Un viaje de aventura entre carreteras, valles, gargantas, dunas y pueblos con historia
Al sur del sur, más allá de la sofisticada y exótica Marrakech, se extiende el misterioso desierto del Sáhara, siempre invitando a la aventura. Marruecos es la puerta más accesible y segura a ese infinito desierto que ocupa buena parte de África.
Desde Marrakech o desde Ouarzazate se pueden descubrir lugares mágicos como las gargantas del Dadès o de Todra, los oasis del Valle del Draa donde se inicia el desierto de Merzouga, las dunas del Erg Chigaga o las cinematográficas fortalezas de Ait Ben Hadu.
1. Pasear por el Shangri-La marroquí: el aislado valle de Ait Bouguemez
En cuanto se sale de Marrakech uno se encuentra en territorio de aventuras y en lugares insospechados, como el valle de Ait Bouguemez, en el Alto Atlas Central. Aunque algunos caminos siguen siendo accesibles solo en mula o todoterreno, el asfaltado ha permitido una entrada sin precedentes al “valle feliz” de Marruecos, con sus torres de adobe, inhremt (casas reforzadas con piedra) rojizas y ricas terrazas cultivadas. Desperdigados por el valle, 25 duars (pueblos) se mimetizan con sus espectaculares fondos. Las laderas están salpicadas de pequeñas parcelas de trigo y cebada dentro de terrazas con muros de piedra. En lo alto de las montañas se puede ver a los aldeanos recogiendo plantas silvestres para preparar remedios de hierbas y tintes naturales para alfombras, y en el amplio valle se suceden las huertas de manzanos, almendros y albaricoqueros, junto a algarrobos, membrillos, granados y cerezos.
El valle, en forma de Y, se centra alrededor de la zagüía de Sidi Musa, que descansa sobre una columna cónica con los pueblos de Imelgas y Ikhn-n-Ignir al noreste, Tabant al este y Tikniuine y Aguti al suroeste. Tabant, con su zoco dominical, su escuela y el centro oficial de formación de guías de montaña, es el corazón del valle y principal nudo de comunicaciones.
Hasta aquí llegan los visitantes, sobre todo para hacer senderismo y pasear sin prisas entre los pueblos del fondo del valle. En el camino, se recomienda pasar por alguna de las 40 asociaciones y cooperativas locales para ver cómo están creando su propia marca de turismo sostenible. Y para ver una puesta de sol espectacular, se puede llegar hasta la zagüía del morabito local, Sidi Musa, patrimonio de la Unesco. No es una senda fácil pero es un rincón muy auténtico que merece la pena conocer.
2. Seguir las rutas comerciales del desierto por el valle del Draa
Desde Ourzazate la carretera nos lleva por el sureste al valle del Draa, formado por una estrecha cinta de agua del Alto Atlas que de vez en cuando emerge en un oasis, particularmente entre Agdz y Agora, un tramo de unos 95 km, para el que se necesitan entre tres y cuatro horas. Los que tengan más tiempo, pueden seguir la excursión con un circuito al este desde Agdz al campo de dunas Erg Chebbi, cerca de Merzuga y volver a Ouarzazate por las gargantas de Todra y Dadès.
Agdz es un clásico oasis de caravasares con antiguas kasbas o fortalezas de adobe, un palmeral aún virgen y una cárcel secreta en el desierto. En el horizonte se asoma el Yebel Kisane y el Tizi’n Tinifit’ft, unas montañas en las que parece que brilla la nieve, pero en realidad es el sol reflejado en los depósitos de mica.
Zagora es uno de los puestos remotos del desierto más famosos. Aquí iniciaron los saadíes la expedición de la conquista de Tombuctú en 1591, y las caravanas del desierto le dieron a este aislado lugar un carácter cosmopolita. Hoy, Zagora sigue siendo lugar de comercio y reunión y acoge un zoco regional los miércoles y domingos, además de distintos festivales.
3. Observar las estrellas en las dunas del Erg Chigaga
Entre los oasis del desierto, destaca M’Hamid, una parada de caravanas que durante mucho tiempo quedó aislada por el enfrentamiento entre Marruecos y el Frente Polisario (Argelia está solo 40 km al sur). Desde 1990 volvieron los visitantes, que sobre todo van para ver las dunas que llegan casi hasta la localidad. Pero para verse envuelto por grandes dunas, hay que atravesar en todo terreno, dromedario o camello el reg, el compacto desierto de roca.
Las dunas más famosas son las de Erg Chigaga. Sus suaves picos están a varios días a pie o a 2 horas en coche desde M’Hamid. Es el mayor mar de dunas de Marruecos y serpentea 40 km siguiendo el horizonte y limita al norte y sur con cadenas montañosas. Este mar de medias lunas doradas, que alcanzan 300 metros de altura, oculta pequeños campamentos semipermanentes en sus depresiones. Así, la vida en el desierto es aquí tranquila y envolvente, y ofrece espectaculares cielos nocturnos.
Para hacer la excursión a Erg Chigaga conviene reservar con antelación los guías, el campamento y el itinerario. A la sombra de la duna más alta de Erg Chigaga se encuentra el campamento con tiendas más lujoso de Marruecos, con 13 tiendas de 25 metros cuadrados cada una, equipadas con alfombras de pared a pared, camas artesanales, sábanas de percal e iluminación con energía solar.
4. Aldeas y geología increíble en la garganta del Dadès
En la sombra pluviométrica del Atlas Medio, la garganta del Dadès representa un paisaje espectacular: montañas de color teja y malva que muestran los estratos zigzagueantes y las formaciones rocosas con protuberancias. En primavera, el agua anega el valle, donde los canales de riego las distribuyen a los trigales y huertos de higueras, almendros y olivos. Una serie de kasbas y ksur en ruinas bordean el valle en los pueblos bereberes de Ait Yul, Ait Arbi, Ait Udinar, Ait Ufi y Ait Tushsine.
Los nómadas siguen viviendo en las montañas circundantes con sus rebaños (se pueden ver algunas de sus cuevas trogloditas desde el campamento Berbere de la Montagne) y usan el valle como lugar estacional para el ganado, entre los pastos estivales del Alto Atlas y su hogar de invierno en el Yebel Saghor.
En esta zona del país el viajero puede darse un atracón de gargantas: de Dadès a Todra. La pista de 42 km desde la garganta del Dadès hasta Tamtatuchte, en la de Todra, supone un duro trayecto de 5 horas por tortuosas colinas y valles, lleno de peñascos, de Tizgui n’Uada. Es una ruta para realizar solo en todoterreno, en verano y con un guía local. Probablemente uno acabe charlando con los pastores, tomando un té e intercambiando historias.
5. Pasear entre palmeras en el oasis de Skoura
Cuando las caravanas cargadas de oro y especias llegaban a Skoura, los camellos debían de estar sedientos. Después de un viaje de dos meses y medio atravesando el Sáhara, los comerciantes tuaregs descargaban sus mercancías en Skoura y los montañeros del Atlas Medio las cargaban de nuevo sobre mulas para llevarlas a Fez. Actualmente Ouarzazate, 39 km al oeste, es el centro comercial de la región, pero los castillos históricos de adobe de Skoura siguen en pie y los comerciantes del desierto abarrotan los zocos de los lunes y jueves, repletos de intensos aromas.
Recorrer la red de caminos polvorientos del enorme palmeral de Skoura puede ser todo un reto, así que conviene invertir en un guía. Skoura se caracteriza sobre todo por sus kasbas de adobe y los amplios palmerales protegidos por la Unesco, que le han valido el nombre de “oasis de las mil palmeras”. Más de 24 km de huertos se riegan gracias al khettara, un antiguo sistemas de esclusas, palancas y canales. Hay más de un centenar de aves entre sus árboles.
6. Salirse de las rutas más transitadas haciendo excursionismo, 'rafting' o escalada en el valle de Ahansal
Una de las excursiones preferidas por los marroquíes y los viajeros para pasar el día son las cascadas de Ouzoud, a unos 167 km de Marrakech, al noreste de Demnate. El Ued Uzud tiene una caída de 110 en el cañón de Ued el-Abid en tres pisos de cascadas, espectaculares sobre todo de marzo a junio.
Pero a los amantes del rafting, el excursionismo o la escalada les gusta llegar a lugares como Zauiat Ahansal, en un importante cruce de caminos entre el Alto Atlas Central y las planicies de Marrakech, bendecido con agua fresca y abundantes pastos. La región fue en un pasado muy próspera y sus bibliotecas, escuelas religiosas, casas de santos e ighirmin (graneros comunitarios) muy ornamentados dan fe de este rico patrimonio cultural. Todavía hoy es un importante centro de peregrinaje.
Desde este lugar la región tiene muchos rincones para descubrir y en particular vías para escaladores expertos. También desde aquí se puede llegar a la escuela de kayak de la presa de Bin el-Udaine que se instala una vez al año entre abril y mayo durante 10 días. Es una experiencia para aprender a practicar kayak y visitar el valle de Ahansal.
7. Los oasis del sur: Ouarzazate, Ait Ben Hadu y la ‘kasba’ de Teulet
Otra opción para escapar de Marrakech es visitar el cada vez más turístico Ouarzazate, centro administrativo de los oasis del sur, y punto de origen de muchas excursiones al sur por el Draa hasta M’Hamid y el campo de dunas de Erg Chigaga, o al este, a través de Skoura, siguiendo el valle de Dadès hasta Merzuga y el campo de dunas, más pequeño de Erg Chebi.
Se pueden conocer algunas de estas fortalezas, como Teulet, que ocupó una posición privilegiada hasta de la independencia marroquí. Aquí hubo una próspera comunidad judía en cuyas manos estaba el importante comercio de la sal de unas minas de sal que todavía hoy continúan su actividad: la preciada sal rosa del Ued Mellah (río de la Sal) se llegó a aceptar como divisa. Cerca de la kasba se encuentran los restos de un antiguo pueblo de esclavos. Los estrechos oasis de los valles fluviales más allá de Teulet están bordeados por restos de kasbas de los glauis, gargantas repletas de cuevas y antiguos pueblos fortificados como Anmiter (a 11 km de Teulet), con dos kasbas de color rojo muy bien conservadas y un mellah histórico.
Pero más famosa que Teulet es la kasba de Ait Ben Hadu, protegida por la Unesco. Sigue recordando sospechosamente al caravansar almorávide del s. XI que fue, y se reconoce fácilmente porque allí se rodaron películas como Lawrence de Arabia, Jesús de Nazaret, Gladiator o La joya del Nilo. No hay apenas residentes, pero sí bastantes visitantes. Para ver una kasba menos retocada se puede ir a Tamdaght, 7 km al norte por una carretera asfaltada. La fortificación está en ruinas y solo la habitan cigüeñas.
Y la joya de esta ruta por el sur es Ouarzazate, estratégicamente situado, durante siglos. Aquí se reunían las gentes de los valles del Atlas, el Draa y el Dadès, para hacer negocios en la kasba hasta que llegó la industria del cine, en los años cincuenta. Los estudios de Ouallywood se han ganado la fama de conseguir escenarios exóticos para películas ambientadas en el Tíbet, la antigua Roma, Somalia y Egipto. Se pueden visitar el museo del cine (pequeño y polvoriento) y los Atlas Film Corporation Studios donde se exponen escenarios y decorados.
8. Pasar el fin de semana como los marrakechíes en Ouirgane
Cuando Marrakech suda, los marrakechíes se escabullen a la apacible Urigane para disfrutar de las brisas del Alto Atlas, caminar tranquilos senderos por aldeas vírgenes y descubrir románticos retiros campestres. Para quienes estén cruzando el Tizi n’Test con origen o destino en Tarudant, Ouirgane es una parada excelente para comer, relajarse y divertirse.
Uno de los rincones más aconsejables es L’Oliveraie de Marigha, un olivar que sirve pizzas hechas en el horno de leña en torno a una piscina con vistas al Alto Atlas. A estos bungalós llegan cada fin de semana gentes de todas partes. También se puede disfrutar de la bucólica vida de campo al estilo marrakechí en Chez Momo o en el Domaine Malika, el antídoto perfecto a la introspección de los riads de la medina, con unas vistas estupendas de las cumbres del Alto Atlas.