Historia de Andalucía

Andalucía ha visto de todo. Ha sido faro de la cultura europea medieval y centro neurálgico de un imperio presente en varios continentes, pero también ha subsistido como un reducto aislado y empobrecido hasta su florecimiento como destino turístico. Su singular cultura es fruto de todas las corrientes que han fluido a través de este punto de encuentro de continentes y océanos. Andalucía atesora un legado único en el que caben palacios islámicos, catedrales cristianas y ritmos de guitarra flamenca.

Andalucía pionera

Gracias al probable contacto con pueblos más avanzados de la cuenca mediterránea, los pobladores prehistóricos de Andalucía introdujeron avances notables en la península Ibérica, en especial en la parte oriental.

El Neolítico llegó a España desde Egipto y Mesopotamia sobre el año 6000 a.C., lo cual supuso la revolución de la agricultura (el arado de la tierra, su cultivo y la domesticación de animales) y con ella el desarrollo de la cerámica, los textiles y los poblados. Uno de los enclaves de arte rupestre más destacados del litoral mediterráneo español es la cueva de los Letreros, cerca de Vélez Blanco, en la provincia de Almería, con pinturas de animales, humanos y figuras mitológicas. Unos 3500 años más tarde, los habitantes de Los Millares, cerca de Almería, aprendieron a fundir el cobre de la región. Casi en el mismo período, los pobladores de las inmediaciones de Antequera erigían los dólmenes más impresionantes de España.

Hacia el 1900 a.C., los habitantes de El Argar (Almería) aprendieron a obtener el bronce, aleación de cobre y estaño más resistente que el cobre, lo que marcó el inicio de la Edad del Bronce en la península Ibérica.

Puede que los últimos humanos neandertales hubieran habitado en Andalucía mucho antes. Las excavaciones en la cueva de Gorham (Gibraltar) revelan signos de su presencia hasta al menos el 26 000 a.C. El declive de los neandertales aconteció cerca del 35 000 a.C. a consecuencia de un cambio climático y de la llegada a Europa de los primeros Homo sapiens, que posiblemente provenían del norte de África. Al igual que los turistas del s. XXI, estos hombres primitivos europeos se vieron atraídos por el clima relativamente templado de la región, que aseguraba una variada fauna y tupidos bosques para explotar, además de favorecer la caza y la recolección; hay impresionantes pinturas rupestres, datadas entre hace 20 000 y 16 000 años, de algunas de sus presas en las cuevas de Ardales, la Pileta (cerca de Ronda) y Nerja.

Mercaderes e invasores

Los abundantes recursos de Andalucía y las comunidades allí establecidas acabaron por atraer a los comerciantes marítimos del Mediterráneo, que más tarde serían sustituidos por los invasores, tras la aparición en el Mediterráneo de estados imperialistas que ansiaban explotar sus riquezas y ejercer el control político. Todos los recién llegados (fenicios, griegos, cartagineses, romanos y visigodos) dejaron su huella en la forma de vida e identidad andaluzas.

Fenicios, griegos y tartesios

Hacia el 1000 a.C., una próspera cultura rica en productos agrícolas, animales y metales surgió al oeste de Andalucía, la cual atrajo a los mercaderes fenicios, procedentes del actual Líbano, para canjear perfumes, marfil, joyas, aceite, vino y tejidos por la plata y el bronce andaluces; además, fundaron asentamientos comerciales costeros en Cádiz, Huelva y Almuñécar. En el s. VII a.C. se sumaron también los griegos, que comerciaban con las mismas mercancías que los fenicios. Ambos pueblos introdujeron la rueda de alfarero, la escritura y tres elementos característicos del paisaje andaluz: el olivo, la vid y el asno.

La cultura del oeste de Andalucía en los ss. VIII y VI a.C., poseedora de influencias fenicias y griegas, es conocida como Tartessos. Sus habitantes idearon avanzados métodos para trabajar el oro, aunque fue el hierro el que desbancó al bronce como el metal más utilizado. Siglos más tarde, escritores griegos, romanos y bíblicos hablaban de Tartessos como fuente de fabulosas riquezas. Nadie sabe a ciencia cierta si se trataba de una ciudad o de una región; hay quien sostiene que era un asentamiento comercial próximo a Huelva, mientras otros creen que yace bajo las marismas bajas del Guadalquivir.

Roma y Cartago

Cartago, antigua colonia fenicia situada en el actual Túnez, se hizo con el comercio del Mediterráneo occidental a partir del s. VI a.C. Lamentablemente para los cartagineses, la siguiente potencia de este mar sería Roma. Roma derrotó a Cartago en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), que se disputó por el control de Sicilia. Mas tarde, Cartago ocupó el sur de España, y durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.) el general cartaginés Aníbal marchó desde España y cruzó los Alpes en elefante para dar jaque a Roma. Sin embargo, los romanos abrieron un segundo frente y enviaron legiones a España, cuya victoria en Ilipa (cerca de la actual Sevilla) en el 206 a.C. les otorgó el control de la península Ibérica. Itálica, la primera ciudad romana de España, nacía poco después cerca del campo de batalla.

El Imperio romano cosechaba un éxito tras otro y Andalucía llegó a ser una de sus regiones más ricas y civilizadas, de la que Roma importó cosechas, metales, pescado, así como el garum, una salsa/condimento picante derivado del pescado, producido en fábricas cuyos restos son aún visibles en Bolonia y Almuñécar. La aportación de Roma a la Península incluye acueductos, templos, teatros, anfiteatros, baños. Con ellos llegó el cristianismo y una parte considerable de población judía. Las principales lenguas peninsulares, el español de Castilla, el portugués, el catalán y el gallego descienden directamente del latín coloquial que hablaban los colonos romanos.

Los visigodos

Cuando a finales del s. IV los hunos irrumpieron en Europa desde Asia, los pueblos germánicos desplazados pusieron rumbo al oeste a través de un Imperio romano en declive. Uno de estos pueblos, los visigodos, invadió la península Ibérica en el s. VI, y convirtió Toledo en su capital. Los visigodos eran un pueblo relativamente sofisticado de cristianos, igual que los hispanorromanos a quienes sometieron. El número de estas gentes de largas melenas rondaba los 200 000, aunque su reinado se vio mermado por las luchas internas de la nobleza. Andalucía fue un reducto del Imperio bizantino del 552 al 622, antes de caer bajo el dominio visigodo. 

El corazón de la España islámica

Durante los casi ocho siglos comprendidos entre el 711 y 1492, Andalucía fue parcial o enteramente islámica (si se cuenta, es un período mucho más largo que los cinco siglos que han transcurrido desde 1492). Mientras el resto de Europa vivía sumida en una etapa de oscurantismo, Andalucía era una de las regiones más avanzadas cultural y económicamente del continente. Tantos siglos de islam dejaron una huella muy profunda en la región y su legado sigue presente en la vida cotidiana y sus singulares monumentos. La Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba y el Alcázar de Sevilla, entre otros, son una ventana al esplendor de esa época y, para muchos, parte esencial de la cultura andaluza.

Los árabes llevaron el islam por Oriente Medio y el norte de África, tras la muerte del profeta Mahoma en el 632. Cuenta la leyenda que su llegada a la península Ibérica tuvo que ver con las proezas sexuales de Rodrigo, el último rey visigodo. En las crónicas se narra cómo este sedujo a la joven Florinda, hija de Julián (el gobernador visigodo de Ceuta) y cómo Julián quiso vengarse proponiendo a los moros un plan para invadir España. No obstante, puede que lo único que los rivales de Rodrigo persiguieran fuera obtener apoyo para proseguir su eterna lucha por el trono visigodo.

 En el 711, Tariq ibn Ziyad, gobernador musulmán de Tánger, desembarcó en Gibraltar con unos 10 000 hombres, en su mayoría bereberes (nativos del norte de África). El ejército de Rodrigo fue diezmado, probablemente cerca del río Guadalete, y de él se cree que se ahogó al huir. En pocos años los musulmanes se habían apoderado de toda la península Ibérica, salvo pequeñas zonas de los montes asturianos. Estos territorios recibieron el apelativo de al-Ándalus. De ahí viene el nombre actual del que fuera corazón islámico de la Península.

Las fronteras cambiaban constantemente a medida que los cristianos recuperaban terreno, pero hasta mediados del s. XI los pequeños estados cristianos del norte eran demasiado débiles para amenazar seriamente a al-Ándalus.

En las principales ciudades se construyeron bellos palacios, mezquitas y jardines, se abrieron universidades y se crearon baños públicos y animados zocos. La sociedad morisca de la época de al-Ándalus era un crisol de pueblos. La clase gobernante estaba compuesta por varios colectivos con tendencia a enfrentarse entre sí. Por debajo se situaba un amplio grupo de pueblos bereberes, que protagonizaron varias sublevaciones. Tanto judíos como cristianos gozaban de libertad de culto, aunque los segundos debían pagar un impuesto especial, por lo que muchos se convirtieron al islam o emigraron a los confines cristianos del norte. Los cristianos que vivían en territorio musulmán eran conocidos como mozárabes, mientras que los que se convirtieron al islam eran los muwallads (muladíes). En poco tiempo, árabes, bereberes y nativos se mezclaron, germen de muchos españoles de hoy.

El emirato y el califato de Córdoba

El primer centro de poder y cultura islámica del país se radicó en Córdoba, la antigua capital de provincia romana. En el 750, los califas omeyas de Damasco, gobernantes supremos del mundo musulmán, fueron derrocados por los abasíes, un grupo de revolucionarios que trasladaron el califato a Bagdad. Abderramán, miembro de la familia Omeya, huyó de la matanza, primero a Marruecos y después a Córdoba, donde en el 756 se autonombró emir (príncipe) independiente. La dinastía Omeya de Abderramán I unificó al-Ándalus durante 250 años.

En el 929, Abderramán III [912-961] se autoproclamó califa para afirmar su autoridad ante los fatimíes, un grupo musulmán en alza en el norte de África. Así impulsó el califato de Córdoba, que en su época de esplendor abarcaba tres cuartas partes de la península Ibérica y zonas del norte de África. Córdoba se convirtió en la mayor ciudad de la Europa occidental y también en la más bella y culta. Florecieron la astronomía, la medicina, las matemáticas, la filosofía, la historia y la botánica, y la corte del califa era frecuentada por eruditos judíos, árabes y cristianos.

Posteriormente, en el s. X, el general cordobés Almanzor aterrorizó al norte cristiano con unas 50 incursiones en 20 años. En el 997 destruyó la catedral de Santiago de Compostela, en el noroeste, sede de la secta de Santiago Matamoros, muy importante para los guerreros cristianos. Sin embargo, tras su muerte, el califato se desintegró en docenas de taifas (pequeños reinos), gobernados por jerarcas locales (a menudo generales bereberes).

Los almorávides y los almohades

En el fértil valle del bajo Guadalquivir, Sevilla emergió en la década del 1040 como el reino de taifas más poderoso de Andalucía. Hacia el 1078, el mandato de su dinastía abadí, que abarcaba desde el sur de Portugal hasta Murcia, devolvió cierta paz y prosperidad al territorio.

Pero cuando Castilla tomó Toledo en el 1085, una aterrorizada Sevilla pidió ayuda a los almorávides, estricta secta musulmana de bereberes saharianos que habían conquistado Marruecos. Tras derrotar a Alfonso VI de Castilla, los almorávides acabaron por ocupar también al-Ándalus, que gobernarían desde Marrakech como colonia y persiguieron a los judíos y los cristianos. Sin embargo, los encantos de la región parecieron relajar su férreo control, y desde 1143 las revueltas se extendieron por todo el territorio y en pocos años al-Ándalus se hallaba de nuevo dividida en reinos de taifas.

En Marruecos, los almorávides fueron desplazados por los almohades, otra rigurosa secta bereber musulmana, que invadió a su vez al-Ándalus hacia 1173. La región distaba ya bastante de su apogeo del s. X: la frontera discurría desde al sur de Lisboa hasta el norte de Valencia. Los almohades convirtieron Sevilla en capital de su reino y reactivaron las artes y el saber.

En 1195, el soberano almohade Yusuf Yakub al-Mansur derrotó a los castellanos en Alarcos, al sur de Toledo, lo que no hizo sino espolear a otros reinos cristianos a unirse con Castilla. En 1212, los ejércitos de Castilla, Aragón y Navarra unieron sus fuerzas y derrotaron a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, al norte de Jaén, una victoria que despejó el camino para acceder a Andalucía. Con el estado almohade dividido por una disputa sucesoria después de 1224, Castilla y Aragón, junto con Portugal y León, avanzaron hacia el sur de la Península. Fernando III de Castilla tomó la estratégica Baeza en 1227, Córdoba en 1236 y Sevilla, tras dos años de asedio, en 1248.

El emirato nazarí de Granada

El emirato de Granada era una cuña de territorio tallado en el reino almohade, en plena desintegración, por Muhammed ibn Yusuf ibn Nasr, de quien deriva el nombre de nazarí. Ocupaba esencialmente las provincias de Granada, Málaga y Almería, y durante casi 250 años resistió como el último bastión musulmán de la Península.

El centro neurálgico nazarí era el palacio de la Alhambra en Granada, testigo del último florecimiento de la cultura islámica en España. Su emirato alcanzó el apogeo en el s. XIV con los emires Yusuf I y Muhammed V, autores de las mejores maravillas de la Alhambra. La caída de los nazaríes se vio precipitada por la negativa del emir Abu al-Hasan en 1476 a pagar más tributos a Castilla y por la unificación en 1479 de Aragón y Castilla, los mayores reinos cristianos de la península Ibérica, gracias al matrimonio de Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos, como eran conocidos, lanzaron el ataque final contra Granada en 1482.

La rivalidad por los harenes y demás hostilidades entre los soberanos granadinos degeneraron en una guerra civil que propició el avance cristiano por todo el emirato. A la captura de Málaga en 1487 le siguió Granada el 2 de enero de 1492, tras ocho meses de asedio.

Las condiciones de la rendición fueron bastante generosas para Boabdil, el último emir, que recibió los valles de las Alpujarras como feudo personal. Se quedó solo un año, sin embargo, antes de partir para África. A los musulmanes se les prometió respeto a su religión, cultura y propiedades, aunque esta promesa no duraría mucho.

Control cristiano

La cultura actual andaluza es relativamente uniforme y tiene su origen en los primeros siglos de dominio cristiano. Los nuevos gobernantes de los territorios reconquistados pusieron mucho empeño en restablecer el cristianismo y aplicaron medidas drásticas que desembocaron en la expulsión de dos de los tres grupos religiosos que antaño convivieron en al-Ándalus.

En las zonas que cayeron bajo control cristiano en el s. XIII, los musulmanes que permanecieron (los mudéjares) no sufrieron inicialmente represalias. Pero en 1264 los mudéjares de Jerez de la Frontera se alzaron contra los nuevos impuestos y la obligatoriedad de celebrar festividades cristianas y vivir en guetos. Tras cinco meses de asedio, fueron expulsados a Granada y al norte de África, junto con los mudéjares de Sevilla, Córdoba y Arcos.

Los nobles y caballeros que habían encabezado la Reconquista recibieron grandes extensiones de terreno en el sur del país como recompensa. Estos terratenientes dedicaron gran parte de sus vastas fincas al ganado lanar, y hacia 1300 la Andalucía cristiana rural se hallaba casi desierta. La preocupación de la nobleza por la lana y la política permitió a los judíos y a los extranjeros, sobre todo a los genoveses, dominar el comercio y la economía castellanos.

Alfonso X [1252-1284], hijo de Fernando III, convirtió Sevilla en una de las capitales de Castilla e impulsó una suerte de renacimiento cultural, reuniendo en torno a sí a estudiosos, principalmente judíos, capaces de traducir textos antiguos al castellano de la época. Pero las rivalidades en el seno de la familia real y los desafíos de la nobleza persiguieron a la monarquía hasta finales del s. XV, cuando los Reyes Católicos se hicieron cargo de la situación.

Persecución de los judíos

Tras la peste negra y las malas cosechas del s. XIV, el descontento se cebó con los judíos, que fueron sometidos a pogromos por toda la España cristiana en la década de 1390. A raíz de ello, muchos se convirtieron al cristianismo (los conversos) y otros hallaron refugio en la Granada musulmana. En la década de 1480, los conversos eran el principal objetivo de la nueva Inquisición, creada por los Reyes Católicos, y muchos fueron acusados de practicar el judaísmo clandestinamente.

En 1492 Isabel y Fernando decretaron la expulsión de todo judío que rechazara el bautismo cristiano. Aunque entre 50 000 y 100 000 optaron por convertirse, cerca de 200 000 emigraron hacia otros puntos del Mediterráneo en lo que se conoce como la diáspora sefardí (judíos de la península Ibérica). Una talentosa clase media se vio diezmada.

Revueltas moriscas y expulsión

La tarea de convertir a los musulmanes de Granada al cristianismo fue encomendada al cardenal Cisneros, garante de la Inquisición, quien llevó a cabo bautismos forzosos, quemó libros islámicos y prohibió el árabe. Cuando los musulmanes vieron expropiadas también sus tierras, una revuelta originada en las Alpujarras se extendió por todo el antiguo emirato de Granada en 1500. Después, a los musulmanes se les dio a elegir entre convertirse al cristianismo o exilarse. La mayoría se convirtieron (los moriscos), pero cuando el fanático rey católico Felipe II [1556-1598] prohibió el árabe, los nombres árabes y el atuendo morisco en 1567, una nueva revuelta, iniciada también en las Alpujarras, se extendió por todo el sur de Andalucía y hasta dos años después no pudo ser sofocada. Los moriscos fueron entonces deportados al oeste de la región y a zonas más al norte de España, antes de ser expulsados definitivamente por Felipe III entre 1609 y 1614.

Sevilla y América: auge y declive

El califato de Córdoba del s. X constituyó la época dorada de la Andalucía islámica y la ciudad de Sevilla protagonizó el momento cúspide de la época cristiana en el s. XVI.

En abril de 1492, en un intento por hallar una nueva ruta comercial con Oriente, los Reyes Católicos financiaron una travesía atlántica al navegante genovés Cristóbal Colón. Sin embargo, al descubrir América, Colón abrió todo un nuevo mundo de oportunidades para España y en especial para el puerto fluvial de Sevilla.

Durante el reinado de Carlos I [1516-1556], primer monarca de la nueva dinastía de los Habsburgo, los implacables conquistadores Hernán Cortés y Francisco Pizarro sometieron a los imperios inca y azteca, respectivamente, con sus reducidas huestes de aventureros; otros conquistadores y colonizadores españoles ocuparon vastas extensiones del continente americano. De las nuevas colonias llegaban ingentes cantidades de plata, oro y otras riquezas a la metrópoli, donde la Corona se reservaba el derecho a quedarse una quinta parte de ellas (el quinto real).

Sevilla era entonces el eje del comercio mundial, un crisol cosmopolita de cazafortunas, y siguió siendo la principal ciudad española hasta finales del s. XVII, pese a que en 1561 un pequeño pueblo llamado Madrid fue designado capital del Estado. La prosperidad fue compartida en parte con Cádiz, y en menor medida con las ciudades del interior como Jaén, Córdoba y Granada.

Pese a todo, España nunca desarrolló ninguna estrategia para aprovechar la riqueza americana, y gastó demasiado en las guerras europeas y en opulentos palacios, catedrales y monasterios, dejando pasar la oportunidad de convertirse en una incipiente potencia industrial. El grano debía importarse mientras las ovejas y las reses vagaban por el campo. Los posteriores siglos de abandono, unidos a una inadecuada gestión, convirtieron Andalucía en una región subdesarrollada, situación de la que no empezó a salir hasta la década de 1960.

En el s. XVIII, se redujeron los cargamentos de plata procedentes de América y el bajo Guadalquivir, cordón umbilical de Sevilla con el Atlántico, se encenagó progresivamente. En 1717 el control del comercio con América se trasladó al puerto marítimo de Cádiz, que vivió su época dorada en el s. XVIII.

El gran abismo entre clases del s. XIX

El s. XVIII trajo avances económicos, como la construcción de una nueva carretera Madrid-Sevilla-Cádiz, la dedicación de nuevas tierras al cultivo de trigo y cebada, y la llegada de nuevos pobladores procedentes de otras zonas del país, que incrementaron la población de Andalucía hasta los 1,8 millones en 1787. Sin embargo, la pérdida de las colonias americanas a comienzos del s. XIX empobreció el puerto de Cádiz, que dependía totalmente de ese comercio, y con el avance del s. XIX Andalucía fue decayendo hasta convertirse en una de las regiones más atrasadas y socialmente polarizadas de Europa.

Las leyes de desamortización de 1836 y 1855, por las que las tierras de la Iglesia y municipales fueron subastadas para reducir la deuda nacional, fueron un desastre para los campesinos, que perdieron tierras de pastoreo. Así, mientras que en un extremo social se hallaban la escasa burguesía y los ricos terratenientes aristocráticos, en el otro había un gran número de empobrecidos jornaleros, peones agrícolas sin tierra y desempleados durante la mitad del año. El analfabetismo, las enfermedades y el hambre campaban a sus anchas.

Las primeras sublevaciones de campesinos andaluces se reprimieron de forma brutal. El ideario anarquista del ruso Mikhail Bakunin ganó un gran número de adeptos; se instaba a la huelga, el sabotaje y las revueltas como camino a la revolución espontánea y a una sociedad libre regida por la cooperación voluntaria. En 1910 se fundó en Sevilla la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el poderoso sindicato anarquista.

char la riqueza americana, y gastó demasiado en las guerras europeas y en opulentos palacios, catedrales y monasterios, dejando pasar la oportunidad de convertirse en una incipiente potencia industrial. El grano debía importarse mientras las ovejas y las reses vagaban por el campo. Los posteriores siglos de abandono, unidos a una inadecuada gestión, convirtieron Andalucía en una región subdesarrollada, situación de la que no empezó a salir hasta la década de 1960.

En el s. XVII, se redujeron los cargamentos de plata procedentes de América y el bajo Guadalquivir, cordón umbilical de Sevilla con el Atlántico, se encenagó progresivamente. En 1717 el control del comercio con América se trasladó al puerto marítimo de Cádiz, que vivió su época dorada en el s. XVIII.

La Guerra Civil

La política y la sociedad andaluzas del s. XIX, igual que las del resto de España, estaban profundamente polarizadas. Entrado el s. XX, la brecha se incrementó hasta un punto en que no se pudo evitar el conflicto y estalló la devastadora Guerra Civil de 1936-1939.

El preludio: la dictadura y la Segunda República

En 1923, Miguel Primo de Rivera, excéntrico general oriundo de Jerez de la Frontera, impulsó una dictadura militar moderada, con la cooperación de la Unión General de Trabajadores (UGT), el poderoso sindicato socialista. Primo de Rivera fue derrocado en 1930 debido al empeoramiento de la situación económica y al descontento en el seno del Ejército. Cuando el movimiento republicano español logró una aplastante victoria en las elecciones de abril de 1931, el rey Alfonso XIII se exilió en Italia.

La Segunda República (1931-1936) fue un tumultuoso período de confrontación creciente entre izquierdas y derechas. Las elecciones generales de 1931 llevaron al poder a un Gobierno integrado por socialistas, centristas y republicanos, pero las siguientes, celebradas en 1933, las ganó la derecha. En 1934 la escalada de la violencia parecía ya fuera de control, y la izquierda, incluidos los emergentes comunistas, llamaba cada vez más a la sublevación. En las elecciones de febrero de 1936, una coalición de izquierdas derrotó por escaso margen al derechista Frente Nacional. La violencia no cesaba, la CNT contaba con millones de afiliados y los campesinos se hallaban al borde de la insurrección.

Sin embargo, el levantamiento llegó desde el otro bando político; el 17 de julio de 1936, el destacamento militar de Melilla se alzaba contra el Gobierno progresista, y al día siguiente le siguieron otros de la España continental. Cinco generales lideraban el golpe: la Guerra Civil había comenzado.

La guerra

La Guerra Civil dividió comunidades, familias y amigos. Ambos bandos fueron responsables de atroces masacres y represalias, sobre todo durante las primeras semanas. Los rebeldes, que se hacían llamar nacionales, fusilaron o colgaron a decenas de miles de partidarios de la República. Los republicanos hicieron lo propio con los que consideraban simpatizantes del bando contrario.

Los frentes de batalla se definieron rápidamente. Las ciudades cuyos destacamentos militares apoyaban a los insurrectos no tardaron en caer, como Cádiz, Córdoba y Jerez. Sevilla fue tomada por los nacionales en tres días y Granada, en pocos más; las represalias fueron brutales, con 4000 víctimas en Granada y alrededores, incluido Federico García Lorca. En las zonas republicanas hubo también masacres; en Málaga, controlada por los anarquistas, se calculan en 2500 los asesinados. A su vez, los nacionales ejecutaron a miles de malagueños tras tomar la ciudad junto con sus aliados, los fascistas italianos, en febrero de 1937. El este de Andalucía permaneció en manos republicanas hasta el final de la guerra.

A finales de 1936, Franco se impuso como indiscutible líder del bando nacional, otorgándose el título de Generalísimo. Los republicanos contaban con la ayuda de aviones, tanques, piezas de artillería y asesores soviéticos, así como unos 25 000 soldados franceses y un número parecido de voluntarios extranjeros de las Brigadas Internacionales, pero la balanza acabó decantándose del lado franquista gracias a las armas, aviones y los 92 000 soldados procedentes de la Alemania nazi y la Italia fascista.

El Gobierno republicano se trasladó a Valencia desde la asediada Madrid a finales de 1936 y a Barcelona en 1937. En 1938, Franco, en su avance hacia el este, aisló Barcelona. Los nacionales tomaron Barcelona en enero de 1939 y Madrid en marzo. El 1 de abril de 1939 Franco declaró la victoria.

La España de Franco

Tras la Guerra Civil, en lugar de reconciliación, hubo más derramamiento de sangre; se calcula que más de 100 000 españoles fueron asesinados o murieron en la cárcel. Como comandante del Ejército y líder del Movimiento Nacional, el único partido político, Franco gobernó de forma absolutista. Había cuarteles militares a las afueras de todas las grandes ciudades, las huelgas y el divorcio eran ilegales y el matrimonio religioso llegó a ser obligatorio.

España se mantuvo fuera de la II Guerra Mundial, pero después sufrió un boicot comercial auspiciado por la ONU que contribuyó a convertir la última parte de la década de 1940 en los años del hambre, y más en Andalucía, donde a veces los campesinos subsistían a base de sopa de hierbas.

A finales de la década de 1950, en un intento por aliviar la pobreza de la región, se impulsó el turismo extranjero masivo en la Costa del Sol. Aun así, en las décadas de 1950 y 1960, 1,5 millones de pobres salieron de Andalucía hacia Madrid, el norte de España y otros países para buscarse la vida. En la década de 1970 muchos pueblos andaluces aún carecían de electricidad, suministro de agua y carreteras, y el sistema educativo dejaba mucho que desear, lo cual explica el alto grado de analfabetismo existente aún en el campo entre personas mayores de 50 años.

La nueva democracia

Tanto España como Andalucía han avanzado mucho en las cuatro décadas transcurridas desde la muerte del dictador Franco. La democracia se ha afianzado, la sociedad es mucho más liberal y parece otra, y el nivel de vida, pese al azote de la crisis iniciada en el 2008, ha aumentado notablemente. Si un andaluz de la década de 1970 viera el país en la actualidad, se quedaría atónito ante los trenes de alta velocidad, las autopistas, los centros comerciales, las familias con un solo hijo y los matrimonios entre homosexuales, y le chocaría la poca concurrencia en las iglesias y lo llenas que están las universidades.

El príncipe Juan Carlos, nieto de Alfonso XIII y elegido por Franco como su sucesor, accedió al trono en 1975, dos días después de la muerte del dictador; gran parte de los méritos de la transición a la democracia son atribuibles al monarca y al presidente Adolfo Suárez. Se instauró un nuevo sistema parlamentario bicameral y se legalizaron los partidos políticos, los sindicatos y el derecho a la huelga. España vivió una rápida liberación social: los anticonceptivos, la homosexualidad y el divorcio fueron legalizados, y el adulterio fue despenalizado.

En 1982 España rompió finalmente con la era franquista cuando unas elecciones dieron el poder al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Su líder, el joven abogado sevillano Felipe González, presidiría gobiernos sucesivos durante 14 años, y entre los líderes jóvenes y cultos de su partido se contaban muchos andaluces. El PSOE introdujo mejoras en la educación, impulsó un sistema sanitario nacional y disfrutó del auge económico que conllevó la adhesión de España a la Comunidad Europea (la actual UE) en 1986.

El PSOE ha dominado hasta hoy el Gobierno autonómico andaluz, con sede en Sevilla, constituido en 1982. Su ejecutivo erradicó lo peor de la pobreza en la década de 1980 y comienzos de la de 1990 por medio de subvenciones, programas de empleo comunitario y un subsidio de desempleo. Además concedió a Andalucía la mayor red de zonas medioambientales protegidas.

Durante varios años, el crecimiento sostenido del turismo y la industria, los cuantiosos subsidios comunitarios a la agricultura, así como un prolongado auge de la construcción, hicieron que en Andalucía el desempleo se redujera a la mitad (el 16%), aun así el más elevado de España. Pero la bonanza económica se torció en el 2008 cuando la crisis económica estalló en Europa, castigando de manera directa el desarrollo económico andaluz. A día de hoy, aunque hay leves índices de recuperación económica, el paro, junto a las denuncias de corrupción de la clase política tradicional, sigue siendo el principal problema al que se enfrenta la comunidad andaluza.

 

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