Los Everglades son desconcertantes. No se alzan majestuosos hacia el cielo ni fascinan con la dolorosa belleza de un valle tallado por un glaciar. Es un cenagal, llano e inundado, un río de hierba salpicado de hamacas, cipreses de los pantanos y mangles. Para explorar bien los Everglades y conocer a sus prehistóricos residentes, los cocodrilos, hay que abandonar la seguridad de la tierra, empujar una canoa desde la embarrada orilla, aplacar el miedo y explorar sus canales siguiendo sus normas.