongolia es el lugar donde los dioses juegan al golf. Inacabables calles verdes sin árboles, estampadas con las sombras de las nubes, lagos para aventuras acuáticas, aire puro y silencio épico… Por algo será que los mongoles hablan de su patria como ‘la tierra del cielo azul’

Mongolia, yurta en Parque Nacional Gorkhi-Terelj © Tom O'Malley / Lonely Planet  Yurta en Parque Nacional Gorkhi-Terelj, Mongolia © Tom O'Malley / Lonely Planet 

A veces aparece en escena una ger (yurta) solitaria de fieltro blanco: las casas portátiles de los pastores mongoles salpican el vasto paisaje del país. A caer la noche, las estrellas salen a jugar. Los miles de millones de estrellas de la Vía Láctea se ven tan cerca y tan nítidas que parece posible cogerlas con las manos.

2. Conocer a Gengis Kan

Tildado de imperialista durante el dominio soviético, el guerrero más feroz de Mongolia es hoy un icono de pleno derecho, y decora bebidas energéticas, puros, vodka y hoteles. Es posible ver a un Gengis Kan de 60 m de altura en las colinas que rodean Ulán Bator al aterrizar en el aeropuerto que lleva su nombre. 

Mongolia, Gengis Kan © Lukas Watschinger / Shutterstock Estatua gigante de Gengis Kan, cerca de Ulán Bator, Mongolia © Lukas Watschinger / Shutterstock

Cerca de Nalaikh, una estatua gigante de plata del gran Kan brilla a kilómetros de distancia. Poco se sabe sobre él, y se rumorea que yace en algún lugar secreto de Khentii, una zona natural protegida. Su capital de tiendas de campaña, Karakorum, ya no existe; solo quedan un par de solitarias estelas en el actual Jarjorin. A pesar de haber fundado un imperio que iba de Asia a Venecia, el gran Kan apenas dejó legado material

3. Probar el desayuno más raro del mundo

El boodog es una antigua técnica culinaria de la estepa que los pastores siguen usando cuando están lejos de su hogar. Se destripa a un animal –suele ser una marmota– y se rellena con piedras de río calentadas al fuego, como si fuera una olla a presión primitiva (a veces el animal explota). Después se despelleja y se corta la carne para comer.

Mongolia, desayuno © istolethetv / www.flickr.com/photos/istolethetv/5956900070 'Boodog', Mongolia © istolethetv / www.flickr.com/photos/istolethetv/5956900070

Con suerte, el viajero podrá probar esta ‘exquisitez’ cuando el sol caliente su ger. Es una tarea reservada a los hombres (quizá porque no hay que lavar los platos después). Una versión más ‘selecta’ es la khorkhog, una cabra cocinada con piedras calientes dentro de una lechera.

4. Maravillarse con los guerreros mongoles

Hace 800 años Eurasia se vio aterrorizada por el coraje y la fuerza de los mongoles. Su destreza no ha quedado relegada a los libros; cada verano se celebran festivales Naadam para competir en los ‘tres deportes varoniles’: la equitación, la lucha y el tiro con arco.

Mongolia, Naadam en Bayan-Agt © Tom O'Malley / Lonely Planet  Naadam en Bayan-Agt, Mongolia © Tom O'Malley / Lonely Planet 

Los menores de 10 años participan en carreras de caballos de 20 km, luchadores de todos los tamaños miden sus fuerzas (para Gengis Kan era una forma de mantener a sus soldados preparados para la batalla) y los arqueros dan en el blanco con una precisión inaudita. El más importante de todos estos festivales se celebra cada julio en el Estadio Nacional de Ulán Bator, pero los concursos rurales son los auténticos bastiones de las tradiciones de la pradera.

5. Explorar la capital

En sus orígenes, Ulán Bator era como un monasterio móvil de yurtas. Hoy es la única ciudad verdadera de Mongolia. La mejor época para ir es la breve temporada veraniega. Tiene el curioso atractivo de lo envejecido y es un amasijo de antiguos apartamentos de la era soviética, guetos de gers y flamantes rascacielos de construcción china.

Mongolia, Ulán Bator © GML / Getty Images  Ulán Bator, Mongolia © GML / Getty Images 

La ciudad cuenta desde hace poco con una cultura del café y algunos restaurantes excelentes, tiendas de cachemir, un monumento a los Beatles, y una de las mejores tiendas LEGO que hay fuera de Dinamarca. En el plano cultural, el destartalado Choijin Lama Temple presenta temibles murales del infierno budista, y en el State Youth & Children's Theatre, la banda Tumen Ekh está especializada en el estimulante arte del canto gutural mongol, el épico ‘canto largo’, la danza chamanista y el contorsionismo.

6. Comer carne de cordero

En Ulán Bator se come de todo, desde platos de fusión asiática hasta pollo KFC, pero fuera de la capital, la carne (y la leche) de cordero y cabra es el alimento básico.

Mongolia, platos títpicos © Tom O'Malley / Lonely Planet Platos títpicos, Mongolia © Tom O'Malley / Lonely Planet

Tras una ‘temporada blanca’ de verano a base de productos lácteos, los mongoles sacian su afán carnívoro con carne de cordero hervida, frita o guisada en empanadillas (buuz) y tartas (khuushuur). Con la leche se preparan el orom, una crema amarilla que se unta en las rebanadas de pan ruso, y las aaruul, unas bolitas duras de queso duro.

7. Ir de 'glamping’

Dormir en una ger mongola es muy auténtico, y cada vez son más los operadores que crean campamentos sostenibles de gers nómadas de lujo pensados para aventureros glamurosos.

Mongolia, yurta © www.nomadicjourneys.com / AnaNordenstahl Campamento de Nomadic Journeys, Mongolia © www.nomadicjourneys.com / AnaNordenstahl

Nomadic Journeys tiene campamentos de gers en parajes naturales prístinos, y los equipa con duchas ecológicas de agua caliente, camas pintadas a mano y gruesas mantas de lana de yak, e incluso una sauna. Los más intrépidos tienen una pista aérea para volar al gran vacío mongol, 365 grados de vacío prístino a disposición del viajero.

8. Vivir la espiritualidad

El monasterio Erdene Zuu Khiid, el centro budista más importante de Mongolia (el budismo llegó a Mongolia desde Nepal y China), se construyó con las ruinas de la capital de Gengis Kan, Karakorum.

Mongolia, Erdene Zuu Khiid © François Philipp / www.flickr.com/photos/frans16611/9138827846 Monasterio Erdene Zuu Khiid, Mongolia © François Philipp / www.flickr.com/photos/frans16611/9138827846

Pero la tradición chamanística del país, mucho más antigua, se percibe en peñascos y cimas con montones de piedras, los ovoos, decoradas con calaveras de caballo y cintas azules, el color del culto al cielo. Tras unos cuantos días en la estepa, se comprende que la pradera verde es una constante, y que las vistas las ofrece el ‘eterno cielo azul’, siempre cambiante, con sus bancos de nubes esponjosas, sus lluvias y su quietud cerúlea.

9. Descubrir dinosaurios

En el soñoliento Museum of Natural History de Ulán Bator hay un enorme par de brazos fosilizados con unas garras curvas de 30 cm. ‘Mano Terrible’, el monstruo al que pertenecieron esas extremidades, fue, hasta hace poco, el gran misterio de la paleontología. Sus brazos se hallaron en los años sesenta al sur del desierto de Gobi, en Mongolia; y el resto del cuerpo no se descubrió hasta el año 2014.

Mongolia, huevos de dinosaurio fosilizados © Vaiz Ha / www.flickr.com/photos/vaizha/27669789461 Huevos de dinosaurio fosilizados, Mongolia © Vaiz Ha / www.flickr.com/photos/vaizha/27669789461

La mayoría de los grandes hallazgos de restos de dinosaurios del mundo proceden del desierto de Gobi, y son varios los operadores turísticos que visitan las excavaciones, incluida Flaming Cliffs, en Bayanzag, donde se hallaron por primera vez huevos de dinosaurio en los años veinte. 

10. Beber leche de yegua

En la campiña, niñas con vestidos de volantes se sientan junto a la carretera a vender airag (leche de caballo fermentada en bolsas de cuero fuera de las ger hasta convertirse en bebida alcohólica) en botellas de plástico. Es amarga y no gusta a la primera, pero en Mongolia se toma en bodas, funerales y en cualquier fiesta. Una razón para elaborar airag es que el proceso de fermentación reduce los altos niveles de lactosa (un laxante natural) de la leche de yegua.

 

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