48 horas en Leópolis
Con un buen aeropuerto propio y cerca de aeropuertos de bajo coste en la vecina Polonia, Leópolis (Lviv) es uno de los destinos de fin de semana más fascinantes de Europa y parece estar a años luz de los problemas que azotan al este de Ucrania.
El aroma del café recién hecho flota entre grandiosas catedrales, casas decrépitas, misteriosas puertas de madera y patios románticos. La urbanidad occidental de Leópolis y su elegancia decadente sorprenden incluso al viajero que conoce bien las joyas turísticas de Europa del Este. Esta ciudad del oeste de Ucrania es políglota y cosmopolita, y conserva el legado arquitectónico y cultural de varias etapas e imperios que la han poseído a lo largo de los siglos.
Día 1
Mañana
Es aconsejable empezar el día quemando calorías, porque en Leópolis se van a ganar más de las esperadas. Una buena idea es subir a la torre del ayuntamiento, en Ploshcha Rynok, la plaza mayor. Tras la multitud de funcionarios que se apresuran para ir a sus reuniones, el viajero se puede abrir camino por los pasillos del poder hasta la 4ª planta, donde una escalera de caracol sube a una plataforma mirador situada en lo alto de la torre de estilo italiano. Desde lo alto, Leópolis parece una ciudad de juguete de una infancia remota.
Para tomar el bien merecido desayuno se puede ir a Lvivski Plyatsky, al otro lado de la plaza. Tras la ardua subida no cabe remordimiento alguno a la hora de saborear los strudels típicos de la ciudad, dulces y salados, o un buen syrniki (tarta de queso fresco con pasas).
Después toca ir a ver las opulentas iglesias cuyas brillantes cúpulas se discernían desde la torre. Es buena idea empezar con la catedral latina, antaño un austero edificio gótico del s. XIV que hoy fusiona los estilos que estuvieron de moda en Europa durante los últimos siete siglos. La siguiente es la catedral dominica, un edificio barroco del s. XVIII ricamente decorado, que está rodeada por un pequeño jardín que alberga un modesto mercadillo de libros en el podio de granito del monumento a Ivan Fyodorov, el hombre que imprimió el primer libro ruso en Moscú y murió como fugitivo en Leópolis.
Tarde
Para un almuerzo sazonado con una pizca de arte moderno se puede ir al antiguo monasterio bernardino, donde una vieja puerta de madera, sin rótulo pero inconfundible, es la entrada del Museo de las Ideas. El museo cuenta con un popular local bohemio que sirve algunos de los mejores platos del oeste de Ucrania, como la banosh (polenta de los Cárpatos con queso casero) o el bograch (la versión local del goulash húngaro), además de una amplia selección de nalivki (licores de frutas).
Puede que después uno tenga que dormir la siesta y despejarse luego con un café, algo fácil en una ciudad llena de cafés. Esta popular bebida llegó al país en la Edad Media de la mano de comerciantes turcos, junto con su antigua forma de elaboración, en hornillos de arena. Uno puede profundizar –literalmente– en la cultura cafetera local en Kopalnya Kavy (mina de café), un almacén subterráneo visitable del que se extraen los aromáticos granos de café. Tras probar el café (servido inevitablemente con más licor de frutas), se puede visitar la tienda de recuerdos, aunque solo sea para llevarse la tarjeta de descuentos Local, crucial para seguir los consejos gastronómicos de este libro.
Noche
Una buena idea es darse un capricho en el local que se promociona como “el restaurante más caro de Galicia”; si bien lo de ‘más caro’ no es cierto en absoluto. El restaurante está camuflado como un apartamento desvencijado, con su inquilino corpulento incluido, que recibe a los clientes y les muestra un lujoso refugio masón… y hasta aquí podemos leer para no desvelar el misterio. Solo hay que mostrar la tarjeta Local para que todos esos ceros de más de la cuenta, escandalosa adrede, desaparezcan de repente (con un descuento del 90%).
Día 2
Mañana
El día empieza con un suntuoso desayuno tipo bufé en el popular Baczewski, sin olvidar que hay que reservar la cena en el mismo sitio. Tras el desayuno, es buena idea ir a pasear por el casco antiguo. La calle Pekarska conduce, a través de una zona residencial descuidada pero encantadora, al cementerio Lychakivske, una colina arbolada con elaborados monumentos funerarios que parece la versión ucraniana del cementerio Père-Lachaise de París. Es un buen sitio para pasear y meditar sobre temas trascendentales, con cientos de ángeles y santos de piedra vigilando en silencio sepulcral. De vuelta al casco antiguo es buena idea tomar un tentempié y una cerveza en Kumpel.
Tarde
Es momento de descubrir el patrimonio de Oriente Medio de Leópolis, cuidadosamente oculto tras el ejemplar y antiguo ‘europeismo’ de la ciudad. La catedral armenia ha sido el núcleo de una comunidad que vivió en la zona desde la fundación de la ciudad. Primero se admira el edificio, escondido en un sencillo patio y con el aspecto de un visitante exótico en medio del entorno habsburgués. Después se entra para contemplar el interior, con sorprendentes frescos que parecen una mezcla de cuadros de Gustav Klimt e iconos bizantinos.
Noche
Si los ángeles vistos hasta ahora entonan cantos en la cabeza del viajero, puede que sugieran completar un día de alto contenido estético con una noche en la Ópera de Leópolis. La experiencia no es tan selecta como en Viena, ciudad que influenció la cultura operística de Leópolis, pero sus representaciones de los clásicos, coloridas, antiguas y conmovedoras, basadas en el folclore ucraniano, no decepcionan a nadie.
De vuelta en Baczewski para cenar, es buena idea recapitular todo lo aprendido en esta fascinante ciudad que alberga tantas comunidades y períodos históricos saboreando un forschmak a la remolacha judío (paté de arenque) y pierogi (empanadillas) polacas mientras se vacían tantos chupitos de nalivki como sea posible sin tener que volver a rastras al hotel.