Historia de Alemania

Durante la mayor parte de su historia, Alemania fue un conjunto de principados y ciudades-estado semiindependientes. De hecho, no fue un Estado-nación hasta 1871. No obstante, los movimientos y acontecimientos asociados con su territorio (desde la Liga Hanseática hasta la Reforma y el Holocausto) han fraguado la historia de Europa desde la Alta Edad Media. Carlomagno, Martín Lutero, Otto von Bismarck y Adolf Hitler son solo algunas de las personalidades clave cuyo legado ha pervivido hasta la actualidad, en que Alemania está atada a la unidad de Europa que tanto defiende.

Raíces y romanos

Los primeros habitantes del territorio que hoy ocupa Alemania fueron tribus celtas y germánicas nómadas. Bajo el dominio del emperador Augusto, los romanos iniciaron la conquista de las tierras alemanas en torno al 12 a.C. y alcanzaron el Rin y el Danubio. Sus intentos por expandir su territorio más al este se vieron frustrados el año 9, cuando el general romano Publio Quintilio Varo perdió tres legiones (unos 20 000 hombres) en la sangrienta batalla del Bosque de Teutoburgo. Las fuerzas germánicas estuvieron encabezadas por Arminio, hijo de un jefe local que había sido capturado y llevado a Roma como rehén. Allí adoptó la ciudadanía romana y recibió la educación militar que le permitiría vencer estratégicamente a Varo.

Durante muchos años se creyó que esta épica batalla tuvo lugar en el monte Grotenburg, en el bosque homónimo, cerca de Detmold (Renania del Norte-Westfalia), pero nadie sabe con certeza dónde ocurrió. Lo más probable es que fuera en la colina de Kalkriese, en la Baja Sajonia, al norte de Osnabrück. En los años noventa un grupo de arqueólogos encontró allí yelmos, corazas, huesos y otros restos. Hoy en día es un museo y parque.

Tras la victoria de Arminio, los romanos no volvieron a intentar conquistar tierras germánicas más allá del Rin y aceptaron este río y el Danubio como fronteras naturales, tras lo cual consolidaron su poder fundando colonias como Tréveris, Colonia, Maguncia y Ratisbona. Mantuvieron la hegemonía en la región hasta el 476.

Carlomagno y el reino de los francos

En la orilla occidental del Rin, el reino (o imperio) de los francos existió entre los ss. V y IX y fue el Estado sucesor del Imperio romano de Occidente, caído en el 476. Bajo el reinado de las dinastías merovingia y carolingia, se convirtió en la mayor potencia política de Europa en la Alta Edad Media. En su apogeo, este reino abarcó los actuales países de Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, así como media Península Itálica.

Su soberano más poderoso fue el carolingio Carlomagno [768-814]. Desde su esplendorosa residencia de Aquisgrán conquistó Lombardía, obtuvo territorios en Baviera, libró una guerra con los sajones del norte durante treinta años y fue coronado emperador por el papa en el 800, acto que se consideró el resurgir del Imperio romano. Tras el entierro de Carlomagno en la catedral de Aquisgrán, la capilla real se convirtió en un importante lugar de peregrinación.

Después de su muerte, la lucha entre su hijo y tres de sus nietos terminó por causar la disolución del reino de los francos en el 843. El Tratado de Verdún dividió el territorio en tres reinos: Westfrankenreich (Francia Occidental), que evolucionó hasta formar la Francia actual; Ostfrankenreich (Francia Oriental), origen de la Alemania actual; y Mittlere Frankenreich (Ostfrankenreich Media), que abarcaba el actual Benelux y otras zonas situadas hoy en Francia y el norte de Italia.

La Edad Media

El fuerte regionalismo de Alemania tiene su origen en la Alta Edad Media, marcada por disputas e intrigas por los territorios. El corazón simbólico del poder durante esta época fue el lugar de sepultura de Carlomagno, la catedral de Aquisgrán, que acogió la coronación de 31 reyes germanos desde el 931 hasta 1531, empezando por Otón I (Otón el Grande). Otón demostró su valía en el campo de batalla al derrotar a las tropas húngaras y, más adelante, al conquistar el reino de Italia. En el 962 renovó la promesa de Carlomagno de proteger el Papado, y el papa, en agradecimiento, lo coronó emperador; así nació el Sacro Imperio Romano Germánico. Durante los 800 años siguientes, el káiser y el papa formarían una pareja extraña y, a menudo, incómoda.

Las disputas de poder entre el papa y el emperador, que también debía lidiar con los príncipes y príncipes-obispo locales, fueron la causa de muchas rebeliones en la Alta Edad Media. Un hito de la época fue la Querella de las Investiduras entre Enrique IV [1056-1106] y el papa Gregorio VI, en la que se discutió sobre si era el papa o el monarca quien tenía derecho a designar los obispos, abades y otros altos cargos eclesiásticos. La reacción del papa fue excomulgar a Enrique en el 1076, tras lo cual el rey emprendió un camino de penitencia hasta el castillo de Canossa (Italia), residencia del papa. Arrepentido, Enrique permaneció descalzo en la nieve durante tres días rogando que se retirara su excomunión. Finalmente fue absuelto, pero la cuestión de la investidura mantuvo al imperio al borde de la guerra civil hasta que en 1122 se firmó un tratado que concedía derechos limitados al emperador en la elección de obispos.

Enrique IV era miembro de la poderosa dinastía salia, una de las que dominaron Alemania en la Alta Edad Media. Las otras fueron las familias reales Hohenstaufen y Welf, la antigua Casa de Baviera. Uno de los miembros más poderosos de esta última fue Enrique el León, que reinó sobre los ducados de Sajonia y Baviera, y extendió su influencia hacia el este en sus campañas para germanizar y convertir a los eslavos.

Enrique, que tenía unas conexiones excelentes (su segunda esposa, la inglesa Matilde, era hermana de Ricardo Corazón de León), fundó Brunswick (donde yace enterrado), Múnich, Lubeca y Luneburgo. En el apogeo de su reinado, su dominio se extendía desde las costas del mar del Norte y del mar Báltico hasta los Alpes y desde Westfalia hasta Pomerania (en la actual Polonia). Sin embargo, los Hohenstaufen, bajo el reinado de Federico I Barbarroja [1152-1190], acabaron recuperando el poder y le arrebataron Sajonia y Baviera.

En 1254, tras la muerte del último emperador Hohenstaufen, Federico II, el imperio se sumergió en una era conocida como el Gran Interregno, en que ninguno de los sucesores lograba apoyos suficientes y que duró hasta la elección de Rodolfo I en 1273. Rodolfo fue el primero de los 19 emperadores de la dinastía Habsburgo que dominaron a la perfección el arte de los matrimonios políticos y lograron mantener el cetro imperial hasta principios del s. XIX, cuando Napoleón finiquitó el imperio.

En el s. XIV se consolidó la estructura básica del Sacro Imperio Romano Germánico. Un documento clave fue la Bula de Oro de 1356 (así llamada por su sello dorado), decreto emitido por el emperador Carlos IV que, en esencia, equivalía a una Constitución imperial. Lo más importante es que estableció reglas precisas para la elección de los emperadores al especificar los siete Kurfürsten (príncipes-electores) encargados de decidir quiénes serían los coronados por el papa. El privilegio recayó en los gobernantes de Bohemia, Brandeburgo, Sajonia y el Palatinado, así como en los príncipes-obispos de Tréveris, Maguncia y Colonia. Para elegir al nuevo emperador bastaba la mayoría simple.

La importancia de la pequeña nobleza fue decreciendo al tiempo que aumentaba el poder económico de las ciudades, sobre todo después de que muchas forjaran una estratégica alianza comercial, la Liga Hanseática. A las urbes más poderosas, como Colonia, Hamburgo, Núremberg y Fráncfort, se les concedió el estatus de ciudad imperial libre, por lo que respondían directamente ante el emperador (en oposición a las ciudades no libres, subordinadas a un gobernante local).

Fueron tiempos difíciles para los alemanes de a pie, ya que tuvieron que hacer frente al hambre, los pogromos contra los judíos y la escasez de mano de obra, todo ello causado por la peste que entre 1348 y 1350 exterminó al 25% de la población europea. Sin embargo, en la misma época en que tantos alemanes sucumbieron a la muerte, se fundaron universidades por todo el país, la primera de ellas en Heidelberg en 1386.

La Reforma y la Guerra de los Treinta Años

En el s. XVI, las ideas humanistas y del Renacimiento suscitaron críticas a los abusos generalizados de la Iglesia, en especial la práctica de vender indulgencias para exonerar pecados. En 1517, en la ciudad universitaria de Wittenberg, el monje y profesor de teología Martín Lutero (1483-1546) hizo públicas Las 95 tesis, que no solo criticaban las indulgencias, sino que cuestionaban la infalibilidad papal, el celibato del clero y otros elementos de la doctrina católica. Esta fue la chispa que encendió la Reforma.

Aunque le amenazaron con ser excomulgado, Lutero se negó a retractarse, rompió con la Iglesia católica y fue desterrado del reino, por lo que tuvo que esconderse en el castillo de Wartburg, a las afueras de Eisenach (Turingia). Allí se dedicó a traducir al alemán el Nuevo Testamento.

Hubo que esperar hasta 1555 para que las ramas católica y luterana de la Iglesia fueran tratadas como iguales, gracias a la firma del emperador Carlos V [1520-1558] de la Paz de Augsburgo, que permitía a los príncipes decidir la religión de su principado. Los principados del norte, más seglares, adoptaron la doctrina de Lutero, mientras que los clérigos del sur, el suroeste y Austria se mantuvieron fieles al catolicismo.

A pesar de todo, el conflicto religioso no había terminado. En 1618 degeneró en la sangrienta Guerra de los Treinta Años, a la que se acabaron uniendo Suecia y Francia en 1635. La calma regresó con la Paz de Westfalia (1648), firmada en Münster y en Osnabrück, pero convirtió al imperio (formado por entonces por unos 300 estados y unos 1000 territorios más pequeños) en un mero símbolo casi sin poder. Suiza y los Países Bajos obtuvieron su independencia formal, Francia se hizo con Alsacia y Lorena, y Suecia se extendió hasta la desembocadura de los ríos Elba, Óder y Weser.

El auge de Prusia

A medida que el poder del Sacro Imperio Romano Germánico se desvanecía, una nueva potencia empezaba a divisarse en el horizonte: Brandeburgo-Prusia. Desde 1411, el ducado oriental de Brandeburgo había estado en manos de la dinastía Hohenzollern, pero ocupaba una posición marginal en el imperio. La situación cambió en el s. XVII con Federico Guillermo [1640-1688]; conocido como el Gran Elector, tomó varias medidas que llevaron al ascenso de Brandeburgo a la categoría de potencia europea. Convirtió Berlín en una plaza fuerte, impuso un nuevo impuesto sobre las ventas, transformó la ciudad en un núcleo comercial mediante la construcción de un canal que unía los ríos Óder y Spree y promovió la acogida de refugiados hugonotes franceses. Entre 1680 y 1710, la población de Berlín casi se triplicó y se convirtió en una de las mayores urbes del Sacro Imperio. En cuanto tuvo oportunidad, su hijo, Federico III de Brandeburgo, se autoproclamó Federico I de Prusia (elector de 1688 a 1701 y rey de 1701 a 1713) y estableció en Berlín la residencia real y la capital de Brandeburgo-Prusia.

El hijo de Federico, Federico Guillermo I [1713-1740], sentó las bases del poderío militar prusiano. Los soldados eran la obsesión del rey, que dedicó la mayor parte de su vida a reunir un ejército de 80 000 efectivos, en parte mediante la instauración del servicio militar (muy impopular ya entonces y finalmente revocado) y también persuadiendo a otros gobernantes de que le vendieran hombres. La historia lo recuerda con bastante acierto como el Rey Sargento.

Irónicamente, dichos soldados no entraron en acción hasta el ascenso al trono de su hijo y sucesor Federico II el Grande [1740-1786]. Federico luchó a brazo partido durante dos décadas para arrebatar Silesia (en la actual Polonia) a Austria y Sajonia. También abrazó las ideas de la Ilustración y abolió la tortura, garantizó la libertad religiosa e introdujo reformas legales. Varios grandes pensadores (Moses Mendelssohn, Voltaire y Gotthold Ephraim Lessing, entre otros) acudieron a Berlín, que floreció como capital cultural y pasó a ser llamada “la Atenas del Spree”.

Napoleón y la época de las revoluciones

Tras los estragos de la Revolución Francesa de 1789, Napoleón Bonaparte se hizo con el control de Europa y alteró notablemente su destino en las precisamente llamadas Guerras Napoleónicas. La derrota de las tropas austríacas y rusas en la batalla de Austerlitz (1806) condujo a la desaparición del Sacro Imperio Romano Germánico, a la abdicación del káiser Francisco II y a un conjunto de reformas administrativas y judiciales.

La mayoría de los reinos, ducados y principados germanos se unieron en la Confederación del Rin, auspiciada por el general corso. Su reestructuración del mapa de Europa le fue muy bien a Baviera, que casi dobló su tamaño y adquirió el estatus de reino en 1806. Aun así, la confederación fue efímera, ya que muchos de sus miembros volvieron a cambiar sus lealtades después de que las tropas prusianas, rusas, austríacas y suecas aplastaran a Napoleón en la sangrienta batalla de Leipzig (1813).

En el Congreso de Viena de 1815, Alemania quedó reorganizada en la Confederación Germánica, formada por 39 estados y con una asamblea central legislativa, el Reichstag, establecida en Fráncfort. Austria y Prusia encabezaron esta alianza hasta que un reguero de revoluciones democráticas se extendió por varias ciudades alemanas en 1848 y dio pie a la primera delegación parlamentaria elegida libremente en la historia del país, que se reunió en la Paulskirche de Fráncfort. Mientras tanto, Austria se separó de Alemania, creó su propia Constitución y volvió inmediatamente al sistema monárquico. La revolución finalizó en 1850 y se restableció la confederación, con Prusia y Austria como miembros dominantes.

Al mismo tiempo, en Baviera, las sacudidas revolucionarias provocaron la reacción del rey Luis I, que era un católico acérrimo; restauró los monasterios, introdujo la censura de prensa y autorizó la detención de los estudiantes, periodistas y profesores universitarios que consideraba subversivos. El reino bávaro era cada vez más restrictivo, a pesar de que los ideales democráticos florecían en el resto de Alemania.

El 22 de marzo de 1848, Luis I abdicó en su hijo, Maximiliano II [1848-1864], quien por fin aplicó muchas de las reformas constitucionales que su padre había ignorado, como abolir la censura y conceder el derecho de asamblea. Su hijo Luis II [1864-1886] introdujo medidas aún más progresistas al principio de su reinado (prestaciones sociales para los pobres, leyes de matrimonio más liberales y libertad de comercio), pero acabó perdiéndose en un mundo de fantasía, preocupado por construir espléndidos palacios como el castillo de Neuschwanstein en lugar de ocuparse del gobierno. Murió ahogado en el lago de Starnberg, hecho que aún suscita teorías conspirativas.

Bismarck y el nacimiento del Segundo Imperio

Crear una Alemania unificada liderada por Prusia fue la gloriosa ambición de Otto von Bismarck (1815-1898), nombrado primer ministro prusiano en 1862 por el rey Guillermo I. Militar de la vieja guardia, se sirvió de una diplomacia compleja y de las guerras con las vecinas Dinamarca y Francia para alcanzar sus objetivos. En 1871, Berlín ya era la orgullosa capital del Segundo Reich alemán, una monarquía constitucional bicameral. El 18 de enero, el rey de Prusia fue coronado káiser en Versalles, con Bismarck como su “canciller de hierro”.

El poder de Bismarck se basaba en el apoyo de los comerciantes y de los Junkers, la antigua nobleza rural prusiana. Bismarck, que era un diplomático diestro y una figura influyente, logró muchas cosas mediante una política de dudosa honestidad, pues negociaba acuerdos entre las potencias europeas y fomentaba vanidades coloniales para distraer a los demás de sus propios actos. Honró al Reich con unas cuantas joyas después de 1880 con la adquisición de colonias en el centro, el suroeste y el este de África y de numerosos paraísos en el Pacífico, como Tonga.

Los primeros años del Segundo Imperio alemán, período conocido como Gründerzeit (época de los fundadores), estuvieron marcados por un enorme crecimiento económico, propiciado en parte por un flujo continuo de indemnizaciones de guerra de Francia. Centenares de miles de personas se dirigieron a las ciudades en busca de trabajo en las fábricas. Los nuevos partidos políticos dieron voz al proletariado, sobre todo el Partido de los Trabajadores Socialistas de Alemania (SAP), antecesor del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).

Bismarck trató de ilegalizar el partido, pero las presiones que recibió lo llevaron a hacer concesiones al creciente y cada vez más antagónico movimiento socialista y a instaurar las primeras reformas sociales modernas de Alemania, aun en contra de su naturaleza. Cuando Guillermo II [1888-1918] accedió al poder tenía la intención de ampliar la reforma social, pero Bismarck concebía leyes antisocialistas más estrictas. En marzo de 1890, el káiser se hartó y apartó de la escena política a su renegado canciller. El legado de Bismarck como diplomático quedó claro a medida que una Alemania rica, unida y con una gran potencia industrial se adentraba en un nuevo siglo.

La I Guerra Mundial y sus consecuencias

El asesinato el 28 de junio de 1914 del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio autrohúngaro, fue el detonante de una serie de decisiones políticas que condujeron a la I Guerra Mundial, el conflicto europeo más sangriento desde la Guerra de los Treinta Años. La euforia inicial y la fe en obtener una victoria rápida dieron paso enseguida a la desesperación, mientras las víctimas se apilaban en las trincheras del campo de batalla y los civiles pasaban hambre y frío en las ciudades. Tras la derrota de 1918, se produjo un período de agitación y violencia. El 9 de noviembre de 1918, el káiser Guillermo II abdicó, lo que supuso el fin definitivo de la monarquía en Alemania.

Las humillantes y desmedidas condiciones de paz impuestas a Alemania tras la Gran Guerra sembraron las semillas del rencor que llevaron a la II Guerra Mundial. Alemania, con el ejército destruido, al borde de la revolución y a medio camino entre la monarquía y la democracia, firmó el Tratado de Versalles (1919), en que se la declaraba responsable de todas las muertes de la contienda. Se recortó drásticamente su territorio y se le obligó a pagar unas indemnizaciones exorbitantes.

La República de Weimar

En julio de 1919 se aprobó una Constitución federal y republicana en la ciudad de Weimar, donde la asamblea constituyente había buscado refugio del caos de Berlín. El primer experimento serio de Alemania con la democracia trajo el sufragio femenino y derechos sociales básicos, pero también dio al canciller el derecho a gobernar por decreto, concesión que fue clave en el posterior ascenso al poder de Hitler.

La República de Weimar (1920-1933) estuvo gobernada por una coalición de partidos de izquierda y de centro, pero no agradaba ni a comunistas ni a monárquicos. De hecho, los años veinte no fueron nada “felices” en Alemania, pues estuvieron marcados por la humillación de haber perdido la guerra, la hiperinflación, el paro generalizado, el hambre y las enfermedades. La gente moría de frío en las ciudades mientras el carbón de la cuenca minera del Ruhr se enviaba a Francia.

La estabilidad económica fue recuperándose gradualmente tras la introducción en 1923 de una nueva moneda, el Rentenmark, y con el Plan Dawes de 1924, que limitó las abrumadoras indemnizaciones impuestas a Alemania. Sin embargo, la tendencia volvió a revertirse tras el crack del 29, que hundió al mundo en la depresión económica. En cuestión de semanas, millones de alemanes perdieron el empleo y los disturbios y las manifestaciones volvieron a resonar en las calles.

El ascenso de Hitler al poder

El clima político inestable y cada vez más polarizado provocó enfrentamientos entre los comunistas y los miembros de un partido que había ido ganando protagonismo poco a poco: el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP; Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei) o Partido Nazi, liderado por un artista fracasado y cabo durante la I Guerra Mundial llamado Adolf Hitler, de origen austríaco. Las botas militares, las camisas marrones, la opresión y el miedo no tardarían en dominar la vida cotidiana de los alemanes.

El NSDAP de Hitler obtuvo el 18% de los votos en las elecciones de 1930. En los comicios de 1932, Hitler desafió al entonces presidente de la República, Paul von Hindenburg, pero solo logró obtener el 37% de los votos en la segunda vuelta. Sin embargo, el 30 de junio de 1933, debido al fracaso de sus reformas económicas y a la intervención persuasiva de los consejeros de derechas, Hindenburg nombró canciller a Hitler.

Hitler actuó con celeridad para consolidar su poder absoluto y convertir la democracia del país en una dictadura ejercida por su partido. Utilizó el incendio del Reichstag como pretexto para forzar la aprobación de la Ley Habilitante de 1933, que le permitiría dictar leyes y cambiar la Constitución sin consultar al Parlamento. Tras la muerte de Hindenburg un año después, Hitler fusionó el cargo de presidente con el de canciller y se proclamó Führer (líder, guía) del Tercer Reich.

El ascenso al poder de los nazis tuvo consecuencias inmediatas. Tres meses después de que Hitler tomara el poder, todos los partidos, organizaciones y sindicatos no nazis habían dejado de existir. Los adversarios políticos, los intelectuales y los artistas fueron perseguidos y detenidos sin juicio, y muchos se escondieron o se exiliaron. Había una incipiente cultura del terror y de la denuncia y se empezó a intensificar la intimidación a los judíos.

Hitler recibió un gran apoyo de la clase media y media-baja al invertir enormes sumas de dinero en programas de empleo, muchos de ellos relacionados con el rearme y la industria pesada. En Wolfsburgo (Baja Sajonia) empezaron a fabricarse los primeros coches asequibles de la casa Volkswagen en el año 1938.

Ese mismo año, las tropas de Hitler entraron en Austria, aclamadas como héroes. Las potencias extranjeras, en un intento por evitar otra guerra, aceptaron el Anschluss o anexión. Siguiendo la misma política de apaciguamiento, los líderes de Italia, Gran Bretaña y Francia cedieron a Hitler el territorio, poblado mayoritariamente por alemanes e históricamente alemán, de los Sudetes (Sudetenland), en la entonces Checoslovaquia, por los Acuerdos de Múnich, firmados en septiembre de 1938. Pero la cosa no acabó ahí. En marzo de 1939 Hitler también se anexionó Bohemia y Moravia, y aquí pocas excusas se podían esgrimir.

La persecución a los judíos

El pueblo judío fue víctima de una larga campaña de acoso previa al genocidio. En abril de 1933, Joseph Goebbels, Gauleiter, líder de zona de Berlín y jefe del Ministerio de Propaganda, declaró un boicot a los negocios hebreos. Poco después, los judíos fueron expulsados del servicio público y se les prohibió ejercer muchas profesiones. Las Leyes de Núremberg de 1935 despojaron a los “no arios” de la ciudadanía alemana y de muchos otros derechos.

Mientras tanto, la comunidad internacional hizo la vista gorda a lo que ocurría en Alemania, quizá porque muchos líderes anhelaban ver un poco de orden en el país tras décadas de tensiones políticas. Hitler fue muy admirado por su éxito al estabilizar la frágil economía, en gran parte mediante la inversión de dinero público en programas de empleo. Los JJ. OO. de verano de Berlín 1936 fueron un triunfo de las relaciones públicas, pues Hitler puso en marcha una ofensiva seductora. El terror y las persecuciones se retomaron poco después de la ceremonia de clausura.

La persecución a los judíos alcanzó un primer momento crítico el 9 de noviembre de 1938 con la Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos. Con la excusa del asesinato en París de un funcionario del consulado alemán por parte de un judío polaco, los matones nazis profanaron, quemaron y demolieron sinagogas y cementerios, y saquearon propiedades y negocios judíos por todo el país. Los judíos habían empezado a emigrar en 1933, pero este acontecimiento provocó una estampida.

La suerte de los judíos que se quedaron empeoró después del estallido de la II Guerra Mundial en septiembre de 1939. En 1942, por petición de Hitler, se celebró la Conferencia del Wannsee, en la que se acordó la Endlösung (“solución final”): la aniquilación sistemática, burocratizada y meticulosamente documentada de los judíos de Europa. También se persiguió a los sinti, los romaníes, los adversarios políticos, los curas, los homosexuales y los criminales habituales. De los siete millones de personas que fueron deportadas a campos de concentración, solo sobrevivieron 500 000.

La resistencia contra Hitler fue sofocada rápidamente por la poderosa máquina del terror nazi, pero nunca desapareció del todo. El 20 de julio de 1944, Claus Schenk Graf von Stauffenberg y otros altos oficiales del ejército intentaron asesinar a Hitler, por lo que fueron ejecutados. En Múnich y en otras ciudades se distribuyeron panfletos antinazis redactados por la Rosa Blanca, un grupo de estudiantes universitarios cuyos intentos de resistencia costó la vida a la mayoría de sus integrantes.

La II Guerra Mundial

La II Guerra Mundial se inició el 1 de septiembre de 1939 con la invasión nazi de Polonia. Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania dos días después, pero ni siquiera esto pudo evitar la rápida derrota de Polonia, Bélgica, Países Bajos y Francia. Dinamarca y Noruega pronto cayeron también bajo el dominio de los nazis.

En junio de 1941, Alemania rompió su pacto de no agresión con Stalin y atacó la URSS. Aunque al principio tuvo éxito, la Operación Barbarroja no tardó en topar con dificultades. Las tropas alemanas fueron finalmente derrotadas en la batalla de Stalingrado (la Volgogrado actual) al invierno siguiente y se vieron forzadas a retirarse.

Con el desembarco de Normandía en junio de 1944, los aliados se adentraron con formidable fuerza en el continente europeo, ayudados por constantes y devastadores ataques aéreos que destruyeron con saña las ciudades alemanas y su patrimonio cultural y artístico, y mataron al 10% de la población civil. La definitiva batalla de Berlín dio comienzo a mediados de abril de 1945. Más de 1,5 millones de soldados soviéticos se dirigieron a la capital desde el este; llegaron el 21 de abril y la rodearon el 25. Dos días más tarde alcanzaron el centro de la ciudad y libraron batallas callejeras con lo poco que quedaba del ejército alemán, un desorganizado grupo de adolescentes y ancianos.

El 30 de abril, las bombas caían sobre el búnker de Hitler, donde el Führer del “Reich de los Mil Años” se escondía junto a Eva Braun, la que durante mucho tiempo había sido su amante y con quien se había casado un día antes. Tras aceptar que la derrota era inevitable, se suicidaron. Mientras sus cuerpos ardían en el patio de la Cancillería, los soldados del Ejército Rojo izaban la bandera soviética en el Reichstag.

El 7 de mayo de 1945, Alemania se rindió de forma incondicional. La paz se firmó en los cuarteles del ejército estadounidense en Reims (Francia) y en los del ejército soviético en Berlín. La II Guerra Mundial en Europa terminó oficialmente el 8 de mayo de 1945.

El gran enfriamiento

En las conferencias de Yalta y Potsdam, celebradas en febrero y julio de 1945, los aliados (EE UU, Reino Unido, la Unión Soviética y Francia) redibujaron las fronteras de Alemania y dividieron el país en cuatro zonas de ocupación.

Pronto surgieron roces entre los aliados occidentales y los soviéticos. Los primeros pretendían que Alemania se recuperara reconstruyendo su devastada economía; algo habían aprendido del Tratado de Versalles. Los soviéticos insistían en recibir cuantiosas indemnizaciones y empezaron explotar su zona de ocupación. Decenas de miles de hombres físicamente capaces y de prisioneros de guerra terminaron en gulags (campos de trabajo) situados en lo más profundo de la Unión Soviética. La inflación seguía castigando las economías locales, hubo escasez de comida y el Partido Comunista de Alemania (KPD) y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) se vieron forzados a unirse en el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). Mientras tanto, en las zonas aliadas occidentales comenzó a asentarse la democracia con la elección de los parlamentos estatales alemanes (1946-1947).

La confrontación se produjo en junio de 1948, cuando los aliados occidentales introdujeron el marco alemán en sus zonas. La URSS lo consideró una infracción del Acuerdo de Potsdam, en que las potencias habían decidido tratar Alemania como una sola zona económica. Los soviéticos pusieron en curso su propia moneda, el Ostmark, y anunciaron un bloqueo a gran escala de Berlín Oeste, que se hallaba completamente rodeada por la zona soviética. Los aliados occidentales respondieron con un admirable puente aéreo: durante 11 meses, las flotas aéreas británica y estadounidense descargaron comida, carbón, maquinaria y otros recursos básicos en el aeropuerto de Tempelhof de Berlín Oeste. Para cuando los soviéticos se echaron atrás, los aliados ya habían realizado 278 000 vuelos, recorrido una distancia equivalente a 250 viajes de ida y vuelta a la Luna y entregado 2,5 millones de toneladas de mercancías.

Dos Alemanias

En 1949 se formalizó la división de Alemania (y de Berlín). Las zonas occidentales formaron la Bundesrepublik Deutschland (República Federal de Alemania, RFA) o Alemania Occidental; Konrad Adenauer fue su primer canciller, y la capital se estableció en Bonn, junto al Rin. El paquete de ayudas conocido como Plan Marshall hizo posible el Wirtschaftswunder (milagro económico alemán): la economía creció, de media, un 8% cada año entre 1951 y 1961. La recuperación fue obra, sobre todo, del ministro de Economía Ludwig Erhard, que compensó la grave escasez de mano de obra acogiendo en Alemania a 2,3 millones de trabajadores extranjeros, sobre todo turcos, yugoslavos, españoles e italianos. Este hecho puso las bases de la sociedad multicultural actual.

Por su parte, la zona soviética se convirtió en la Deutsche Demokratische Republik (República Democrática Alemana, RDA); Wilhelm Pieck fue su primer presidente y la capital se estableció en Berlín Este. Las políticas económicas, judiciales y de seguridad estuvieron bajo el control de un solo partido, el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), cuyo líder era Walter Ulbricht. Para sofocar toda oposición, en 1950 se creó el Ministerio para la Seguridad del Estado o Stasi.

La RDA entró en un estancamiento económico, en gran parte debido a la incesante política soviética de especulación financiera e indemnizaciones. El fallecimiento de Stalin en 1953 hizo crecer las esperanzas de reforma, pero solo estimuló al Gobierno de la RDA a aumentar aún más los objetivos de producción. El descontento latente estalló de forma violenta el 17 de junio de 1953, cuando el 10% de los trabajadores de la RDA salieron a la calle. Las tropas soviéticas sofocaron la sublevación, pero hubo muchas muertes y unas 1200 detenciones.

El Muro

En los años cincuenta, la diferencia entre las economías de las dos Alemanias se hizo abismal, lo que llevó a 3,6 millones de ciudadanos de la RDA (casi todos jóvenes e instruidos) a buscar fortuna en Alemania Occidental, lo que dejó a la RDA al borde del colapso económico y político. Al final, esta fuga de cerebros permanente provocó que el Gobierno comunista, con el consentimiento de los rusos, levantara un muro para mantener a sus ciudadanos dentro de las fronteras. La construcción del Muro de Berlín, el símbolo por antonomasia de la Guerra Fría, empezó la noche del 13 de agosto de 1961.

Este acto furtivo dejó a los berlineses de piedra. Las protestas formales de los aliados occidentales y las manifestaciones masivas en Berlín Oeste fueron ignoradas. Llegaron tiempos tensos. En octubre de 1961, los tanques estadounidenses y soviéticos se encararon en el paso fronterizo de Berlín conocido como Checkpoint Charlie en un acto de política suicida.

El nombramiento de Erich Honecker (1912-1994) como líder de la RDA en 1971, en combinación con la Ostpolitik (política amistosa con el Este) del canciller de Alemania Occidental Willy Brandt (1913-1992), suavizaron las relaciones entre ambos países. En septiembre del mismo año, los cuatro aliados firmaron un acuerdo que regulaba el paso entre Berlín Oeste y Alemania Occidental, garantizaba el derecho de los habitantes de Berlín Oeste a visitar Berlín Este y la RDA e incluso daba permiso a los ciudadanos de la RDA para viajar a la RFA en caso de emergencia familiar.

El acuerdo también allanó el camino para la firma, un año después, del Grundlagenvertrag (Tratado Básico), en que los dos países reconocían la soberanía y las fronteras del otro y se comprometían a llevar a cabo “misiones permanentes” en Bonn y Berlín Este.

En 1974, Alemania Occidental entró a formar parte del G8. Sin embargo, los años setenta también estuvieron marcados por el terrorismo, y varios políticos y empresarios importantes fueron asesinados por los anticapitalistas de la Baader-Meinhof, la Fracción del Ejército Rojo (Rote Armee Franktion; RAF). En la misma década surgieron la cuestión antinuclear y la ecologista, que condujeron a la fundación del Die Grünen (Los Verdes) en 1980.

La caída

Los corazones y las mentes de Europa del Este llevaban mucho tiempo esperando un cambio, pero la reunificación de Alemania cogió por sorpresa hasta a los observadores políticos más perspicaces. El llamado Wende, punto de inflexión de la caída del comunismo, tuvo un desarrollo gradual que terminó con un gran boom: el derrumbamiento del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.

Antes de la caída del Muro, los habitantes de la RDA de nuevo habían empezado a abandonar su país en tropel, esta vez a través de Hungría, que había abierto sus fronteras con Austria. El SED no pudo hacer nada por impedir el flujo de personas que deseaban marcharse; algunas buscaron refugio en la embajada de Alemania Occidental en Praga. Mientras tanto, las manifestaciones masivas de Leipzig se extendieron a otras ciudades, incluida Berlín Este.

Como la situación empeoraba, Erich Honecker dimitió y cedió el poder a Egon Krenz, tras lo cual se abrieron las compuertas: la trascendental noche del 9 de noviembre de 1989, el funcionario Günter Schabowski informó a los ciudadanos de la RDA que podían viajar directamente al Oeste, con efecto inmediato. Aunque el anuncio era verdadero, se suponía que no debía hacerse hasta el día siguiente, por lo que los guardias de frontera se vieron desbordados. Decenas de miles de alemanes del este se precipitaron, llenos de júbilo, hacia los pasos fronterizos en Berlín y en el resto del país y pusieron fin a la larga y fría era de la división alemana.

La reunificación

La actual Alemania reunificada, con 16 estados federales, se forjó tras un delicado debate político y una serie de tratados para terminar con las zonas de ocupación establecidas tras la guerra. La ciudad reunificada de Berlín pasó a ser una ciudad-estado (como Hamburgo o Bremen). La moneda única y la unión económica se hicieron realidad en julio de 1990, y tan solo un mes después se firmó en Berlín el Tratado de Unificación. En septiembre del mismo año, los representantes de la RDA, la RFA, la URSS, Francia, Reino Unido y EE UU se reunieron en Moscú para firmar el Tratado Dos más Cuatro, que puso fin a las zonas de ocupación de posguerra y allanó el camino para la reunificación formal de Alemania. En octubre se disolvió la RDA y en diciembre se celebraron las primeras elecciones de la Alemania reunificada.

En 1991, con una pequeña diferencia (338 a 320 votos), los miembros del Bundestag aprobaron el traslado del Gobierno a Berlín y la volvieron a convertir en la capital de Alemania. El 8 de septiembre de 1994, las últimas tropas aliadas que quedaban en Berlín abandonaron la ciudad tras una ceremonia festiva.

La figura dominante durante el proceso de reunificación y los años noventa fue Helmut Kohl, cuya coalición entre la Unión Democrática Cristiana (CDU), la Unión Social Cristiana (CSU) y el Partido Democrático Libre (FDP) fue reelegida en diciembre de 1990 en las primeras elecciones del país tras la reunificación.

Bajo el liderazgo de Kohl, se privatizaron los activos de Alemania Oriental, se redujeron drásticamente los subsidios excesivos a las industrias estatales (o bien se vendieron o se cerraron) y se invirtió mucho (quizá demasiado) en la modernización de infraestructuras para crear un boom que logró que la antigua RDA creciera un 10% al año hasta 1995.

No obstante, el crecimiento se ralentizó muchísimo a mediados de los noventa y dio pie a una Alemania formada por vencedores y vencidos de la reunificación. A quienes tenían trabajo les iba bien, pero la tasa de paro era alta y la falta de oportunidades en varias regiones del este aún hacía que muchos jóvenes probaran fortuna en el oeste de Alemania o en ciudades en desarrollo como Leipzig. A pesar de su frágil economía, Berlín fue la excepción. Muchos funcionarios públicos se trasladaron allí desde Bonn para trabajar en los ministerios, mientras que los jóvenes de todo el país acudían por su vibrante escena cultural.

La implicación de Kohl en un escándalo de financiación ilícita a finales de la década de 1990 supuso una carga económica para su partido y provocó que la CDU le despojara de su cargo de presidente honorífico vitalicio. En 1998, la coalición entre el SPD y Alianza 90/Los Verdes derrotó a la coalición CDU-CSU-FDP.

El nuevo milenio

Con la formación de un Gobierno de coalición entre el SPD y Alianza 90/Los Verdes en 1998, Alemania logró otro hito. Por primera vez un partido ecologista gobernaba un país. Dos figuras protagonizaron los siete años de gobierno de esta alianza: el canciller Gerhard Schröder y el vicecanciller de Los Verdes y ministro de Exteriores Joschka Fischer. Este último, a pesar de su pasado izquierdista en Fráncfort del Meno durante los años setenta, gozó del respeto internacional y de gran popularidad entre los alemanes de todas las ideologías políticas.

Con Schröder, Alemania adoptó una postura más independiente en los asuntos exteriores; se negó a involucrarse militarmente en la Guerra de Irak, pero dio su apoyo a EE UU, históricamente su mayor aliado, en Afganistán y en Kosovo. Su posicionamiento en cuanto a la invasión de Irak, que reflejaba los sentimientos de la mayoría de los alemanes, tensó las relaciones con la administración de George W. Bush.

El ascenso de Los Verdes y del partido democrático socialista Die Linke (La Izquierda) ha modificado drásticamente el panorama político de Alemania; ahora es mucho más difícil que uno de los dos grandes (CDU/CSU y SPD) obtenga la mayoría absoluta. Las elecciones del 2005 se saldaron con una gran coalición entre la CDU/CSU y el SPD, con Angela Merkel como canciller. Fue la primera mujer en ocupar este cargo, así como la primera en haber nacido en la RDA, hablar ruso y ser licenciada en Química. Aunque muchos alemanes esperaban que esto solucionara el estancamiento político entre el Gobierno y el Bundesrat (Consejo Federal), liderado por la oposición, las negociaciones se apartaron del foco de atención y se llevaron a cabo en segundo plano.

Con la crisis económica del 2008, el Gobierno alemán inyectó cientos de miles de millones de euros en el sistema financiero para respaldar a los bancos. Entre otras medidas, se permitió a las empresas reducir la jornada laboral de los trabajadores sin perder la paga y se idearon estrategias como animar a los alemanes a cambiar de coche.

Las elecciones del 2009 confirmaron la tendencia a votar partidos pequeños y el sistema político de Alemania quedó repartido en cinco formaciones. La CDU/CSU y el SPD perdieron una considerable cantidad de votos en favor del FDP, La Izquierda y Los Verdes. La Izquierda había recibido mucho apoyo en la zona oriental, pero el éxito del 2009 les permitió establecerse a nivel federal. En las elecciones del 2013 se invirtió ligeramente esta tendencia y los partidos grandes recuperaron parte de los votos. En esa ocasión, el principal perdedor fue el FDP, que obtuvo solo un 4,8% (un 9,8% menos que en el 2009) y no alcanzó el mínimo del 5% necesario para tener representación en el Bundestag.

En las elecciones del 2013 también se produjo un ascenso meteórico de un nuevo partido conservador y escéptico con Europa, Alternativa para Alemania (AfD). Fundado en abril del 2013, obtuvo el 4,7% de los votos abogando por la recuperación del marco alemán y de las otras monedas nacionales, por un impuesto fijo del 25% y por unas leyes más duras con la inmigración. Los votantes de este partido pertenecían a todo el espectro político, pero compartían una desilusión generalizada con los partidos existentes.

Aunque se quedó a las puertas del 5% para entrar en el Bundestag, el AfD ha obtenido representación en el Parlamento Europeo y en los parlamentos estatales de Brandeburgo, Sajonia, Turingia, Hamburgo y Bremen. Sin embargo, la elección de la nacionalista conservadora Frauke Petry como líder en la convención del AfD de julio del 2015 provocó que miles de sus miembros más moderados, incluido el cofundador Bernd Lucke, abandonaran el partido. Un par de semanas después, Lucke fundó un nuevo partido llamado Alfa.

En el discurso que pronunció en la convención, Petry fue especialmente ovacionada por su postura islamofóbica, la cual explica su popularidad entre los detractores del islam y los miembros de PEGIDA (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), un movimiento populista fundado en Dresde en octubre del 2014. Aunque recibió un aluvión de críticas por sus lazos con la ultraderecha, PEGIDA consiguió atraer a miles de seguidores y protagonizó varios titulares en el invierno del 2014-2015 con sus manifestaciones semanales, que llegaron a contar con 25 000 participantes en enero del 2015. Este hecho desató numerosas manifestaciones aún mayores en su contra, así como la condena pública de personajes famosos y políticos de peso como Angela Merkel.

La cuestión que explica el apoyo recibido por PEGIDA y por el AfD es la oleada de refugiados económicos y políticos que intentan acceder a Europa. En Alemania, se calcula que en el 2015 la inmigración será la más alta en 20 años, con 300 000 peticiones de asilo (un 50% más que en el 2014). La xenofobia y la frustración con las leyes y políticas de inmigración actuales han ocasionado que se incendiaran intencionadamente unos cuantos refugios donde viven los inmigrantes que solicitan asilo mientras sus peticiones se estancan en el complejo sistema burocrático alemán.

Entre todos estos acontecimientos serios hubo un momento de alegría en el 2014, cuando la selección de fútbol de Alemania ganó la Copa Mundial de la FIFA por cuarta vez (antes lo hizo en 1954, 1974 y 1990).

 

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