Hoy viajamos hasta Palma, capital de la isla de Mallorca, la mayor de las Baleares. Y aunque parezca una obviedad, no lo es, aún hay gente que cree que Palma es Mallorca o que Mallorca es la capital de Mallorca. O así. Trabalenguas aparte hoy viajamos hasta Palma, la ciudad donde dan ganas de vivir. Y de vivir bien, claro.
De Palma sorprenden muchas cosas. Desde su vena cosmopolita hasta su elegante pasado venido a más gracias al esfuerzo y el tesón de sus habitantes, felices y orgullosos de saber que viven en una de las ciudades más bellas del Mediterráneo.
La catedral de Palma, magistral, sorprende al viajero, por imponente, por bien conservada y su ubicación única, justo a la entrada de la ciudad (si acabas de aterrizar en Son Sant Joan, uno de los aeropuertos con más tráfico de España). Junto a ella, el Palau de la Almudaina y salvaguardando a ambas, el Parc de la Mar, una bonita zona lúdica y de recreo donde pasear en invierno o disfrutar de un cine a la fresca en verano. Continuado por la derecha, uno de mis rincones preferidos, la histórica rambla del Born y la plaza Juan Carlos I, perfectas para pasear, ir de compras o hacer un alto en el camino en míticos lugares como el Bar Bosch, el Cappuccino o en el Casal Solleric, un centro de tendencias artísticas donde además de tomar el aperitivo también se puede disfrutar de exposiciones para todos los gustos, de artistas más o menos anónimos. En este punto pasea, callejea, piérdete y vuélvete a encontrar en el horno donde se cocinan las ensaimadas más ricas de todo Mallorca: Can Joan de S’Aigo. Con dos delegaciones en Palma, la de la Calle Can Sans es la más antigua (data de 1700), pero en la de la Calle del Baró de Santa Maria del Sepulcre además podrás recorrer las mejores tiendas de la calle más comercial de la capital, Jaime III.
Continuado por Jaime III, nada más cruzar el puente vamos a parar a una de las zonas emergentes, o emergidas del todo, de la ciudad: Santa Catalina. Atravesando la avenida Argentina, esta bohemia zona de Palma está repleta de coquetos restaurantes y las antiguas casas de pescadores son hoy codiciados pisos de vigas vistas que no miran al mar, sino al corazón del barrio, el encantador Mercado de Santa Catalina, uno de los más antiguos de la ciudad. En el barrio se puede comer, y bien, en el restaurante Diecisiete Grados (con una más que espléndida carta de vinos) o en Patxi, que rozando ya los límites del barrio, es uno de los mejores restaurantes donde comer unos buenos pinchos y una excelente carne. Para degustar el más típico Pa amb oli mallorquín con ricos embutidos como la sobrasada o el camaiot no tienes nada más acudir al bar Cabrera (cutre pero delicioso), el secreto mejor guardado por los palmesanos.
Siempre es un placer maravilloso viajar hasta Mallorca.
Texto: Lorena G.Díaz