Como en otros países de América Central, la historia de Costa Rica durante la época precolombina está llena de interrogantes. Después de que los europeos descubrieran el Nuevo Mundo, los pueblos indígenas fueron sometidos y evangelizados. Sin embargo, a mediados del s. XX Costa Rica se apartó radicalmente de la tónica dominante en la región al abolir su ejército, diversificar su economía e instalar una cultura de paz, lo que allanó el camino para convertirse en el país estable y respetuoso con el medio ambiente que es hoy.
El litoral y la jungla de América Central llevan más de 10 000 años habitados, pero las antiguas civilizaciones de lo que hoy es Costa Rica son objeto de una gran reflexión. Se cree que la zona era una franja atrasada a caballo entre las dos grandes civilizaciones, los Andes y Mesoamérica, con la excepción del valle de Diquís, donde los hallazgos arqueológicos apuntan a que se registró una gran actividad comercial entre los primeros habitantes de Costa Rica y sus poderosos vecinos. En vísperas del descubrimiento de América, se calcula que la actual Costa Rica tenía unos 400 000 habitantes.
A diferencia de los enormes complejos de pirámides encontrados en otras partes del continente, las antiguas ciudades de Costa Rica (a excepción de Guayabo) tenían una estructura poco organizada y carecían de centros ceremoniales o de gobierno. Las ciudades luchaban entre sí, pero no lo hacían para expandir su territorio sino para conseguir esclavos. A pesar de que los primeros habitantes de Costa Rica no han pasado a la posteridad por construir estructuras que resistieran el paso del tiempo, dejaron tras de sí unas misteriosas reliquias: las enormes esferas de piedra del valle del Diquís.
En su cuarto y último viaje al Nuevo Mundo, en 1502, Cristóbal Colón se vio obligado a fondear cerca de la actual Puerto Limón después de que un huracán dañara su barco. Mientras esperaba las reparaciones, Colón se aventuró por este frondoso territorio e intercambió regalos con los hospitalarios caciques locales, y no dudó en afirmar que había visto “más oro en dos días que en cuatro años en La Española”. El genovés bautizó el litoral que va de la actual Honduras a Panamá como “Veraguas”, pero fueron sus exaltados comentarios de aquella “costa rica” los que dieron el nombre definitivo a la región.
El gran navegante, impaciente por hacerse con el botín, pidió a la Corona española que le nombrara gobernador de aquellas tierras, pero para cuando volvió a Sevilla la reina Isabel ya estaba en su lecho de muerte, lo que facilitó que el rey Fernando concediera tal privilegio a Diego de Nicuesa, rival de Colón. Aunque Colón se hizo muy rico, nunca volvió al Nuevo Mundo. Murió en 1506, consumido por las enfermedades y las intrigas de la corte.
Para decepción de los herederos de Colón, las historias sobre el oro del lugar resultaron ser falsas y los lugareños se mostraron menos amistosos de lo previsto. La primera colonia de Nicuesa, en el actual Panamá, tuvo que ser desalojada repentinamente cuando las enfermedades tropicales y los guerreros nativos empezaron a diezmar sus filas. Las expediciones posteriores lanzadas desde la costa caribeña también fracasaron ya que, entre las ciénagas pestilentes, la densa jungla y los volcanes, el paraíso de Colón era más bien un infierno tropical.
Un momento álgido de las exploraciones españolas llegó en 1513, cuando Vasco Núñez de Balboa oyó rumores sobre un gran mar y una rica población al otro lado de las montañas del istmo (sin duda se referían al Imperio inca del actual Perú). Balboa superó la cordillera y, el 26 de septiembre de 1513 se convirtió en el primer europeo en ver el océano Pacífico. De acuerdo a la costumbre del momento, Balboa inmediatamente reclamó el océano y los territorios limítrofes para el rey de España.
Emociones aparte, con este descubrimiento los españoles ahora controlaban una playa estratégica en el oeste desde donde lanzarse a la conquista de la zona. En nombre de Dios y el rey, aventureros europeos saquearon las aldeas indígenas de la península de Nicoya y ejecutaron a los insumisos. Sin embargo, ninguna de estas sangrientas campañas condujo a una presencia colonial permanente en la región.
Hasta la década de 1560 no estuvo bien asentada la estructura colonial española en lo que hoy es Costa Rica. Con la esperanza de poder cultivar el fértil suelo volcánico del Valle Central, los españoles fundaron la población de Cartago a orillas del río Reventazón. Aunque la nueva colonia estaba extremadamente aislada, sobrevivió bajo el liderazgo de su primer gobernador, Juan Vázquez de Coronado. Aquel primer gobierno colonial ya presagiaba la desmilitarización actual: Coronado prefirió usar la diplomacia a las armas para combatir a los indígenas, y usó Cartago como base para explorar los territorios al sur, hasta Panamá, y al oeste, hasta el Pacífico, no sin agenciarse las rentas y la titularidad de la colonia.
Aunque Coronado murió en un naufragio, su legado perduró: el territorio que hoy se llama Costa Rica se convirtió oficialmente en una provincia del Virreinato de la Nueva España, que comprendía los territorios españoles en América del Norte, Central, el Caribe y las Filipinas.
Durante aproximadamente tres siglos, la Capitanía General de Guatemala (también conocida como Reino de Guatemala), que incluía los actuales Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y el hoy estado mexicano de Chiapas, fue una zona sin excesivo control por parte del gobierno virreinal. Como la sede del gobierno político y militar del reino estaba en la lejana Guatemala, que dependía a su vez de la aún más lejana Ciudad de México, Costa Rica se convirtió en una provincia menor, con poca importancia estratégica sin riquezas explotables.
Al tratarse de un territorio pantanoso y poco aprovechable, la región no adoptó el típico patrón con una élite de poderosos terratenientes y una economía basada en la encomienda. En lugar de grandes fincas, explotaciones mineras y ciudades costeras, en el interior del Valle Central surgieron pueblos de tamaño modesto, con pequeños propietarios. En Costa Rica se dice que los estoicos granjeros autosuficientes se convirtieron en la columna vertebral de una especie de “democracia rural”, un territorio relativamente igualitario. Por contra, la población indígena se redujo dramáticamente: de los 400 000 habitantes en tiempos del primer viaje de Colón, se pasó a 20 000 en un siglo, y a 8000 en otro más. Las enfermedades fueron la principal causa del desplome demográfico. Los habitantes del Valle Central fueron los primeros en verse afectados, aunque algunos grupos consiguieron sobrevivir gracias a la protección de la jungla.
La costosa Guerra de la Independencia contra Francia de 1808 a 1814, y la agitación política, los alzamientos y los vacíos de poder que causó, precipitó la independencia de casi todas las posesiones ultramarinas de España durante el primer tercio del s. XIX.
En 1821, la mayor parte de América se había constituido en repúblicas independientes después de que México declara su emancipación y la de toda América Central. Posteriormente, las provincias centroamericanas se declararon independientes de México. No obstante, todos estos sucesos apenas alteraron Costa Rica, que se enteró de su ‘liberación’ un mes después de que se produjera.
Las colonias recién liberadas valoraron sus posibilidades: podían mantenerse unidas en unos Estados Unidos de América Central o seguir su camino por separado. Al principio optaron por una vía intermedia, la República Federal de Centroamérica, aunque sin autoridad central para crear un ejército ni recaudar impuestos. Acostumbrada a un papel destacado, Guatemala también intentó dominar la federación, dejando en un segundo plano las regiones más pequeñas y acelerando su renuncia. Los intentos posteriores por unificar la región también fracasarían.
Mientras tanto, una Costa Rica independiente tomaba forma de la mano de Juan Mora Fernández, su primer presidente (1824-1833), quien promovió la construcción de la nación con nuevas poblaciones y carreteras, la publicación de un periódico y la acuñación de moneda. Su mujer incluso participó en el diseño de la bandera.
La vida volvió a la normalidad, a diferencia del resto de Centroamérica, donde estallaron continuas guerras civiles tras la independencia. En 1824 la región de Nicoya-Guanacaste se separó de Nicaragua y se unió al vecino sureño, más tranquilo, con lo que quedaron definidas las fronteras del país. En 1852 Costa Rica recibía sus primeros emisarios diplomáticos de EE UU y Gran Bretaña.
Las riquezas que prometía Costa Rica aparecieron por fin en el s. XIX, cuando los agricultores supieron que el terreno y el clima del Valle Central eran ideales para el cultivo del café. Costa Rica fue la pionera de su cultivo en América Central, lo que transformó al empobrecido país en el más rico de la región.
En cuanto se adivinó la posibilidad de exportar, el Gobierno no dudó en regalar plantas jóvenes de café a los agricultores. Al principio los productores costarricenses exportaban su cosecha a Sudamérica, donde procesaban los granos y los enviaban a Europa, pero en la década de 1840, cuando los comerciantes locales ya disponían de instalaciones adecuadas, también aprendieron a buscar nuevos mercados. El gran paso adelante llegó cuando convencieron al capitán del HMS Monarch para que transportara varios cientos de sacos de café costarricense a Londres, lo que marcó el inicio de una próspera relación.
El café de Costa Rica triunfó. El rápido efecto de la cafeína lo hizo popular entre los consumidores de clase trabajadora del industrializado norte. Las posibilidades de negocio atrajeron a una oleada de empresarios alemanes, que dieron un nuevo impulso técnico y financiero al sector. Hacia finales de siglo, más de una tercera parte del Valle Central se dedicaba al cultivo del café, que suponía más del 90% de las exportaciones y el 80% de las ganancias del país en moneda extranjera.
La industria cafetalera se desarrolló en Costa Rica de forma diferente que en el resto de América Central. Al igual que en otros lugares, surgió un grupo de barones, una élite que se llevaba los beneficios de la exportación, pero estos barones carecían de las tierras y de los operarios para su cultivo. La producción de café requiere mucha mano de obra, con una temporada de cosecha larga y dura. Los pequeños granjeros se convirtieron en los principales productores, y los barones monopolizaron el procesamiento, la comercialización y la financiación. La economía del café en Costa Rica creó una amplia red de comerciantes y de cultivadores a pequeña escala, mientras que en el resto de América Central una pequeña élite controlaba grandes fincas con campesinos arrendatarios.
La riqueza del café se convirtió en un potente recurso en la política. Las familias aristocráticas tradicionales del país estaban a la cabeza del sector. A mediados de siglo, tres cuartos de los barones del café descendían de solo dos familias, a su vez de origen colonial. El principal exportador en esa época era el presidente Juan Rafael Mora Porras (1849-1859), cuyo linaje se remontaba hasta Juan Vázquez de Coronado. Mora fue derrocado por su cuñado después de que el presidente propusiera crear un banco nacional independiente de los grandes cafetaleros. Los intereses económicos de dicha élite se convertirían a partir de entonces en una prioridad en la política costarricense.
Sin proponérselo, el comercio del café dio origen al siguiente filón exportador del país: la banana. Para llevar el café a los mercados internacionales hacía falta un tren que conectara las montañas centrales con la costa, y el puerto de Limón era ideal por su profundidad. El interior estaba cubierto de una densa jungla y ciénagas infestadas de insectos, por lo que el Gobierno encargó el proyecto a Minor Keith, sobrino de un gran empresario ferroviario estadounidense.
El tendido de la vía fue un desastre. La malaria y los accidentes mataban a muchos obreros, al principio ticos; luego, reclusos estadounidenses, chinos y, finalmente, esclavos libertos jamaicanos. Para animar a Keith a seguir adelante, el Gobierno le cedió 3200 km2 de terreno adyacentes a la vía y le ofreció una concesión de 99 años para la gestión del ferrocarril. En 1890 la línea se completó por fin con grandes pérdidas.
Keith había empezado a cultivar bananas junto a las vías como fuente de alimento barato para los obreros. En un intento por recuperar su inversión, envió unos cuantos plátanos a Nueva Orleans para iniciar un negocio paralelo. Fue todo un éxito: los clientes se volvieron locos por la fruta amarilla. A principios del s. XX, los plátanos superaron al café como exportación más lucrativa, y el país se convirtió en el primer exportador de bananas del mundo. Pero, a diferencia de lo que sucedió con la industria del café, los beneficios de la banana acabaron fuera del país.
Costa Rica se transformó con el auge del imperio bananero de Keith, que se asoció con otro importador estadounidense para fundar la United Fruit Company, conocida localmente como Yunai, que pronto se convirtió en la mayor empresa de América Central. Los lugareños la conocían como “El pulpo” por el largo alcance de sus tentáculos, que incidían en la economía y la política de la región. La United Fruit poseía enormes terrenos en cotas bajas, gran parte de la infraestructura de transporte y comunicaciones, y controlaba a muchísimos burócratas y políticos. La compañía atrajo una oleada de inmigrantes de Jamaica, lo que alteró la composición étnica del país y provocó tensiones raciales. En sus diversas encarnaciones como United Brands Company y, más tarde, como Chiquita, la Yunai se opuso a los sindicatos y mantuvo el control sobre sus trabajadores pagándoles durante muchos años con vales canjeables en lugar de dinero, vales que solo se podían usar en las tiendas de la propia compañía. En Costa Rica todavía son visibles algunas de las huellas que dejó la empresa, incluidas las oxidadas vías de tren y una locomotora en Palmares.
A principios del s. XX, las desigualdades empujaron el ascenso al poder de José Figueres Ferrer, autodenominado granjero-filósofo. Figueres, hijo de catalanes cafetaleros, destacó en la escuela y estudió ingeniería en el MIT de Boston. A su regreso a Costa Rica para fundar su propia plantación de café, organizó a los cientos de trabajadores de su granja en una utópica comunidad socialista que, acertadamente, denominó “La Lucha sin Fin”.
En la década de 1940, se implicó en la política nacional al criticar abiertamente al presidente Calderón. Mientras le hacían una entrevista para la radio, en plena arenga contra el presidente, la policía entró en el estudio y le detuvo, acusado de filofascista, y fue deportado a México. Durante su exilio formó la Liga Caribeña, una asociación de estudiantes y rebeldes democráticos de toda América Central decididos a derrocar a los dictadores militares de la región. A su regreso a Costa Rica, la Liga Caribeña, que ya contaba con 700 socios, le acompañó y participó en las protestas contra el poder.
Cuando las tropas del Gobierno aparecieron en su granja con la intención de arrestar a Figueres y desmantelar la Liga Caribeña, se desencadenó una guerra civil. Había llegado el momento: el insignificante granjero-filósofo se había convertido en un personaje crucial. Figueres salió vencedor del breve conflicto y aprovechó la ocasión para llevar a la práctica su visión de democracia social para Costa Rica. Tras disolver el Ejército, citó a H. G. Wells: “El futuro de la humanidad no puede incluir a las fuerzas armadas”.
Como jefe de la junta de Gobierno provisional, Figueres promulgó cerca de mil decretos. Dictó impuestos para los ricos, nacionalizó la banca y construyó un moderno Estado del bienestar. La Constitución de 1949 garantizó la igualdad de derechos a las mujeres y a las minorías de negros, indígenas y chinos. Hoy, el régimen de Figueres es considerado la base de la democracia sin armas de Costa Rica.
Durante las décadas de 1970 y 1980, la soberanía de los pequeños países de América Central quedó cercenada por su poderoso vecino del norte, EE UU, que utilizó la diplomacia del dólar, además de la mano dura y los cañones, para acabar con las veleidades socialistas de la región, especialmente en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
En 1979 los rebeldes sandinistas derrocaron al dictador Anastasio Somoza, respaldado por EE UU. Alarmado por los vínculos de los rebeldes con la Unión Soviética y Cuba, el presidente Ronald Reagan, ferviente anticomunista, decidió que había que intervenir militarmente. La Guerra Fría había llegado al trópico.
Los detalles organizativos de la contrarrevolución estuvieron a cargo de Oliver North, un oficial subalterno que trabajaba desde los sótanos del Pentágono. North ayudó a los famosos rebeldes de la Contra a instigar la guerra civil en Nicaragua. Aunque ambos bandos invocaban la retórica de la libertad y la democracia, el enfrentamiento fue, de hecho, una escaramuza más de la Guerra Fría.
Bajo la intensa presión de EE UU, Costa Rica se vio involucrada en el conflicto. La Contra se instaló en el norte del país, desde donde organizaba ataques de guerrillas con la ayuda de agentes de la CIA y asesores militares estadounidenses. Se construyó una pista de aterrizaje secreta en la selva, cerca de la frontera, para suministrar armas y provisiones. Se dice que North utilizó esta red secreta de suministro para traficar con drogas en la zona y así obtener dinero para los rebeldes.
La guerra polarizó Costa Rica. Los conservadores hicieron un llamamiento, auspiciado por el Pentágono, para restablecer el Ejército y unirse a la cruzada anticomunista. En mayo de 1984, más de 20 000 personas se manifestaron en San José para pedir la paz, aunque el debate no alcanzó su clímax hasta las elecciones presidenciales de 1986. El vencedor fue Óscar Arias Sánchez, de 44 años, quien, a pesar de pertenecer a una rica familia cafetalera, es un intelectual reformista al estilo de José Figueras Ferrer, su mentor político.
Una vez en el cargo, Arias ratificó su compromiso de llegar a una solución negociada y reafirmó la independencia de Costa Rica. Se comprometió a mantener la posición neutral del país y a expulsar a la Contra del territorio, lo que quizá provocó que el embajador de EE UU abandonara repentinamente su puesto. En una ceremonia pública, los escolares costarricenses plantaron árboles sobre la pista de aterrizaje secreta de la CIA. Además, Arias se convirtió en el impulsor del plan de paz para América Central, que puso fin a la guerra nicaragüense y le valió el Premio Nobel de la Paz en 1987.
En el 2006 Arias volvió a la presidencia tras ganar las elecciones por un margen del 1,2% y posteriormente ratificó el polémico Tratado de Libre Comercio con EE UU (Cafta), que entró en vigor en el 2009.
Cuando Laura Chinchilla se convirtió en la primera presidenta de Costa Rica en el 2010 prometió continuar con las políticas de libre mercado de Arias a pesar de la división que provocó el Cafta (aprobado en referéndum en el 2007 por un 51%). Chinchilla también se comprometió a luchar contra el aumento de delitos violentos y el tráfico de drogas, en alza debido a que Costa Rica era usada como lugar de paso por los cárteles colombianos y mexicanos. Irónicamente, un mes después de discutir el problema de los cárteles con el presidente de EE UU, Barack Obama, durante la visita de este a Costa Rica, Chinchilla se vio implicada en un escándalo relacionado con las drogas por usar el jet privado de un hombre que estaba siendo investigado por la inteligencia costarricense por sus conexiones con cárteles internacionales de la droga.