Antigua potencia marítima rival de Génova y Venecia, la fama actual de Pisa proviene de un proyecto arquitectónico que salió mal, pero su celebérrima Torre Inclinada es solo uno de los muchos monumentos que adornan esta ciudad de apretada trama: abundan los edificios románicos, las iglesias góticas y las piazzas renacentistas, a los que se unen cafés y bares asequibles y muy animados.
Para evitar marcharse de Pisa deprimido por uno de los monumentos cimeros de Europa, conviene reservar la Torre Inclinada y su inmensa plaza para el final. Al llegar, lo mejor es pasear por las orillas del Arno, cruzar sus puentes y atravesar el corazón medieval de la ciudad. Después del café, se descubre el último mural que pintó Keith Haring antes de morir y se disfruta del genio artístico del Museo Nazionale di San Matteo y el Palazzo Blu.
Se almuerza con los pisanos en Sottobosco o la Osteria Bernardo. Después se va a la Piazza dei Miracoli y los lugares más visitados. Cuando la muchedumbre turística se vuelve agobiante, toca retirarse al Jardín Botánico o la Gelateria De’ Coltelli para tomar un helado a orillas del río.
Se regresa a la estación de trenes por la hermosa Piazza dei Cavalieri con sus elegantes palazzi (mansiones) y animados cafés y bares. Se disfruta aquí de un aperitivo o se continúa hasta un bar de Piazza delle Vettovaglie o Bazeel para contemplar la puesta del sol sobre el Arno.