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Al entrar en la cabaña de Shackleton, en el cabo Royds (isla de Ross), se accede a un mundo de hace un siglo. Sorprendentemente intacta, la casa de madera es muy acogedora. En unos estantes se alinean botes de cristal con medicinas; sobre un litera reposa un saco de dormir; y, apiladas en el suelo, hay latas de comida con nombres poco apetitosos (carne de cordero hervida, lengua de cerdo, guisantes en polvo) a la espera de unos comensales que nunca llegarán. Ahora, los pingüinos adelaida, que crían en verano, pueblan el cabo.