Historia de Hawái

La colonización de Hawái, una de las grandes epopeyas de la historia humana, comenzó cuando los antiguos polinesios dieron con estas pequeñas islas –las más aisladas del mundo– en mitad del mayor océano de la Tierra. Pasó casi un milenio hasta que arribaron los exploradores, misioneros y empresarios occidentales. En el tumultuoso s. XIX, llegaron inmigrantes para trabajar en las plantaciones. Más tarde, el reino fue derrocado y anexionado por EEUU

Los navegantes polinesios

Para los antiguos polinesios, el océano Pacífico era un pasaje, no una barrera, y las islas que contenía estaban conectadas, no aisladas. Entre el 300 y el 600d.C., realizaron su travesía más larga hasta la fecha y descubrieron las islas de Hawái. Estas señalarían el límite norte de sus migraciones, tan increíbles que el capitán James Cook –el primer explorador occidental que midió su alcance– no concebía cómo los polinesios habían logrado colonizar “todos los rincones del Pacífico”. Aunque el descubrimiento de Hawái fue fortuito, los viajes posteriores no lo fueron. Los polinesios eran navegantes consumados; surcaban miles de kilómetros de mar abierto sin mapas y con el sol, las estrellas, el viento y las olas como únicos guías. En canoas de madera de doble casco, importaron a las islas más de dos docenas de plantas comestibles y animales domésticos. Es igualmente extraordinario pensar que no poseían metales, ruedas, cerámica, alfabeto ni escritura.

El antiguo Hawái

Por razones desconocidas, los viajes transpacíficos desde Polinesia se interrumpieron hacia 1300 d.C. La cultura hawaiana continuó evolucionando de forma aislada, pero conservó un parecido con las demás culturas polinesias. La sociedad hawaiana estaba muy estratificada; la gobernaba una clase dirigente llamada aliʻi cuyo poder derivaba de sus ancestros: se creía que descendían de los dioses. En el antiguo Hawái, la lealtad al clan era más importante que la individualidad, las complicadas tradiciones de ofrecer regalos y banquetes conferían prestigio, y un panteón de dioses que cambiaban de forma animaba el mundo natural.

Varios rangos de aliʻi gobernaban cada isla y competían por el poder, provocando guerras. La división geopolítica más grande era la mokupuni (isla), presidida por un miembro de la aliʻi nui (clase real). Cada isla se dividía en moku (distritos) en forma de cuña, que iban desde la cresta de las montañas hasta el mar. Un moku constaba de ahupuaʻa más pequeños, también en forma de cuña. Se trataba en esencia de una sociedad agrícola feudal, imbuida de una cultura de mutualidad y reciprocidad. Los jefes eran custodios de su pueblo, y los humanos, custodios de la naturaleza, que era sagrada en su totalidad: la expresión viviente del mana (esencia espiritual). Todo el mundo contribuía, a través del trabajo y los rituales, a mantener la salud de la comunidad y las buenas relaciones con los dioses. Los antiguos hawaianos también desarrollaron ricas tradiciones en el arte, la música, la danza y los deportes de competición.

El capitán Cook y el contacto con los occidentales

El capitán Cook llevaba una década navegando por el Pacífico, en tres viajes. Buscaba el legendario “pasaje del noroeste” entre el Pacífico y el Atlántico, y también eran viajes de descubrimiento. Navegaba con científicos y artistas para documentar sus hallazgos. En 1778, en el tercer viaje y por pura casualidad, Cook entró en la cadena principal de las islas de Hawái, lo que puso fin a casi 500 años de aislamiento y alteró el curso de la historia hawaiana.

Cook echó anclas en Oʻahu y, como había hecho en otros puntos del Pacífico, negoció con los indígenas para conseguir agua y comida. Cuando regresó al año siguiente, rodeó y finalmente atracó en la bahía de Kealakekua (Isla Grande). Hasta mil canoas salieron a recibir sus barcos, y los jefes y sacerdotes hawaianos le honraron con rituales y deferencias. Había llegado en un momento propicio: durante el makahiki, una época de celebraciones en honor del dios Lono. Los hawaianos se mostraron tan corteses que Cook y sus hombres iban de aquí para allá desarmados, sintiéndose a salvo.

Cook zarpó unas semanas después, pero las tormentas lo obligaron a regresar. Sin embargo, el ambiente de Kealakekua ya no era el mismo. El makahiki había terminado: ninguna canoa recibió a los europeos y la amistad dio paso a la desconfianza. Una serie de pequeños conflictos provocó que Cook desembarcara con un grupo armado para capturar al jefe local Kalaniʻōpuʻu. Cuando los ingleses llegaron a la orilla, fueron rodeados por hawaianos enfurecidos. Llevado por el resentimiento, Cook mató de un disparo a un hawaiano. Los indígenas lo atacaron inmediatamente y acabaron con su vida el 14 de febrero de 1779.

Kamehameha el Grande

En los años posteriores a la muerte de Cook, los barcos mercantes y de exploración comenzaron a buscar el Reino de Hawái como punto de reabastecimiento. La mercancía que más interesaba a los jefes hawaianos eran las armas de fuego. Armado con mosquetes y cañones, Kamehameha, un jefe de la Isla Grande, emprendió en 1790 la conquista de todas las islas hawaianas. Otros jefes lo habían intentado sin éxito, pero él contaba con armas occidentales; además, le habían profetizado la victoria y poseía una determinación inquebrantable y un carisma excepcional. En el plazo de cinco años unificó –aunque de forma sangrienta– todas las islas principales excepto Kauaʻi (que se unió de manera pacífica en 1810).

Kamehameha fue una figura singular que reinó durante la época más tranquila de la historia hawaiana. Y, lo más importante, absorbió cada vez más influencias extranjeras a la vez que respetaba escrupulosamente las costumbres indígenas, pese a que entre su pueblo se extendían las dudas acerca de la justicia del sistema del kapu (tabú) y la idea tradicional de una jerarquía social divina.

A su muerte en 1819, Kamehameha dejó la cuestión de cómo resolver dichos problemas a su hijo y heredero, Liholiho, de 22 años. En menos de un año, Liholiho rompió con la religión tradicional en un acto de repudio de gran alcance.

Misioneros y balleneros

Cuando la expedición de Cook regresó a Gran Bretaña, la noticia del “descubrimiento” de Hawái se propagó rápidamente por Europa y América, abriendo las puertas a la llegada de buques mercantes y de exploración. En la década de 1820, comenzaron a atracar balleneros en los puertos hawaianos en busca de agua, comida, suministros, alcohol y mujeres. Para satisfacer sus necesidades, se multiplicaron las tiendas, tabernas y burdeles alrededor de los puertos más activos, en especial Honolulu (Oʻahu) y Lahaina (Maui).

Para enfado de los viciosos balleneros, el primer barco de misioneros cristianos arribó a Honolulu el 14 de abril de 1820; en él llegaban protestantes acérrimos empeñados en salvar a los hawaianos de sus “costumbres paganas”. El momento no podía ser más oportuno, pues la religión tradicional había sido abolida el año anterior, dejando a los hawaianos en un vacío espiritual. Tanto los misioneros como los balleneros procedían de Nueva Inglaterra, pero no tardaron en enemistarse: los primeros estaban decididos a salvar almas, mientras que para los segundos “no había Dios al oeste del cabo de Hornos”.

Puesto que el dios de los misioneros parecía poderoso, el cristianismo atrajo a conversos hawaianos, entre ellos la reina Kaʻahumanu. Pero muchos no sentían realmente la fe y, con frecuencia, abandonaban las enseñanzas de la Iglesia al poco tiempo para regresar a su estilo de vida tradicional. Los misioneros dieron con algo que sí atrajo un interés entusiasta y generalizado: la alfabetización. Crearon un alfabeto para la lengua hawaiana y los nativos aprendieron a leer a una velocidad pasmosa.

La apropiación de las tierras

Durante el período monárquico, los soberanos de Hawái tuvieron que defenderse de los constantes intentos por parte de los colonizadores europeos y americanos de hacerse con el control del reino.

En 1848, ante la presión de los extranjeros que deseaban poseer tierras, se promulgó una ley de reforma agraria de gran alcance, la Gran Mahele. Permitía, por primera vez, la posesión de tierras, que hasta entonces estaban en manos de monarcas y jefes. Estos no eran propietarios en el sentido occidental de la palabra, sino más bien cuidadores tanto de la tierra como del pueblo llano que vivía y trabajaba en ella, y que entregaba a los monarcas parte de la cosecha a cambio del derecho a quedarse.

Las reformas del Gran Mahele tuvieron amplias consecuencias. Para los extranjeros, que disponían de dinero para comprar tierras, significó un mayor poder económico y político. Para los hawaianos, que tenían poco o ningún dinero, implicó la pérdida de la autosuficiencia y les obligó a trabajar por poco dinero, principalmente para occidentales.

Cuando el rey David Kalakaua llegó al poder en 1874, los empresarios norteamericanos habían logrado un control considerable de la economía y estaban resueltos a controlar también la política. El rey, apodado “Monarca Alegre”, era firme partidario de recuperar las tradiciones hawaianas. Reintrodujo el hula, anulando décadas de represión misionera contra la “danza pagana”, y compuso Hawaii Ponoi, actual himno del estado. Intentó asegurar cierto grado de autogobierno para los nativos hawaianos, reducidos a minoría en su propio país.

Los reyes del azúcar y la era de las plantaciones

El (caña de azúcar) llegó a Hawái con los primeros colonizadores polinesios, pero no fue hasta 1835 cuando el bostoniano William Hooper vio el negocio de establecer la primera plantación de caña de Hawái. Convenció a varios inversores e hizo un trato con Kamehameha III para arrendar tiendas de cultivo en Koloa (Kauaʻi). El siguiente paso era encontrar mano de obra abundante y barata, cosa necesaria para que la plantación fuese rentable.

Lo más natural era contratar trabajadores hawaianos, pero aun cuando estaban dispuestos, no había suficientes. Debido a las enfermedades introducidas, como la fiebre tifoidea, la gripe, la viruela y la sífilis, la población hawaiana había disminuido vertiginosamente. Se calcula que vivían unos 800 000 indígenas en las islas antes del contacto con los occidentales; para 1800 el número se había reducido hasta los 250 000, y en 1860 quedaban menos de 70000.

Los dueños de las plantaciones comenzaron a buscar en el extranjero a inmigrantes acostumbrados a trabajar largas jornadas en un clima caluroso y a quienes los bajos sueldos les pareciesen una buena oportunidad. En la década de 1850, comenzaron a reclutar trabajadores en China y, más tarde, Japón y Portugal. Tras anexionarse Hawái en 1898, EE UU impuso restricciones sobre la inmigración china y japonesa, de modo que los hacendados de Oʻahu trajeron trabajadores de Puerto Rico, Corea y Filipinas. Los diferentes grupos de inmigrantes, junto con la lengua pidgin que crearon, conformaron una singular comunidad en las plantaciones, que a la larga transformó Hawái en la sociedad multicultural y multiétnica de hoy.

Durante la “fiebre del oro” de California y la Guerra de Secesión, la exportación de azúcar al continente se disparó, aumentando la riqueza y el poder de los terratenientes. Cinco holdings azucareros, conocidos como Big Five (cinco grandes), llegaron a dominar todos los aspectos de la industria: Castle & Cooke, Alexander & Baldwin, C Brewer & Co, American Factors (actual Amfac, Inc) y Theo H Davies & Co. Todos estaban dirigidos por empresarios haole (caucásicos), en muchos casos hijos y nietos de misioneros, que con el tiempo prejuzgaron que los hawaianos no sabían gobernarse a sí mismos. Así que, a puerta cerrada, los Big Five urdieron planes para “liberar” a los hawaianos de tan pesada carga.

El “Monarca Alegre”

El rey Kalakaua, que reinó de 1874 a 1891, se esforzó por restaurar la cultura hawaiana y el orgullo indígena. Resucitó el hula y las artes relacionadas, que casi se habían extinguido. Esto, junto con su amor por la bebida, el juego y las fiestas, le granjeó el sobrenombre de “Merrie Monarch” (Monarca Alegre), para consternación de los misioneros.

Kalakaua derrochaba dinero y acumuló enormes deudas. Deseoso de que la monarquía hawaiana igualase a cualquier otra del mundo, encargó el palacio ʻIolani y celebró una ostentosa coronación en 1883. Quiso que Hawái desempeñase un papel en el escenario internacional, y en 1881 se embarcó en un viaje para visitar a jefes de Estado extranjeros y reforzar lazos con otros países, en especial Japón. Era el primer rey en viajar por el mundo.

Aun así, la monarquía tenía los días contados. El Tratado de Reciprocidad de 1875, que había hecho rentable el azúcar cultivado en Hawái, había expirado. Kalakaua se negó a renovarlo, pues contenía una nueva cláusula por la que se concedía a EE UU una base naval permanente en Pearl Harbor, lo que a ojos de los nativos suponía una amenaza a la soberanía del reino. Un grupo antimonárquico secreto llamado Liga Hawaiana, dirigido por un comité que constaba principalmente de abogados y empresarios estadounidenses, “presentó” una nueva Constitución a Kalakaua en 1887.

Esta despojaba a la monarquía de casi todo su poder, reducía a Kalakaua a la condición de hombre de paja y modificaba la ley electoral para excluir a los asiáticos y permitir votar solo a quienes tuviesen cierto nivel de ingresos y propiedades, lo que de hecho privaba del derecho al voto a todo el mundo excepto a los empresarios ricos, blancos en su mayoría. Kalakaua firmó bajo amenazas de violencia, por lo que el documento fue apodado “Constitución Bayoneta”. EE UU consiguió su base en Pearl Harbor y los empresarios extranjeros consolidaron su poder.

El derrocamiento de la monarquía

Cuando Kalakaua falleció en 1891, su hermana ascendió al trono. La reina Liliʻuokalani defendía los esfuerzos de su hermano por mantener la independencia hawaiana. En enero de 1893, Liliʻuokalani se disponía a proclamar una nueva Constitución para restaurar el poder real cuando un grupo de empresarios estadounidenses armados ocuparon el Tribunal Supremo y declararon el derrocamiento de la monarquía. Anunciaron un gobierno provisional encabezado por Sanford B. Dole, hijo de misioneros.

Tras la caída de la monarquía, los nuevos líderes presionaron para que EE UU se anexionase Hawái, buscando mayor estabilidad a las islas y más beneficios a sus negocios. Según la legislación estadounidense, toda entidad que solicitase la anexión debía recabar el respaldo de la mayoría de sus ciudadanos a través de una votación pública, pero en Hawái no hubo tal votación.

El 7 de julio de 1898, el presidente William McKinley firmó una resolución conjunta del Congreso que aprobaba la anexión. Algunos historiadores piensan que esto no se habría producido de no ser por el estallido de la guerra hispano-estadounidense en abril de 1898, que provocó el envío de miles de soldados a Filipinas e hizo de Hawái una escala crucial en el Pacífico.

II Guerra Mundial

El 7 de diciembre de 1941, cuando los aviones de combate japoneses aparecieron sobre Pearl Harbor, la mayoría de los residentes pensaron que se trataba de un simulacro. Naturalmente, eran auténticos y, al final del día, cientos de barcos y aviones estaban destruidos, más de mil estadounidenses habían muerto y la guerra en el Pacífico había comenzado.

El impacto sobre Hawái fue enorme. El ejército tomó el control de las islas, se declaró la ley marcial y se suspendieron los derechos civiles. A diferencia del resto del país, los japoneses-estadounidenses de Hawái no fueron recluidos en campos de internamiento, pues componían la mayor parte de la mano de obra de los campos de caña, de los que dependía la economía hawaiana. Miles de estadounidenses de origen japonés, en muchos casos procedentes de Hawái, terminaron combatiendo para EE UU.

El Departamento de Guerra estacionó la 4a División de Marines en Maui, donde miles de marines realizaron ejercicios de entrenamiento para combatir en el frente pacífico.

Hawái se convierte en estado

Durante el s. XX se presentaron en el Congreso numerosos proyectos de ley para otorgar a Hawái la categoría de estado, pero no salieron adelante, en parte debido a los prejuicios raciales contra su población multiétnica. Los congresistas del sur de EE UU, por entonces aún segregado, opinaban que convertir a Hawái en estado abriría las puertas a la inmigración asiática y al llamado “peligro amarillo”, tan temido en la época. Otros creían que los sindicatos hawaianos eran un caldo de cultivo para el comunismo.

La fama del 442º Regimiento de Infantería en la II Guerra Mundial redujo notablemente los sentimientos antijaponeses. En marzo de 1959, el Congreso votó de nuevo y admitió a Hawái en la Unión. El 21 de agosto, el presidente Dwight D. Eisenhower firmó la ley que declaraba a Hawái estado nº 50.

Turismo y desarrollo

La conversión en estado tuvo un impacto económico inmediato en Hawái, en especial en el sector turístico. Sumando la aparición de los aviones con reactores, que podían transportar miles de pasajeros semanales a las islas, el turismo se disparó y se produjo un boom de construcción hotelera sin precedentes en EE UU.

Renacimiento hawaiano y soberanía

En la década de 1970, el rápido crecimiento de Hawái había llenado playas y carreteras de turistas y nuevos residentes (en su mayoría llegados del continente). El urbanismo desenfrenado dejó irreconocibles los centros vacacionales, y la incesante comercialización de lo aloha hizo que los isleños se preguntaran qué significaba ser hawaiano. Algunos nativos recurrieron a los kapuna (ancianos) y al pasado para recuperar su patrimonio, y al hacerlo se volvieron más combativos políticamente.

En 1976, un grupo de activistas ocupó ilegalmente Kahoʻolawe, una isla del condado de Maui apodada “isla objetivo”. El Gobierno la había tomado en la II Guerra Mundial y la utilizó para practicar bombardeos hasta 1990. En otro intento de ocupación en 1977, dos miembros de Protect Kahoʻolawe ʻOhana (PKO) –George Helm y Kimo Mitchell– desaparecieron en el mar y se convirtieron en mártires al instante. La salvación de Kahoʻolawe se transformó en un grito de batalla y radicalizó al naciente movimiento por los derechos de los nativos hawaianos.

Cuando el estado celebró su Convención Constitucional en 1978, se aprobaron varias enmiendas de especial importancia para los nativos, como por ejemplo la declaración del hawaiano como lengua cooficial del estado (junto al inglés) y la obligación de enseñar cultura hawaiana en las escuelas públicas. A nivel popular, las islas vivieron un renacimiento de la cultura autóctona: muchos habitantes –de todas las etnias– se apuntaron a halau (escuelas) de hula, aprendieron a tocar instrumentos hawaianos y redescubrieron las artesanías tradicionales, como la elaboración de lei de plumas.

En el 2011, el gobernador Neil Abercrombie firmó una ley que reconocía a los nativos hawaianos como único pueblo indígena del estado y establecía una comisión para crear y mantener una lista de personas que cumplieran los requisitos para considerarse nativos. Se trata del primer paso hacia un posible autogobierno.

 

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