Friburgo, Alemania

Texto por
Varios autores de Lonely Planet
Friburgo, Alemania
Ekaterina Pokrovsky / Shutterstock

Friburgo y su encanto alemán

Con calles empedradas, casas con gabletes, una antigua universidad y un perfil urbano presidido por el chapitel de su catedral, Friburgo cumple con todos los requisitos del cliché alemán. Pero que nadie se engañe: bajo esa apariencia de postal aguarda una de las urbes más vibrantes y sostenibles del país. Con muchos premios ecológicos en su haber, la carismática capital de la Selva Negra tiene mucho que enseñar para vivir de forma responsable.

Pasión por el medio ambiente

Friburgo ha sido pionera del movimiento ecologista en Alemania desde que, en 1975, los activistas locales impidieron la construcción de una central nuclear en las inmediaciones. Una inteligente red de transporte público, el doble de bicicletas que de automóviles e infinidad de espacios verdes son algunos de los ingredientes básicos de su cóctel ecologista. A ello hay que agregar los muchos paneles solares en viviendas, edificios públicos, iglesias y hasta en el estadio de fútbol para aprovechar la abundante luz solar de la región.

Todo ello contribuye a crear la envidiable calidad de vida de Friburgo, algo de lo que sus 232 000 habitantes están orgullosos –y con razón– y que convierte a esta recoleta ciudad en un lugar cautivador. 

Plaza del Ayuntamiento de Friburgo
Plaza del Ayuntamiento de Friburgo © tichr / Shutterstock

Tentaciones del casco antiguo

Pasear sin rumbo por el casco antiguo y conocer el ambiente despreocupado de Friburgo es un placer gracias a su amable trazado, sus plazas ribeteadas de cafés y la ausencia de coches. Después de que buena parte de la ciudad quedara destruida tras los bombardeos de la II Guerra Mundial, urbanistas con visión de futuro decidieron reconstruir el centro de acuerdo a su trazado medieval y prohibir el tráfico motorizado en él. 

Se puede empezar en la imponente catedral gótica, Freiburger Münster, con su chapitel que se alza hasta las nubes, sus gárgolas burlonas y su intrincado portal. La luz que atraviesa los vitrales caleidoscópicos crea el ambiente de recogimiento que el interior requiere. Conviene fijarse en el altar, donde hay una obra maestra de Hans Baldung Grien, pupilo de Alberto Durero. 

Si la catedral es el corazón espiritual de Friburgo, el concurrido mercado de la plaza aledaña es su alma culinaria. Un festín de sabores y colores se juntan cuando las paradas se llenan de productos locales y de temporada. Y, si nos entra hambre, siempre podemos deleitarnos con el tentempié local de culto: la lange Rote, la famosa salchicha de la ciudad alemana.  

Todtnauer wasserfall
La cascada Todtnauer © Goran Vlacic / Shutterstock

Hacia las montañas

Los viajeros aficionados a los mitos y leyendas deberían salir de la ciudad y adentrarse en la vecina Selva Negra, donde cada aldea de vigas entramadas parece salida de un cuento de hadas. A cada curva de la carretera se verá un paisaje que provocará una sonrisa: cascadas, lagos resplandecientes, relojes de cuco del tamaño de una casa, viñedos y cafeterías que sirven la celebérrima tarta Selva Negra empapada en kirsch. 

Pero son el excursionismo, el ciclismo y otras actividades de bajo impacto por la naturaleza los que realmente le conectan a uno con esta tierra. Una de esas maravillas es el Westweg, el primer sendero de larga distancia de Alemania, trazado por intrépidos pioneros hace un siglo. Esta ruta de 285 km atraviesa valles y bosques, pasa por picos y lagos impregnados en leyendas. Un verdadero clásico, pero hay que estar en buena forma.

El Schwabentor en Friburgo
Atardecer en el Schwabentor © Adrian Hirt / Shutterstock

 

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