Fundados por el papa Julio II a comienzos del s. XVI y ampliados por pontífices posteriores, los Museos Vaticanos pueden presumir de una de las mayores colecciones artísticas del mundo. Las piezas exhibidas, que se distribuyen a lo largo de algo más de 6 km de salas y galerías, van desde momias egipcias y bronces etruscos hasta bustos antiguos, viejos maestros y pinturas modernas. Entre las mayores atracciones están la espectacular colección de escultura clásica del Museo Pío Clementino, una serie de estancias con frescos de Rafael, y la Capilla Sixtina con los frescos de Miguel Ángel.
Estos museos tienen su sede en las salas y galerías -suntuosamente decoradas- del Palazzo Apostolico Vaticano. Este vasto complejo de 55 000 m2 consta de dos palacios conectados por dos largas galerías: el Palacio Vaticano original -más cerca de San Pedro- y el Palazzetto di Belvedere, del s. XV. En el interior hay tres patios: el Cortile della Pigna, el Cortile della Biblioteca y, al sur, el Cortile del Belvedere. Es imposible abarcar todo en un día, por lo que conviene ser selectivo.
La Capilla Sixtina y el Vaticano vistos desde la cúpula de la basílica de San Pedro ©Vadim Bochkarev/Shutterstock
El Museo Chiaramonti es, en efecto, el largo pasillo que recorre el lado oriental del Palacio de Belvedere. A lo largo de sus muros se alinean miles de estatuas y bustos que representan desde dioses inmortales, hasta juguetones querubines y feos patricios romanos. Hacia al final del habitáculo está el Braccio Nuovo (Brazo Nuevo), que alberga una famosa estatua del río Nilo como dios recostado y cubierto por 16 bebés.
Este museo, fundado por Gregorio XVI en 1839, contiene objetos traídos de Egipto en época romana. Entre las fascinantes piezas exhibidas hay una estatua incompleta de Ramsés II en su trono, sarcófagos de vivo cromatismo que datan de aprox. mil años a.C., y una macabra momia.
En lo alto de la escalinata Simonetti -del s. XVIII-, el Museo Gregoriano Etrusco alberga objetos desenterrados de las tumbas etruscas del norte del Lacio, así como una soberbia colección de vasijas y antigüedades romanas. Especialmente interesante es el Marte de Todi, un bronce negro de un guerrero que data de finales del s. V a.C. (se exhibe en la sala 3).
Este impresionante museo contiene algunas de las mejores estatuas clásicas de los Museos Vaticanos, p. ej. el incomparable Apolo de Belvedere y el Laocoonte y sus hijos -del s. I-, ambos en el Cortile Ottagono (Patio Octogonal). Antes de entrar a este patio, lo suyo es admirar el Apoxiómeno --del s. I--, uno de los primeros ejemplos conocidos de estatua con un brazo levantado.
A la izquierda según se entra en el patio, el Apolo de Belvedere es una copia romana del s. II de un bronce griego del s. IV a.C. Es una representación -de hermosas proporciones- del dios solar Apolo, y se considera una de las grandes obras maestras de la escultura clásica. A pocos metros, el Laocoonte y sus hijos representa a un musculoso sacerdote troyano y a sus dos hijos luchando a muerte con dos serpientes marinas.
Volviendo a entrar desde el patio, la Sala degli Animali está llena de criaturas esculpidas (también contiene magníficos mosaicos del s. IV). Siguiendo se llega a la Sala delle Muse, cuyo protagonista es el Torso de Belvedere, otro de los hitos del museo. Se trata de un fragmento de una musculosa estatua griega del s. I a.C. Se encontró en Campo de’ Fiori y fue usado por Miguel Ángel como modelo para sus ignudi (desnudos masculinos) de la Capilla Sixtina.
La siguiente sala --la Sala Rotonda--, alberga una serie de estatuas colosales, p. ej. el Hércules de bronce dorado; también un exquisito mosaico en el suelo. La enorme pila del centro de la sala se encontró en la Domus Aurea de Nerón y está hecha de una única pieza de pórfido rojo.
Los visitantes suelen pasarla por alto, pero la pinacoteca papal está llena de obras de entidad, p. ej. la última obra de Rafael, La transfiguración (1517-1520), y pinturas de Giotto, Fra Angelico, Filippo Lippi, Perugino, Tiziano, Giovanni Bellini, Guido Reni, Guercino, Pietro da Cortona, Caravaggio y Leonardo da Vinci, cuyo inquietante San Jerónimo penitente en el desierto (aprox. 1480-1482) quedó inconcluso.
El techo de la Capilla Sixtina (Museos Vaticanos) ©RPBaiao/Shutterstock
La Capilla Sixtina, que alberga dos de las obras de arte más famosas del mundo, los frescos del techo (1508-1512) de Miguel Ángel y su Juicio final (1536-1541), es un sitio que todo el mundo quiere ver, por lo que, en un día concurrido, el viajero puede encontrarse compartiéndolo con hasta 2 000 personas.
La decoración que Miguel Ángel concibió para el techo, que como mejor se ve es desde el acceso principal a la capilla -en el muro más oriental-, cubre en su totalidad la superficie de 800 m2. Incluye elementos arquitectónicos pintados y una amplia gama de coloridos personajes bíblicos. Se articula en nueve paneles que representan sendas historias del Génesis.
Alzando la vista desde el muro este, el primer panel es la Embriaguez de Noé; siguen el Diluvio universal y el Sacrificio de Noé. Luego, en Caída del hombre, pecado original y expulsión del paraíso se ve, en efecto, a Adán y Eva expulsados del Edén tras aceptar de Satanás -mujer-serpiente enroscada a un árbol- la fruta prohibida. Después vienen la Creación de Eva y la Creación de Adán, una de las imágenes más famosas del arte occidental, en la que un Dios barbado apunta con su dedo hacia Adán, trayéndolo a la vida. Completan la serie la Separación de las aguas y la tierra, la Creación de los astros y las plantas y la Separación de la luz y la oscuridad, con un temible Dios que llega hasta el Sol. Alrededor de estos paneles centrales hay veinte atléticos desnudos masculinos (los ignudi).
Enfrente, en el muro occidental, está el hipnótico Juicio final -también de Miguel Ángel-, con Cristo juzgando, en el centro arriba, las almas de los muertos, sacados de sus tumbas para comparecer ante Él. Los salvados se quedan en el cielo (arriba a la dcha.); a los condenados los mandan con los demonios del infierno (abajo a la dcha.).
Abajo a la dcha. hay un hombre con orejas de burro y una serpiente enroscada por su cuerpo. Es Biagio da Cesena, maestro de ceremonias papal, crítico acérrimo de esta composición de Miguel Ángel. Otra figura famosa es la de san Bartolomé -justo debajo de Cristo-, sosteniendo su propia piel desollada. Se dice que la cara de esa piel es un autorretrato de Miguel Ángel. La mirada de angustia reflejaría la atormentada fe del pintor.
Los otros muros de la capilla también exhiben soberbios frescos. Pintados en 1481-1482 por un equipo de artistas renacentistas de primera --p. ej. Botticelli, Ghirlandaio, Pinturicchio, Perugino y Luca Signorelli--, representan episodios de las vidas de Moisés (a la izda. mirando al Juicio final) y Cristo (a la dcha.). Destacan las Tentaciones de Cristo, de Botticelli, y la Entrega de las llaves a san Pedro, de Perugino.
Además de albergar un arte invaluable, la Capilla Sixtina también cumple una importante función religiosa: es el lugar de los cónclaves que eligen a los papas.
Estas cuatro salas decoradas con frescos -parte de los cuales ahora se están restaurando- pertenecían a las habitaciones del papa Julio II. El propio Rafael pintó la Stanza della Segnatura (1508-1511) y la Stanza d’Eliodoro (1512-1514); la Stanza dell’Incendio (1514-1517) y la Sala di Costantino (1517-1524) las decoraron sus discípulos según sus diseños.
Primero está la Sala di Costantino, con un gran fresco que representa a Constantino derrotando a Majencio en la batalla del puente Milvio.
La Stanza d’Eliodoro, que se usaba para audiencias privadas, toma su nombre de la Expulsión de Heliodoro del templo, obra alegórica que refleja la política de Julio II de expulsar a poderes extranjeros de territorios de la Iglesia. A su dcha., la Misa de Bolsena muestra a Julio II honrando una reliquia de un milagro ocurrido en el s. XIII en la ciudad lacustre de Bolsena. Luego está el Encuentro de León Magno con Atila -de Rafael y su escuela-, y, en el cuarto muro, la Liberación de San Pedro, impactante obra que ilustra la maestría de Rafael para tratar la luz.
La Stanza della Segnatura, despacho y biblioteca de Julio II, fue la primera sala que Rafael pintó, y aquí se encuentra su gran obra maestra La escuela de Atenas, con multitud de filósofos y estudiosos reunidos alrededor de Platón y Aristóteles. Se cree que la figura que hay sentada delante de las escaleras es Miguel Ángel; la de Platón se dice que es un retrato de Leonardo da Vinci; Euclides --el hombre calvo agachado-- es Bramante. Rafael también incluyó un autorretrato en la esquina derecha inferior (la segunda figura desde la derecha).
La obra más famosa de la Stanza dell’Incendio di Borgo es, precisamente, el Incendio del Borgo, que representa al papa León IV apagando un fuego haciendo la señal de la cruz. El techo lo pintó Perugino, el maestro de Rafael.
Es la última de las tres galerías de la planta superior; las otras dos son la Galleria dei Candelabri (Galería de los Candelabros) y la Galleria degli Arazzi (Galería de los Tapices). Tiene 120 m de largo y exhibe cuarenta mapas de Italia del s. XVI.
En internet informan sobre las distintas modalidades de visita disponibles; algunas incluyen los Jardines del Vaticano y Castel Gandolfo. Para evitar lo que pueden ser unas colas atroces, lo suyo es comprar la entrada en línea por adelantado. Se imprime el comprobante y se canjea por la correspondiente entrada, a la hora que le haya sido asignada a uno, ya en el vestíbulo de acceso.
En general las piezas no están debidamente etiquetadas, por lo que tiene sentido adquirir una audioguía (8 € o 9,66 $) o comprarse una guía de los Museos Vaticanos.
Estos museos están bien preparados para visitantes con movilidad reducida; recomiendan itinerarios específicos y disponen de ascensores y de aseos equipados al efecto. Hay sillas de ruedas gratuitamente disponibles en el vestíbulo de acceso y se pueden reservar escribiendo a accoglienza.musei@scv.va. Los padres con bebés pueden entrar con el carrito.
Hay un bistrot majo en el Cortile della Pigna, un complejo de cafeterías de autoservicio, y un café con patio cerca de la Pinacoteca. Para un bocado verdaderamente memorable, mejor salir de los museos e ir a Bonci Pizzarium, uno de los mejores sitios de pizza al taglio (al corte) de toda Roma.