“Se hace camino al andar”, reza el famoso verso del poema de Machado, y esa es la esencia que acompaña la Gran Ruta de Suiza, un recorrido que se vuelve en sí objetivo del viaje, en un itinerario donde no hay, de hecho, una meta.
La meta es el viaje que nos muestra Suiza en todas sus versiones, con sus secretos mejor guardados y sus imágenes más iconográficas. Durante casi 1.700 kilómetros en coche, hemos podido escuchar los cuatro idiomas del país, salvar cinco puertos alpinos, bucear por 22 lagos y surcar once espacios naturales declarados Patrimonio Mundial de la Unesco, así como dos reservas de la biosfera.
Nuestra alma viajera se ha nutrido de una rica y equilibrada propuesta de escenarios naturales únicos, que van del parque nacional de Zernez, en los salvajes Grisones, a las espectaculares formaciones de la Creux du Van, en Val de Travers, pasando por la valiosa Reserva de la Biosfera de Entlebuch, en pleno centro del país. Nuestra alma también ha podido tocar el cielo en la cumbre de montañas de gran altura, en las cordilleras alpinas y prealpinas que enmarcan el colorido lienzo del pequeño país helvético: hemos alcanzado la mítica cima del Jungfrau, el techo del popular Titlis o el pico del friburgués Moléson. Por supuesto, todo ello sazonado con una dosis perfecta de “grandes” ciudades, con el adjetivo entre comillas porque la grandeza de las capitales helvéticas no yace en su tamaño, sino en su vibrante vida urbana y cultural: la cosmopolita Zúrich, la sorprendente Basilea, la tradicional Friburgo, la joven Lausana, la encantadora Berna, la multicultural Ginebra… Cada una de ellas funciona como una bisagra que engrana tramos de la Gran Ruta de Suiza, un eje conductor del discurso que se desarrolla durante el inolvidable recorrido.
Ha sido durante ese trayecto cuando hemos podido conectar con el espíritu del país, con su verdadera esencia: en aldeas de montaña que salvaguardan tradiciones ancestrales, charlando con productores de queso y de exquisito chocolate suizo o, simplemente, disfrutando de tramos de carretera tan únicos como el paisaje que las esconde.
En nuestra retina, la Gran Ruta de Suiza es un recuerdo inolvidable con forma de carreteras serpenteantes, como la mítica vía Tremola, de caminos impregnados de historia, como el que conecta Interlaken con Thun pasando por Oberhofen, y de un devenir de kilómetros entre verdes pastos, pueblos de madera y afiladas montañas. De algún modo, todo cobra sentido en el conjunto de la ruta, que con un discurso coherente nos cuenta cómo es Suiza, con su diversidad, naturaleza explosiva y carácter de país de montaña, pero, sobre todo, con un gran corazón que late con fuerza en pleno centro del viejo continente.
Fotos: ST/SwissImage