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El paisaje de las tierras altas centrales de la República Dominicana suele sorprender a más de uno. Cumbres rodeadas de nubes con laderas convertidas en un mosaico de impecables campos de cultivo y una pletórica fronda que nace desde las profundidades de los valles, son vistas rara vez asociadas a las islas del Caribe. Y una estancia en las afueras de Constanza, a años luz de los enclaves costeros en vías de desarrollo, es sinónimo de preciosos atardeceres en primera fila.