Embellecida por extraordinarias proezas revolucionarias y asolada rutinariamente por las intromisiones de ejércitos extranjeros, Cuba ha alcanzado una importancia histórica mucho mayor de lo que sugeriría su tamaño. Hasta la década de 1960, la historia osciló entre las incursiones foráneas y las rebeliones internas, y a menudo ambas tuvieron resultados sangrientos.
Desde la llegada de Cristóbal Colón en 1492, Cuba ha sido testigo de una agitada trayectoria histórica; genocidio, esclavitud, dos amargas guerras de independencia, un período de semi-independencia corrupta y violenta y, finalmente, una revolución populista que –a pesar de las primeras promesas– pulsó un metafórico botón de pausa. Como resultado de ello, casi una quinta parte de su población emigró, sobre todo a EE UU.
A grandes rasgos, los períodos históricos de Cuba pueden dividirse en tres amplias categorías: precolonial, colonial y poscolonial. Antes de 1492, Cuba estaba habitada por tres pueblos migratorios originarios de la cuenca del Orinoco, en Sudamérica, que saltaron de isla en isla hacia el norte. Hasta el momento, sus culturas se han estudiado parcialmente, ya que dejaron escasas pruebas documentales.
El período colonial estuvo dominado por los españoles y por la controvertida esclavitud, que existió desde la década de 1520 hasta su abolición en 1886. La esclavitud dejó heridas profundas en la psique colectiva cubana, pero su existencia y su abolición final fueron vitales para el desarrollo de la cultura, la música, el baile y la religión. Una vez asimilado esto, se estará cerca de comprender las complejidades de la Cuba actual.
La Cuba poscolonial ha tenido dos etapas bien diferenciadas, la segunda de las cuales, a su vez, puede subdividirse en dos. El período desde la derrota de España en 1898 hasta el golpe de Castro de 1959 se suele considerar como una época de semi-independencia, con una fuerte influencia estadounidense. Este período se caracterizó también por la violencia, la corrupción y las frecuentes insurrecciones de los grupos opositores.
La era castrista (a partir de 1959) puede dividirse en dos fases: la etapa de dominación soviética (1961-1991) y la etapa moderna, que va desde el Período Especial hasta la actualidad, cuando Cuba, pese a las terribles dificultades económicas, se convirtió en una potencia verdaderamente independiente por primera vez.
La primera civilización conocida de Cuba fue la de los guanahatabéis, un pueblo primitivo de la Edad de Piedra que habitaba en cuevas y sobrevivía a duras penas con la caza y la recolección. En algún punto a lo largo de un período de más de 2000 años, los guanahatabéis se trasladaron hacia el oeste, a lo que hoy en día es la provincia de Pinar del Río, desplazados por la llegada de otra cultura precerámica conocida como siboney. Los sibonéis eran una comunidad de pescadores y agricultores a pequeña escala algo más avanzada, que se instalaron pacíficamente en la costa sur del archipiélago. Hacia el segundo milenio d.C. fueron desplazados, a su vez, por los taínos, más refinados, que hicieron de los sibonéis sus criados.
Los taínos llegaron a Cuba en torno al 1050 en varias oleadas y concluyeron un proceso migratorio iniciado en Sudamérica varios siglos antes. Relacionados con los arawakes de las Antillas Menores, los nuevos y pacíficos nativos huían de la barbarie de los caníbales caribes que habían colonizado estas islas, desplazándose al noroeste, a Puerto Rico, La Española y Cuba.
La cultura taína estaba más desarrollada y era más sofisticada que la de sus predecesores. A diferencia de los guanahatabéis y los sibonéis, los taínos eran hábiles ceramistas y vivían de la agricultura. Construían aldeas de barro y paja, por lo que ha sobrevivido muy poco de ellas; pero dejaron su impronta en otros campos, especialmente en el idioma. Palabras como huracán, hamaca, guajiro (campesino) y tabaco proceden de la lengua vernácula taína. Los taínos fueron también la primera cultura precolombina que cultivó la delicada planta del tabaco de tal modo que adoptara una forma fácilmente procesable para fumarla.
Cuando Colón llegó a Cuba el 27 de octubre de 1492 la describió como “la tierra más bonita que hayan visto ojos humanos”, y la llamó Juana en honor a la heredera de la Corona española. Pero al darse cuenta de su error en la búsqueda del reino del Gran Khan, y como en la isla halló poco oro, no tardó en abandonarla y se dirigió hacia La Española (que hoy ocupan los Estados de Haití y la República Dominicana).
La colonización de Cuba no empezó hasta casi 20 años después, en 1511, cuando Diego Velázquez de Cuéllar dirigió una flotilla de cuatro barcos y 400 hombres desde La Española, destinada a conquistar la isla para la Corona española. Tras atracar en la actual Baracoa, los conquistadores se pusieron de inmediato a construir siete villas en la isla principal –La Habana, Trinidad, Baracoa, Bayamo, Camagüey, Santiago de Cuba y Sancti Spíritus–, para someter a la nueva colonia a un gobierno central fuerte. Mientras, una población dispersa de taínos los observaban entre fascinados y temerosos desde la tranquilidad de sus bohíos (casas con tejado de guano).
Pese a que Velázquez trató de proteger a los taínos de los excesos de los espadachines españoles, la situación se le fue de las manos rápidamente y los colonizadores pronto se encontraron con una rebelión a gran escala. El líder de la resentida y efímera insurgencia taína fue el batallador Hatuey, un influyente cacique y arquetipo de la resistencia cubana, que finalmente fue apresado y quemado en la hoguera, al estilo de la Inquisición, por atreverse a desafiar el férreo control de los españoles.
Descabezada la resistencia, los españoles comenzaron a vaciar Cuba de sus reservas relativamente escasas de oro y minerales, utilizando el trabajo forzado de los indígenas. Como la esclavitud estaba nominalmente prohibida por un edicto papal, los españoles aprovecharon los resquicios legales introduciendo el cruel sistema de encomiendas, por el cual, miles de indígenas fueron capturados y obligados a trabajar para terratenientes españoles, so pretexto de que estaban siendo gratuitamente cristianizados. Tal sistema duró 20 años, hasta que fray Bartolomé de Las Casas pidió a la Corona española un trato más humano, y en 1542 se abolieron las encomiendas para los nativos. Pero para los taínos, la medida llegó demasiado tarde: los que aún no habían fallecido, no tardaron en sucumbir a enfermedades europeas como la viruela, y hacia 1550 solo quedaban unos 5000 supervivientes desperdigados.
Los españoles gobernaron la mayor colonia del Caribe los siguientes 200 años, con una breve ocupación británica en 1762. Los terratenientes criollos temían que se repitiera la brutal rebelión de esclavos ocurrida en Haití en 1791, contenida cuando el resto de Latinoamérica se levantó en armas contra los españoles en las décadas de 1810 y 1820. Por ello, las guerras de independencia de Cuba se produjeron más de medio siglo después de que el resto de América Latina se hubiera independizado de España. Pero cuando llegaron, no fueron menos apasionadas ni sangrientas.
Hartos de las políticas reaccionarias coloniales de España y esperanzados con el nuevo sueño americano de Lincoln en el norte, a finales de la década de 1860 los terratenientes criollos que vivían en Bayamo empezaron a tramar cómo sublevarse. El conflicto tuvo un inicio prometedor el 10 de octubre de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes, un poeta en ciernes, abogado y dueño de una plantación de azúcar, inició un levantamiento desde su ingenio La Demajagua, en la provincia de Oriente. Reclamaba la abolición de la esclavitud y liberó a sus esclavos en un acto de solidaridad. Céspedes proclamó el famoso Grito de Yara, un grito de libertad por una Cuba independiente, en el que alentaba a otros separatistas desilusionados a sumarse. Para los administradores coloniales de La Habana, un intento tan audaz de arrebatarles el control de su mando constituía un acto de traición y reaccionaron en consecuencia.
Por fortuna para los rebeldes, apenas organizados, el circunspecto Céspedes había hecho sus deberes militares. Semanas después del histórico Grito de Yara, el abogado convertido en general había formado un ejército de más de 1500 hombres y marchaba desafiante por Bayamo, ciudad que fue tomada en cuestión de días. Pero los éxitos iniciales quedaron durante mucho tiempo en punto muerto. La decisión táctica de no invadir la parte occidental de Cuba, además de la alianza entre españoles y peninsulares (españoles nacidos en España pero que vivían en Cuba), no tardó en dejar rezagado a Céspedes. Recibió la ayuda temporal del general mulato Antonio Maceo, un duro e inflexible santiaguero apodado el Titán de Bronce, y del dominicano igualmente aguerrido Máximo Gómez, pero pese al trastorno económico y la destrucción periódica de la cosecha de azúcar, los rebeldes carecían de un líder político dinámico capaz de unirlos en pos de una causa ideológica singular.
Tras caer Céspedes en batalla en 1874, la guerra se prolongó 4 años más, hasta el punto de que la economía cubana se desplomó y hubo más de 200 000 víctimas. Al fin, en febrero de 1878 se firmó un deslucido pacto entre los españoles y los separatistas, agotados por la contienda, un acuerdo sin valor que no resolvía nada y concedía muy poco a la causa rebelde. Indignado y desilusionado, Maceo dio a conocer su disconformidad en la Protesta de Baraguá, pero, tras un breve intento frustrado de reanudar la guerra en 1879, tanto Gómez como él desaparecieron en un exilio prolongado.
Cuando llegó la hora, apareció el hombre. José Martí –poeta, patriota, visionario e intelectual– se había convertido rápidamente en una figura patriótica de proporciones bolivarianas en los años posteriores a su ignominioso exilio en EE UU de 1871, no solo en Cuba sino en toda Latinoamérica. Tras ser arrestado durante la Guerra de los Diez Años, cuando solo contaba 16 de edad, Martí se pasó otros 20 exponiendo sus ideas revolucionarias en lugares tan dispares como Guatemala, México y EE UU. Aunque quedó impresionado por la habilidad para los negocios y la diligencia de los estadounidenses, criticó con firmeza el materialismo del país y se propuso presentar una alternativa cubana viable.
Entregado por entero a la causa de la resistencia, Martí escribió, dialogó, elevó peticiones y organizó incansablemente la lucha por la independencia durante más de una década, y en 1892, ya había acumulado experiencia suficiente para convencer a Maceo y a Gómez de que abandonaran el exilio y se sumaran al Partido Revolucionario Cubano (PRC). Al fin, Cuba había encontrado a su líder espiritual.
Martí y sus compatriotas pensaban que había llegado la hora de hacer otra revolución, por lo que zarparon hacia Cuba en abril de 1895 y desembarcaron cerca de Baracoa dos meses después de que las insurrecciones subvencionadas por el PRC contuvieran a las fuerzas cubanas en La Habana. Los rebeldes reclutaron a 40 000 hombres y se dirigieron hacia el oeste, donde el 19 de mayo se enfrentaron por primera vez en un lugar llamado Dos Ríos. En este campo de batalla, sembrado de balas y extrañamente anónimo, Martí fue tiroteado y asesinado mientras dirigía una carga suicida hacia las líneas enemigas. De haber sobrevivido, con toda seguridad hubiera sido elegido primer presidente de Cuba, pero tras su muerte se convirtió en héroe y mártir, cuya vida y legado ha inspirado a generaciones de cubanos.
Conscientes de los errores cometidos durante la Guerra de los Diez Años, Gómez y Maceo marcharon hacia el oeste, arrasando y quemando todo lo que encontraron a su paso entre Oriente y Matanzas. Las primeras victorias condujeron a una ofensiva continua y, en enero de 1896, Maceo había penetrado en Pinar del Río, mientras Gómez resistía cerca de La Habana. Los españoles respondieron con un general igualmente implacable, llamado Valeriano Weyler, que construyó fortificaciones en dirección norte-sur por todo el país para limitar los movimientos de los rebeldes. Con vistas a debilitar la resistencia clandestina, los guajiros o campesinos fueron recluidos en campos de concentración, y todo aquel que apoyara la rebelión podía ser ejecutado. Las tácticas brutales empezaron a dar resultados y, el 7 de diciembre de 1896, los mambises (nombre dado a los rebeldes que se enfrentaron a España en el s. xix) sufrieron un duro golpe militar cuando Antonio Maceo fue asesinado al sur de La Habana al intentar escapar hacia el este.
Para entonces, Cuba estaba sumida en el caos: miles de personas habían fallecido, el país estaba en llamas y William Randolph Hearst, con la prensa sensacionalista de EE UU, dirigían una exaltada campaña bélica con noticias macabras, y a menudo inexactas, sobre las atrocidades españolas.
Quizá preparándose para lo peor, el acorazado Maine fue enviado a La Habana en enero de 1898 para “proteger a los ciudadanos estadounidenses”. La tarea nunca se llevó a cabo: el 15 de febrero de 1898 el Maine explotó inesperadamente en el puerto de La Habana y murieron 266 marineros. Los españoles afirmaron que había sido un accidente, los estadounidenses culparon a los españoles, y algunos cubanos acusaron a EE UU de utilizarlo como pretexto para intervenir. Pese a las distintas investigaciones de los años siguientes, el auténtico origen de la explosión es tal vez uno de los grandes misterios de la historia, ya que el casco del barco se hundió en aguas profundas en 1911.
Tras el desastre del Maine, EE UU se desplegó para apoderarse de la isla. Ofrecieron 300 millones de US$ a España por Cuba, y cuando este acuerdo fue rechazado, exigieron a los españoles su total retirada. El tan esperado enfrentamiento entre EE UU y España, que imperceptiblemente se había ido cociendo durante décadas, desembocó en guerra.
La única batalla terrestre importante tuvo lugar el 1 de julio de 1898, cuando el ejército de EE UU atacó posiciones españolas en la colina de San Juan, al oeste de Santiago de Cuba. Pese a ser muchos menos y contar con armas limitadas y anticuadas, los españoles asediados resistieron durante más de 24 h hasta que el futuro presidente de EE UU, Theodore Roosevelt, puso fin al estado de sitio dirigiendo la famosa carga de caballería de los Rough Riders hasta la colina de San Juan. Fue el principio del fin para los españoles y se les ofreció la rendición incondicional ante los estadounidenses el 17 de julio de 1898.
El 20 de mayo de 1902 Cuba se convirtió en una República independiente, en teoría. A pesar de los 3 años de sangre, sudor y sacrificio que duró la Guerra Hispano-Estadounidense, ningún representante cubano fue invitado al histórico tratado de paz firmado en París en 1898, que había prometido la independencia de Cuba con condiciones.Tales condiciones se recogían en la infame Enmienda Platt, un ladino añadido a la Ley de los Presupuestos del Ejército de EE UU de 1901, que otorgaba a este país el derecho a intervenir militarmente en Cuba siempre que lo creyera conveniente. EE UU también utilizó su notable influencia para procurarse una base naval en la bahía de Guantánamo, con el fin de proteger sus intereses estratégicos en la región del canal de Panamá. A pesar de una discreta oposición en EE UU y de una mucho mayor en Cuba, el Congreso aprobó la Enmienda Platt, que se incluyó en la Constitución cubana de 1902. Para los patriotas cubanos, EE UU solo sustituyó a España en el nuevo papel de colonizador y enemigo. Sus repercusiones han ocasionado amargas disputas durante más de un siglo y aún hoy persisten.
Fulgencio Batista era un astuto y perspicaz negociador que fue responsable de los mejores y los peores intentos de Cuba de constituir una democracia embrionaria en las décadas de 1940 y 1950. Tras un golpe de Estado de oficiales del ejército en 1933, se hizo con el poder casi por eliminación y fue abriéndose camino gradualmente en el vacío político entre las facciones corruptas de un Gobierno agonizante. A partir de 1934, Batista ejerció como jefe del Estado Mayor y, en 1940, en unas elecciones relativamente libres y justas, fue elegido presidente. Durante su mandato oficial, aprobó diversas reformas sociales y comenzó a redactar la Constitución más liberal y democrática de Cuba hasta la fecha. Pero ni la luna de miel liberal ni el buen humor de Batista duraron mucho tiempo. El antiguo sargento del ejército dimitió tras las elecciones de 1944 y entregó el poder al políticamente inepto Ramón Grau San Martín; la corrupción y la incompetencia no tardaron en triunfar.
Consciente de su antigua popularidad, al presentir una oportunidad fácil de llenarse los bolsillos con una última paga, Batista hizo un trato con la mafia estadounidense, prometiendo darles carta blanca en Cuba a cambio de un porcentaje de lo que ganaran con el juego; y se preparó para regresar. El 10 de marzo de 1952, tres meses antes de las elecciones que parecía que iba a perder, Batista llevó a cabo un golpe militar. Duramente condenado por los políticos de la oposición dentro de Cuba, pero reconocido por EE UU dos semanas después, pronto dejó claro que su segunda incursión en la política no iba a ser tan progresista como la primera: suspendió varias garantías constitucionales, entre ellas el derecho de huelga.
Tras el golpe de Batista, se formó un círculo revolucionario en La Habana en torno a la carismática figura de Fidel Castro, abogado de profesión y excelente orador, que iba a presentarse a las elecciones canceladas de 1952. Con el apoyo de su hermano menor Raúl y su fiel teniente Abel Santamaría (al que más adelante torturaron hasta la muerte los esbirros de Batista), Castro no vio más alternativa que el uso de la fuerza para liberar a Cuba de su dictador. Con pocos efectivos, pero decidido a hacer una declaración política, lideró a 119 rebeldes en un ataque al estratégico cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. El asalto, audaz y mal planeado, fracasó estrepitosamente cuando el chófer del rebelde tomó el giro equivocado en las calles mal señalizadas de Santiago y cundió la alarma.
Engañados, asustados y superados en número, 64 de los conspiradores del Moncada fueron rodeados por el ejército de Batista, torturados y ejecutados brutalmente. Castro y unos cuantos más lograron escapar hacia las montañas cercanas, donde fueron hallados días después por un comprensivo teniente del ejército llamado Sarría, que tenía instrucciones de matarlos. “¡No disparen, no se pueden matar las ideas!”, fue lo que supuestamente gritó Sarría al encontrar a Fidel y a sus exhaustos compañeros. Al encarcelarlo en lugar de asesinarlo, Sarría arruinó su carrera militar, pero salvó la vida de Fidel, uno de cuyos primeros actos tras el triunfo de la Revolución fue liberar a Sarría de la cárcel y darle un cargo en el ejército revolucionario.
La captura de Castro no tardó en convertirse en noticia nacional. Durante el juicio se defendió a sí mismo y, para ello, escribió un discurso elocuente, expuesto con maestría y que más adelante transcribió en un completo manifiesto político titulado La historia me absolverá.Al amparo de su nueva legitimidad, reforzada por la creciente insatisfacción con el antiguo régimen, fue sentenciado a 15 años de cárcel en la isla de Pinos (antiguo nombre de la Isla de la Juventud). Cuba estaba a punto de conseguir un nuevo héroe nacional.
En febrero de 1955, Batista llegó a la presidencia gracias a unas elecciones que fueron consideradas fraudulentas, y en un intento de ganarse el favor de la creciente oposición interna, accedió a amnistiar a todos los presos políticos, entre ellos a Castro. Como este creyó que la verdadera intención de Batista era asesinarlo en cuanto saliera en libertad, huyó a México y dejó al maestro de escuela baptista Frank País a cargo de una nueva campaña de resistencia clandestina, que los vengativos veteranos del Moncada habían bautizado como Movimiento del 26 de julio.
En Ciudad de México, Castro y sus compatriotas volvieron a conspirar y trazaron un plan, en el que se involucraron nuevos revolucionarios, como Camilo Cienfuegos y el médico argentino Ernesto CheGuevara. Huyendo de la policía mexicana y decidido a llegar a Cuba a tiempo para el levantamiento que Frank País había planeado para finales de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba, Castro y 81 camaradas zarparon rumbo a la isla el 25 de noviembre en un viejo y abarrotado yate de recreo llamado Granma. Tras siete días nefastos en el mar, llegaron aLas Coloradas, una playa cercana a Niquero, en Oriente, el 2 de diciembre (dos días tarde), y tras un desembarco catastrófico. Tres días después, los soldados de Batista los descubrieron y persiguieron por un campo de caña de azúcar en Alegría de Pío.
De los 82 soldados rebeldes que habían salido de México, poco más de una docena logró escapar. Los supervivientes vagaron desesperados durante días, medio muertos de hambre, heridos y pensando que el resto de sus compatriotas habían sido asesinados en la escaramuza inicial. No obstante, con la ayuda de los campesinos del lugar, los desventurados soldados lograron finalmente reagruparse dos semanas más tarde en Cinco Palmas, un claro en las sombras de la sierra Maestra.
El resurgimiento se produjo el 17 de enero de 1957, cuando las guerrillas consiguieron una importante victoria al saquear un pequeño puesto militar en la costa sur, en la provincia de Granma, llamado La Plata. A esto siguió un impactante golpe propagandístico en febrero, cuando Fidel persuadió al periodista del New York TimesHerbert Matthews de que subiera a la sierra Maestra para entrevistarlo. La publicación de la entrevista dio fama internacional a Castro, que se ganó la simpatía de los estadounidenses liberales. Claro que, para entonces, no era el único agitador antibatista. El 13 de marzo de 1957, estudiantes universitarios dirigidos por José Antonio Echeverría atacaron el Palacio Presidencial de La Habana en un intento fallido de asesinar a Batista. Dispararon y mataron a dos tercios de los 35 atacantes mientras huían, y la represión en las calles de La Habana fue contundente.
En otros lugares, las pasiones estaban también exaltadas y, en septiembre de 1957, un grupo de oficiales navales de la ciudad de Cienfuegos organizaron una revuelta armada y empezaron a distribuir armas entre la población desafecta. Tras algunas luchas encarnizadas puerta a puerta, la insurrección fue aplastada brutalmente y rodearon y mataron a los cabecillas, pero los revolucionarios habían demostrado lo que querían: los días de Batista estaban contados.
Mientras, en la sierra Maestra, los rebeldes de Fidel aplastaron a 53 soldados gubernamentales en un puesto del ejército de El Uvero en el mes de mayo y consiguieron más suministros. El movimiento parecía ir ganando fuerza y, pese a perder a Frank País, asesinado por un pelotón del Gobierno en Santiago de Cuba en julio, el apoyo y las simpatías crecían rápidamente por todo el país. A comienzos de 1958, Castro había establecido un cuartel general fijo en un bosque de la sierra Maestra al que llamó La Plata, y emitía mensajes propagandísticos desde Radio Rebelde (710 AM y 96.7 FM) por toda Cuba. Las cosas empezaban a cambiar.
Batista comenzó a percatarse de su decreciente popularidad y envió un ejército de 10 000 hombres a la sierra Maestra en mayo de 1958 con el fin de eliminar a Castro, en una misión conocida como Plan FF (Fin de Fidel). Los rebeldes lucharon con ardor por sus vidas hasta que la ofensiva dio un vuelco gracias a la ayuda de los campesinos de la zona. Al Gobierno de EE UU le incomodaba cada vez más la táctica de terror ilimitado de su antiguo aliado cubano; Castro vio entonces la oportunidad de convertir la defensa en ofensiva y firmó el innovador Pacto de Caracas con ocho grupos principales de la oposición, donde pedía a EE UU que cesara toda ayuda a Batista. El Che Guevara y Camilo Cienfuegos fueron enviados a la sierra del Escambray a abrir nuevos frentes en el oeste y, para cuando llegó diciembre, Cienfuegos retenía a las tropas en Yaguajay (la guarnición acabó rindiéndose tras un asedio de 11 días) y el Che tenía cercada Santa Clara, por lo que el fin parecía cercano. Se encargó al Che Guevara que sellara la victoria final, utilizando tácticas clásicas de guerrilla para hacer descarrilar un tren blindado en Santa Clara y partir en dos el maltrecho sistema de comunicaciones del país. En la Nochevieja de 1958, el juego había terminado: el entusiasmo se apoderó del país, y el Che y Camilo se dirigieron a La Habana sin hallar resistencia.
Al amanecer del 1 de enero de 1959, Batista huyó en un avión privado a la República Dominicana. Entretanto, Fidel se presentó en Santiago de Cuba y pronunció un enardecedor discurso de victoria desde el ayuntamiento del parque Céspedes, antes de subirse a un jeep y recorrer el campo hasta La Habana en una cabalgata. Al parecer, el triunfo de la Revolución era total.
Desde la Revolución, la historia de Cuba se ha visto salpicada de enfrentamientos, retórica, pulsos de la Guerra Fría y un omnipresente embargo comercial por parte de EE UU que ha involucrado a 11 presidentes estadounidenses y a dos líderes cubanos, ambos apellidados Castro. Durante los primeros 30 años, Cuba se alió con la Unión Soviética, y EE UU empleó varias tácticas represivas (todas fallidas) para hacer entrar en vereda a Fidel Castro, entre ellas una invasión chapucera, más de 600 intentos de asesinato y uno de los bloqueos económicos más largos de la historia moderna. Cuando el bloque soviético cayó en 1989-1991, Cuba se quedó sola tras un líder cada vez más obstinado, que sobrevivió a una década de rigurosa austeridad económica conocida como Período Especial. El PIB se redujo a más de la mitad, los lujos desaparecieron y una actitud de tiempos de guerra, en cuanto a racionamiento y sacrificio, arraigó entre una población que se consideraba liberada de las influencias extranjeras (neo)coloniales por primera vez en la historia.
En julio del 2006, ocurrió lo inimaginable. Fidel Castro, en lugar de morir en el cargo y dar paso a una reapertura capitalista dirigida por EE UU (como se predecía desde hacía tiempo), se retiró de las labores diarias del Gobierno, debido a su mala salud, y le transfirió el poder discretamente a su hermano pequeño, Raúl. Este, habiendo heredado el puesto de mayor responsabilidad del país en plena recesión económica mundial, inició un lento paquete de reformas que arrancó modestamente en el 2008, cuando se permitió a los cubanos entrar en los hoteles para turistas y comprar móviles y otros aparatos electrónicos; derechos que se dan por sentado en casi todos los países democráticos, pero que estaban fuera del alcance del cubano medio.
A estos movimientos les siguió, en enero del 2011, la mayor reforma económica e ideológica desde que el país dijera adiós a Batista. Mediante nuevas y radicales leyes, se despidió a medio millón de funcionarios y se intentó estimular el sector privado concediendo licencias de negocios, reconocidas por el Estado, a 178 profesiones, desde peluqueros hasta recargadores de mecheros desechables.
En octubre del 2011 se legalizó la venta de automóviles y se permitió a los cubanos comprar y vender sus casas por primera vez en medio siglo. Aún más audaz fue el decreto anunciado a finales del 2012 que permitía a los cubanos viajar libremente al extranjero, un derecho básico que desde 1961 solo tenían unos pocos privilegiados.
Al llegar el 2013, Cuba había vivido la transformación económica más drástica en varias décadas y tenía casi a 400 000 personas empleadas en el sector privado, 250 000 más que en el 2010, aunque aún se hallaba lejos de parecerse al capitalismo occidental.