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Los mercados de La Paz, motores que alimentan y propulsan el país, son tan locos, inconexos, coloridos, disparatados, malolientes y destacables que se acabará pasando tardes enteras entre sus tenderetes. Hay secciones de alimentación, de artículos de brujería, de objetos robados (quizá la cámara que han robado al viajero), de tuberías y poliestireno (en todas las formas imaginables) y de frutas, flores y pescado cuyo hedor provoca una sobrecarga olfativa.