Guyana

Texto por
Carinya Sharples, autora de Lonely Planet
Cataratas de Kaieteur
© Michael Bluschke/Shutterstock

Por qué visitar Guyana

Si se va en busca de un lugar para desconectar y reconectar –no solo con las maravillas de la naturaleza, sino con un ritmo de vida diferente–, hay que ir a Guyana: jaguares esquivos y osos hormigueros gigantes, extensos y verdes bosques tropicales, ecoresorts rústicos autóctonos, deliciosos platos de curri y roti, casas pintorescas de madera sobre pilotes y estatuas que conmemoran las históricas rebeliones de africanos esclavizados e indios explotados. Pese a ser el único país de Sudamérica con el inglés como lengua oficial, atrae a poco más de 400 000 turistas anuales. Sin embargo, la cifra va en aumento, así que el momento de visitarla es ahora. 

Cuándo ir

Temporada media (ago-nov y feb-abr)

  • Pascua es una época muy concurrida gracias al Rupununi Rodeo, la Bartica Regatta y los vuelos de cometas en la muralla marina. 
  • Septiembre es buena época para ver fauna; también se celebra el Indigenous Heritage Month.
  • Conviene evitar las estaciones lluviosas (may-fin jul y dic-ene) 

 

Presupuesto diario               

  • Habitación doble en hotel de precio medio: 100-170 €. Nota: Desde que Guyana empezó a extraer petróleo en el 2019, el precio del alojamiento ha subido mucho. No hay albergues juveniles baratos, pero sí un número limitado de opciones económicas.
  • Cena en un restaurante local: 7-12 € 
  • Entrada a un museo: 0-10 €
  • Copa de vino: 7 €   
  • Botella de cerveza: 1,92 €

 

Itinerarios perfectos

Una semana perfecta en Guyana

Día 1: Situarse en Georgetown

El día empieza en la capital, Georgetown, con un buen desayuno a base de bakes (una especie de panecillo de masa frita) esponjosos y recién hechos y pescado salteado con cebolla, ajo, tomate y pimienta (4 €) en Oasis Café, un local donde lugareños y visitantes se sientan a charlar, tomar café y usar el wifi gratis. Luego se baja por Carmichael St hacia la catedral de San Jorge, un oasis de calma en la ciudad, que, según dicen, es una de las iglesias de madera más altas del mundo. Se cruza Ave of the Republic en dirección a los puestos de artesanía de Hibiscus Craft Plaza, donde se pueden comprar sandalias y bolsos de cuero de fabricación local (es uno de los negocios más antiguos del país), artesanía indígena y otros recuerdos. Si apetece, se puede cruzar la calle e ir al Museo Nacional de Guyana, un poco anticuado pero gratis (destaca la maqueta a escala real de un perezoso gigante).

Stabroek Market, en el centro de Guyana. © taravelworld1971/Shutterstock

Stabroek Market, en el centro de Guyana. © taravelworld1971/Shutterstock

Más arriba empieza el ajetreo del emblemático Stabroek Market, un mercado con una estructura roja de hierro y una torre del reloj gigantesca. Si se esquivan los microbuses, se podrá ver a los comerciantes que venden desde fruta hasta bollitos dulces. Luego se puede huir del sol de mediodía en el restaurante Hack’s Halaal, en Commerce St, o en el favorito de la zona, Shanta’s, en Camp St, donde sirven curri con dal puri o roti y un zumo de fruta local. En esta zona destacan el bello (pero algo deteriorado) ayuntamiento, construido durante el s. XIX en estilo neogótico, y la estatua de la reina Victoria frente al Tribunal Supremo, a la cual le volaron la nariz y una mano durante una protesta anticolonial en 1954, cuando Guyana aún estaba bajo dominio británico. 

Es buena idea regresar al hotel para refrescarse: Rima Guesthouse para los viajeros con presupuesto ajustado y Herdmanston Lodge para los que cuenten con un presupuesto medio (téngase en cuenta que, desde que Guyana empezó a extraer petróleo en el 2019, el precio del alojamiento ha subido mucho. No hay albergues juveniles baratos, pero sí un número limitado de opciones económicas). Después se sale a comer carne o pescado fresco en FireSide Grill n Chill, o la versión guyanesa del fish and chips (chips de plátano y pescado bien condimentado y rebozado) al aire libre en Nicky’s Fish Shop.

 

Día 2: El rugido del agua 

Empieza la aventura. Un viaje a Guyana no está completo sin la visita a las cataratas Kaieteur, impresionante y rugiente manifestación de la fuerza de la naturaleza, entre frondosa vegetación donde viven pequeñas ranas doradas y donde resuenan las cautivadoras historias populares que cuenta el guía. Conviene reservar con antelación a través de Evergreen Adventures y combinar la visita con las más pequeñas cataratas Orinduik (excursión de un día entero, 350 €, 9.00-17.00).

Si se es muy madrugador, se puede añadir una visita rápida a Plaisance antes de partir. Está a tan solo 5 min en coche del aeropuerto de Ogle y es el lugar donde nació la leyenda guyanesa Eddy Grant, el genio detrás de éxitos como Gimme Hope, Jo’anna y Electric Avenue. Plaisance también fue una de las primeras aldeas de la Guyana Británica en ser comprada por africanos libres tras la plena emancipación en 1838. Al reunir dinero y recursos, aquellas comunidades consiguieron apropiarse de las tierras de las plantaciones donde habían trabajado como esclavos durante años. En la actualidad quedan pocos vestigios que recuerden aquella historia, pero existe una nueva ruta, llamada A Taste of Freedom Tour, que trata de solventarlo.

Después de un día explorando las cataratas de Guyana se aconseja probar la cocina casera del país en el acogedor restaurante privado Backyard Café (unos 25 €), cuyo chef Delven Adams ofreció un cursillo intensivo de cocina guyanesa a Gordon Ramsay cuando este visitó el lugar. Si no se consigue una reserva, se puede ir al vecino (y más económico) Back Yard Barbecue & Grill, una joya fácil de pasar por alto en la concurrida calle principal, donde la acogida es cálida y la comida excelente (se recomienda el pargo a la parrilla y el arroz con leche de coco, si están en la carta). 

 

Días 3 y 4: La selva tropical 

Solo hay algo mejor que sobrevolar el interior de Guyana: atravesarlo. Si el presupuesto es ajustado, se puede tomar un microbús privado hacia el interior y cruzar la selva tropical que cubre el 85% del país hasta la pequeña localidad de Lethem (unos 75 €). El viaje, de entre 12 y 16 h, no es fácil, pero nada supera la sensación de salir de la espesa selva y pisar las extensas y abiertas sabanas y montañas que cubren la mayor parte del sur del país. Incluso es posible ver algún jaguar, oso hormiguero o agutí (un pequeño roedor parecido a un conejillo de Indias). Otra opción es montarse en un avión y cruzar el país en 1 h (unos 290 €).

Mono araña en la rama del árbol en Rupununi. © Homo Cosmicos/Shutterstock

Mono araña en la rama del árbol en Rupununi. © Homo Cosmicos/Shutterstock

En el interior, sobre todo en las regiones de Rupununi del norte y del sur, hay varios ecolodges en paisajes de ríos, bosques y sabanas, desde antiguos ranchos de ganado hasta un centro de investigación científica. Rewa Eco-Lodge ha cosechado premios y reconocimiento por su enfoque comunitario y su labor de conservación. Es posible organizar con ellos la recogida en Lethem; una vez allí, no faltan las actividades: desde rutas en plena naturaleza a la pesca sin muerte del imponente y protegido arapaima. Dada la distancia que hay para llegar y la oferta de actividades, una sola noche no basta.


 
Día 5: El primer rodeo

Según cuando se llegue a Lethem de vuelta, se puede dedicar un rato a explorar esta ciudad fronteriza, justo al lado de Brasil (incluso se puede cruzar por un puente a la vecina Bom Fim). Lethem es un lugar bastante tranquilo, excepto en Pascua, cuando vaqueiros, guyaneses de Georgetown y brasileños acuden al rodeo anual de Rupununi. Este evento, pequeño y tosco, rebosa acción con monta de caballos y toros a pelo, lazo de terneros y ovejas e incluso una carrera de cerdos, todo ello regado con cervezas autóctonas, algún que otro concurso de belleza y sombreros Stetson.

Antes de tomar el avión o el autobús de vuelta a Georgetown, se aconseja visitar las vecinas cataratas Moco Moco, una antigua central hidroeléctrica con 999 escalones que ascienden hasta la cima de la montaña, o la catarata Kumu, un pequeño salto de agua con una serie de pequeñas pozas naturales donde relajarse. De vuelta a Georgetown, se puede reconectar con la ciudad a base de cócteles, hamburguesas y música en directo en Kosmos, uno de los restaurantes de moda del recinto (aún relativamente nuevo) MovieTowne, que incluye un Hard Rock Café. 

 

Día 6: Compras, comida rastafari y vida nocturna 

Conviene madrugar (si el cuerpo lo permite tras el ajetreo de los últimos días) para visitar el animado Bourda Market. Se pueden probar frutas de temporada –como la dulce guanábana, el meloso zapote y los jugosos mangos– antes de explorar la zona cubierta del mercado, donde venden todo tipo de medicinas naturales y hierbas, pescado fresco y en salazón, y otros productos de primera necesidad. También se puede visitar la vecina Guyana Store, que vende productos locales como pan de yuca, salsa de pimienta picante y aceite de coco fresco.

Se puede salir de fiesta toda la noche en el veterano pero siempre popular bar-club-restaurante Palm Court, en la terraza del Altitude Bar o en The Strip, una pequeña hilera de bares junto al vecino Giftland Mall.

 

Día 7: Un poquito de relax

El domingo es el día de relax en Guyana. Como hay pocas playas aparte de la llamada 63 Beach (y el pequeño trecho de arena que hay detrás del Hotel Marriott), casi todos optan por irse al río. Si se madruga, el día puede empezar avistando aves y manatíes al amanecer en los estanques de Botanical Gardens. Después se puede ir en taxi o microbús hasta Pandama Retreat, un artístico refugio en el bosque a 1 h de Georgetown donde darse un fresco chapuzón en un arroyo antes de saborear un rico almuerzo y algunos de los vinos elaborados en el recinto a partir de frutas locales como el mango, el jambul y el jugoso anacardo rojo (hay que reservar con antelación; 29 €/día). 

Flor de Guyana en los estanques de Botanical Gardens. © Mr.Wittawat Charoen/Shutterstock

Flor de Guyana en los estanques de Botanical Gardens. © Mr.Wittawat Charoen/Shutterstock

Se regresa a la ciudad antes de las 16.00 para evitar el tráfico y se pone rumbo a la muralla marítima. Los domingos por la tarde este lugar normalmente tranquilo (y a veces sórdido) cobra vida con un castillo hinchable; vendedores de comida de todo tipo, desde arepas venezolanas hasta fish and chips; puestos de bebidas; y música soca, reggae y dancehall a todo volumen. Es el sitio ideal para brindar por un viaje fantástico… y empezar a planear cuando volver a visitarlo. 

 

El autor

Carinya Sharples

Soy una autora freelance que nació y se crió con historias de Guyana, de donde es mi padre. Quise pasar unos meses conociendo el país y terminé viviendo allí más de tres años, trabajando como periodista y maestra. No hay otro lugar como Guyana en cuanto a riqueza de culturas, paisajes y gastronomía. Todo ello –y la encantadora gente que conocí– es lo que hace que vuelva a visitarla.

Twitter: @carinyasharples
Instagram: @carinya.sharples 

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