Barrio

La Kasbah y las calles Riad Zitoun

La alta sociedad de Marrakech no era precisamente minimalista. Prueba de ello es un mausoleo por el que valdría la pena morir y los suntuosos palacios de antiguos pachás y sultanes. Cuando al viajero le duela el cuello de tanto mirar hacia el techo, es hora de ir al mellah: los callejones de este viejo barrio judío suponen un contraste contemplativo a todo ese esplendor.

Lo mejor en un día

Recorrer los salones de Dar Si Said y las exposiciones de la Maison Tiskiwin por la mañana, antes de empaparse de la atmósfera del mellah (barrio judío) y descubrir su encanto laberíntico. Un buen interludio es pasear por el cementerio judío de Miaâra. Después se puede ir a comer a la Place des Ferblantiers.

Se pasa la tarde viendo monumentos. Primero se va al palacio de la Bahía para contemplar el estilo marroquí del interior. A continuación se saluda a las cigüeñas de las murallas mientras se da un paseo contemplando la antigua gloria del palacio Badi. Cuando la luz de la tarde se vuelve dorada, se va a las tumbas saadíes para ver este mausoleo en todo su esplendor.

Para cenar viendo la puesta de sol se elige una mesa en la azotea de Dar Anika. Otra opción es un atardecer cultural en el Cafe Clock, que ofrece un programa de eventos nocturnos que van desde música en directo a cuentacuentos. Para terminar el día se puede volver a la Place des Ferblantiers y disfrutar de una cerveza en el Kosybar.

 

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