Una escapada a Kotor, la fotogénica ciudad a orillas del Adriático

Texto por
Lorna Parkes, autora de Lonely Planet
El impresionante entorno de Kotor, Montenegro
Gilmanshin / Shutterstock

Kotor, TOP 1 ciudad  #BestinTravel 2016

Kotor, en Montenegro, es bello desde todos los ángulos. Tras las murallas, los lugareños toman café fuerte en las terrazas al aire libre y hacen cola para comprar pan recién hecho en las panaderías, en un laberinto de callejones y plazas. Más allá, la bahía homónima rodeada de montañas es uno de los rincones más fotogénicos de Europa. Lo mejor de todo es que los grandes cruceros aún no han masificado esta maravilla mediterránea: hay que visitarla antes de que la invadan. 

Rodeado de capas de roca por todas partes, en Kotor es imposible sacar una foto sin que aparezca una montaña al fondo. Hay que admitir que es fotogénica desde cualquier ángulo, y más allá de las murallas históricas de la ciudad se halla la preciosa bahía de Kotor, lo más parecido a un fiordo que puede haber en el Mediterráneo.

Y entre la una y la otra, una ciudad vital cuyos habitantes se ponen al día en los cafés de sus plazas adoquinadas, van a por el pan o llevan los zapatos a remendar a las tiendas de toda la vida. En el laberinto de calles y plazas con iglesias de Kotor solo se puede hacer una cosa: perderse y disfrutar de la vida local.

Nada de restaurantes. Los sabores de Kotor están en sus tiendas y mercados, resguardados tras los muros del Stari Grad (casco antiguo). Allí se pueden probar quesos ahumados con nueces o pistachos, gotas de miel dorada y jugosos jamones, para ir después a las pequeñas bodegas y escuchar las recomendaciones de los lugareños entusiastas sobre los maravillosos tintos embotellados allí mismo.

A Kotor a veces la llaman la pequeña Dubrovnik, pero eso es quedarse corto. Mientras su hermana mayor en Croacia sea presa de los cruceros turísticos, el apodo no le hace ningún favor. En realidad, la comparación es más bien un mal presagio: parece que cada vez son más los cruceros del sur de Europa que quieren atracar en el diminuto puerto de Kotor. Con una bahía de color zafiro tan bella, lo extraño sería lo contrario. 

Por suerte, esas hordas turísticas que vienen y van de los cruceros aún no han dejado huella en esta pintoresca ciudad. Hay pocas tiendas de recuerdos y, tras las murallas, el Stari Grad de Kotor conserva su ambiente. Nadie sabe cuánto durará esta vida apacible, pero si el modelo es el de Dubrovnik, la cuenta atrás ya ha comenzado.

Para llegar al mirador de la colina de San Iván hay que subir 1200 m por los maltrechos escalones de las fortificaciones de la ciudad. Solo algunas partes de la muralla original son practicables, pero se puede llegar hasta la pequeña iglesia junto al acantilado para disfrutar de grandes vistas de la bahía. 

Al explorar la bahía y sus románticas aldeas en barco se comprende por qué los romanos levantaron allí sus villas y los venecianos, sus palazzos. En el centro se alza Nuestra Señora de las Rocas, una isla del s. XV con una iglesia llena de frescos y una heladería. 

La carretera que sube al monte Lovćen tiene 25 curvas cerradísimas y debe de ser uno de los mejores trayectos en coche del mundo. Hay que estar dispuesto a parar un montón de veces, porque las vistas de la bahía mejoran a cada curva.

No hay guía que pueda describir al viajero las fortificaciones de Kotor, aferradas a las rocas como la perturbadora cola de un dragón. Empezaron a construirse, subiendo casi en vertical por el monte Lovćen, en el s. IX. ¡Toma nota, Escher!

Los gobiernos venecianos, austríacos y yugoslavos contribuyeron a un gran legado que todavía está presente en las curiosas tiendas de antigüedades de Kotor, ocultas tras puertas sin rótulos y llenas de exquisitas alfombras balcánicas, delicados encajes mediterráneos, jarrones de estilo art nouveau y prendas históricas, entre otros objetos.

 

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