Panorámicas de aúpa en la Cataluña más volcánica con el Grand Tour catalán

Texto por
Jordi Monner, de Lonely Planet
Mirador de Fontabla, Queralbs, Pirineos.
© @LluisCarro

Descubre el tramo 4 de la gran ruta circular catalana

En un mundo que cada vez se nos antoja más pequeño gracias a los avances en las comunicaciones, hablar de un Grand Tour puede evocar un periplo del pasado, uno de esos viajes a tierra ignota emprendidos por legendarios exploradores, hoy ya imposibles en un planeta mapeado mil y una veces. Nada más lejos de la realidad: el Grand Tour de Cataluña (www.grandtour.catalunya.com) una propuesta muy actual, eso sí, con sus dosis de aventura, emoción y descubrimiento, una ruta circular por todo el principado, pensada para ser recorrida en coche de manera sostenible, que permite ir descubriendo a lo largo de su trazado rincones muy bien guardados en un viaje cargado de novedosas experiencias, todas ellas respetuosas con el medio ambiente.

 

Cualquier época es buena para el Grand Tour

Además, para descubrir todo lo que aguarda sin la premura del calendario y vivir a fondo sus experiencias, el Grand Tour está pensado para hacerse en cinco tramos y en cualquier época del año, huyendo así de la esclavitud a la que obligan las vacaciones estacionales. 

En estas líneas hablaremos del cuarto tramo, el que se inicia en La Seu d’Urgell, con su espectacular catedral románica, y termina en Figueres, ciudad íntimamente ligada al universal Salvador Dalí. Y como este es un tramo montañés, que discurre por el Pirineo, la sierra del Cadí y los volcanes de la Garrotxa, vaya de antemano que en cada parada será fácil reponer fuerzas a base de quesos y embutidos que sorprenderán por su singularidad y calidad, junto a platos de caza, contundentes guisos ancestrales y nuevas propuestas gastronómicas con aromas serranos. Además, las vistas panorámicas, todas de aúpa, fascinarán a cualquier instagramero que se precie. 

Fotografiando el pueblo de Rupit. © Oriol Clavera

Fotografiando el pueblo de Rupit. © Oriol Clavera

 

Picasso a los pies del Pedraforca

En La Seu d’Urgell, punto de partida, donde se levanta la única catedral íntegramente románica de Cataluña, es preceptivo pasear por las semiporticadas calles Major y Canonges y comprar algún queso extraño en una de las tiendas que se cobijan bajo sus soportales. Ya en el coche, pronto se asciende por la sierra del Cadí, pasando por pequeños pueblos de montaña, a cuál más evocador, como Gòsol, entre cuyos ilustres visitantes estuvo Picasso, quien en 1906 pasó una temporada allí mientras dejaba atrás sus épocas rosa y azul y se asomaba al cubismo. Por cierto, el pueblo descansa a los pies del imponente Pedraforca, con su inconfundible silueta, destino predilecto de escaladores de todo el planeta.

Carretera por Berga, capital de Berguedà. © Inmedia

Carretera por Berga, capital del Berguedá. © Inmedia

Tras un paseo por el Berguedà, con bosques llenos de buscadores de setas en las húmedas mañanas de otoño, se enfila nuevamente hacia el corazón del Pirineo para recorrer la Cerdanya, cuyos pueblos de casas de piedra, todos ellos presididos por viejos campanarios, son puntos de partida de rutas de senderismo por parajes que mutan completamente en cada estación, entre ellos Bellver de Cerdanya y Llívia, rodeada esta última de territorio galo por todas partes y que muestra orgullosa la farmacia más antigua de Europa, o minúsculos núcleos como Alp, de sobras conocido por los amantes del esquí. Eso sin hablar de Puigcerdà, cuyo pequeño lago se ha convertido en una de sus imágenes más icónicas.

 

¡Shangri-La existe!

Senderismo por Queralbs, en el Puigmal. © Inmedia

Senderismo por Queralbs, en el Puigmal. © Inmedia

Una estrechísima y empinada carretera conduce a Castellar de N’Hug, donde nace el río Llobregat, que tras un recorrido de 175 km vierte sus aguas en el Mediterráneo. Y luego se va a Ripoll, cuyo monasterio, cargado de historia, luce una portada del s. XIII con tal cantidad de escenas grabadas que le han valido el sobrenombre de la “Biblia de piedra”. Continuando hasta Ribes de Freser o Queralbs, habrá que aparcar el coche para ascender al santuario de Núria, un auténtico Shangri-La en medio del Pirineo, solo accesible en un tren cremallera que asciende por parajes no aptos para pusilánimes; aquí uno tiene la sensación de estar apartado de todo, de absolutamente todo. 

Desde Camprodon, la cita siguiente de este tramo del Grand Tour, con sus mansiones modernistas, su viejo Pont Nou y sus célebres galletas artesanas, parte la carretera de Beget, perdido en medio del bosque, lo más parecido a un pueblo de pesebre que pueda encontrarse en centenares de kilómetros a la redonda.

Pueblo de Beget. © Maria Rosa Vila

Pueblo de Beget. © Maria Rosa Vila

 

Contemplar volcanes desde el cielo

Siguiendo hacia la Garrotxa, tierra de volcanes con una fuerza telúrica sobrecogedora, se pasa por Castellfollit de la Roca, vertiginosamente asomado a un precipicio. Ya en Olot hay que visitar el Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa, fácilmente visible desde el cielo a bordo de un globo aerostático, y perderse por la Fageda d’en Jordà, un hayedo que puede ser descubierto a pie, en bicicleta o a la vieja usanza, en carruaje de caballos. Y a la hora del almuerzo, nada mejor que un buen plato de fesols (alubias) en el cercano pueblo de Santa Pau. 

Las siguientes citas son el lago de Banyoles, con su propia leyenda, donde pueden practicarse todo tipo de deportes acuáticos, la medieval Besalú, que transportará al visitante a una época de justas y caballeros, y finalmente, Figueres, donde espera el surrealismo del Teatre-Museu Dalí, con su insinuante rostro de Mae West. 

Puente románico de Besalú. © Inmedia

Puente románico de Besalú. © Inmedia

 

Una ruta sostenible

Tras recorrer este tramo del Grand Tour, uno habrá contemplado paisajes volcánicos a vista de pájaro, llegado a parajes prácticamente inaccesibles, revivido una historia que se remonta al medievo, probado rica gastronomía de montaña y sucumbido ante el legado de artistas universales. Todo ello con el añadido de que, como estos paisajes mutan en cada estación, puede recorrerse en diferentes épocas del año y contemplar en cada una realidades completamente distintas. Eso sí, solo se le pide al viajero que, además de disfrutar la experiencia al máximo, sea cuidadoso con todo lo que le rodea, pues mantener el frágil ecosistema de la Fageda d’en Jordà, del Cadí o de los prados de la Cerdanya exige que minimicemos la huella de nuestro paso por esos pedazos de belleza ancestral.

 

Lonely Planet ha escrito este artículo con el apoyo de Agència Catalana de Turisme. Los autores de Lonely Planet aseguran su integridad y su independencia editorial siguiendo su propio criterio al margen de las instituciones que han prestado algún tipo de colaboración y nunca prometiendo nada a cambio como, por ejemplo, reseñas positivas.

 

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