Los actuales estados de Bélgica y Luxemburgo aparecieron en el mapa político de Europa en el s. XIX. El pequeño Luxemburgo surgió por una singularidad de las normas hereditarias de la monarquía holandesa. Y cuando la revolución belga de 1830 proclamó la independencia de los por entonces conocidos como Países Bajos del Sur, muchos no apostaron por su pervivencia como país. De hecho, las veleidades nacionalistas flamencas hacen que algunos todavía lo duden. Sin embargo, su fascinante maraña histórica se remonta mucho tiempo atrás.
La región conoció una rica historia bajo el Imperio romano; de hecho, el topónimo de Bélgica procede de su nombre bajo el dominio de Roma, la provincia de Galia Belgica. Sin embargo, no cobró verdadera preeminencia hasta los ss. XIII-XIV, cuando el comercio de paños otorgó a Brujas, Gante e Ypres relevancia internacional. Al extenderse el protestantismo por Europa en el s. XV, los Países Bajos (hoy Bélgica, Holanda y Luxemburgo) lo abrazaron al principio, inicialmente en la forma del calvinismo, para disgusto de su soberano, el monarca católico español Felipe II. A partir de 1568, una sucesión de guerras que duraron 80 años provocaron que Holanda y sus provincias aliadas reclamaran la independencia en el seno del protestantismo, mientras que Bélgica y Luxemburgo permanecieron bajo dominio católico, primero español y después, de los Habsburgo austríacos. El corto pero destructivo gobierno galo posterior a la Revolución francesa conllevó la secularización de los grandes monasterios, que tan importante papel habían desempeñado en la economía rural local, sobre todo en Lieja, gobernada por príncipes-obispos durante más de 800 años. Tras la derrota de Napoleón en 1815 (en Waterloo, cerca de Bruselas), los holandeses ejercieron el poder durante más de 15 años. La católica Bélgica se escindió de la protestante Holanda en 1830, arrebatándole medio Luxemburgo, cuya otra mitad se mantuvo holandesa hasta 1890.
Bélgica se enriquecía con rapidez gracias a su veloz industrialización, ayudada por los cuantiosos beneficios que el rey Leopoldo II obtenía de su colonia “personal”, el Congo.
Durante la I Guerra Mundial, Bélgica permaneció neutral, lo que no impidió que la invadieran los alemanes. Los campos del Flandes occidental se empaparon de sangre y ciudades enteras, como la histórica Ypres, fueron arrasadas por los bombardeos. En la II Guerra Mundial los dos países soportaron los bombardeos aliados que intentaban expulsar a los nazis. Las Ardenas (incluido Luxemburgo) fueron el escenario de la última ofensiva de Hitler, en las Navidades de 1944. Tras dos guerras devastadoras, es comprensible que los países del Benelux se convirtieran en líderes de la seguridad e integración europeas y que Bruselas acoja las sedes de la UE y la OTAN.
Cualquier escolar belga dirá con orgullo que los guerreros belgae fueron los adversarios más valientes de Julio César durante la conquista romana de la Galia (57-50 a.C.). A los estudiantes de otros países quizá les resulten menos familiares estos héroes célticos y su jefe, Ambiorix, resucitado como símbolo nacional cuando Bélgica se independizó en 1830. Tratándose de Bélgica, es natural que pronto se convirtiera en un personaje de cómic al modo de Astérix.
Una vez dominados los belgae, los romanos se quedaron 500 años: crearon la provincia de la Galia Belgica, fundaron Tournai y Tongeren, y construyeron muchos castros (campamentos militares) y villas, principalmente en Arlon y Echternach. Con la caída del Imperio romano en el s. V, los francos germánicos se apoderaron de lo que hoy es Flandes, mientras que, en el sur, los merovingios instituyeron un reino en Tournai que acabó por controlar gran parte de la Francia septentrional.
En el s. IX y principios del X, los vikingos saquearon iglesias y pueblos. Como reacción surgió un mosaico de feudos donde unos condes y duques cada vez más poderosos ofrecían protección a la población a cambio de vasallaje. En medio de todo esto existía un curioso centón de territorios eclesiásticos gobernados por los príncipes-abades de Stavelot-Malmédy y los príncipes-obispos de Lieja, autónomos hasta finales del s. XVIII, aunque ambos integrados nominalmente en el Sacro Imperio Romano Germánico. Las ventajas fiscales del principado-obispado contribuyeron a que floreciera la metalistería en Huy y la elaboración de cerveza en Hoegaarden.
Flandes carecía de recursos naturales, pero una vez disipada la amenaza vikinga sus ciudadanos se enriquecieron convirtiendo la lana importada en telas de máxima calidad. Al prosperar Brujas y Gante durante los ss. XII-XIV, los comerciantes no solo intercambiaron mercancías, sino también ideas cosmopolitas. Artesanos y mercaderes se unieron en gremios que reglamentaron sus oficios y establecieron monopolios comerciales. Pero en lo tocante a derechos, privilegios e impuestos, las aspiraciones de estos burgueses chocaban con las de los condes gobernantes. Además, se produjeron conflictos entre estos señores feudales y sus reyes.
La situación fue particularmente delicada en Flandes. Su conde era vasallo del rey francés, pero la economía del lugar dependía del suministro de lana desde Inglaterra. Por eso cuando Flandes se alineó con sus socios ingleses durante los conflictos anglo-franceses, apareció el ejército francés. En 1302, las sangrientas confrontaciones conocidas como Maitines de Brujas desencadenaron una revuelta antifrancesa que culminó en la batalla de las Espuelas de Oro en Cortrique, donde se derrotó a los franceses. Desde 1830 esta batalla ha sido mitificada como símbolo del orgullo belga (y más recientemente flamenco). Sin embargo, la revuelta acabó en 1305 con un humillante tratado que obligaba a Flandes a pagar elevadas indemnizaciones y a ceder a Francia una vasta porción de territorio.
El paisaje político de la región cambió durante el gobierno de Felipe el Audaz [1363-1404], a quien su padre, el monarca francés Juan II, había cedido el condado de Borgoña, y que después se hizo con Flandes al contraer matrimonio con Margarita II, hija del conde flamenco Luis de Male. Su nieto, Felipe III (Felipe el Bueno) de Borgoña [1419-1467], continuó lidiando con los enfrentamientos entre Francia e Inglaterra mientras ampliaba el número de condados bajo su mando. Al término de su reinado, casi todo lo que hoy es Bélgica (salvo Lieja) se había unido a la Francia nororiental y los Países Bajos en lo que se suele llamar ducado de Borgoña o Estado borgoñón de los Valois. La próspera Gante se convirtió en la ciudad más grande del norte de Europa occidental después de París. Muchas urbes flamencas levantaron espléndidos campanarios, lonjas y ayuntamientos como símbolos de riqueza y de unas libertades ganadas a pulso. Felipe III,nacido en Brujas, fue el hombre más rico de Europa y su corte de Bruselas, el culmen de la cultura y la moda. Las artes, particularmente la confección de tapices y la pintura, florecieron con los artistas conocidos hoy como primitivos flamencos.
Cuando el sucesor de Felipe murió en una batalla en 1477 dejó como única descendiente a María de Borgoña, de 19 años y casadera. Aconsejada por su madrastra Margarita de York, británica de nacimiento, se desposó con Maximiliano de Austria, con lo que las tierras borgoñonas pasaron a formar parte de los dominios de los Habsburgo, en rápida expansión. El hijo de ambos se convirtió en Felipe I de Castilla, Felipe el Hermoso, primer si bien fugaz rey de Castilla de la dinastía Habsburgo, por su casamiento con Juana I, hija de los Reyes Católicos. Margarita de Austria, hermana de Felipe I, permaneció en Malinas como regente de los Países Bajos. Durante su mandato la ciudad vivió un gran esplendor cultural, al tiempo que ejercía como tutora de su sobrino, el hijo de Felipe y Juana, el futuro Carlos I (V de Alemania, en neerlandés, Keizer Karel V).
Carlos, nacido en Gante, se crió en Malinas y antes de trasladarse a España gobernó desde el palacio de Coudenberg en Bruselas, donde recibió las enseñanzas del gran humanista Erasmo de Róterdam.
Con la creciente competencia de los fabricantes ingleses, las grandes ciudades pañeras de Flandes pasaron estrecheces y cuando Carlos V aplicó una serie de impuestos para costear sus guerras en el extranjero, los burgueses de Gante se alzaron. El emperador regresó para aplastar la revuelta en 1540, derrotó a los cabecillas y los paseó por la ciudad con una soga al cuello; de ahí viene el apodo con que se conoce todavía hoy a los habitantes de la ciudad. Carlos V se empeñó a fondo en estimular el crecimiento de Amberes en vez de confiar en las levantiscas ciudades de Flandes occidental. En 1555 abdicó y dejó sus territorios germánicos a un hijo, Fernando, y sus posesiones occidentales, incluidos los Países Bajos, a otro, el futuro Felipe II de España.
Desde mediados del s. XV, los avances en la mecanización de la imprenta provocaron un auge de la educación y pensadores humanistas como Erasmo de Róterdam y Tomás Moro se sintieron atraídos hacia Malinas y Bruselas, dos importantes centros del conocimiento. La imprenta facilitó también la lectura de la Biblia a los alfabetizados y los sacerdotes, que se enriquecían con la venta de indulgencias (perdón o atenuación de los pecados), ya no podían encubrir tales prácticas como voluntad divina. Como resultado surgió una corriente que transformaría y dividiría el cristianismo, la Reforma. Felipe II, ferviente defensor de la Contrarreforma, contrataque católico a las corrientes protestantes, aplicó una política represiva para acabar con las disidencias, lo que llevó, junto al aumento de impuestos, a una situación cada vez más tensa en sus territorios flamencos. En 1566 muchos protestantes se lanzaron a saquear iglesias en un episodio conocido como “Furia Iconoclasta”, que destruyó los símbolos religiosos que ellos consideraban idolátricos. Felipe II respondió con 10 000 soldados al mando del duque de Alba. La gobernación de Fernando Álvarez de Toledo en los Países Bajos, uno de los grandes hitos de la Leyenda Negra forjada por la propaganda antiespañola de la época, y la rebelión de Guillermo de Orange, el Taciturno, desencadenó casi un siglo de enfrentamientos bélicos, la llamada Guerra de Flandes o Guerra de los Ochenta Años. Los británicos se involucraron, pues la protestante Isabel I de Inglaterra apoyaba activamente a los rebeldes contra Felipe, su cuñado. Para castigar la intromisión de Inglaterra en Flandes, España envió la malhadada Armada Invencible en 1588.
En 1598 Felipe II entregó el gobierno de los Países Bajos a su hija, la infanta Isabel Clara Eugenia, y a su marido (y primo hermano), el archiduque Alberto de Austria, en un intento del rey por resolver la insurrección estableciendo una rama autóctona de los Habsburgo. Pese a que la guerra continuó, la corte patrocinó nuevas industrias, como la confección de encajes y el procesado de diamantes, y para recalcar el poder de la Iglesia católica se construyeron suntuosas iglesias.
Tras decenios de destrucción, los Países Bajos septentrionales se constituyeron en entidad protestante independiente, las Provincias Unidas o Unión de Utrecht, reconocidos de forma implícita por España con la firma de la Tregua de los Doce Años (1609-1621). Sin embargo, la Monarquía Hispánica mantuvo partes de las actuales Bélgica y Luxemburgo, los llamados Países Bajos españoles, hasta 1714. Estos territorios se mantuvieron mayoritariamente católicos, por lo que muchos protestantes (buena parte de la clase mercantil) se trasladaron a las Provincias Unidas o a Inglaterra. La economía se estancó, aunque Lieja, como gran principado-obispado independiente, si bien nominalmente integrado en el Sacro Imperio Romano Germánico, prosperó.
En 1648, con la Paz de Westfalia, España y el Sacro Imperio Romano Germánico reconocieron oficialmente la independencia de las Provincias Unidas. Esto supuso un desastre económico para los Países Bajos españoles, pues una de sus cláusulas establecía que una parte del río Escalda debía cerrarse a los barcos que no fueran holandeses. Como consecuencia, el comercio de Amberes se derrumbó, al tiempo que alboreaba una edad de oro para Ámsterdam. La paz resultó efímera. Francia ya se había hecho con parte de Flandes y el sur de Valonia en la década de 1650. Después, en 1667, con España en liza con Portugal y Holanda con Inglaterra, el camino quedó expedito para que Luis XIV se apropiara de más territorio. Holandeses y británicos trataron de impedir nuevos avances franceses. Ambos países se aliaron después de que el protestantismo retornara a Inglaterra y el holandés Guillermo de Orange se convirtiera en rey de Inglaterra con el nombre de Guillermo III (en correinado con María II). No obstante, las guerras franco-holandesas continuaron azotando la región durante los siguientes decenios y alcanzaron el clímax en 1695, cuando Luis XIV cañoneó ferozmente Bruselas. Francia ocupó gran parte de la zona y envió al ingeniero militar Vauban para que fortificara plazas como Namur, Ypres, Philippeville y Luxemburgo.
El rey español Carlos II murió sin descendencia en 1700. En virtud de su testamento, los Países Bajos españoles debían pasar a un príncipe francés. Esto significaba que los imperios francés y español acabarían unidos para formar una gran superpotencia. La perspectiva horrorizó a Gran Bretaña y Holanda, y estalló la Guerra de Sucesión española (1701-1713). Las tropas francesas e inglesas libraron escaramuzas durante un decenio hasta que el Tratado de Utrecht impuso un curioso acuerdo por el cual España cedía sus Países Bajos y sus posesiones en Italia a los Habsburgo austríacos, que gobernaron la zona desde 1713 hasta 1794.
En 1789, la Revolución francesa sumió a Europa en una nueva vorágine. Los sucesos antirreligiosos y antimonárquicos de París tuvieron eco en la región, donde la revolución brabantina instituyó los efímeros Estados Unidos de Bélgica y la de Lieja expulsó a los príncipes-obispos. Los austríacos no tardaron en restaurar el antiguo orden, pero en 1794 los ejércitos franceses entraron en los Países Bajos austríacos y promulgaron leyes revolucionarias, incluida la libertad religiosa. La independencia del principado-obispado de Lieja tocó a su fin. Muchas iglesias fueron objeto de pillaje y los monasterios de Bélgica, antaño espléndidos, fueron saqueados y sus tierras nacionalizadas. Se demolieron muchas iglesias abaciales para aprovechar su piedra.
En 1812, el imperio de Napoleón Bonaparte se desmoronaría tras su desatinado intento de conquistar Rusia. Pero el emperador llevó a cabo un desesperado regreso en 1815, cuando el barro, la lluvia y unas pocas horas de combate cerca de Bruselas decidieron el futuro de Europa en la batalla de Waterloo. Tras la derrota del corso, el Congreso de Viena creó el Reino Unido de los Países Bajos, formado por las actuales Holanda y Bélgica. Mientras tanto, el restaurado Gran Ducado de Luxemburgo (por entonces con un tamaño que doblaba el actual) fue declarado dominio del rey holandés, quien al tiempo se convirtió en gran duque.
La constitución del Reino Unido de los Países Bajos obedeció en buena medida al deseo de mantener el equilibrio de poderes en Europa y de crear un Estado tapón en caso de que las ambiciones de Francia se dirigieran hacia el norte. Poco importante pareció entonces imponer la convivencia a personas de distintos credos y costumbres. Guillermo de Orange-Nassau, coronado como Guillermo I en Bruselas, se ganó muchos enemigos tras negarse a conceder una justa representación política al sur e intentar imponer el neerlandés como lengua nacional. Esto último enfureció no solo a los francófonos, sino también a los flamencos, que consideraban su idioma distinto del neerlandés septentrional. Pocos habrían imaginado que una función de ópera en Bruselas sería el desencadenante de una revolución. Sin embargo, así ocurrió el 25 de agosto de 1830.
La Conferencia de Londres de enero de 1831 reconoció la independencia de Bélgica, que, en un principio, incluía a Luxemburgo, y el país fue declarado Estado neutral. El aspirante al trono británico Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Gotha, que acababa de perder a su esposa y legítima heredera, la princesa de Gales, fue sacado de la corte británica y coronado Leopoldo I de Bélgica; el primer rey de los belgas. Sin embargo, la independencia no fue aceptada por Holanda hasta 1839, una vez que Bélgica accedió a devolver la mitad este de Luxemburgo (el actual Luxemburgo independiente), tras lo cual el rey holandés fue reconocido de nuevo como gran duque.
La Revolución industrial empezó viento en popa con las minas de carbón alrededor de Mons y Charleroi, y la siderurgia en Lieja y en Luxemburgo. Pero la pertenencia de Luxemburgo a una unión aduanera alemana provocó tensiones entre Francia y Prusia. Para impedir el estallido de una guerra, el Segundo Tratado de Londres, de 1867, impuso la neutralidad de Luxemburgo mediante el derribo de las principales fortificaciones de su capital. El Gran Ducado siguió siendo holandés hasta 1890, cuando por una peculiaridad de las leyes sucesorias la independencia, hasta entonces teórica, se convirtió en realidad.
Al subir al trono belga en 1865, Leopoldo II estaba decidido a transformar el pequeño reino de su padre en una nación con peso en el mundo. Se esforzó en relanzar Bruselas con la construcción de edificios monumentales como el Palais de Justice.
En 1885, y en virtud de una serie de tratados y contratos dudosos, Leopoldo II adquirió a título personal una porción de África central setenta veces mayor que Bélgica a la que denominó “Estado Libre del Congo”. Mientras el rey protestaba contra la trata de esclavos, su pueblo congoleño era todo menos libre. Las plantaciones de caucho resultaron muy lucrativas para el monarca (los neumáticos se habían inventado mediada la década de 1890), pero por los manuales militares de la época se sabe que a las mujeres y los niños se les mantenía como rehenes para obligar a los hombres a cumplir con las cuotas de producción. Los informes señalan que en los 25 años siguientes, un inmenso número de personas (quizá hasta la mitad de la población) pereció, directa o indirectamente, por el gobierno de Leopoldo II. Escritores como Mark Twain y Arthur Conan Doyle promovieron campañas a favor de las reformas en el Congo Belga y la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, en la que se inspiró la película de Francis Ford Coppola Apocalypse Now, se situaba en esta colonia. Finalmente, en 1908, el rey fue despojado de su posesión por el Estado belga, avergonzado por la reputación que le había granjeado a la nación. A pesar de todo, el Congo fue colonia belga hasta 1960.
Cuando murió Leopoldo II en 1909, le sucedió su sobrino de 21 años, Alberto I [1909-1934]. Cinco años después el mundo cambió con el estallido de la I Guerra Mundial (1914) y la ocupación alemana de la neutral Bélgica. Sin embargo, el rápido avance germano se vio ralentizado por la valerosa defensa de Lieja, y en Nieuwpoort, en el extremo norte, fue detenido por completo mediante el viejo ardid de inundar los campos. Esto exigía la apertura de las compuertas de los canales, una operación arriesgada ejecutada por voluntarios sometidos a fuego continuo. Protegido de esta manera, un pequeño triángulo remanente de territorio belga alrededor de Veurne permaneció sin ocupar y el rey Alberto fijó allí su residencia para mandar personalmente las tropas. Se impidieron así nuevos avances alemanes hacia las estratégicas poblaciones costeras de Francia. Nacía así la “Pequeña y Valiente Bélgica”, y la consigna “Recordad Bélgica” se utilizó en los carteles de reclutamiento en Gran Bretaña. Pero los contraataques aliados resultaron inútiles. Los ejércitos se atrincheraron y se enzarzaron durante cuatro años en estériles incursiones que acabaron con la vida de cientos de miles de soldados y devastaron Flandes occidental.
Tras la Gran Guerra, el Tratado de Versalles abolió la neutralidad de Bélgica, que recibió de Alemania reparaciones de guerra, entre ellas los actuales cantones orientales, germanófonos, junto con las antiguas colonias alemanas de Burundi y Ruanda, en África central. El 1934 el rey Alberto I, muy querido por su pueblo, murió en un misterioso accidente de escalada y le sucedió su hijo, Leopoldo III.
El 10 de mayo de 1940 los alemanes lanzaron un ataque sorpresa y ocuparon con rapidez Holanda, Bélgica y Luxemburgo. A diferencia de su padre, Leopoldo III no tardó en rendirse, lo que dejó a los aliados en situación precaria. La aparente contemporización del monarca forzaría su abdicación en 1951. El Gobierno belga, opuesto a la decisión del monarca, huyó a Londres, donde permaneció toda la contienda. Durante la ocupación nazi surgió un fuerte movimiento de resistencia, pero también hubo colaboración por parte de elementos fascistas belgas, en particular los rexistas francófonos de Léon Degrelle y facciones de los nacionalistas flamencos. Los alemanes alentaron las tensiones entre los grupos lingüísticos con una política de división. La población judía de Bélgica padeció horriblemente y la pequeña minoría gitana fue casi exterminada.
Cuando Bélgica fue liberada en 1944, el hermano de Leopoldo, Carlos, fue nombrado regente, cargo que ejerció hasta la abdicación de Leopoldo.
A pesar de los desastres de la guerra, Bélgica se recuperó con rapidez gracias al carbón y el acero. En 1958, la Exposición Internacional de Bruselas dio a conocer los grandes avances industriales de Bélgica, simbolizados en la arquitectura del Atomium. Ese mismo año la ciudad se convirtió en sede provisional de la Comisión Europea. En 1967 la OTAN trasladó su sede de Francia a Bruselas cuando los franceses abandonaron la estructura militar de la organización.
Pero las tensiones lingüísticas persistieron y en 1963 se trazó oficialmente una “frontera idiomática” que creaba cuatro zonas según la lengua de sus habitantes (neerlandesa, francesa y alemana, más la bilingüe Bruselas). Como en muchos países occidentales, la actitud de paz y amor de la época del flower power se alteró en 1968 con violentas manifestaciones estudiantiles. En Lovaina la parte francófona de su mundialmente famosa universidad se vio obligada a abandonar la ciudad flamenca para acabar por instalarse en Lovaina la Nueva.
Durante la década de 1970 la economía mundial sufrió un duro revés cuando el precio del petróleo se cuadruplicó de la noche a la mañana. Las viejas industrias pesadas (minería, cristal, hierro) se desplomaron y con ellas las ciudades siderúrgicas y mineras de Valonia y Luxemburgo, hasta entonces prósperas. Luxemburgo esquivó estas penurias económicas con una legislación bancaria y fiscal que atrajo a muchos inversores e instituciones financieras. Para Bélgica, de mayor tamaño, tales soluciones eran inviables y los intentos de apuntalar sus moribundas fábricas con subsidios y retórica socialista resultaron inútiles. Pero mientras la economía de la Valonia posindustrial se estancaba, las industrias de Flandes, más diversificadas y pequeñas, se vieron menos afectadas, y así la economía flamenca resurgió cuando la inversión en tecnologías avanzadas dio sus frutos. A las disputas entre comunidades lingüísticas se añadió más un factor económico. Las reformas de la década de 1980 otorgaron parlamentos tanto a las comunidades lingüísticas como a las tres regiones (Flandes, Valonia y Bruselas capital) dentro de un nuevo Estado federal.
Hacia el final del s. XX Bélgica se estremeció por los escándalos de pedofilia y el auge del racismo. Las elecciones de 1999 arrebataron el poder al Partido Cristiano-Demócrata tras 40 años de gobierno. Durante la siguiente década, la escena política se caracterizó por el estancamiento, reflejo de una creciente polarización por motivos lingüísticos. Formar gobierno, tradicionalmente multipartidista, se convirtió en un asunto delicado y lleno de tensiones. Se sucedieron una serie de complicadas coaliciones que tardaban meses en formarse; año y medio tras las elecciones del 2010. Sin embargo, Bélgica supo reponerse de la crisis financiera del 2008, y rescató a un importante banco belga-holandés al borde de la quiebra. En el 2012, el traspaso de poderes a los gobiernos regionales acalló, al menos por un tiempo, los rumores sobre una posible separación norte-sur. En el 2018, cuando la selección de fútbol llegó a las semifinales del Mundial de Rusia, se vivió un aumento del sentimiento nacionalista belga sin precedentes en años anteriores.