La ciudad del paraíso, como la bautizó Vicente Aleixandre en sus sentidos versos, “colgada del imponente monte, apenas detenida / en tu vertical caída a las ondas azules”, se abre ante el visitante como un libro de historia. En apenas unos metros conviven el teatro romano, la Alcazaba andalusí, el Museo de Málaga, en el imponente edificio de la Aduana del s. XIX, y el Museo Picasso.
La mejor manera de acercarse al corazón de Málaga es a pie. Desde la Alameda Principal, el monumento al Marqués de Larios, realizado por Mariano Benlliure a finales del s. XIX, marca el inicio de la gran arteria decimonónica. La calle Larios, con elegantes edificios de Eduardo Strachan, se inauguró en 1891 y lleva el nombre del impulsor de la Revolución Industrial en la ciudad.
Tras tomar un vino en la terraza de El Pimpi se puede optar por visitar la Alcazaba o el Museo Picasso, para después disfrutar de un café en la Puerta Oscura y encaminarse al castillo de Gibralfaro, con vistas de toda la bahía. Muy cerca de la fortaleza está El Mirador del Mediterráneo, la cafetería del Parador de Málaga, la mejor atalaya para contemplar la puesta de sol.