Los 85 000 túmulos funerarios que surcan hoy el 5% de la masa continental del país constituyen una inquietante parte de su historia. Los arqueólogos han confirmado recientemente que Bahréin fue la cuna del imperio perdido de Dilmun (3200-330 a.C.), cuya influencia se expandió al norte hasta el Kuwait moderno y hacia el interior hasta el oasis de Al Hasa, en la parte oriental de Arabia Saudí.
A Dilmun (que significa “noble”) se le suele identificar con el mítico Jardín del Edén, y en la epopeya de Gilgamesh –la saga poética más antigua del mundo– se le describe como un “paraíso”. Su éxito económico se debió en gran medida al comercio del cobre omaní, que se medía según el estándar de Dilmun, reconocido internacionalmente; los pesos se exhiben en el Museo Nacional de Bahréin.
Cuando, hacia el año 1800 a.C. el comercio del cobre decayó, el empuje de Dilmun se vio afectado, y la isla quedó expuesta a los intereses depredadores de las grandes potencias vecinas de Babilonia y Grecia.
Basta dar un paseo por Muharraq para percibir la importancia del comercio de las perlas para Bahréin. El agua dulce de los manantiales, mezclada con las aguas salobres de los criaderos de ostras contribuye al peculiar color y lustre de sus perlas. Gracias a su valor, el país llegó a ser uno de los puntos clave del comercio en la región.
Un “ojo de pez” (el nombre que se daba a las perlas) del año 2300 a.C., hallado en las excavaciones en Saar, insinúa que la recolección de perlas era ya conocida por la civilización Dilmun. Los buceadores locales se zambullían en aguas infestadas de tiburones con tan solo un cuchillo y una pinza para la nariz, para ser izados con su botín por los “tiradores” en largas y abrasadoras jornadas entre junio y octubre. En su momento álgido, hasta 2500 dhows participaban en la búsqueda de las perlas, y la pérdida de vidas humanas era habitual.
Su comercio presentaba ventajas e inconvenientes en otros aspectos también, pues atrajo a los grandes poderes navales europeos, que recorrieron la isla en busca de un tránsito seguro para sus intereses más al este. Los portugueses invadieron el país durante los primeros años del s. XVI, y construyeron el fuerte de Bahréin. Sin embargo, su dominio fue breve, y en 1602 los persas les arrebataron el poder.
El vínculo se inició en el s. XIX, cuando la piratería estaba muy extendida en el Golfo y Bahréin cobró fama como puerto de trasbordo, pues allí vendían sus botines y se avituallaban para su siguiente incursión. Los británicos, ansiosos por asegurar sus rutas comerciales con la India, situaron a la isla en el llamado sistema de tregua (sistema de protección contra la piratería que incluía estados que hoy componen los EAU).
Visto desde la perspectiva actual, podría definirse como una invasión sigilosa, ya que en 1882 Bahréin no podía firmar acuerdos internacionales o acoger a agentes externos sin el consentimiento británico. Por otro lado, como protectorado británico, la autonomía de la familia Al Khalifa en el poder estaba a salvo, y se había frustrado la amenaza otomana. Bahréin recuperó la independencia total en 1971, pero basta con atravesar ciertos barrios frecuentados por una significativa comunidad británica, con su énfasis en el desayuno inglés y el té de las cinco, para ver que los británicos son algo más que una parte de la historia de la isla.
En medio del desierto, casi en el centro de la isla, se levanta un pequeño museo con pilares de mármol y un arquitrabe clásico. Señala el punto donde, en 1932, el mundo árabe encontró oro: oro negro. Con este hallazgo, el equilibrio financiero del poder mundial cambió para siempre.
El descubrimiento del petróleo llegó en el momento propicio para Bahréin, ya que coincidió con el colapso mundial del mercado de las perlas, en el que se basaba la economía de la isla. Los astronómicos ingresos encauzaron una veloz modernización, que sirvió de estímulo a otros países de la región durante las décadas de 1970 y 1980.
Cuando el petróleo empezó a escasear cambió la suerte del Gobierno, y durante la última década del s. XX el país sufrió esporádicas oleadas de disturbios. Los conflictos empezaron en 1994, cuando el rechazo del emir a una masiva petición de mayor democracia culminó en los atentados con bomba de 1996 en varios hoteles. Las tensiones políticas aún no se han resuelto del todo.
Durante la primavera del 2011, con el telón de fondo de los acontecimientos vividos en Túnez y Egipto, la población se echó a las calles en Oriente Medio y África del Norte, en un estallido de ira contra sus líderes.
Sectores de la marginada comunidad chií, liderados por Al Wefaq, principal partido opositor, siguieron el ejemplo, y en escenas que recordaban a las de la plaza Tahrir de El Cairo, los manifestantes ocuparon durante días la plaza de la Perla, en el centro de Manama, paralizando de facto la ciudad. Durante los disturbios, los peores vividos en el país desde los años noventa, se sucedieron los llamamientos a derrocar a los Al Khalifa, la familia gobernante.
En las horas previas al amanecer del 17 de febrero del 2011 tuvo lugar una brutal represión, y las redadas gubernamentales en el campamento de los manifestantes se saldaron con cuatro víctimas mortales y cientos de heridos. Un mes más tarde, Bahréin solicitó la ayuda de tropas saudíes y de los EAU para poner fin a las protestas y destruir la estatua de perlas que se había convertido en símbolo de las manifestaciones. Seguidamente, declaró el estado de emergencia durante tres meses. Durante este período de máxima alerta, las duras medidas provocaron miles de detenciones y la tortura sistemática de algunos de los implicados, ante la firme crítica de gobiernos internacionales y organizaciones de derechos humanos por el uso de la fuerza a la hora de dispersar a los manifestantes.
Las protestas prosiguieron en todo el país, estallando en pueblos y ciudades de mayoría chií, hasta que en noviembre del 2012 el Gobierno ilegalizó las concentraciones. Desde entonces se han sucedido ataques esporádicos a comisarías, arrestos de activistas opositores y acusaciones a Irán de complicidad con el “terrorismo” en suelo bahreiní.