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Los monjes del s. II a.C. que crearon las cuevas de Ajanta quizá fueran ascetas pero tenían buen ojo. Las 30 grutas están talladas en la pared de roca de una montaña y, en su día, cada una tenía una escalera que bajaba al río. La arquitectura y las elevadas stupas convirtieron estas cuevas en lugares estimulantes para meditar y vivir, pero su verdadero esplendor llegó siglos más tarde, con las exquisitas tallas y pinturas que ilustraban las vidas anteriores de Buda.