A lo largo de la historia, la meseta mongola se ha visto atravesada por hordas de jinetes que desafiaban y transformaban el mundo. Los guerreros de la estepa no solo conquistaron naciones, sino que arrasaron civilizaciones enteras y las unieron en imperios intercontinentales a una escala nunca vista antes. Las leyendas de estos antiguos soldados –entre ellos el más grande de todos, Gengis Kan– se consideran en Mongolia pasado reciente; el país está buscando su nueva identidad con ese mismo espíritu guerrero.
Los primeros nómadas de la estepa que tuvieron impacto fuera de Mongolia fueron los xiongnu, llamados hoy el “Pueblo del Sol”, más conocidos como los hunos. Crearon el primer imperio de la estepa en el 209 a.C. bajo el poder de Modun, un líder carismático que adoptó el título de shanyu (rey) y que gobernó hasta su muerte, en el 174 a.C. Creó un cuerpo de caballería fuerte y disciplinado que le era muy fiel, y lo usó para derrocar y matar a su padre, el jefe de la tribu.
Entre la creación de la dinastía Qin (221 a.C.) y la caída de la dinastía Han (220 d.C.), China se convirtió en la potencia económica dominante en el Lejano Oriente. Aun así, bajo el mando de los hunos, las tribus de la estepa adquirieron un gran poder militar. En este período, chinos y hunos se disputaban el dominio en largas guerras con treguas intermitentes, durante las cuales los chinos agasajaban a los guerreros de la estepa con regalos y mujeres (incluso princesas imperiales), con tal de que los hunos se comprometieran a no masacrarlos. Con las mercancías que les proporcionaban los chinos, los hunos ampliaron sus rutas comerciales, que conectaban con las civilizaciones de los alrededores.
Tras la caída del Imperio de los hunos, en el s. IV, varias tribus abandonaron Mongolia y viajaron de India a Europa en busca de nuevos pastos y conquistas. Hacia el s. V, una de esas ramas llegó a Europa y creó un nuevo imperio huno que se extendía desde los Urales hasta Alemania. A las órdenes de su líder más célebre, Atila, amenazaron Roma y arrasaron gran parte de la Europa occidental. Los arqueros a caballo de la estepa se hicieron famosos en todas partes por su fiereza y su tenacidad en batalla.
En el s. VI, la meseta mongola recobró un cierto orden con el auge de una serie de tribus de habla túrquica. Se declaraban descendientes de un niño que, tras ser dado por muerto, había sido salvado y adoptado por una loba, que lo había criado y luego se había apareado con él, creando una nueva raza que dio origen a los ancestros de los diversos clanes de la estepa. En comparación con los hunos del pasado y con los mongoles que vendrían después, estos túrquicos eran un pueblo culto que intentó fusionar la vida nómada de los pastores con la agricultura, la urbanización y el comercio, por lo que dejaron más restos físicos que otros en las ruinas de las ciudades túrquicas y sus centros ceremoniales. Junto al río Orjón, en Mongolia central, construyeron sus pequeñas ciudades de adobe, las más famosas de ellas en tiempos del Imperio uigur, el último de los grandes imperios túrquicos de Mongolia. La época túrquica alcanzó su momento álgido a principios del s. VIII bajo el gobierno de Bilge Khagan y su hermano Kultegen, general de los ejércitos. Sus monumentos cerca del río Orjón son quizá las muestras más antiguas que se conocen de escritura en un idioma túrquico.
Al igual que habían hecho los hunos, los túrquicos salieron de la meseta mongola y se extendieron desde la China actual hasta las orillas del Mediterráneo. Otra tribu túrquica, la de los kirguizos, derrocó el Imperio uigur en el 840, destruyendo sus ciudades y desplazando a los uigures hacia el sur, a los oasis del oeste de China. Pero los kirguizos no se mostraron muy interesados en conservar las ciudades o el imperio que habían conquistado. Con la expulsión de los uigures llegó otro período de luchas entre feudos descentralizados, hasta que surgió el mayor de todos los imperios mongoles a principios del s. XIII con la ascensión al poder de Gengis Kan.
El declive de las tribus túrquicas dejó espacio para la emergencia de una tribu. Los estudiosos ofrecen diversas explicaciones para el momento y el lugar de llegada de este nuevo pueblo, pero los mongoles atribuyen sus orígenes al apareamiento de un lobo azul y una cierva parda junto a un gran mar, identificado por muchos como el lago Baikal (en Rusia). El origen del clan del propio Gengis Kan lo atribuyen a una misteriosa mujer sagrada llamada Alan Goa, que dio a luz a dos hijos durante su matrimonio, y a otros tres tras la muerte de su marido. Los mayores sospechaban que sus hermanos menores eran hijos de un chico (ya convertido en hombre) que su madre había adoptado y acogido en casa.
Al enterarse de sus sospechas y sus quejas, Alan Goa hizo sentar a sus cinco hijos alrededor del fuego, en su ger, y les dijo que los tres menores eran hijos de una Luz Dorada. Luego les dio a cada uno una flecha y les pidió que la rompieran. Después dio a cada uno un haz de cinco flechas y volvió a pedirles que las rompieran a la vez. Tras constatar que no podían, les dijo que no importaba de dónde vinieran sus hermanos, siempre que se mantuvieran todos unidos.
Cualquiera que sea el origen del pueblo mongol, la historia de Alan Goa ha influido profundamente en todos los aspectos del desarrollo de su cultura, desde el papel de las mujeres y la actitud frente a la sexualidad hasta la búsqueda de la unidad política y los valores de los pastores, que dan prioridad a la acción práctica por encima de la ideología o la religión.
Los mongoles eran poco más que una desestructurada confederación de clanes rivales hasta el nacimiento de Temujin, en 1162. Temunjin superó situaciones que habrían destruido a otros para convertirse en el soberano más poderoso de la estepa y, en 1206, fundó el Imperio mongol y adoptó el título de Gengis Kan . Ya tenía 44 años, pero desde los 16, cuando secuestraron a su novia, había ido enfrentándose a un clan tras otro en guerras tribales. Viendo que el caos no tenía fin, empezó a matar a los líderes de cada clan a medida que los derrotaba y a incorporar a los supervivientes a su tribu. De este modo tan crudo, pero efectivo, consiguió imponer la paz entre los clanes.
A su nuevo estado lo llamó Yeke Mongol Ulus (Gran Nación Mongola). Sus seguidores sumarían menos de un millón, y a partir de aquí creó un ejército con nueve unidades de 10 000 efectivos y una guardia personal de otros 10 000. Con una población menor que la fuerza de trabajo de una corporación multinacional moderna y un ejército que cabría en un moderno estadio, los mongoles se impusieron a los mayores ejércitos de su época y subyugaron a millones de personas.
En la batalla, Gengis Kan era implacable, pero a los que se rendían sin luchar les prometía protección, libertad religiosa, menos impuestos, mayor actividad comercial y prosperidad. Sus leyes eran más efectivas que su ejército a la hora de atraer a la gente a su imperio, que con sus éxitos militares y su buena gestión siguió expandiéndose tras su muerte, hasta extenderse de Corea a Hungría y de India a Rusia.
Tras la muerte de Gengis Kan, su segundo hijo, Ögedei, gobernó de 1229 a 1241; después de él, su viuda, Töregene Khatun , y, durante 18 meses, Guyuk, hijo de Ögedei (de 1246 a 1248). Las tensiones que empezaron a crearse entre sus descendientes hicieron estallar una guerra civil en 1259, cuando Ariq Böke y Kublai reclamaron el título de Gran Kan tras la muerte de su hermano Möngke. Ariq Böke controlaba toda Mongolia, incluida la capital, Karakórum, y contaba con un gran apoyo del clan gobernante, los Borjigin. Sin embargo, Kublai controlaba las grandes riquezas del norte de China, lo que finalmente le dio la victoria. Kublai derrotó a su hermano, que murió en cautividad, en circunstancias sospechosas.
Kublai había ganado la guerra civil y consolidado su poder sobre China, pero aquello le había costado su imperio. Aunque aún se presentaba como un imperio único, los dominios de Gengis Kan se habían convertido en una serie de subimperios en permanente conflicto. Los mongoles de Rusia, conocidos como “la Horda Dorada”, descendientes del hijo mayor de Gengis Kan, Jochi, se independizaron. Persia y Mesopotamia acabaron convirtiéndose en el Ilkanato, poblado por los descendientes del único hermano de Kublai que aún vivía, Hulagu, conquistador de Bagdad.
En China, Kublai creó la dinastía Yuan, recibió títulos chinos y, pese a que seguía sosteniendo que era el Gran Kan de los mongoles, miró al sur, hacia las tierras que aún dominaba la dinastía Song, y muy pronto las conquistó.
Gran parte de Asia central, incluida Mongolia, siguió su propio camino y no reconoció a la dinastía Yuan hasta verse obligada por las invasiones militares o seducida por lujosos sobornos en forma de sedas, plata y otros tesoros. Hacia 1368, casi todos los pueblos súbditos habían conseguido deshacerse de sus señores mongoles y el imperio se retiró de nuevo a la estepa mongola, donde nació. Aunque la mayoría de mongoles se integraron en las sociedades que habían conquistado, en zonas remotas del imperio, de Afganistán a Polonia, quedaron pequeños vestigios del Imperio mongol aún visibles.
En 1368, el ejército Ming capturó Beijing, pero la familia real mongola se negó a rendirse y huyó a Mongolia con los sellos imperiales y sus guardaespaldas. Para agravio de los emperadores chinos Ming, los mongoles siguieron sosteniendo que eran los soberanos legítimos de China y aún se definían como la dinastía Yuan, o Yuan del Norte. No obstante, incluso en el interior de Mongolia, la corte imperial ejercía un poder limitado. Los soberanos mongoles, que no estaban acostumbrados a la dureza de la vida de los pastores y requerían grandes cantidades de alimentos, combustible y otros recursos preciosos para su gran corte, devastaron su propio país, empobrecieron cada vez más al pueblo y al final acabaron convirtiéndose en marionetas de sus guardias imperiales.
En el s. XV, los mongoles se unieron a los manchúes, un pueblo tungúsico relacionado con las tribus siberianas, para conquistar de nuevo China con la creación de la dinastía Qing (1644-1911). Al principio, los gobernantes manchúes dieron un trato de favor a los mongoles, les otorgaron un lugar destacado en su imperio y fomentaron los matrimonios mixtos. Pero con el tiempo los manchúes se volvieron aún más chinos que sus súbditos, alejándose de sus parientes mongoles, que acabaron convirtiéndose en poco más que un pueblo colonizado bajo el opresor gobierno de los manchúes.
En 1911 la dinastía Qing se hundió. Los mongoles se separaron y crearon su propio país independiente bajo el mando de su máximo líder budista, el Jebtzun Damba (el Buda viviente), que se convirtió en líder espiritual y jefe de Estado temporal como Bogd Kan (Rey Sagrado). Cuando los chinos también consiguieron liberarse de los manchúes y crearon la República de China, la nueva nación no reconoció la independencia de Mongolia y reclamó fragmentos del imperio manchú, incluidos el Tíbet y Mongolia. En mayo de 1915, Mongolia, China y Rusia firmaron el Tratado de Kyakhta, que le concedía a Mongolia una autonomía limitada.
La Revolución rusa de octubre de 1917 pilló por sorpresa a la aristocracia mongola. Aprovechando la debilidad rusa, un señor de la guerra chino envió tropas a Mongolia en 1919 y ocupó la capital. En febrero de 1921, las tropas anticomunistas de los Rusos Blancos, en retirada, entraron en Mongolia y expulsaron a los chinos. Al principio, el Bogd Kan dio la bienvenida a los Rusos Blancos como salvadores de su régimen, pero pronto se evidenció que no eran más que otro ejército de ocupación implacable.
Los nacionalistas mongoles decidieron que lo mejor que podían hacer era pedir ayuda a los bolcheviques. Los Rusos Blancos desaparecieron de la escena cuando su líder, el barón von Ungern-Sternberg , fue capturado, juzgado y fusilado. En julio de 1921, Damdin Sükhbaatar, líder del Ejército mongol, entró sin oposición en Urga (la moderna Ulán Bator), acompañado por los bolcheviques. Se declaró el Gobierno Popular de Mongolia y el Bogd Kan quedó relegado a un papel ceremonial, sin ningún poder real. Encabezado por una variopinta coalición de siete revolucionarios, entre ellos Sükhbaatar, el recién formado Partido del Pueblo de Mongolia (PPM), primer partido político del país (y el único en los siguientes 69 años) tomó las riendas del poder. Poco después de su nacimiento, el PPM se convirtió en el Partido Revolucionario del Pueblo de Mongolia (PRPM), para recuperar su nombre original en el 2010.
Tras la muerte de Lenin en 1924, el comunismo mongol mantuvo su independencia de Moscú hasta que Stalin adquirió el poder absoluto, a finales de la década de 1920, y empezaron las purgas: los líderes del PRPM fueron cayendo, hasta que Stalin encontró un esbirro fiel en Khorloogiin Choibalsan.
Siguiendo las órdenes de Stalin, Choibalsan arrebató terrenos y rebaños a los aristócratas y los redistribuyó entre los nómadas. Los pastores se vieron obligados a unirse en cooperativas y se prohibieron los negocios privados. La destrucción de la empresa privada, sin tiempo para crear una industria estatal, tuvo en Mongolia el mismo resultado que en la Unión Soviética: la hambruna. La política de Choibalsan contra la religión fue igual de implacable: en 1937 fueron ejecutadas o desaparecieron 27 000 personas (el 3% de la población), 17.000 de ellos monjes.
Choibalsan murió en enero de 1952 y fue reemplazado por Yumjaagiin Tsedenbal –que no era un liberal, pero tampoco un asesino en masa–, y Mongolia disfrutó de un período de paz relativa. Con el distanciamiento entre China y la URSS en los primeros años sesenta, Mongolia se puso del lado de la URSS. El gobierno mongol expulsó a miles de personas de etnia china e interrumpió todo comercio con China.
Durante la década de 1970 la influencia soviética fue en aumento. Los jóvenes eran enviados a la URSS para recibir formación técnica y la esposa de Tsedenbal, una rusa de origen modesto llamada Filatova, intentó imponer la cultura rusa –comida, música, danza, moda e incluso el idioma– a los mongoles.
La caída de la URSS provocó la descolonización por defecto. En marzo de 1990, con temperaturas bajo cero, surgieron grandes manifestaciones prodemocracia frente al Parlamento de Ulán Bator. Hubo huelgas de hambre y, en mayo de 1990, se cambió la Constitución para permitir elecciones plurales en julio.
La liberación política del control soviético fue un desastre económico para Mongolia por los grandes subsidios que recibían de los soviéticos para hacer de estado colchón entre la URSS y China. Los mongoles perdieron gran parte de sus recursos y, al no poder pagar la factura eléctrica a los proveedores rusos, los distritos del oeste se vieron sumidos en un apagón que duró varios años. La economía se hundió.
Las duras condiciones exigían medidas decididas y los mongoles reaccionaron ante el nuevo reto a su modo. Iniciaron una privatización radical de los animales y de las grandes corporaciones estatales. A diferencia de otros satélites soviéticos de Europa del Este y Asia Central, que ilegalizaron el Partido Comunista, los mongoles crearon una nueva síntesis democrática que incluía a los antiguos comunistas del PRPM y una coalición que se dio a conocer como Partido Democrático. Se garantizaron la libertad de expresión, de religión y de asamblea: la era del totalitarismo había acabado.
Los mongoles encontraron poco a poco el camino hacia la economía global moderna y acogieron el capitalismo y la democracia a su manera, recuperando su antigua historia al tiempo que se adaptaban a la realidad del mundo moderno. A pesar de algunos episodios difíciles, como el asesinato del líder demócrata Sanjaasurengiin Zorig en 1998 (que acabó con una sentencia errónea en el 2016) y algunos enfrentamientos entre Gobierno y ciudadanos, el país consiguió avanzar con una tremenda fuerza cultural. Pese a mantener una sólida amistad con viejos aliados como Corea del Norte, Cuba e India, Mongolia ha tendido la mano a Europa, Corea del Sur, Japón y, en especial, a EE UU, al que llaman “el tercer vecino”, con la intención de crear un contrapunto a China y Rusia.