Destinos que no son países (pero que podrían serlo)
Hay territorios que no son estados reconocidos internacionalmente pero que no por ello dejan de ser destinos a considerar en las agendas viajeras más originales. Algunos territorios pasan inadvertidos en los mapas políticos marcados por fronteras y colores; otros buscan su reconocimiento como estado-nación basándose en la historia o la individualidad geográfica, cultural o étnica. Los no-países existen en todos los continentes, con su propia bandera, capital e idioma y reclamando la legitimidad de su territorio.
1. Dinétah. La nación navaja autogobernada
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Dinétah es la nación india más grande radicada en una reserva de EE UU, con cierto nivel de autogobierno. Su capital es Tseghahoodzani (Window Rock) y tiene unos 300 000 habitantes que ocupan un territorio de unos 71 000 km2 entre los estados de Arizona y Nuevo México. En realidad, Dinétah, la tierra natal de los indios navajos, no tuvo tradicionalmente unas fronteras precisas. Las marcaban cuatro montañas sagradas situadas en los puntos cardinales. Este territorio lo perdieron a mediados del s. XIX, cuando fueron obligados a trasladarse a punta de pistola a un campo de internamiento a más de 560 km de distancia. En 1868 se les obligó a firmar un tratado por el que les confiscaban un 90% de sus tierras y se les permitía vivir en el resto.
Con el tiempo se les fueron devolviendo las tierras, y hoy la nación navajo ocupa la mayor reserva india de EE UU. En 1920 se les otorgó la ciudadanía estadounidense, y en 1975 se les concedió el autogobierno, lo que les permitió detener la extracción de uranio que les había dado trabajo desde después de la II Guerra Mundial pero que también provocó innumerables muertes por la exposición a la radiación. El autogobierno permitió prohibir la extracción aunque el precio ha sido alto: casi un 50% de paro y muchas carencias de suministros básicos.
2. Christiania. Ciudad libre y alternativa
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Esta comuna autónoma de Dinamarca es todo un ejemplo de conquista de libertades, aunque en ella apenas viven 850 personas y ocupa menos de un km2. Surgió como un experimento social en 1971 en el corazón de Copenhague, con la idea de un grupo de hippies imbuidos del espíritu de la revolución cultural de los 60 que “okuparon” un viejo cuartel y pusieron en marcha una sociedad alternativa de estructura anarquista. Desde entonces ha mantenido un estatus especial, aunque la realidad es que los daneses no saben muy bien qué hacer con Christiania.
En 2012 ofrecieron a sus habitantes la posibilidad de comprar los terrenos que ocupan, pero esto significaría traicionar a los principios anti-capitalistas de Christiania. El colectivo tiene de plazo hasta el 2018 para decidir qué hacer con su futuro. De momento, los visitantes recorren con curiosidad este “barrio” especial de Copenhague lleno de casas, coloridos murales y esculturas al aire libre, cafés, restaurantes, bares y clubs nocturnos. Hoy por hoy, sigue siendo un espacio alternativo donde solo existen tres reglas: no consumir drogas duras, no hacer fotos y no correr. Christiania es el lugar más visitado de la capital danesa después del Tívoli.
Guía de los barrios de Copenhague
3. Isla de Man. Pionera en derechos, refugio financiero
Conocida también como Ellan Vannin o Mannin, la Isla de Man es autónoma, dependiente de la Corona Británica pero sin formar parte del Reino Unido ni de la Unión Europea. Físicamente, está entre Inglaterra e Irlanda. Aquí hace mucho que la gente dicta sus propias reglas y sus habitantes han logrado hitos históricos en la conquista de libertades y derechos.
Su parlamento es el órgano de gobierno vigente más antiguo del mundo y ha dirigido la isla desde la llegada de los vikingos a finales del s. XVIII. Fue también en la Isla de Man donde, en 1881, las mujeres (con propiedades) pudieron votar por primera vez. Y en 2006 se convirtió en la primera nación de Europa Occidental que estableció el derecho al voto a los 16 años. Por toda la isla se encuentran iglesias de piedra, castillos, fuertes y cruces celtas con enrevesados grabados que son sus principales reclamos turísticos. Aunque de lo que vive realmente es de su próspera industria internacional de servicios financieros.
4. Forvik. El estado soberano del capitán Hill
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También conocido como Forewick Holm, Forvik es un estado de las islas Shetland creado por un navegante inglés, Stuart Hill, que llegó por casualidad a este islote arrastrado por una tormenta y decidió quedarse a vivir.
En 2008 comenzó una campaña a favor de la autodeterminación local basándose en que estas islas eran más similares a Escandinavia que a Inglaterra o Escocia. Para ello se preguntó al Reino Unido si podría explicar en qué basaba su autoridad sobre las islas Shetland… y no se recibió ninguna respuesta. Así que se declaró independiente y hoy ofrece la ciudadanía a cambio del pago de una tasa anual. Detrás está también la reivindicación de los ingresos del petróleo que hay en la zona ¿Humor inglés en estado puro, el sueño de un loco o una oportunidad para rebeldes que no quieren pagar impuestos?.
5. Barotselandia. Cinco siglos de monarquía africana
Barotselandia es una antigua monarquía que quiere ser reconocida como nuevo estado africano. Tradicionalmente es un reino móvil, el reino de los lodi o barotse, donde cada año, cuando las aguas del río Zambeze se filtran lentamente en los prados, sus habitantes se desplazan a tierras más altas. Esta migración anual se celebra con una ceremonia conocida como Kuomboka, literalmente “para salir del agua”. Así ha sido siempre: el reino tiene una historia que se remonta a cinco siglos, aunque durante la época colonial fue un protectorado británico, con más autonomía que el resto de la colonia de la que formaba parte, Rodesia del Norte.
Barosetlandia formaba parte de lo que terminaría siendo Zambia, pero cuando llegó la independencia, en 1964, nunca se cumplieron las condiciones de autogobierno que se habían prometido para este reino. En 2011, su rey anunció que abandonaba Zambia prometiendo una separación pacífica. Zambia, por supuesto, lo consideró una traición. Su capital hoy es Mongu y su rey Lubosi II Imwiko. El reino ocupa 126 000 km2, tiene más de tres millones y medio de habitantes, dos idiomas oficiales (lozi e inglés) y 37 lenguas tribales.
6. Principado de Seborga. Independientes por referéndum
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Este diminuto principado italiano, en la frontera con Francia, se declaró independiente de Italia en 1995 tras convocar un referéndum. El jefe de la cooperativa local de floricultores, Giorgio Carbone, informó en 1995 a los habitantes del histórico municipio del noroeste italiano que su pueblo no formaba parte de Italia puesto que nunca aparece mencionado expresamente en los tratados de creación del estado italiano o en las transacciones de compra y venta sobre esta zona tan habituales de la Casa de Saboya. Un referéndum local avaló la independencia; Carbone aceptó el título honorífico de “Su Tremendidad” y fue nombrado príncipe de por vida, siguiendo una tradición de la Edad Media. Giorgio I falleció en 2009, pero sus conciudadanos siguen defendiendo la independencia de este original principado.
Quienes viajen por la zona deberían hacer un alto en Segorba, aunque solo sea para hacerse una foto junto a la señalización de la entrada al pueblo, y también para asomarse a su palacio del s. XVII y a alguna de sus iglesias.
7. Redonda. Un país tremendamente literario
Su primer rey declaró la soberanía en 1865, y varios aspirantes al trono se disputan hoy la corona de esta isla sin población y con una superficie de menos de 2 km2, una nación ficticia creada en la isla deshabitada de Redonda, una dependencia de Antigua y Barbuda.
Dicen que fue el mismísimo Colón el primero en divisar la isla en su segundo viaje en 1493. Unos 400 años más tarde, un comerciante de la vecina isla Montserrat, Matthew Shiell, reclamó la isla como su reino y se dedicó sobre todo a la extracción del guano como fuente de ingresos. La actividad cesó bruscamente al estallar la I Guerra Mundial, pero la monarquía de aquel reino persistió en el exilio. El primer rey abdicó en su hijo de 15 años, Matthew Phipps Shiel, que se convirtió más tarde en un popular novelista británico y en su lecho de muerte legó la isla de Redonda a un poeta, su asesor literario. En sus últimos años el rey poeta pasó su tiempo en una taberna de Londres donde, a cambio de una copa, concedía títulos de duque o de caballero en escritos el dorso de una servilleta. Hoy no se sabe muy bien quién es su sucesor y hay hasta nueve aspirantes al trono. El escritor Javier Marías, que en 2002 creó la editorial Reino de Redonda, ostenta el título en términos literarios.
8. Sealand (Marlandia). Mi plataforma, mi reino
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Fundada en 1967, en alta mar, unas 7 millas náuticas al este del Reino Unido, Sealand tiene solo 27 habitantes. Está defendida por la familia Bates, que ocupó esta plataforma de acero y hormigón construida en 1943 por la Armada británica para derribar a los aviones de la Lufwaffe con armas antiaéreas. Roy Bates, un antiguo comandante de Infantería se instaló allí para poder emitir música pop desde una emisora de radio pirata situada fuera de las aguas territoriales británicas, y allí se quedó, haciendo frente incluso a algún intento de golpe de estado. Roy falleció en 2012 pero su saga “real” ya va por la cuarta generación con el nacimiento del príncipe Freddy, nieto de Michael.
Tienen moneda propia, escudo, himno, sellos (por cierto, emitidos por Correos de España), y hasta un equipo de fútbol (Sealand All Stars), y una serie de souvenirs que se venden por internet, aunque su principal fuente de ingresos es la venta de títulos nobiliarios: ser declarado lord o lady cuesta unos 50 US$ y convertirse en conde de Marlandia algo más de 300. Como destino turístico es casi inabordable ya que no cuenta con ninguna playa, hotel o instalación turística, sin embargo, puede observarse desde algunos puntos de la costa británica de Suffolk.
9. Antártida. Un acuerdo único para gobernar un lugar único
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Este es el “último continente”, donde excepcionalmente las disputas sobre la soberanía territorial se han dejado de lado. En realidad no está tan deshabitado como se imagina puesto que sobre sus más de 14 millones de km2 habitan temporalmente hasta 5000 personas. Es una tierra de extremos, dura, remota e implacable, donde no ha habido ningún pueblo indígena ni comunidad permanente. La primera mujer que visitó la Antártida lo hizo en 1935 y allí no nació el primer bebé hasta 1979.
En circunstancias normales, este territorio se habría repartido hace mucho tiempo. Y así lo hicieron algunas potencias internacionales a principios del s. XX. A mediados del s. XX, ante las tensiones provocadas, se optó por la cooperación y en 1959 se firmó un tratado internacional. Algunos países siguen con sus reclamaciones territoriales pero la Antártida trasciende las normas del estado-nación y las reglas globales se aplican al control territorial Todo el continente se utiliza exclusivamente para fines pacíficos; es un coto reservado exclusivamente a científicos y turistas de aventura. Y todo gracias al Tratado Antártico, un acuerdo único para gobernar un lugar único.
10. Mayotte. Los que no quisieron la independencia
De otro orden muy diferente es el microestado de Mayotte y sus reivindicaciones de autonomía. Esta isla del océano Índico, reclamada por Comoras, decidió renunciar a la independencia de Francia en 1975. Tres de las islas votaron por ser independientes, pero en la cuarta isla, Mayotte, la mayoría decidió seguir formando parte de Francia. Pese a que la ONU concedió finalmente la independencia a las cuatro islas Comoras, Mayotte siguió fiel a Francia. Los isleños preferían ser marginados por una capital a más de 8000 km de distancia que por sus propios paisanos de la isla vecina. La situación siguió en punto muerto hasta que en 2014, se convirtió en parte oficial de la Unión Europea, como región ultraperiférica. En este caso la autodeterminación logró consolidar una colonia muy posmoderna.
Turísticamente no tiene mucha infraestructura, pero unas 10 000 personas llegan cada año a Mayotte para ascender a sus volcanes apagados, observar lémures, bucear entre peces tropicales, recorrer sus plantaciones de vainilla o bañarse en las playas de arena blanca de algunos de sus islotes.
Para más información, se puede consultar el libro Atlas de países que no existen.