Dispuestas a erigirse en uno de los destinos de surf más descollantes del mundo, las Salomón se han despojado de su condición de país desfavorecido del Pacífico sur. Las actividades acuáticas –como el esnórquel y el buceo– puede que sean lo que pone las islas en el mapa, pero los viajeros que se alejen de los jardines de coral y las playas de arena blanca descubrirán una rica biodiversidad, increíbles rutas de senderismo y tradiciones culturales centenarias.
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✩ Las mejores aventuras de isla en isla
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El secreto mejor guardado del surf
Frente a la costa de la isla de Gizo –a poca distancia en barco bananero de los bungalós sobre el agua del Fatboys Resort–, las olas alcanzan su punto máximo y avanzan hacia la costa, creando rompientes de izquierda y de derecha. Cada fin de semana, los lugareños se reúnen aquí en el marco del Women Make Waves, un programa para aprender a surfear relativamente nuevo. Los demás días, sin embargo, los rompientes están poco concurridos, un oleaje increíble que espera ser descubierto. Lo mismo podría decirse del resto de las islas Salomón. Solo reciben 26 000 visitantes al año, muchos de ellos amantes de la historia de la II Guerra Mundial o incondicionales de las aves. Pero esto puede cambiar, ya que el surf es una de las múltiples aventuras al aire libre que ofrecen aquí.
Considerados uno de los mejores destinos de buceo del Pacífico sur, los arrecifes de las Salomón ocupan 5750 km2 y contienen la segunda mayor diversidad de corales del planeta, con más de 490 especies conocidas. Cientos de barcos y naves de la II Guerra Mundial cubren el fondo marino, creando arrecifes artificiales que rebosan de vida y permiten ver tiburones, tortugas y dugones. Los buceadores con tubo no quedan excluidos de la acción. En Bonegi Beach –a un corto trayecto desde la capital, Honiara–, se puede hacer esnórquel sobre el Kinugawa Maru, un mercante japonés de 135 m que fue atacado de camino a Guadalcanal en noviembre de 1942.

Una casa de estilo tradicional, cerca de Gizo, ©Creadores de Wirestock/Shutterstock
Un motivo para abandonar la costa
No es de extrañar que muchos visitantes prefieran no moverse de las aguas cristalinas que rodean las 992 islas y atolones de coral del país. Aun así, merece la pena emprender una excursión al montañoso interior, que atesora una rica biodiversidad –4500 especies de plantas y 72 especies de aves endémicas como el martín pigmeo Makira y el anteojitos de las Salomón–, además de un pasado cultural aún más vibrante.
Los primeros habitantes de las islas fueron los melanesios, hace unos 4000 años. En la actualidad, todavía perviven sus tradiciones, como 63 idiomas distintos y el comercio con monedas hechas de conchas, que se celebra cada año en el Shell Money Festival en Malaita. Históricamente, sin embargo, estas comunidades no vivían en la costa: antes de la llegada de los misioneros cristianos en el s. XIX, los pueblos se escondían en el interior de los espesos bosques pluviales de las montañas que cubren gran parte de las islas. Allí era más fácil defenderse de los ataques de los enemigos. Se pueden ver los vestigios del pasado de caza de cabezas ritualista en una excursión de un día a la isla de Skull, cerca de Munda, donde se siguen exhibiendo las calaveras curtidas por el sol.
Existen muchas oportunidades para disfrutar de la belleza de los bosques. Los huéspedes de Imbu Rano, en la isla de Kolombangara –una cabaña desconectada de la red muy apreciada por los visitantes– se despiertan para ver la bruma que envuelve el cráter de 1698 m del monte Rano. Desde allí hay acceso directo a unas rutas de senderismo que apenas recorren 100 personas al año. Los guías locales pueden indicar los vestigios de antiguos pueblos por el camino hasta las cascadas ocultas entre los arbustos. Cerca de Honiara, una excursión al interior de la isla de Savo recompensa a los senderistas con una zambullida en una cascada sagrada de agua humeante, calentada por un volcán activo.

Tropical Beach, Islas Salomón, Honiara, ©Gracetown/Shutterstock
Acceso a aventuras vírgenes
Es fácil hacer comparaciones entre las islas Salomón y las vecinas Fiyi y Vanuatu. Y, por supuesto, si se quiere descansar en una playa con un cóctel, también es posible. Las playas incluso tienen dos tonalidades: blanco deslumbrante y negro volcánico. Pero no hay que confundirse: aquí no hay complejos turísticos todo incluido, y la conectividad todavía está en ciernes. El internet de alta velocidad vía satélite de Starlink ha supuesto una gran mejora, pero sigue siendo limitado.
Quienes busquen vacaciones de playa con un lado aventurero, aquí encontrarán un lugar fácil y seguro: se puede ir de isla en isla en barco bananero, ferri o pequeños aviones (Solomons Airlines opera regularmente 23 destinos domésticos). Parece un mundo aparte, pero llegar no es tan complicado; hay un vuelo directo de 3 h desde Brisbane, Australia, o de 6 h desde Auckland, Nueva Zelanda. El inglés se habla en todas partes y el pidgin de Salomón es fácil de entender. Y quizá más importante, ayudarse unos a otros se considera kastom (costumbre). En las Salomón, la hospitalidad no solo es un servicio al cliente, está profundamente integrada en la cultura.

Islas Savo en las Islas Salomón, ©Eugene Kerekere/Shutterstock
No te vayas sin…
Ver un espectáculo cultural en Kuila Village, en la isla de Savo, frente a la costa de Honiara. En este pueblo tradicional de apenas 200 habitantes, los residentes hablan el savosavo, un idioma en peligro de extinción de los 60 que se hablan en las islas. En el cercano Savo Sunset Lodge pueden ayudar a planear la visita.