Historia de Turkmenistán

De conquistadores a comunistas

En los montes Gran Balkan se han hallado yacimientos de la Edad de Piedra, pero los primeros indicios de asentamientos agrícolas aparecieron en la cordillera de Kopet Dag en el milenio VI a.C. Se han localizado otros yacimientos de la Edad del Bronce en el oasis de Margiana, donde el arqueólogo Viktor Sarianidi ha identificado una sofisticada cultura que abarcaba varios pueblos y una extensa capital. A lo largo de los siglos, el cambio de curso de varios ríos propició el abandono de estos asentamientos, pero a la vez allanó el terreno para una gran civilización en torno a Merv, donde Alejandro Magno fundó una ciudad en su camino a la India.

Ya en la era cristiana, los partos, principales rivales de Roma por el poder en el este del Imperio, fundaron una capital en Nissa, cerca de la Asjabad actual. En el s. XI los turcos selyúcidas se apropiaron de Merv, la antigua ciudad de Alejandro y escala en la Ruta de la Seda, e hicieron de ella una base para internarse en Afganistán.

Dos siglos más tarde, Gengis Kan marchó desde las estepas y a través de la región Transcáspica (situada al este del mar Caspio) y arrasó Asia central. Ciudades-estado enteras, como Merv y Kunya-Urgench, fueron destruidas y sus habitantes masacrados. A diferencia de Samarcanda y Bujará, las ciudades del sur no se recuperaron.

No se sabe con exactitud cuándo aparecieron los primeros turkmenos modernos, pero se cree que llegaron al país en el s. XI siguiendo la estela de los turcos selyúcidas. Varias tribus desplazadas dedicadas a la cría de caballos, quizá procedentes de las estribaciones del macizo de Altái, hallaron pastos alternativos en el oasis que limita con el desierto de Karakum, y en Persia, Siria y Anatolia (en la Turquía actual). Debido a su condición de nómadas, no conocían el concepto de Estado, ni tenían interés en él, y por tanto existían en paralelo a los constantes cambios dinásticos que definieron la historia de Asia central.

Terror de los rusos, llegados para ‘civilizar’ la región a comienzos del s. XIX, los turkmenos capturaron a miles de soldados zaristas y los vendieron como esclavos en Jiva y Bujará. La ira del Imperio zarista acabó aplastando a los salvajes nómadas y aniquilando a miles de ellos en Geok-Depe en 1881.

Tras la Revolución bolchevique de 1917, los comunistas tomaron Asjabad en 1919. Durante un tiempo la región fue el óblast (provincia) de la República Socialista Soviética Autónoma del Turkestán, antes de convertirse en la República Socialista Soviética (RSS) del Turkestán en 1924.

La RSS de Turkestán

Inflamada por los intentos soviéticos de obligar a las tribus a asentarse y colectivizar la agricultura, la resistencia turkmena no cesó y hasta 1936 siguió activa una guerra de guerrillas. Más de un millón de turkmenos huyeron al desierto de Karakum o al norte de Irán y Afganistán para no renunciar a su vida nómada. Además, sufrieron una campaña antirreligiosa dirigida por Moscú; de las 441 mezquitas presentes en Turkmenistán en 1911, en 1941 solo quedaban cinco en pie.

Diversas oleadas de inmigrantes rusos aportaron tecnología agrícola y proyectos de campos de algodón. El árido clima del país no favorecía la abundancia de las cosechas, ya fin de obtener la gran cantidad de agua necesaria, en la década de 1950 las autoridades acometieron las obras de un colosal canal de riego: el de Karakum. El barranco de 1100 km de longitud recorre todo el país, sangrando el Amu-Darya (río Oxus) y creando una fértil franja por todo el sur. Aunque la producción de algodón se cuadriplicó, las consecuencias para el mar de Aral han sido catastróficas.

En 1985, el relativamente desconocido Saparmyrat Niyazov fue elegido secretario general del Partido Comunista de Turkmenistán (CPT), manteniéndose en el poder tras la caída de la Unión Soviética. Pese a no estar preparado para ello, Niyazov se vio obligado a declarar la independencia de Turkmenistán el 27 de octubre de 1991.

Independencia y “Época Dorada”

Decidido a conservar el poder, Niyazov rebautizó el CPT como Partido Demócrata de Turkmenistán, y procedió a ilegalizar a todos los demás. Su culto a la personalidad era ya patente, empezando por la orden que obligaba a todos a llamarle turkmenbashi (“líder de los turkmenos”). El presidente mandó erigir estatuas de oro con su efigie y empapeló los edificios con su imagen. Su eslogan “Halk, Watan, Turkmenbaşi” (“Población, Nación, Yo”, que recordaba inquietantemente el “Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer” de Hitler) era omnipresente.

Explotando las vastas reservas de gas y petróleo del país, Niyazov prometió una economía al estilo kuwaití, con inmensa riqueza privada. La mayoría de los beneficios, sin embargo, acabaron financiando ostentosos proyectos de obras públicas. La disensión pública fue aplacada en parte por las grandes subvenciones estatales al gas, el agua y la electricidad. La barra libre formaba parte de su publicitada “Época Dorada Turkmena” (Altyn Asyr), pero su lado menos benevolente era el control orwelliano de los medios. A este respecto, Reporteros sin Fronteras colocó a Turkmenistán en el penúltimo lugar de su índice de libertad de prensa (solo por delante de Corea del Norte).

Pese a evitar un atentado en el 2002, el turkmenbashi demostró que era mortal el 21 de diciembre del 2006, al fallecer de un ataque cardíaco a los 66 años. Al no haber designado heredero, su desaparición provocó un vacío de poder que, por un momento, abrió la puerta a las reformas democráticas y al regreso de los disidentes exiliados. Sin embargo, el viceprimer ministro Gurbanguly Berdymukhamedov tomó las riendas y se ganó el apoyo del círculo íntimo de Niyazov, lo que propició un traspaso de poder sorprendentemente fácil. El nuevo presidente asumió el puesto como una mera formalidad, tras obtener el 90% de los votos en las elecciones de febrero del 2007, en las que solo concurrieron candidatos del Partido Demócrata de Turkmenistán, y hasta sus ‘rivales’ le apoyaron abiertamente. Berdymukhamedov había sido ministro de Sanidad y desde hace algún tiempo circula el rumor de que es hijo ilegítimo del ex presidente. Aunque improbable (Niyazov solo tenía 17 años cuando nació el presidente actual), los dos comparten un parecido asombroso.

 

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