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Dice un antiguo proverbio checo que “Donde se produce cerveza, la vida es buena”, de modo que debe de ser buenísima en Praga, a rebosar de cerveceras de todos los tamaños. Si bien la cerveza checa ha gozado de fama por su calidad y sabor desde la invención de la Pilsner Urquell en 1842, en tiempos recientes se ha producido un resurgimiento de las microcerveceras y las cervezas artesanas, y hoy se puede degustar desde la clásica ležák (rubia pálida) hasta la kvasnicové (de levadura) y la kávové pivo (con sabor a café). Los orígenes de esta tradición se encuentran en la fábrica de Pilsner Urquell en Plzeň, donde ofrecen visitas guiadas de las antiguas bodegas, con un vaso de néctar sin pasteurizar incluido.