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Asomarse a los espectaculares acantilados de la punta oeste de la isla Española es como divisar el fin del mundo conocido. El mar se extiende inmenso hasta el horizonte, interrumpido solo de vez en cuando por el surtidor de una ballena. Anidan los albatros ondulados y sus crías de aspecto mullido, mientras los pinzones se desplazan a saltitos por las piedras del camino. Junto al precipicio se repliegan los alcatraces de Nazca y los patiazules, mientras aves tropicales de pico rojo y halcones de las Galápagos exhiben su virtuosismo aéreo.