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Ocupada sucesivamente por portugueses, holandeses, ingleses y franceses, la histórica Île de Gorée, Patrimonio Mundial, está envuelta de una calma casi mística. No hay carreteras ni coches, solo estrechos callejones con buganvillas y edificios coloniales de ladrillo con balcones de hierro forjado; una obra maestra visual viva. Pero la calma de Gorée es más meditativa que romántica, ya que los elegantes edificios antiguos son el testimonio del papel que desempeñó en el tráfico de esclavos del Atlántico. Posee una activa comunidad de artistas con pequeños talleres por doquier.