Obviando los pretendidos orígenes bíblicos de la ciudad de Granada, de la mano de Garnata, una hija de Noe, o los mitológicos, por parte de una hija del mismísimo Hércules, solo nos quedan los testimonios arqueológicos para datar los primeros vestigios de la ciudad. La hipótesis más aceptada actualmente sostiene que hacia el s.VII a.C. habría existido ya un poblado ibero de nombre Ivherir o Ilturir que ocupaba unas 5 Ha. amuralladas en la colina de San Nicolás. En el s. IV o III a.C., ya con el nombre de Ilibiris, pasaría a depender de los cartagineses y, tras la derrota de estos en la Segunda Guerra Púnica, se convertiría en un municipio romano, conservando tanto su nombre ibero como el romano de Florentia y extendiéndose por el actual barrio del Albayzín hasta la Alhambra.
De la época visigoda no se conserva testimonio, más allá de algunas monedas y medallas, y se cree que en torno al s. VIII, cuando los musulmanes hicieron su aparición en la zona, el asentamiento estaría prácticamente despoblado, quizá salvo una pequeña alquería con habitantes judíos que se llamaría Garnata.
La invasión musulmana de la Península Ibérica comenzó en el año 711 con la llegada de Tariq a las costas de Tarifa. Todo el territorio de Al-Ándalus permaneció hasta el año 756 bajo la dependencia de Damasco para terminar declarándose emirato independiente bajo la soberanía religiosa de Bagdad. En el año 929, en un intento de romper el vínculo religioso con Oriente, Abderramán III proclamó el califato de Córdoba. La desmembración de éste, apenas cien años después, dio lugar a una veintena de pequeños señoríos, los reinos de Taifas, cuya resistencia ante el avance cristiano fue viéndose más y más comprometida. Pidieron ayuda al Magreb, de donde vendrían refuerzos bereberes, los almohades primero y los almorávides después, que dieron los últimos momentos de esplendor a Al-Ándalus, antes de que las victorias de los cristianos fueran reduciendo progresivamente el reino musulmán a la taifa nazarí de Granada.
Los cristianos encontraron una urbe perfectamente organizada en seis distritos amurallados. La estructura de la ciudad se mantuvo intacta y la convivencia pareció posible hasta el año 1499, cuando la corte se instaló temporalmente en Granada y la nobleza castellana se escandalizó ante la pervivencia del islam. El obispo de Granada, que había mantenido una actitud respetuosa y conciliadora para con los musulmanes, fue sustituido por el confesor de la reina, Fray Francisco Jiménez de Cisneros, que adoptó una postura más radical y emprendió una campaña de conversiones forzosas, quema de libros, encarcelamiento de alfaquíes y juicios sumarios de la Inquisición. Esta política generaría graves revueltas en el Albayzín, que fueron sangrientamente reprimidas (1499-1501). Como resultado, los Reyes Católicos declararon nulas las Capitulaciones y ordenaron una primera expulsión de moriscos y la reclusión de los restantes en un gueto situado en la Bibarrambla. A esta medida le seguiría la resolución de expulsión general dictada en 1609 tras la rebelión de las Alpujarras (1568), que se había gestado también en el Albayzín y a través de la cual los moriscos pretendieron recuperar el trono de Granada. El resultado de este alzamiento fue la expulsión definitiva de los moriscos de España, lo que originó un dramático exilio forzoso de importantes consecuencias económicas y sociales.
La primera de las consecuencias tuvo un especial impacto en el Albayzín. Al ser expulsada masivamente su población, se produjo un abandono de viviendas, y el barrio entró en un acelerado proceso de ruina que lo hizo pasar de los 30000 habitantes de 1560 a los apenas 5000 censados en 1620. En paralelo, el nuevo poder inició una política de expansión urbanística propia, levantando edificios en espacios que habían sido representativos para los musulmanes. Así se construyeron la Capilla Real, el Hospital Real, la Catedral, el Palacio de Carlos V o la Chancillería, al mismo tiempo que se demolían mezquitas, se eliminaban cementerios, se fundaban conventos y se abría aquel trazado laberíntico a grandes plazas, como la Bibarrambla, la Plaza Nueva o el campo del Príncipe.
La segunda de las grandes consecuencias se evidenció en el declive sufrido por una ciudad que acababa de perder una parte importante de sus habitantes y las actividades comerciales monopolizadas por ellos, como el regadío o el comercio de la seda. En los dos siglos siguientes la ciudad vio reducida su población a la mitad, y no sería hasta llegado el s. XVIII cuando la economía empezó a recuperarse, gracias a la inmigración proveniente de otras provincias andaluzas y a una menor tasa de mortalidad.
A comienzos del s. XIX Granada se perfilaba como una ciudad insalubre, con una estructura urbanística medieval, y socialmente muy jerarquizada, marcada por la presencia de los estamentos militar y del clero. Su productividad agrícola empezó a hacerse patente, al igual que el peso de un sector servicios basado en el comercio y la artesanía. La ocupación francesa y la desamortización de Mendizábal tuvieron un papel relevante en el deterioro de la urbe entonces existente, acabando para siempre con importantes piezas del patrimonio histórico de la ciudad. La apertura de nuevas vías que dieran servicio a Granada, como la calle Reyes Católicos o la Gran Vía de Colón, acabó asimismo con las reminiscencias de la ciudad baja musulmana, pero aportó algo de modernidad a una urbe trasnochada. Será en este siglo cuando el aura romántica de Granada atraiga a viajeros y escritores de todo el mundo, y cuando Washington Irving exporte al mundo la ciudad andaluza en sus Cuentos de la Alhambra (1832). Culturalmente, Granada empieza a abrirse al mundo.
En el s. XX el proceso de industrialización de Granada adquirió inercia, y con él, su población, que se duplicó en apenas 40 años. Con un gobierno de derechas en el poder, el estallido de la guerra civil dejó a Granada como una isla afín al levantamiento del general Franco entre zonas controladas por el gobierno republicano, lo que dio lugar, sobre todo en los primeros meses, a un gran número de detenciones y ejecuciones políticas, como es el caso del poeta Federico García Lorca. La posguerra se unió en Granada a la desaparición de la industria azucarera, lo que provocó un decaimiento de la ciudad, que se colocó en los últimos puestos del nivel de renta. Solo en el último tercio del siglo comienza a desarrollarse un incipiente sector terciario ligado sobre todo al turismo, que se acerca a la ciudad atraído por su historia, la belleza de sus monumentos y la cercanía de su estación de esquí, Sierra Nevada, así como de otras zonas que han experimentado un importante impulso turístico, como La Alpujarra y la Costa Tropical.