El High Line, de Nueva York: ¿morir de éxito?

Tumbonas en el High Line con vista al río Hudson, Nueva York, Estados Unidos
Marino Holgado

Tiene poco más de dos kilómetros de longitud y en seis años ha cambiado la faz de un barrio de Nueva York. Es casi imposible encontrar en las webs de viajeros críticas negativas de este lugar. El High Line, el parque creado sobre una línea férrea elevada, se ha convertido en cita imprescindible del turista en la Gran Manzana. Hasta el punto de resultar difícil algunos días encontrar neoyorquinos en este atiborrado y bello paseo. ¿Puede su éxito convertir este lugar en insoportable?

El parque High Line es uno de esos ejemplos de acertada recuperación de un espacio en desuso. Una vía de ferrocarril elevada recorriendo la parte oeste de Manhattan entre edificios (y dentro de ellos) y sobre calles y avenidas era toda una oportunidad. Desde que el último tren circulara por estas vías en 1980 se plantearon varias alternativas. Había quien proponía su desmantelamiento. Un grupo de vecinos del barrio de Chelsea sugirieron lo que ahora es una realidad: un parque lineal, estrecho y alargado, como una línea de tren. Un espectacular paseo al que pocos se resisten.

 

La primera vez que caminé por el High Line fue en 2010, un año después de inaugurarse su primera fase: desde la calle Gansevoort, en el distrito de Meatpacking, hasta la calle 20. Era un agradable paseo en pleno Manhattan a salvo del tráfico. Un pasillo entre edificios viejos y nuevos, en un barrio donde ya eran mayoría las galerías de arte o los talleres de moda, las boutiques gastronómicas o los lofts en almacenes renovados. Y con vistas sobre el río Hudson, la Décima Avenida y los rascacielos de Manhattan. 

 Monjes budistas vendiendo ofrendas a el High Line

Cinco años después he vuelto a recorrerlo. Tras abrirse dos nuevos tramos, el High Line llega ya hasta la calle 34: dos kilómetros y 330 metros. Era en el atardecer y todo su recorrido estaba lleno de visitantes, foráneos la mayoría. Imposible encontrar ese ambiente de neoyorquinos en su vida cotidiana, de empleados de las modernas oficinas de alrededor en un momento de descanso, artistas esperando inspiración, "muppies", "yuccies" y otras tribus: todas esas escenas "auténticas" que inocentemente buscas cuando viajas olvidando que estás en la ciudad más turística del mundo. Y en pleno mes de agosto. Incluso había un par de monjes budistas (verdaderos o falsos, no sé) buscando el aguinaldo.

 

Un dato sirve para percibir la acogida que ha tenido el High Line Park. En la web de Tripadvisor los viajeros lo sitúan en el puesto octavo de las 896 cosas que hacer en Nueva York. Entre las 23.000 opiniones cuesta encontrar alguna negativa. Quizá tan sólo quien advierte que mejor no ir en fin de semana. "No cabemos", apunta.

 

El High Line discurre entre las avenidas Décima y Duodécima, en la parte oeste de Manhattan. Tiene una gran acogida el anfiteatro sobre la Décima Avenida. Son espectaculares las vistas sobre la calle 23 hasta perderse en el horizonte cruzando la ciudad de un río a otro. El recorrido pasa incluso a través de varios edificios, como el renovado mercado de Chelsea: el ferrocarril era para mercancías y sus vagones podían descargar así directamente en fábricas o almacenes. Las tumbonas a la altura de la calle 14 y con vistas directas sobre el río también son muy apreciadas. Sin olvidar que se trata de un parque lineal donde crece una amplia variedad de plantas y pequeños ecosistemas.

Panorámica de la calle 23 desde el parque elevado 

El final del High Line en la parte sur tiene ahora otro aliciente para los viajeros: el nuevo Museo Whitney de Arte Estadounidense, con su interesante colección y sus espléndidas terrazas. Un atractivo más para el barrio de Meatpacking y la Novena Avenida, imprescindible zona de moda en Nueva York. Esperemos que tanto reclamo no haga morir al espléndido High Line bajo las pisadas del turismo de masas.

 

Texto y fotos: Marino Holgado 

Más información: www.thehighline.org/visit

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