Historia de Asturias

Orgullosamente independiente desde la Prehistoria, cuando los primeros grupos humanos se instalaron en la costa, el Principado cuenta con un pasado rico y glorioso que empieza con la cultura castreña, pasa por la época romana y alcanza su cénit con el nacimiento del Reino de Asturias.

Prehistoria

Las primeras huellas de presencia humana en el territorio de la actual Asturias se remontan al Paleolítico Inferior, hace unos 100 000 años, cuando pequeños grupos se asientan cerca de la costa y de los cauces de los ríos. Viven en poblados de cabañas de madera cubiertas de piel; se dedican a la caza, a la pesca y a recolectar frutos; y para llevar a cabo las tareas utilizan herramientas básicas realizadas en piedra. El enfriamiento del clima debido a la última glaciación obliga a estos núcleos a buscar cobijo del hielo en las bocas de las muchas cuevas kársticas de la cornisa cantábrica, como la de Tito Bustillo en Ribadesella. Pertenecen a esta fase las pinturas y los grabados rupestres más antiguos que se han hallado en la región, aunque no será hasta el decimoquinto milenio antes  de Cristo, con la aparición del Homo sapiens y con una mayor complejidad tanto de los útiles de trabajo como del cerebro, cuando progresará por completo el arte, tanto parietal como móvil. En el Mesolítico (hace 13 500-7 000 años), la subida de las temperaturas hace que el hombre pueda por fin abandonar las cuevas, que se habían convertido también en lugares de culto, y buscar asentamientos más estables donde dedicarse a las primeras formas de agricultura y de domesticación de animales, ya en el Neolítico, y evolucionar también en la fabricación de herramientas, desarrollando la cocción de arcilla para realizar cuencos de terracota. Las mejores  condiciones de vida, el ambiente más hospitalario y una organización social estructurada (con división de roles) permiten también el desarrollo de nuevos rituales funerarios y simbólicos, con el levantamiento de dólmenes, túmulos y otras estructuras megalíticas.

La cultura castreña y la llegada de los romanos

Poco a poco estas pequeñas comunidades tribales aisladas en un territorio muy extenso, que iba desde el Cantábrico al norte hasta la actual Zamora al sur, y entre los ríos Deva al este y Eo al oeste, entran en contacto entre ellas. A veces intercambian bienes y conocimientos; otras, más frecuentemente, se enfrentan violentamente. El descubrimiento, alrededor del 3000 a.C., del método de extracción y fundición de los metales (a partir del cobre, particularmente abundante en el subsuelo asturiano), acelera el proceso de formación de una sociedad avanzada, que se organiza autárquicamente en castros, poblados levantados sobre alturas desde las cuales  dominar los alrededores, y constituidas por pequeñas cabañas con bases de piedra, de planta circular y con techos de madera y paja. En estas aldeas fortificadas con murallas y fosos, y dotadas además de zonas comunitarias, se desarrolla durante siglos la cultura  castreña, que sobrevivirá con sus tradiciones hasta la llegada de los romanos, en el s. I a.C. En aquel momento los astures trasmontanos (que viven más allá de la cordillera Cantábrica) están divididos en cuatro tribus: los albiones, asentados alrededor de la cuenca del río Navia; los pésicos, distribuidos a lo largo del Narcea; los lugones, que ocupan el entorno del Nalón, y son el grupo más numeroso; y los valdinienses, instalados en los Picos de Europa. 

Tras vencer a Cartago en las Guerras Púnicas en el 218 a.C., lo que le permite controlar el Mediterráneo, Roma decide expandirse desde la Galia hacia la península Ibérica. El avance es más lento de lo esperado, y el poderoso ejército tarda casi dos siglos en conquistar la mayor parte de lo que hoy es España. Hacia el 29 a.C., aún no había conseguido dominar la cornisa cantábrica, una verdadera mina de oro para las arcas de Roma. Augusto, que había sucedido a Julio César y se había convertido en el primer emperador, decide lanzar el ataque final. Primero ataca a los vacceos, un pueblo asentado en la meseta septentrional cuyo territorio colinda con el de cántabros y astures; y luego, hace lo propio con los astures. La idea es avanzar simultáneamente desde el sur, el oeste y el mar con 75 000 hombres para terminar cuanto antes con la resistencia; pero, una vez más, todo se complica, y la resistencia de astures y cántabros hace que solo en el 16 a.C. Roma pueda declarar completada la conquista.

Apogeo y caída de Roma

En los años inmediatamente posteriores, las legiones al mando del general Agripa empiezan a romanizar la región. Construyen calzadas, puentes, pozos y toda la infraestructura necesaria para el desarrollo de la zona; al mismo tiempo la organización tribal es sustituida por la administración imperial, con el poder en manos de un gobernador que se relaciona directamente con el emperador. Se impone también el derecho romano, que sustituye a la arbitraria justicia consuetudinaria previa y se fundan cinco grandes ciudades: Gigia, la actual Gijón; Lucus Asturum, que corresponde a Lugo de Llanera, cerca de Oviedo; y Vadinia, Flavionavia y Paesicorum, cuya  localización no está claramente identificada hoy en día. En estas urbes se habla latín, un idioma desconocido hasta entonces que permite acceder a la literatura y la ciencia grecolatina, y se impone el panteón de dioses romano, aunque Roma siempre permitió la  libertad de culto. La sociedad está netamente estructurada, con la aristocracia que controla al resto de la población y los recursos económicos, como las minas auríferas, que proporcionaban cerca de 10 toneladas de oro cada año. Al margen de algunas revueltas locales, todo va de maravilla. Al menos hasta el s. IV, cuando el sistema imperial entra en crisis y todo empieza a desmoronarse. El golpe de gracia llega a principios del s. V, cuando diversos pueblos germánicos expulsados de sus tierras por los hunos invaden la península Ibérica: los vándalos silingos se dirigen hacia el sur, los alanos llegan a controlar el centro peninsular y los suevos se asientan en Gallaecia, compartiendo la provincia con los vándalos asdingos, que se instalan en la actual Asturias. Incapaces de  hacerles frente (Roma ha sido saqueada por el rey visigodo Alarico en el 410), los romanos deciden pactar con ellos, pero, cuando la situación se hace insostenible, piden ayuda a los visigodos, que desde la Galia se adentran en la península y, en poco más de medio siglo, expulsan a alanos y vándalos y acorralan a los suevos en Galicia. En en el 476, el Imperio romano de Occidente deja de existir con la destitución del último emperador, Rómulo Augústulo, y los visigodos se quedan con Hispania. Durante todo este agitado período los astures gozan de relativa independencia en los márgenes del reino suevo, que al cabo de un siglo desaparecerá del mapa a manos del rey visigodo Leovigildo.

El Reino de Asturias

Durante casi 250 años los visigodos dominan el panorama geopolítico peninsular desde su capital, Toledo. Leovigildo, el último rey arriano antes de la conversión al catolicismo de sus sucesores, consigue unificar el territorio, pero ya antes de su muerte se abre una fase de profunda inestabilidad interna a causa de sangrientas luchas por el poder, que debilitan la monarquía. Así que, cuando en el 711 los musulmanes cruzan el estrecho de Gibraltar con el propósito de invadir la península, encuentran poca resistencia. Tras la derrota en la batalla de Guadalete en julio de ese mismo año, la nobleza visigoda huye y una parte se refugia en el territorio de los antiguos astures. En poco menos de 15 años el califato omeya se apodera del antiguo reino visigodo, excepto de algunas zonas de lo que hoy es Asturias. En el 718 (o el 722, según otras fuentes), al cruzar los Picos de Europa, el ejército musulmán se topa con la resistencia de las fuerzas comandadas por don Pelayo, un desconocido caudillo de origen visigodo que ya había liderado una revuelta antimusulmana unos años antes. Esta vez consigue derrotarlos en la batalla de Covadonga y hacerles retroceder al otro lado de las montañas. Gracias al éxito obtenido, que se considera el comienzo de la Reconquista, Pelayo se proclama rey en Cangas de Onís y funda el Reino de Asturias. En principio se trata de una pequeñísima entidad territorial sin apenas soberanía efectiva sobre la región, que seguía en mano de las tribus locales; pero a lo largo de las décadas el reino pone en práctica una audaz política matrimonial para consolidar alianzas, desarrolla una peculiar forma de arte (el prerrománico asturiano, que simbolizará las raíces católicas del reino) y sobre todo, gracias al rey Alfonso II el Casto, que traslada la corte a Oviedo, expande su poder hasta el territorio de los vascones al este y hasta el oeste de la actual Galicia, controlando toda la cornisa cantábrica. Cuando en el 910 Alfonso III el Magno es obligado a abdicar, divide el reino entre sus tres hijos: Ordoño I es nombrado rey de Galicia; Fruela II, de Asturias y García I, de León. A la muerte de este último sin dejar descendencia, el cetro caerá en manos de Fruela, que unifica los dos reinos y elige León como nueva capital, lo que significa el fin del Reino de Asturias.

Edad Media y nacimiento del Principado de Asturias

La marginalidad tanto geográfica como política en la que cae Asturias tras el traslado de la corte a León, con la Iglesia católica que sustituye el poder monárquico, genera descontento entre la nobleza y la aristocracia local, que al cabo de poco se transforma en oposición abierta al rey y a sus delegados en la región. Sin embargo, el que hasta entonces era solo un territorio despoblado y de difícil acceso, pero con muchos recursos naturales, con la entrada en la Baja Edad Media empieza a animarse: nacen nuevas villas y se  va formando una burguesía comercial y artesanal fomentada por el incesante paso de peregrinos hacia Santiago de Compostela, pasando por Oviedo, que en la Cámara Santa guarda las reliquias llevadas por los visigodos que huían de Toledo. En este escenario, el potente conde Gonzalo Peláez, a principios del s. XII, y por tres veces, intenta levantarse contra la Corona, sin mucho éxito. Por lo menos de inmediato, ya que como respuesta al malestar, en los siglos siguientes desde León llegan privilegios tanto directos, con la cesión a los nobles de tierras de realengo, como indirectos, con la concesión de derechos legales y mercantiles a las villas, que adquieren una cierta independencia. De hecho, el rey Juan I de Trastámara tiene asuntos más urgentes que atender, como hacer frente a la lucha dinástica que, a finales del s. XIV, hace temblar el ya denominado Reino de Castilla. Finalmente, en virtud del Tratado de Bayona, de 1388, se acuerda el matrimonio de los hijos de los dos pretendientes, Enrique, del mentado Juan I, y Catalina de Láncaster, hija del otro pretendiente, Juan de Gante. La pareja recibe el título de príncipes de Asturias, con lo que nace así el Principado, y acabarían sucediendo en el trono a Juan I.

Desde el Renacimiento hasta la Ilustración

Los problemas de la corte no se acaban, y menos de un siglo después estalla la Guerra de Sucesión castellana entre los partidarios de la que a la postre sería Isabel I y los de Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV y sobrina, por tanto, de la Católica, con la tropas asturianas en apoyo de la primera. Son décadas convulsas, con la región alejada del poder central y dominada por la Iglesia, que hasta el s. xviii seguirá acaparando la propiedad de la mayoría de la tierra, y afectada por epidemias y catástrofes. Sin embargo, el auge  el comercio marítimo permite un importante desarrollo en las zonas costeras. Las ideas de la Ilustración serían acogidas enseguida por los miembros de la élite, en la que destacan algunos de los nombres más influyentes de la historia asturiana, como Gaspar Melchor de Jovellanos, literato y político que realiza un programa de explotación de los yacimientos carboníferos descubiertos a lo largo del río Nalón. En 1808, cuando Napoleón invade la península, Asturias es la primera región en levantarse contra los franceses, declarándose, a través de la Junta General del Principado, independiente y soberana, y enviando tropas para proteger sus límites.

Minería, huelgas y la Revolución de 1934

A mediados del s. XIX el desarrollo de la minería hace que Asturias se convierta en el principal productor español de carbón: a las cuencas mineras llega mano de obra de todo el país. Las condiciones de trabajo son duras y, al albur de las ideologías de la época, pronto aparecen agrupaciones socialistas y anarquistas que inician una larga serie de altercados y revueltas: en 1906, en Mieres, estalla la llamada Huelgona; en 1910 nace el Sindicado Minero, que llegará a alcanzar 20 000 afiliados; y, siete años más tarde, la huelga general revolucionaria en toda España, que en Asturias durará más de un mes y será duramente reprimida. Con la dictadura de Miguel Primo de Rivera se asiste a un cambio en la estrategia del sindicato minero, que busca apoyo en el golpista, abriendo una fase de colaboracionismo que llevará a la ruptura de la unidad del movimiento. Cohesión que se retoma cuando estalla la llamada Revolución de 1934, en realidad un golpe de Estado en toda regla contra el Gobierno de la República en el que, el 5 de octubre, socialistas, comunistas y anarquistas toman Mieres y Langreo por las armas, asaltan cuarteles de la Guardia Civil y marchan hacia Oviedo. Al día siguiente entran en la capital y declaran la Comuna Asturiana, que cuenta con un ejército de más de 30 000 hombres, armas y una gran cantidad de dinamita. Por su parte, el Gobierno republicano declara el estado de guerra y envía el ejército al Principado bajo el mando de los generales Manuel Goded y Francisco Franco, quienes acaban con la insurrección. 

De la Guerra Civil al estatuto autonómico

La tensión y la inestabilidad de la II República culmina con la Guerra Civil, que durante casi tres años ensangrentará toda la península y especialmente a Asturias, que había quedado aislada del Gobierno republicano y donde en 1937 se estableció un Consejo Soberano, presidido por el socialista Belarmino Tomás. La resistencia republicana se acaba la mañana del 21 de octubre, cuando las tropas nacionales sublevadas entran en Gijón y toman el control de la región. El balance de la guerra es impresionante, con más de 16 000 muertos, 2000 encarcelados y un número desconocido de exiliados. 

Con el fin del franquismo se constituye el Consejo Regional de Asturias, órgano gubernamental provisional que el 30 diciembre 1981 aprueba el Estatuto de Autonomía con el que nace la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias. Tras las primeras elecciones democráticas, en 1983, empieza un largo proceso de reconversión industrial (que sigue al día de hoy) que afecta a todos los sectores que habían garantizado hasta entonces un alto nivel de desarrollo. La esperanza de un nuevo período de oro para la industria surge en 1993, cuando la junta regional anuncia la construcción de una gran refinería de petróleo en Gijón, que daría trabajo a más de 4000 personas. En realidad, se trata de una estafa que obliga a dimitir al entonces presidente de Asturias. La situación económica no mejora y con el cierre de las minas y los recortes en las plantillas de industrias siderúrgicas se acelera la despoblación de la región, que entre el año 2000 y el 2018 ha pierde casi el 5% de sus habitantes.

 

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