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A medio camino entre el bullicio de Dangriga y el ambiente turístico de Placencia se halla el tranquilo Hopkins, donde la vida no ha cambiado mucho en las últimas décadas. Los niños venden los pasteles de coco y chocolate de sus madres por la única calle de este pueblo garífuna; los hombres pescan de día y tocan el tambor de noche y el ritmo de la vida es lento. La playa es estrecha, pero con buen tiempo brinda espectaculares vistas al Caribe.