Encajado entre la meseta tibetana y las llanuras del subcontinente, entre los gigantes China y la India, Nepal prosperó aprovechando precisamente su situación como lugar de paso de las rutas de comerciantes de montaña, viajeros y peregrinos. Es un crisol de etnias que ha servido de puente y ha absorbido elementos de sus vecinos, pero sin perder su idiosincrasia. Pese a sus antiguas raíces, el Estado moderno no se formó hasta el s. XVIII y todavía se está forjando como tal.
La historia registrada de Nepal emerge de las brumas de la antigüedad con los kirati hindúes. Llegado del este hacia el s. VII o VIII a.C., este pueblo mongol dio los primeros soberanos conocidos del valle de Katmandú. El rey Yalambar (primero de los 29 de la dinastía) aparece en el Mahabharata, la epopeya hindú, pero poco más se sabe de ellos.
En el s. VI a.C., en el seno de la familia real de Kapilavastu nació el príncipe Siddhartha Gautama cerca de Lumbini. Más tarde se embarcaría en un camino de meditación que le llevaría a la iluminación y a convertirse en Buda, o “Iluminado”. La religión que fundó sigue teniendo una influencia vital en toda Asia y, cada vez más, en el mundo.
Hacia el s. III a.C., el gran emperador budista indio Ashoka (272-236 a.C.) visitó Lumbini y levantó un pilar en el lugar de nacimiento de Buda. Cuenta la leyenda que entonces visitó el valle de Katmandú y erigió cuatro stupas en Patan (que todavía existen), pero no hay constancia de que efectivamente fuera hasta allí. En cualquier caso, su Imperio maurya (321-184 a.C.) fue vital para la difusión del budismo en la región, labor continuada por el reino budista de Kushan, del norte de la India (ss. I-III)
Con el paso de los siglos, el resurgimiento de la fe hinduista eclipsó el budismo en todo el subcontinente. Cuando los peregrinos budistas chinos Fa Xian (Fa Hsien) y Xuan Zang (Hsuan Tsang) pasaron por la región en los ss. v y vii, Lumbini ya estaba en ruinas.
Con la llegada de los licchavi desde el norte de la India, el hinduismo fue ganando terreno en Nepal. En el año 300, se impusieron a los kirati, que se trasladaron al este para dar lugar a los actuales pueblos rai y limbu.
Entre los ss. IV y IX, los licchavi propiciaron una nueva edad de oro cultural. Su ubicación estratégica les permitió prosperar con el comercio entre la India y China. Las chaitya (un tipo de stupas) y los monumentos de esa época aún se reconocen en el templo de Changu Narayan, al norte de Bhaktapur, y en las calles secundarias del casco antiguo de Katmandú. Se cree que las stupas originales de Chabahil, Bodhnath y Swayambhunath datan de tiempos de los licchavi.
Amsuvarman, primer rey thakuri, llegó al poder en el 602, sucediendo a su suegro licchavi. Consolidó su hegemonía al norte y al sur con la boda de su hermana con un príncipe indio y la de su hija Bhrikuti con el gran rey tibetano Songsten Gompo. Junto con Wencheng, la esposa china del rey tibetano, Bhrikuti consiguió que este último se convirtiera al budismo en torno al año 640, lo que cambió de forma significativa la fisonomía tanto del Tíbet como del Himalaya. Conforme el budismo fue perdiendo importancia en la India, textos y conceptos clave de esta doctrina regresaron a Nepal desde el Tíbet por los altos pasos del Himalaya. De finales del s. VII al s. XIII, Nepal se sumió en una época oscura de la que poco se sabe. Fue invadido por el Tíbet en el 705 y por Cachemira en el 782. No obstante, la ubicación estratégica del valle de Katmandú y su fértil suelo aseguraban el crecimiento y la supervivencia del reino. Al rey Gunakamadeva se le atribuye la fundación de Kantipur, la actual Katmandú, hacia el s. X.
El primero de los reyes Malla (“luchadores”, en sánscrito) alcanzó el poder sobre el valle de Katmandú en torno a 1200, tras ser expulsado de la India. Este período fue una edad de oro de 550 años, aunque salpicada de luchas por las codiciadas rutas comerciales hacia el Tíbet.
Los primeros soberanos Malla tuvieron que enfrentarse a diversos desastres. En 1255, un enorme terremoto acabó aproximadamente con un tercio de la población. Una devastadora invasión musulmana protagonizada por el sultán Shams-ud-din de Bengala, apenas un siglo después, arrasó cientos de santuarios hindúes y budistas, aunque no tuvo un efecto cultural duradero (a diferencia de la invasión del valle de Cachemira, que aún es musulmán). En la India, los daños fueron más extensos y muchos hindúes se refugiaron en las montañas nepalíes, donde fundaron pequeños principados rajputa.
Por lo demás, los primeros años de reinado Malla (1220-1482) fueron muy estables y su auge se alcanzó con su tercer monarca, Jayasthithi Malla [1382-1395], que unificó el valle y estructuró las leyes, incluido el sistema de castas.
Tras la muerte de su nieto, Yaksha Malla, en 1482, el valle de Katmandú se repartió entre los hijos de este, dando lugar a los tres reinos de Bhaktapur (Bhadgaon), Katmandú (Kantipur) y Patan (Lalitpur). El resto de lo que hoy se denomina Nepal estaba formado por un rompecabezas de unos 50 Estados independientes, desde Palpa y Jumla al oeste, hasta los semiindependientes Banepa y Pharping, muchos de los cuales acuñaban su propia moneda y tenían ejércitos independientes.
La rivalidad entre los tres reinos del valle de Katmandú no solo se reflejó en la guerra, sino también mediante el mecenazgo de la arquitectura y la cultura, que florecieron en franca competencia. Las excelentes colecciones de bellísimos templos y edificios en la plaza Durbar de cada ciudad atestiguan las ingentes sumas invertidas por los soberanos en su afán por destacar sobre sus rivales.
El auge de la construcción se financió mediante el comercio: desde almizcle hasta lana, sal y seda china. El valle de Katmandú era el punto de partida de dos rutas diferentes de entrada al Tíbet: por Banepa, al noreste, y por Rasuwa y el valle de Kyirong, cerca de Langtang, en el noroeste. Los mercaderes cruzaban las junglas de la región del Terai durante el invierno para evitar la virulenta malaria y luego, en Katmandú, esperaban hasta el verano a que se abrieran los puertos de montaña. Katmandú se enriqueció y sus soberanos convirtieron sus riquezas en pagodas de oro y palacios reales. A mediados del s. xvii, Nepal adquirió el derecho de acuñar las monedas tibetanas con plata del Tíbet, lo que enriqueció aún más las arcas del reino.
En Katmandú, el rey Pratap Malla (1641-1674) construyó el palacio de Hanuman Dhoka y el estanque de Rani Pokhari, máximos exponentes culturales de la ciudad, así como el primero de varios pilares con una estatua real frente al templo de Taleju, divinidad protectora a la sazón adoptada por los Malla. A mediados del s. xvii también se vivió el auge de la construcción en Patan.
La época Malla influyó tanto en el panorama religioso como en el artístico, al iniciarse las espectaculares fiestas anuales del carro de Indra Jatra y Machhendranath. Los reyes aseguraron su estatus afirmando ser la reencarnación del dios hindú Visnú y estableciendo el culto a la Kumari, diosa viviente cuya función era bendecir el reinado de los Malla durante una celebración anual.
Además de cosmopolitas, también fueron receptivos a la influencia extranjera. La corte del imperio mogol indio influyó en el vestuario y pinturas de los Malla, inició a los nepalíes en las armas de fuego y exportó el sistema de concesión de tierras a cambio de servicios militares, el cual tendría un profundo efecto en años posteriores.
Pero los cambios no llegaron únicamente del exterior. Dentro se estaba gestando una tormenta, solo 100 km al este de la capital.
En 1768, Prithvi Narayan Shah, soberano del minúsculo reino montañoso de Gorkha (a medio camino entre Pokhara y Katmandú), tomó posesión del extremo del valle de Katmandú, dispuesto a llevar a cabo su sueño de un Nepal unificado. Había tardado más de un cuarto de siglo en conquistar el territorio y consolidar su llegada, pero tenía en mente un nuevo trazado del paisaje político del Himalaya.
En 1774, Shah ya había tomado la estratégica fortaleza montañosa de Nuwakot, tras repeler los esfuerzos de la Compañía de las Indias Orientales, pero no consiguió tomar Katmandú hasta 24 años después, entrando a hurtadillas aprovechando la embriaguez general durante el festival de Indra Jatra. Al cabo de un año logró tomar Kirtipur tras tres largos y fallidos intentos. Como atroz represalia, sus tropas cortaron más de 50 kg de narices y labios de los habitantes; no es de extrañar que a partir de entonces apenas encontrara resistencia. En 1769, derrotó a los acobardados reyes Malla, poniendo fin a su dinastía y unificando Nepal.
Shah trasladó su capital de Gorkha a Katmandú, e instauró la dinastía Shah, que perduró hasta el 2008. Sin embargo, el propio Shah no vivió mucho tiempo tras su conquista: murió en 1775 en Nuwakot, seis años después de la unificación, pero todavía es venerado como el fundador de la nación.
Construyó su imperio a partir de la conquista y su insaciable ejército necesitaba nuevos botines y territorios. A los seis años, los gurkhas habían conquistado el este de Nepal y Sikkim. La expansión prosiguió hacia el oeste, por Kumaon y Garhwal, y no se detuvo hasta la frontera del Punjab, ante el ejército del poderoso soberano tuerto Ranjit Singh.
Las fronteras en expansión del Gran Nepal abarcaban entonces de Cachemira a Sikkim, y acabaron colisionando con el imperio más potente del mundo, el británico. A pesar de los primeros tratados firmados, las disputas por el Terai llevaron a la primera guerra anglo-nepalí, que ganó Gran Bretaña tras dos años de lucha. Los británicos quedaron tan impresionados por el enemigo que decidieron incorporar en su ejército a mercenarios gurkhas, una práctica que todavía perdura (las tropas gurkhas sirvieron recientemente en Iraq y Afganistán).
El tratado de Sugauli de 1816 decretó el cese de la expansión nepalí y estableció las fronteras actuales. Nepal perdió Sikkim, Kumaon, Garhwal y casi todo el Terai, aunque parte de este territorio fue devuelto en 1858 como recompensa por haber apoyado a los británicos durante la Rebelión de los Cipayos de la India. Un observador británico fue enviado a Katmandú para reconocer el terreno, pero los europeos sabían que sería demasiado difícil colonizar aquel escarpado territorio y se contentaron con mantenerlo como Estado tapón. Hoy día, los nepalíes aún presumen de no haber sido nunca colonizados por los británicos, a diferencia de los vecinos estados montañosos de la India.
Tras su humillante derrota, Nepal cerró todo contacto con el exterior entre 1816 y 1951. Los británicos residentes en Katmandú eran los únicos occidentales que vieron Nepal en más de un siglo.
En el ámbito cultural, la construcción de templos siguió a ritmo acelerado, aunque para la gente de a pie quizá resultó más importante la revolucionaria introducción, a través de la India, de las guindillas, las patatas, el tabaco y otros productos originarios del Nuevo Mundo.
Los soberanos Shah, mientras tanto, pasaron de la ineficacia al sadismo. Llegó un punto en el que el reino estuvo gobernado por una regente de 12 años al cargo de un rey de 9 años, mientras el príncipe Surendra [1847-1881] ampliaba los horizontes del sufrimiento humano ordenando a sus súbditos que se tiraran a pozos o saltaran de despeñaderos por el simple placer de ver si sobrevivían.
La muerte de Prithvi Narayan Shah en 1775 disparó una serie de disputas, luchas, asesinatos, traiciones e intrigas dinásticas que culminaron con la masacre de Kot, en 1846. Aquella noche sangrienta fue orquestada por el joven noble chhetri Jung Bahadur y catapultó a su familia al poder, marginando a los Shah.
Ambicioso y despiadado, Jung Bahadur ordenó, con el consentimiento de la reina, que sus soldados asesinaran a 55 de los principales nobles del reino, reunidos en el patio de Kot, junto a la plaza Durbar de Katmandú. Luego exilió a 6000 miembros de sus familias para evitar represalias.
Jung Bahadur asumió el cargo de primer ministro y cambió su apellido por el de Rana, más prestigioso. Posteriormente amplió su título al de marajá y decretó que fuera hereditario. Los Rana pasaron a ser una ‘familia real’ paralela dentro del reino y controlaron el poder, mientras que los reinos Shah fueron relegados a irrelevantes mascarones de proa que debían pedir permiso incluso para salir de palacio.
La saga de primeros ministros Rana detentó el poder durante más de un siglo y acabó pactando matrimonios con los Shah. El desarrollo del país se estancó, aunque consiguió, al menos, mantener su independencia.
Jung Bahadur Rana viajó a Europa en 1850, asistió a la ópera y a las carreras en Epsom y, a su vuelta, llevó consigo el gusto por la arquitectura neoclásica, que actualmente se puede observar en Katmandú. Bajo los Rana se abolió la sati (la práctica hindú de sacrificar a la viuda en la pira funeraria de su esposo), se liberó a 60 000 esclavos y se fundaron una escuela y una universidad en la capital. Pese a estos avances, los campesinos de las montañas estaban anclados en una existencia medieval, mientras los Rana y sus allegados nadaban en la opulencia.
La modernización se inició en Katmandú con la construcción del hospital Bir, el primero del país, en 1889. Durante los 15 años siguientes también se instaló en la ciudad el primer sistema de canalización de agua, una red eléctrica limitada y se construyó el Singh Durbar, que llegó a considerarse el palacio más grande de Asia. Los 29 años de gobierno (1901-1929) del primer ministro Chandra Shumsher trajeron cambios radicales, como la introducción de la electricidad y la prohibición de la esclavitud. En 1923 Gran Bretaña reconoció la independencia del país y en 1930 el reino de Gorkha pasó a llamarse reino de Nepal, reflejo de una creciente conciencia nacional.
En otros lugares se estaban produciendo grandes cambios. Nepal contribuyó con apoyo logístico durante la invasión británica del Tíbet en 1903, y más de 300 000 nepalíes combatieron en las dos guerras mundiales, con lo que consiguieron un total de 13 cruces de la victoria, el mayor reconocimiento militar británico.
Tras la II Guerra Mundial, la India obtuvo la independencia y estalló la revolución comunista en China. Enseguida llegó la primera de las oleadas de refugiados tibetanos, al endurecerse la presión de China sobre el Tíbet, y Nepal se convirtió en un parachoques entre los dos gigantes asiáticos enfrentados. Mientras tanto, el rey Tribhuvan, olvidado en su palacio, se preparaba para derrocar a los Rana.
A finales de 1950, el rey Tribhuvan se dirigía en automóvil a una cacería en Nagarjun cuando, de pronto, giró bruscamente y entró en la embajada india, donde reclamó inmunidad política: fue trasladado a Delhi en un jet de la Indian Air Force. Simultáneamente, el Partido del Congreso de Nepal, recién creado y dirigido por B. P. Koirala, consiguió arrebatar a los Rana la mayor parte del Terai y estableció un gobierno provisional en la ciudad fronteriza de Birganj. La India ejerció una influencia considerable y negoció una solución a la agitación del país. El rey Tribhuvan regresó en 1951 y formó un nuevo gobierno compuesto por miembros relegados de la familia Rana y del Partido del Congreso.
Aunque Nepal fue reabriendo gradualmente sus puertas al exterior y estableció relaciones con otros países, los sueños de un nuevo sistema democrático nunca llegaron a cumplirse. Tribhuvan murió en 1955 y le sucedió su prudente hijo Mahendra. Una nueva Constitución introdujo un sistema de gobierno parlamentario y en 1959 Nepal celebró sus primeras elecciones generales. El Partido del Congreso de Nepal ganó con claridad y B. P. Koirala se convirtió en el nuevo primer ministro. No obstante, a finales de 1960, el rey decidió que el Gobierno no era de su gusto, mandó detener al gabinete y abandonó su papel puramente ceremonial para hacerse con el control efectivo (igual que lo haría el rey Gyanendra 46 años más tarde).
En 1962, Mahendra se decantó por el sistema de gobierno indirecto de los panchayat (concejos). El poder supremo quedaba en manos del rey, que escogió a 16 miembros de los 35 del Panchayat Nacional y nombró al primer ministro y a su equipo. Se prohibieron los partidos políticos.
Al morir Mahendra en 1972, le sucedió su hijo Birendra, de 27 años y educación británica. Antes de su espectacular coronación en 1975, la comunidad hippy fue expulsada sin reparos del país y se endureció la política de visados. El descontento por la corrupción, el bajo índice de desarrollo y el aumento del coste de la vida desembocaron en violentos altercados en Katmandú en 1979. El rey anunció un referéndum para elegir entre el sistema de panchayat y otro que permitiera los partidos políticos. El resultado fue del 55% a favor de los panchayat; se había decidido que no se quería la democracia.
Su aparato militar y policial se encontraba entre los más oscuros del mundo y se aplicó una fuerte censura. Había pruebas documentales de detenciones en masa, torturas y palizas a los sospechosos de activismo, y los líderes del principal partido opositor, el Congreso de Nepal, pasaron tres décadas (1960-1990) entrando y saliendo de la cárcel.
En este período, más de un millón de habitantes de las montañas se trasladaron al Terai en busca de tierra y varios millones atravesaron la frontera para buscar trabajo en la India (los nepalíes pueden cruzarla libremente y trabajar en el país vecino), lo que provocó un gran flujo demográfico hacia la zona del Terai, ya libre de malaria.
En 1989, mientras los estados comunistas de toda Europa se desmoronaban y las manifestaciones en favor de la democracia ocupaban la plaza de Tiananmén en China, los partidos nepalíes de la oposición formaron una coalición para luchar por una democracia multipartidista con el rey como jefe de estado constitucional; esta iniciativa de protesta se llamó Jana Andolan (Movimiento Popular).
A principios de 1990, el Gobierno respondió a una concentración no violenta de más de 220 000 personas con balas, gases lacrimógenos y miles de detenciones. Tras varios meses de altercados periódicos, toques de queda, una exitosa huelga y gracias a la presión de varias organizaciones internacionales, el Gobierno se vio obligado a ceder. El 9 de abril, el rey Birendra levantaba la prohibición a los partidos políticos y anunciaba su disposición a aceptar el papel de monarca constitucional. Nepal se convirtió en una democracia.
En mayo de 1991, el Partido del Congreso nepalí ganó las elecciones generales y, dos años más tarde, unas elecciones en mitad de la legislatura dieron lugar a un gobierno de coalición, liderado por el Partido Comunista. Fue una de las pocas ocasiones en que un gobierno comunista alcanzó el poder por votación popular.
La estabilidad política no duró mucho y, a finales de la década de 1990, proliferaban las rupturas de coaliciones, las disoluciones de gabinetes y las destituciones de políticos. Tras una década de democracia, resultaba evidente la profunda desilusión de un número creciente de nepalíes, sobre todo entre los más jóvenes y la población rural.
En 1996, los maoístas ‒un grupo escindido del Partido Comunista‒, hastiados de la corrupción gubernamental, de la disolución del Gobierno comunista y de la incapacidad de la democracia para conseguir mejoras para el pueblo, declararon una ‘guerra popular’. Le presentaron al entonces primer ministro una carta de 40 puntos, con demandas como políticas estatales preferentes para las comunidades atrasadas, una identidad nepalí asertiva, acabar con las escuelas con fondos privados y un mejor gobierno.
La insurgencia empezó en el distrito de Rolpa (centro-oeste de Nepal) y cobró impulso, pero fue ignorada por los políticos de Katmandú. Las repercusiones de esta falta de interés alcanzaron un punto crítico en noviembre del 2001, cuando los maoístas rompieron el alto el fuego y atacaron unos barracones militares al oeste de Katmandú. La primera avanzadilla apenas iba pertrechada con antiguos mosquetones y khukuris (cuchillos gurkhas), pero pronto se apoderaron de armas de las comisarías y, gracias a la apertura de la frontera con la India, consiguieron explosivos caseros y fusiles automáticos mediante el robo y la extorsión (en septiembre del 2000 se hicieron con 50 millones de NPR de un banco de Dolpo).
La mano dura empleada por la policía al principio avivó una oleada de violencia que solo consiguió más sufrimiento para el pueblo. La falta de representación política, la pobreza rural, el resentimiento contra el sistema de castas, los problemas de la reforma agraria y la falta de fe en unos políticos corruptos, solo preocupados por su interés personal, en la distante Katmandú, convencieron a muchos para engrosar las filas de los maoístas, que en su apogeo alcanzaron los 15 000 combatientes, con una milicia en la reserva de 50 000 efectivos. Los ataques se extendieron a prácticamente los 75 distritos de Nepal, Katmandú incluido, y los insurgentes llegaron a controlar cerca del 40% del país, incluidas dos zonas protegidas en el extremo occidental y algunas de las principales rutas de trekking (durante años, los alpinistas de la región del Annapurna se vieron obligados a entregar ‘donaciones’ a las bandas maoístas).
El clima político se caldeó cuando, en el 2001, el rey consiguió el apoyo del Ejército y de las milicias armadas leales al Gobierno. EE UU calificó a los maoístas de grupo terrorista y entregó a Nepal millones de dólares para que combatiera a los alzados. Estos, aunque se autoproclamaban maoístas, le debían más al peruano Sendero Luminoso que a cualquier vinculación con China. Por irónico que pueda parecer, el conflicto armado ‘popular’ estaba liderado por dos intelectuales de casta alta: Pushpa Kamal Dahal (conocido por su nombre de guerra, Prachanda, que significa “el Fiero”) y Baburam Bhattarai; posteriormente, ambos desempeñarían el cargo de primer ministro de Nepal.
Una de las primeras víctimas de la guerra fue la libertad de prensa. Entre el 2002 y el 2005 se arrestaron más periodistas en Nepal que en ningún otro país, y en ese último año la organización Reporteros Sin Fronteras describió los medios de Nepal como los más censurados del mundo.
Varias treguas de los maoístas, en particular en el 2003 y el 2005, ofrecieron un respiro, aunque se debieron más a la necesidad de reagruparse y rearmarse que a un avance hacia la paz. En el 2005, unas 13 000 personas, entre ellas muchos civiles, habían perdido la vida en los enfrentamientos. Amnistía Internacional acusó a ambos bandos de terribles abusos contra los derechos humanos, como ejecuciones sumarias, secuestros, torturas y reclutamiento de niños. Eran días aciagos.
Durante la segunda mitad del s. XX, se registraron impresionantes avances hacia el desarrollo, sobre todo en construcción de carreteras y educación: el número de colegios pasó de 300 en 1950 a más de 40 000 en el 2000. Pero el incesante crecimiento demográfico (la población aumentó de 8,4 millones en 1954 a 26 millones en el 2004) dejaba pequeños muchos de estos adelantos, y en una generación, Nepal pasó de ser un país exportador a un claro importador.
La sublevación no hizo más que empeorar las dificultades de los campesinos pobres; se bombardearon puentes y líneas de teléfono, se interrumpió la construcción de carreteras y se desviaron los fondos de desarrollo tan necesarios y provocando la suspensión de los programas de ayuda. Se calcula que durante una década de conflicto, los maoístas destruyeron infraestructuras gubernamentales por un valor de 30 000 millones de NPR, mientras que el Gobierno despilfarró 108 000 millones de US$ en gastos militares. En las zonas rurales, atrapadas en medio, toda una generación de niños se quedó sin educación.
Tras medio siglo de ayudas exteriores y más de 4000 millones de US$ en ayudas (el 60% de su presupuesto de desarrollo), Nepal sigue siendo uno de los 10 países más pobres del mundo, con la disparidad de ingresos más alta de Asia y uno de los niveles de inversión sanitaria más bajos. A siete millones de nepalíes les falta comida, asistencia sanitaria o educación básica.
El 1 de junio del 2001, la opinión pública se estremeció cuando el príncipe heredero Dipendra mató a tiros a casi todos los miembros de la familia real durante una reunión en Katmandú. Irónicamente, Dipendra no murió en el acto y, pese a estar en coma, fue nombrado rey de Nepal. Su reinado acabó dos días más tarde, cuando se declaró su fallecimiento. La coronación del hermano del rey Birendra, Gyanendra, debió parecer un déjà vu: ya había sido coronado a los 3 años de edad, y fue rey durante tres meses, tras la huida de su abuelo Tribhuvan a la India en 1950.
Los días que siguieron a la masacre, una oleada de emociones sacudió al pueblo: conmoción, pesar, horror, incredulidad y negación. Se declararon 13 días de luto y en Katmandú se erigieron santuarios provisionales para que todos pudieran rezar por sus reyes. Unos 400 hombres con la cabeza afeitada recorrieron los alrededores del palacio en moto, con imágenes del monarca. Medio millón de personas siguieron al cortejo fúnebre. Una vez superada la impresión por la pérdida, la incertidumbre se extendió por el país.
A principios del s. XXI la situación política fue de mal en peor. Se cesó y sustituyó al primer ministro seis veces entre el 2000 y el 2005, con un total de nueve gobiernos en 10 años. Buen ejemplo de la inestabilidad de los políticos nepalíes es la historia de Sher Bahadur Deuba, que fue nombrado primer ministro por segunda vez en el 2001, depuesto en el 2002, rehabilitado en el 2004, depuesto de nuevo en el 2005, enviado a prisión por corrupción y posteriormente liberado.
El decepcionante experimento democrático sufrió un duro revés en febrero del 2005, cuando el rey Gyanendra disolvió el Gobierno, en pleno estado de emergencia, con la promesa de restaurar la democracia en tres años. Se restringió la libertad de prensa y las líneas telefónicas se cortaban periódicamente para evitar manifestaciones. Los niveles de turismo descendieron y el país se sumió en una ola de pesimismo.
Todo cambió en abril del 2006, durante los días de manifestaciones multitudinarias y toque de queda, que acabaron con la muerte de 16 manifestantes. Un mes más tarde, el Parlamento recién restaurado relegó al rey a mera figura testimonial, eliminando unos poderes que la dinastía Shah había detentado durante más de dos siglos. La destitución del rey fue el precio necesario para poder negociar con los maoístas y ese mismo año se firmó un acuerdo de paz que ponía fin a una sublevación sangrienta de muchas décadas.
El ritmo del cambio político experimentado por Nepal fue vertiginoso. Un mes después de que los maoístas lograran la mayoría en las elecciones de abril del 2008, el Parlamento abolió por completo la monarquía con una mayoría de 560 votos frente a 4; concluían así 240 años de gobierno monárquico. El nuevo Gobierno contó con el antiguo líder guerrillero Pushpa Kamal Dahal como primer ministro y con el doctor Baburam Bhattarai como ministro de Finanzas. En el 2009, Pushpa Kamal Dahal dimitió a causa de luchas internas, preludio de lo que se avecinaba.
Los antiguos ‘terroristas’ maoístas pasaron a ser ministros, los miembros del Ejército Popular de Liberación se unieron al ejército nacional, y se redactó una nueva Constitución (aunque no entró en vigor hasta el 20 de septiembre del 2015), todo ello como parte de un proceso para incorporar a las antiguas guerrillas en la corriente política dominante. Tras una década de oscuridad, violencia y agitación social, en todo el país se podía sentir un renovado optimismo en el proceso político. Queda por ver si este espíritu de optimismo podrá sobrevivir a las disputas políticas en curso y a la incertidumbre económica con que se enfrenta Nepal tras el terremoto del 2015, el peor en casi un siglo.