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Trinidad se echó a dormir en 1850 y nunca despertó. Este curioso giro del destino favorece al viajero moderno, que puede pasear como un curioso de otra época por esta localidad azucarera de mediados del s. XIX, perfectamente preservada. Las calles detenidas en el tiempo aún mantienen el encanto con sus majestuosas casas coloniales, su campiña de fácil acceso y una fascinante oferta de música en directo. Pero también es una ciudad trabajadora con todos los inconvenientes y la diversión de la Cuba del s. XXI.