Por qué visitar Marsella
Marsella seduce por la riqueza de su diversidad. Los viajeros hallan una impresionante belleza natural junto a todo lo urbano, tradiciones culturales de la Provenza que se entremezclan con tradiciones de todo el mundo, una energía vibrante y placeres relajados. Pese a ser la segunda ciudad más grande de Francia, Marsella parece una colección de las «111 aldeas» que se unieron a lo largo de los siglos para formar los barrios de la metrópolis moderna. Cada uno de ellos cuenta con su propia personalidad y encanto, algo ideal para los viajeros curiosos en busca de experiencias diversas: nadar en calas turquesas, explorar ruinas romanas, admirar arte contemporáneo, practicar senderismo por acantilados calizos o contemplar una batalla de breakdance. Y, por supuesto, se puede degustar sabores de todo el planeta gracias al fantástico panorama gastronómico de la ciudad. Más mediterránea que francesa, y realmente única, Marsella es todo lo uno adora de Francia y mucho más.
Cuándo ir
Temporada media (abr-jun y sep-oct)
- Sol agradable sin el tremendo calor del verano.
- El tiempo ideal para las actividades al aire libre: senderismo, rutas en barco y cenar al fresco.
- En mayo hay muchos festivos, en junio empieza la temporada de festivales y septiembre es la rentrée (tras las vacaciones de verano).
- Hay que evitar ir en agosto, cuando los turistas invaden la ciudad, los lugareños huyen y algunos negocios cierran por vacaciones.
Presupuesto diario
- Habitación doble en hotel de precio medio: 110-220 €
- Cena en un restaurante local: 25-45 €
- Entrada a un museo: gratis-12 €
- Copa de vino: 4-7 €
- Pinta de cerveza: 4-6 €
Itinerarios perfectos
Día 1: La Marsella imprescindible
Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo. © Carlos Sanchez Pereyra / Getty Images
Mañana
Los puntos de interés más visitados de Marsella sitúan al viajero a través de la singular arquitectura de la ciudad, su gran tamaño y su rica historia. Para empezar hay que calzarse las botas de caminar o tomar el autobús nº 60 hacia Notre Dame de la Garde. Apodada «La Bonne Mère» (la buena madre), esta basílica de estilo románico bizantino está coronada por una estatua dorada de la Virgen con el Niño que preside toda la ciudad (destacan los orificios de bala de una batalla de la II Guerra Mundial en la fachada este). El interior alberga maravillosos mosaicos y exvotos en forma de barcos de madera y pinturas náuticas para proteger a los pescadores que se hacían a la mar. Al ser el punto más elevado de la ciudad, ofrece vistas de 360° del perfil urbano de la ciudad. Si se abre el apetito, se puede hacer una parada en Carlotta With, en el moderno quartier de Vauban, donde sirven los cruasanes de mantequilla más suaves de la ciudad.
Almuerzo
Se baja hasta el Vieux-Port, antaño flanqueado por barcos mercantes de todo el globo y hoy lleno de embarcaciones de recreo. El perímetro es encantador para dar un paseo tranquilo, pero si hay prisa se puede cruzar la cuenca a bordo del ferri, cuya ruta de apenas 300 m es, según se rumorea, la más corta del mundo. En el puerto, Chez Madie les Galinettes sirve platos provenzales clásicos, pescado fresco y la mítica bullabesa marsellesa. Sin embargo, sorprende descubrir que el plato más popular de la ciudad es la pizza. Se recomiendan las pizzas que sirven en Chez Etienne, cocidas al horno de leña, que se han granjeado una fiel legión de seguidores desde 1943. Es buena idea acompañarla con un plato de riquísimos calamares al ajillo.
Tarde
Para quemar el almuerzo se puede hacer un viaje en el tiempo y por mar en la Grotte Cosquer, que cuenta con realistas reproducciones de pinturas rupestres con 27 000 años de antigüedad, sumergidas posteriormente en el agua, y que son la atracción más nueva de la ciudad. Al lado, el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (Mucem) también es de visita obligada. Construido en el 2013, el cubo de hormigón de Rudy Riciotti rezuma la influencia de los antiguos diseños árabes. No hay que preocuparse si no queda tiempo para ver las exposiciones del interior: los pasillos exteriores ofrecen un impresionante despliegue de luces y sombras, mientras que en la azotea hay un bar-restaurante y asientos para descansar. Luego se cruza el puente peatonal hacia Fort St-Jean, una ciudadela del s. XVII con jardines, exposiciones y vídeos que ilustran la historia de la ciudad. Hay que fijarse en que los cañones apuntan hacia la ciudad en lugar de alejarse de ella, señal del espíritu rebelde de la Marsella de entonces y de ahora.
Noche
Los bars à vins (bares de vinos) son ideales para disfrutar de una cena ligera o para cenar solo. Les Buvards marida vinos naturales y biodinámicos con platos caseros franceses como el boudin noir (una especie de morcilla) y el purée (puré). Para los más golosos, Fioupelan sirve platos modernos con aires provenzales como el tartar de daurade (dorada) sobre tostadas de carbón. Para el postre se puede ir a Vanille Noire, cuyo helado de vainilla negra a la sal debe su color –según dicen– a la tinta de calamar. La noche termina por todo lo alto en el bar de la azotea del Hôtel Hermès, uno de mejores de la ciudad. Aunque está lejos del bullicio del puerto, el pequeño bar se llena enseguida las noches de verano. Los amantes de los cócteles artesanales no deberían perderse el Bar Gaspard, al otro lado del puerto.
Día 2: Cocina multicultural, tiendas y productos artesanales
Mañana
Se cargan las pilas con un buen desayuno en Deep o en Brulerie Moka, dos tostadores de café locales que han animado el panorama cafetero de la ciudad. A continuación se visita un mercado agrícola, una maravillosa manera de disfrutar Marsella como un lugareño. Se compra pan, queso y productos locales en el mercado Reformés de los martes y sábados, y el miércoles en el mercado ecológico de Cours Julien. Otra opción es dejarse guiar por expertos locales en un circuito gastronómico de Culinary Backstreets y adentrarse en la historia, la cultura, la arquitectura y –por supuesto– la comida de la ciudad.
Almuerzo
Noailles recibe el apodo de «la tripa de Marsella» por su céntrica ubicación y por la abundancia de comestibles. Es buena idea probar los pasteles senegaleses rellenos dulces o salados de Pastels World, la sopa de garbanzos tunecina (leblebi) de Chez Yassine y los platos de cocina de mercado mediterránea de Épicerie Idéal. Recorrer la animada Rue Longue des Capucins, con sus puestos de comida y tiendas de comestibles, es como pasear por un zoco africano. No hay que perderse la colorida tienda de especias Saladin Épices du Monde ni el puesto de comida que tiene al lado, donde cocinan creps m’semen, bradj relleno de dátiles y otras delicias magrebíes a la vista de todo el mundo.
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Jabón artesanal de Marsella. ©MikhailBerkut/Shutterstock
Tarde
La alegre Noailles también alberga dos de las tiendas más antiguas de Marsella: Maison Empereur, la ferretería más antigua de Francia, una especie de cueva de Alí Babá con más de 50 000 artículos; y Père Blaize, que vende tés y tinturas curativas desde 1816. También hay que pasar por Jiji Palme D’Or, donde la cerámica tunecina y los objetos decorativos ocupan cuatro escaparates. Quien quiera saber más sobre los artículos artesanales de Marsella puede ir a ver cómo se elabora el emblemático jabón de Marsella en Fer à Cheval, preparar su propio pastis en Distillerie de la Plaine o visitar una de las destilerías más antiguas de la ciudad, Cristal Limiñana, para conocer la elaboración del anisette, el pastis y el ron.
Noche
Se sacia la sed como los marselleses durante el apéro, la happy hour nocturna que es casi un credo religioso en la ciudad. El Café de l’Abbaye, híspster y siempre abarrotado, ofrece vistas de las fortificaciones del puerto y la antigua Abbaye St-Victor desde las mesas al aire libre. La Caravelle cuenta con un interior de estilo vintage e inspiración náutica y con las mejores vistas del Vieux-Port desde su pequeño balcón. El apéro a veces se alarga hasta la noche, pero quien prefiera una buena cena en un restaurante encontrará en Marsella muchas propuestas de chefs jóvenes, como los platos carnívoros de Femme du Boucher, los platos de temporada (y un pulpo delicioso) en Sepia y sabores mediterráneos en Golda.
Día 3: Arte urbano, arquitectura, fútbol y estrellas Michelin
Mañana
Inspirado por la cultura hip-hop de Marsella, el arte urbano se ha convertido en una parte integral del aspecto de la ciudad, con murales y tags muy prolíficos en barrios como Cours Julien y Le Panier (se recomienda un circuito de arte urbano por este último para descubrir a grafiteros locales como Nimho.) Ambos barrios son ideales para ir de compras. Le Panier, el barrio más antiguo de la ciudad, cuenta con calles serpenteantes donde se venden artesanías como los cuchillos de Coutellerie de Panier y los santons (figuritas de arcilla) de Arterra. En Cours Julien abundan las tiendas vintage y los diseñadores independientes.
Calle en Le Panier. © Chrispictures / Shutterstock
Almuerzo
Se almuerza en la famosa escalera de colores de Cours Julien, en Limmat, un restaurante «localívoro» especializado en pescado y platos vegetarianos, o se va a comer pescado fresco a La Boîte à Sardine, un local de inspiración náutica un poco kitsch. Si apetece ir de pícnic, se pueden comprar sándwiches en Pain Pan o alguna delicia libanesa en Exosud, y después pasear hasta el verde y arbolado Parc Longchamp, que es el parque más céntrico de Marsella y se extiende por detrás del Palais Longchamp, un majestuoso monumento del s. XIX. Dos museos flanquean una elegante columnata: el Muséum d’Histoire Naturelle, un fantástico gabinete de curiosidades al estilo del s. XVIII; y el Musée des Beaux-Arts, famoso por sus pinturas de la plaga de 1720 que arrasó con media ciudad. Ambos son gratuitos.
Tarde
Se baja la comida con una visita al vecino Friche La Belle de Mai, una antigua fábrica de tabaco convertida en centro cultural que acoge estudios de artistas, salas de exposiciones, una librería, un skatepark, un restaurante y una amplia terraza en la azotea (en su página de Facebook anuncian su programación de conciertos, películas y otros eventos culturales). Al otro lado de la ciudad, la Unité d’Habitation en La Cité Radieuse –la utópica visión del arquitecto Le Corbusier de una vivienda de uso mixto que recuerda a un crucero de hormigón– es de visita obligada para los amantes de la arquitectura. La entrada al recinto es gratis, pero hay circuitos guiados que se reservan a través de la oficina de turismo.
Noche
Aunque a algunos marselleses no les guste el fútbol, todos son fans del Olympique de Marseille (OM). Y los partidos en casa son tan legendarios como el equipo: petardos, pancartas gigantescas y aficionados fervientes llenan el Orange Vélodrome. Las entradas se compran en línea con antelación o en las taquillas del estadio el mismo día del partido (la temporada va de agosto a mayo). Quien prefiera las estrellas en el plato en lugar de sobre el césped puede darse un lujo y comer en un restaurante como AM par Alexandre Mazzia, que ostenta tres estrellas Michelin. Le espera un viaje de más de 20 platos con sabores ahumados, especiados y asados que acompañan las carnes y los pescados de la región, como harissa de frambuesa y la tarta de anguila ahumada y chocolate negro. El ambiente sin pretensiones también es puramente marsellés.
Día 4: Un día en Calanques y en la playa
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Parque Nacional Calanques. © Fake Moon / Shutterstock
La costa: playas y el Parque Nacional Calanques
Parque Nacional Calanques
Este parque, una impresionante mezcla de acantilados calizos y calas turquesas, se explora mejor en barco o a pie. Uno puede echarse a la mar con un circuito de Bleu Evasion (8-12 personas) o contratar un barco privado a través de la plataforma Click&Boat (un lujo para una pareja, pero algo más asequible para grupos de cuatro o más personas). También se puede tocar el cielo en la Croix de Marseilleveyre (una ruta de 3 h con el autobús nº 19 a Madrague de Montredon) o descender a la cala Calanque de Morgiou (2 h, más el trayecto con el autobús nº 22 a Les Baumettes). En este último caso el paseo puede acompañarse de pescado fresco en Bar Nautic o de pizzas y cocina provenzal en Chez Zé (en estos sitios tan remotos conviene reservar y llevar dinero en efectivo). Nota: muchas rutas senderistas cierran en julio y agosto porque es época de incendios forestales.
Puertos con encanto: Les Goudes y L’Estaque
Marsella queda enmarcada por dos pintorescos pueblos pesqueros. En el extremo sur está Les Goudes, una combinación muy «instagrameable» de paseos rocosos, calas para nadar y cabanons (cabañas de playa). Se puede saborear pescado fresquísimo en una mesa junto al mar en Grand Bar des Goudes o en Baie des Singes, a 15 min a pie. Entre los meses de julio y octubre, la Friche de l’Escalette expone arte contemporáneo entre las hermosas ruinas de una fábrica de plomo del s. XIX.
En el extremo norte, L’Estaque evoca el pasado industrial y artístico de Marsella. Con sus fábricas y su luz provenzal, el puerto antaño cautivó a pintores como Cézanne. Se puede ver jugar a petanca a los lugareños junto a las tradicionales barquettes (barquitas) de madera del puerto y después saborear tentempiés fritos típicos como chichis fregis (rosquillas) y panisses (buñuelos de garbanzo) en Chez Magali. Si hay hambre para una comida completa se puede ir a Hippocampe, que sirve pescado a la parrilla en un rincón apartado de la calle principal. De mayo a septiembre se puede llegar a ambos pueblos con el RTM Ferry Boat, la forma más barata de navegar por el Mediterráneo.
Bañistas en el puerto de Vallon des Auffes. ©Adrienne Pitts/Lonely Planet
Vamos a la playa
Con 42 km de costa, Marsella cuenta con una amplia oferta de playas dentro del límite urbano. La cala curva de Anse de la Maldormé atesora una playa de piedrecitas de fácil acceso para darse un chapuzón. Las rocas planas de Anse de la Fausse Monnaie son ideales para tomar el sol y contemplar como se lanzan los saltadores desde la Corniche Kennedy. Si se prefiere una playa de arena, se puede ir a la Plage des Prophètes o Plage des Catalans, la más cercana al centro de la ciudad. Se puede llegar a la costa fácilmente con el autobús nº 83 o pedaleando por el carril bici costero recién renovado (hay tramos en los que se comparte la calzada con los coches). Hay que evitar bañarse después de grandes tormentas, porque las alcantarillas se desbordan y contaminan el mar.
Puesta del sol
Las puestas de sol a todo color bien merecen asientos de primera fila en la costa. Conviene llegar pronto para conseguir sitio en el bar Cabanon de Paulette y pedir unos moules marinère con patatas fritas. En Cabane des Amis pinchan una mezcla de música hip-hop, disco y techno hasta la madrugada. Viaghijii di Fonfon sirve charcutería, queso y spritzes en el cautivador puerto de Vallon des Auffes. También se puede hacer como los lugareños y llevarse la pizza a la playa; se recomiendan las de Eau à la Bouche, cerca de la Plage de Malmousque.
El autor
Alexis Steinman
Escribo sobre gastronomía y viajes cautivado por Marsella desde que me instalé en la ciudad en el 2016. Su composición multicultural, su asombrosa belleza y sus sorprendentes contrastes hacen de este puerto con 2600 años de antigüedad un tesoro inagotable de historias y experiencias. Instagram: @yeswaymarseille @yumdujour