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Sorprendentemente, la acogida es aún más cálida en el vasto silencio de los dos grandes desiertos de Irán. Garmeh es un pueblo de oasis de ensueño, con un castillo en ruinas, cimbreantes palmeras datileras y el rumor de los manantiales. Es de esos lugares a los que se va para una noche y se pasa una semana. Cerca, Farahzad y el diminuto Toudeshk Cho, entre Isfahán y Nain, también ofrecen memorables estancias en casas del desierto: camas en el suelo, baños sencillos, deliciosa comida casera y horizontes interminables a la puerta de casa.