En el pasado Tokio fue dos ciudades, con samuráis al oeste y residentes al este. Hoy en día quienes visitan la capital de Japón aún pueden encontrar ecos de esa doble personalidad.
Tokio nunca permanece en silencio demasiado tiempo, pero el contraste entre su cara más sofisticada y sus rincones más terrenales se ha convertido en una constante, una que los recién llegados a la capital pueden descubrir por sí mismos. Edo, como se la conocía antaño, era en realidad dos ciudades. En la parte alta, al oeste, estaba el Yamanote ('mano de la montaña'), donde los señores feudales y los samuráis se reunían en torno al castillo de los shogunes, los gobernadores militares de Japón desde 1603 hasta 1867. Para dar servicio a estos barrios prósperos, el Shitamachi ('ciudad baja') creció en las marismas al este. Los ciudadanos normales vivían en un avispero de estrechas casas de madera y tiendas, que pronto se convirtió en la ciudad más grande del mundo. A continuación te descubrimos todo aquello que no te puedes perder de estas dos caras de Tokio.
La identidad de Shitamachi ha demostrado ser más fuerte, y un lugar donde todavía parece mantenerse viva es en el barrio de Asakusa. Las personas que han crecido aquí se enorgullecen de ser edokkos, es decir, “hijos de Edo”, y tienen algo de la fortaleza heredada de las generaciones que tuvieron que vivir en viviendas atestadas, que se quemaban con una frecuencia demoledora. La introducción habitual a Asakusa es la avenida de tiendecitas que lleva desde Kaminarimon ('puerta del trueno') hasta Senso-ji, el templo más antiguo y concurrido de la ciudad. Más allá de los tenderetes de alimentos para picar y los vendedores de cachivaches, devotos y turistas compran amuletos para la buena suerte, queman incienso en el brasero de la entrada y arrojan monedas en la gran caja para ofrendas bajo el tejado protector de la sala principal.
Cualquier pensamiento meditativo es interrumpido a intervalos regulares por los gritos de las montañas rusas del cercano parque de atracciones de Hanayashiki, que funciona desde 1853. Entonces, como ahora, Senso-ji era un lugar de diversión para las masas, no un retiro zen. La fundación del templo se remonta al año 628 d. C., cuando se dice que dos hermanos que estaban pescando en el río Sumida atraparon en sus redes una pequeña estatua dorada. Senso-ji se construyó para albergar esa estatua, pero se la declaró casi de inmediato hibutsu ('Buda escondido'), demasiado sagrada para ser expuesta a la mirada pública. Así que mientras el templo milagroso se convirtió en el corazón de la parte baja, la estatua que constituye la médula de Senso-ji se ha mantenido fuera de la vista durante trece generaciones.
Al otro lado de la línea Yamanote hacia Asakusa está Meiji Jingu, un santuario sintoísta construido casi enteramente de madera sin uso de clavos y con una decoración espartana y que está (casi) tan concurrido como Senso-ji. Omotesando, la grancarretera que llevaal templo de Meiji Jingu, es una de las avenidas más espléndidas de la ciudad. Conocida como “la respuesta de Tokio a los Campos Elíseos”, alberga todas las grandes marcas, con tiendas como embajadas, algunas de las cuales lucen lo más atrevido de la arquitectura de las últimas dos décadas. Bajando el río desde Asakusa, el mercado central de Tsukiji se ha convertido en una atracción para los turistas de un modo que jamás se previó al construirse en 1935. Este espacio cavernoso bajo un tejado de acero corrugado es el lugar donde se vende y se compra el 70% del pescado que se come en Japón. Las largas colas que hay en su exterior señalan que es uno de los mejores sitios de Japón para comer sushi.
Pero además del sushi, Tokio inventó los fideos soba y la tempura. Con tal herencia, a la ciudad nunca le han faltado locales en los que comer. Se dice que en la actualidad Tokio dispone de 88.000 establecimientos de comida. Entre los más prestigiosos se hallan los inmaculadamente tradicionales restaurantes kaiseki. Normalmente, sus precios son elevados, a no ser que tengan menú de mediodía. Inshotei, en el parque Ueno al límite nororiental de la parte alta de Yamanote, es un edificio inconexo con vistas sobre los tejados. El menú estacional que se sirve dentro de un hanakago (una “cesta de flores” de celosía) llega a los veinte platos, entre los que está el tofu servido sobre bambú, con caballa y setas shiitake. Pero si lo que quieres es probar sabores de la parte baja más típicos de la ciudad actual, es mejor dirigirse hacia el Oeste a un pequeño enclave de restaurantes y bares conocido como Omoide Yokocho ('la calle del recuerdo') bajo las vías de la línea Yamanote. Aquí tomarás una cerveza rápida con unos yakitori (‘pinchos de pollo’) en sobre una barra.
En el antiguo Shitamachi, las superestrellas eran los luchadores de sumo, los bomberos fanfarrones y los actores de kabuki. Hoy en día, el teatro principal de kabuki de Tokio, lujosamente reconstruido, se levanta en el opulento distrito de Ginza; con todas las entradas agotas, la gente hace cola desde primera hora de la mañana para las funciones de un solo acto. Los residentes de la época Edo también disfrutaban al máximo de su tiempo libre e incluso la actividad más sencilla podía convertirse en una forma de arte. El Museo de las Cometas es uno de los encantos de la ciudad, en la quinta planta sobre el restaurante Taimeiken, distinguible por una larga cola de oficinistas que hay fuera y los aromas del arroz al curri. El pequeño espacio está lleno de imágenes impactantes: libélulas, golondrinas, luchadores de sumo... hay incluso un pulpo con una diadema.
Mientras, en Yamanote, el sentido estético de los samuráis dotó a Tokio de algunos de los más bellos tesoros que han sobrevivido de la época: sus jardines y colecciones de objetos de arte. La mayor parte de los parques e incluso bastantes hoteles modernos comenzaron su existencia como retiros privados para los shogunes o sus vasallos. Entre el verdor de Hamarikyu Teien los visitantes contemporáneos pueden disfrutar de un momento de atención señorial en una casa de té junto al lago.
El arte de beber té desarrolló su propia parafernalia: cerámica y utensilios refinados, y cuadros de pergamino colgantes y otros objetos decorativos elegidos con gusto, que dejan en buen lugar al anfitrión. En el extremo oriental de las tiendas de Omotesando, el Museo Nezu exhibe muchos ejemplos preciosos de estos, además de sus colecciones de estatuas y pantallas pintadas de toda Asia Oriental (su jardín es otro de los secretos de Tokio). El arte cerámico continúa prosperando en el Japón actual; el Musée Tomo muestra piezas elegidas bajo una suave iluminación en la sala de exposiciones, bajando por una escalera en espiral de piedra fosilizada, rodeada por paredes cubiertas en pan de plata.
La evolución de Tokio la ha llevado de su pasado de dos ciudades, alta y baja, a un presente en el que los extremos de riqueza están menos marcados que en la mayoría de grandes ciudades. La mayor parte del desarrollo a lo grande ha tenido lugar al oeste de la antigua división entre Yamanote y Shitamachi, pero hay signos de que el este está creciendo. En 2012, el Tokyo Skytree abrió en la parte más alejada del río Sumida. Es el segundo edificio más alto del mundo, y tomó prestados algunos principios de diseño de la pagoda del templo de Asakusa. Tokio es una ciudad donde sientes que la imaginación puede volverse realidad, aunque se tarden doscientos años