Cantabria, Best in Europe 2018
Acomodada en la costa norte de la península ibérica, la pequeña Cantabria ofrece una visión totalmente diferente. Todavía desconocida para muchos viajeros extranjeros –recibe un turista extranjero por cada cuatro españoles–, esta región verde y cautivadora ofrece una impresionante variedad en un espacio relativamente pequeño.
Escondidas entre los frondosos paisajes cántabros se hallan algunas de las pinturas rupestres más extraordinarias del mundo, docenas de playas remotas y una de las cordilleras más espectaculares e ignoradas de Europa, los Picos de Europa. Y en el centro de todo ello se alza Santander, la renaciente capital de Cantabria.
Santander, la capital de Cantabria, renace
Con su aeropuerto internacional y un servicio directo de ferri que la conecta con Inglaterra e Irlanda, Santander es un punto de partida ideal. La animada capital de Cantabria ha ganado en atractivo gracias a su renovada ribera. La concurrida autovía que separaba a los santanderinos del mar ahora es subterránea, lo cual ha permitido la ampliación de los frondosos Jardines de Pereda, creando un agradable corredor verde entre la ciudad y la bahía. Presidiendo la zona se alza el futurista Centro Botín, un enclave cultural diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano.
Tras su inauguración en verano del 2017, el Centro Botín se ha convertido en el nuevo foco de Santander y en su lugar más popular. En voladizo sobre la bahía de Santander, su laberinto de terrazas y pasarelas elevadas ofrece vistas panorámicas del perfil urbano de la ciudad y la bahía. En la enorme plaza que hay debajo se mezclan adolescentes que ruedan en monopatín y abuelas que toman infusiones mientras que las familias salen a pasear y a que los niños se diviertan en el tiovivo. Las dos plantas superiores del Centro Botín albergan exposiciones de arte contemporáneo moderno, mientras que el café de la planta baja sirve desde desayunos hasta almuerzos gourmet bajo la dirección del chef Jesús Sánchez, poseedor de una estrella Michelin.
Más allá de estas atracciones, Santander es una ciudad cautivadora y lo suficiente variada como para entretener al viajero un par de días. Un paseo hacia el interior muestra el animado conjunto de bares de pintxos y locales nocturnos, y una vuelta por la bahía permite visitar la verdísima península de la Magdalena y la Playa del Sardinero, el patio de recreo de verano de la ciudad. Aquí es fácil imaginar cómo era Santander en su época de máximo esplendor, a principios del s. XX, viendo el elegante Palacio de la Magdalena, una finca de veraneo construida para el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, y el Gran Casino de estilo belle-époque del Sardinero, que compone un evocador telón de fondo de la cultura de sol y surf actual.
Calas, acantilados y un espectacular paisaje costero
Si los rascacielos de los resorts de la costa sur española dejan frío al viajero, las playas agrestes y poco frecuentadas de Cantabria son el antídoto perfecto. La preciosa costa de la región, que serpentea a lo largo de 150 km por calas remotas y cabos de color esmeralda, ofrece una visión de la vida de playa más dirigida a los amantes de la naturaleza que a los de la fiesta sinfín. La mayoría de las grandes playas de Cantabria solo son accesibles a pie, lo cual mantiene a raya a las multitudes y realza la conexión con la naturaleza. Surfistas, senderistas y peregrinos del Camino del Norte –una ruta de acceso menos conocida a Santiago de Compostela– disfrutan del espectacular paisaje.
En Cantabria oriental, entre Laredo y Castro Urdiales, un espectacular sendero costero desciende entre ovejas que pastan y afloramientos rocosos hasta la Playa de Sonabia, agazapada en una cala esculpida por las olas al pie de un formidable risco; si se sube más allá de la playa se puede contemplar la escena a través de los Ojos de Diablo, un par de arcos de roca naturales que se alzan sobre la costa. De regreso a Santander, las Playas de Langre son otro de los destinos típicos de Cantabria: dos grandes playas de arena en forma de luna creciente rodeadas por acantilados estratificados y accesibles por medio de escaleras desde el aparcamiento superior. Más al oeste, cerca de la frontera con Asturias, otro conjunto de playas prístinas se despliega a lo largo de kilómetros entre Comillas y San Vicente de la Barquera. Un montón de gente, de bañistas a paseantes de perros, disfruta de estas enormes extensiones de arena fina –Playa de Oyambre, Playa de Gerra, Playa de Merón, Playa El Rosal–, todas ellas resguardadas por sinuosos cerros verdes, con vistas casi alucinógenas de los Picos de Europa nevados en la distancia.
Los Parques Nacionales cumplen 100 años
El centenario del parque nacional más antiguo de España
El atractivo natural de Cantabria no termina en la costa. En la parte suroeste de la región, a solo 15 km hacia el interior desde el Atlántico, se alzan, abruptos e imponentes, los Picos de Europa desde el nivel del mar hasta alturas que superan los 2500 metros. Estos escarpados picos calizos –que deben su nombre a que antaño eran el primer signo visible del continente– eran la referencia de los marineros que regresaban al hogar y hoy atraen a los entusiastas de las actividades al aire libre con algunos de los paisajes más espectaculares de España: lagos de gran altitud, pastos alpinos salpicados de vacas y profundísimos cañones.
No hace falta ser un experto escalador para disfrutar de los mejor de estas montañas. Solo hay que seguir el río Deva una hora hacia el interior, serpenteando por el Desfiladero de la Hermida, de paredes verticalísimas, y subir a Fuente Dé, donde la carretera termina en un magnífico circo glaciar. Desde allí, un trayecto de vértigo de cuatro minutos en funicular sube 1823 m donde los imponentes riscos de los Picos forman el telón de fondo de múltiples excursiones, incluida la tonificante ruta –casi toda cuesta abajo– que se incorpora al GR-203 entre las robustas aldeas de piedra de Sotres y Espinama. En julio de 1918 el rey Alfonso XIII inauguró cerca de aquí el primer parque nacional español, y para verano del 2018 se han programado celebraciones del centenario, otra razón –más allá de la sublime belleza del paraje– para viajar hasta aquí.
El arte rupestre cántabro visto de cerca
El paisaje calizo fisurado de Cantabria sirvió de refugio durante milenios a la población paleolítica, que dejó tras de sí algunas de las obras de arte rupestre más extraordinarias del mundo. Diez cuevas cántabras han sido declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco por sus vívidas imágenes de uros (una especie de bóvidos ya extinta), ciervos, bisontes, caballos y otros animales, junto con impresiones de manos y símbolos geométricos como los discos rojos de 40 000 años de antigüedad de la Cueva de El Castillo; reconocidas como las pinturas rupestres más antiguas de Europa.
Cantabria destaca por su multitud de yacimientos y por la intimidad de la experiencia. Varias cuevas cántabras –como la exquisita Cueva de Covalanas– limitan el acceso a grupos de ocho personas o menos; y en un grupo tan reducido, verse de repente ante la imagen de un ciervo que huye con 20 000 años de historia, iluminada por un foco, trazada en pigmento rojo por los dedos de una mano ancestral desconocida, es una experiencia sobrecogedora. Destaca la famosísima Altamira, donde las visitas públicas normalmente se restringen a una impresionante réplica de la cueva original llamada la Neocueva, pero cinco personas afortunadas son elegidas por sorteo cada viernes para visitar la cueva auténtica. Tanto si se visita la cueva original o la réplica, las imágenes de animales con el lomo arqueado y patas dobladas, trazadas con ricos pigmentos siguiendo los contornos de la cueva son una de las grandes experiencias que ofrece Cantabria.
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Iglesias talladas en roca, jardines gaudinianos y otros tesoros cántabros
El resto de puntos de interés de Cantabria tentará al viajero a alargar su viaje. Hay dos buenas excursiones de un día desde Santander: la medieval Santillana del Mar, con calles adoquinadas y un monasterio románico del s. XII, y Comillas, una cueva del tesoro de arquitectura ecléctica que incluye el neogótico Palacio de Sobrellano y el extravagante Capricho de Gaudí, un edificio de la década de 1880 con torrecillas decorado con azulejos y girasoles de cerámica, y rodeado de bellos jardines.
Si se cuenta con un vehículo, merece la pena explorar un poco más allá. En un par de horas es posible hacer una escapada al interior menos conocido de Cantabria, siguiendo el curso del río Ebro desde sus fuentes y pasando por una serie de iglesias prerrománicas talladas en la roca arenisca de Santa María de Valverde, Arroyuelos y Campo de Ebro; serpenteando a través de remotas aldeas de montaña como Tudanca y Bárcena Mayor; o alejarse del mundanal ruido en posadas de campo como La Casa del Puente, una mansión restaurada con vistas al impetuoso río Gándara.