5 historias sobre las desventuras al viajar solos (con final feliz)
Equivocarse de autobús, perder la maleta, pagar un dineral por una camiseta batik: es inevitable que, a veces, cuando se viaja, las cosas salgan mal. Pero en lugar de crear un trauma para toda la vida, estos ‘percances’ a menudo realzan la experiencia viajera, ofrecen nuevas aventuras, profundizan en la conexión con un país y su gente o, como mínimo, dejan una buena anécdota.
1. Atrapado en Vietnam
No sé si fue por el tufillo repulsivo de otro cóctel de barreño o por la imagen de un joven mochilero alardeando y prendiendo fuego a una delicada parte de su anatomía, pero un martes a las 21.30 decidí que había llegado la hora de abandonar Nha Trang.
Estaba convencido de que la salvación me esperaba en Hanói, pero cuando llegué a la estación descubrí que todos los trenes nocturnos iban llenos. Preso de una determinación tozuda que rozaba lo obsesivo, tomé un taxi rumbo al aeropuerto de la ciudad.
Una hora más tarde llegaba a una instalación remota que, al ser de noche, ya había cerrado. Maldiciendo mi estupidez, me acurruqué en el aparcamiento desierto para dormir, hasta que me despertó a empujones un vigilante que hacía su ronda con una maltrecha bicicleta. Abandonando diligentemente sus obligaciones, se pasó la noche charlando conmigo.
Se llamaba Duc, era fumador empedernido y hanoiense, pero se había trasladado a Nha Trang para empezar una carrera como vigilante de seguridad. Entre largas caladas me explicó que su familia era propietaria de un restaurante en Hanói, e insistió en que, cuando llegara a la ciudad, fuera a comer allí. Incluso telefoneó a su madre para explicárselo.
Tras aterrizar en Hanói al día siguiente, hice caso a Duc y seguí sus indicaciones hasta el restaurante rústico de su familia, oculto en lo más profundo del laberinto de callejones del barrio antiguo. Me sirvieron el mejor –y más copioso– almuerzo de los que disfruté durante todo el tiempo que pasé en Vietnam. Y lo mejor: ni rastro de los cócteles de barreño.
Jack Palfrey es asistente editorial en lonelyplanet.com. En Twitter es @jpalfers.
2. Sola y perdida en Laos
Mientras viajaba sola por Laos, un mediodía tomé un autobús de la capital, Vientián, a Savannakhet, una ciudad menos visitada. Por desgracia, el autobús me dejó en las afueras de la ciudad en plena noche. No había ni un alma. Consulté el mapa y vi que el casco antiguo, donde podía encontrar alojamiento, quedaba a 2 km de distancia; así que cargué con la mochila y empecé a andar en dirección este.
Las farolas son un bien escaso en esta parte del mundo, y enseguida me vi andando por una oscura carretera secundaria. Los terribles ladridos de los perros guardianes sofocaban el canto de los grillos que me habían animado un poco, y empecé a llorar ante la perspectiva de tener que pasar la noche en la cuneta.
De repente, escuché el relincho agudo de una motocicleta que venía hacia mí. No podía ver al conductor, pero salí corriendo y le hice señales. Era un chico de unos 16 años que frenó, atónito, ante la visión de una chica blanca y rolliza que lloraba en medio de la nada. Le mostré el mapa y le expliqué que necesitaba un sitio donde dormir. Me indicó que montara en su moto y pusimos rumbo a la ciudad, en medio del aire cálido de la noche. Me sujeté a él con todas mis fuerzas; me sentía tan aliviada por la amabilidad de aquel extraño que me dio un ataque de risa… y a él, también.
Cuando llegamos a un albergue, aporreó la puerta hasta que alguien salió a abrir y pude entrar. Fue un pequeño gesto, pero la lección aprendida me acompaña desde entonces en todos mis viajes. Y cada vez que surge la oportunidad, procuro hacer lo mismo con todas las almas perdidas que encuentro, para compensar.
Tasmin Waby es editora de destinos de Australia y el Pacífico para Lonely Planet. En Twitter es @TravellingTaz
3. Tirado en el desierto de Mojave
Iba yo feliz y contento, atravesando el tramo californiano del desierto de Mojave a bordo de un coche veloz, cuando me paré cerca de la polvorienta localidad de Twentynine Palms para aliviar la vejiga tras un cactus. Al volver al Chevrolet Corvette que había alquilado me di cuenta de que las puertas se habían bloqueado. Todos los intentos por abrirlas, con el llavero remoto y sin él, fracasaron.
Llamé al servicio de asistencia de averías y me informaron de que tardarían siete horas en llegar, añadiendo –para mi desesperación– que la actividad de la base militar secreta que había cerca de allí podía haber interferido en la electrónica de mi vehículo. A mediodía, con una temperatura de 48 °C, empecé a abrasarme. Sudado y cariacontecido, acepté la oferta de un conductor que pasaba por allí y que me acercó hasta el bar más próximo.
Tengo un grato recuerdo de la tarde que pasé en aquel bar con aire acondicionado, devorando montañas de gofres y helado, escuchando canciones antiguas de música country en la máquina de discos y haciendo nuevos amigos.
Finalmente, el conductor del vehículo de averías me recogió de camino al lugar donde estaba el Corvette, y lo puso en marcha en cuestión de segundos. Aquel retraso se tradujo en la mejor ruta en coche de mi vida, serpenteando a través del Parque Nacional Joshua Tree con la capota bajada y el cielo estallando de color con la puesta de sol en el desierto.
Peter Grunert es editor de las revistas Lonely Planet. En Twitter es @peter_grunert.
4. Abatido y sin equipaje en Mozambique
Acababa de llegar a Mozambique desde Malaui, y estaba un poco desorientado cuando intenté cambiar algo de dinero por medio de un cambista local del mercado negro. Momentos después, justo cuando acababa de cargar la mochila en la parte trasera de una camioneta que me iba a llevar algunos cientos de kilómetros hacia el este, me di cuenta de que la calculadora del cambista estaba trucada: me había dado 20 dólares de menos. Rápidamente le encontré y, mientras manteníamos una discusión cordial, la camioneta –y mi mochila– partieron. Salí corriendo detrás, pero el conductor no se detuvo.
Abatido, me senté en el bordillo preguntándome qué más podía salir mal. Milagrosamente, 15 minutos después la camioneta regresaba con mi mochila; ¡el conductor solo había ido a por más pasajeros! Eufórico, monté en la parte trasera de la camioneta. Supongo que mi expresión de alivio era muy evidente, porque los demás pasajeros, al percibir mi estrés, hicieron todo lo posible para animarme.
De camino a la costa, con los brazos entrelazados y las piernas colgando por los laterales de la camioneta, me ofrecieron caña de azúcar –y una clase práctica sobre cómo masticarla correctamente–, y cuando nos detuvimos en un puesto junto a la carretera para comprar pollo asado, un pasajero se ofreció a pagarme la comida. En cuestión de horas, pasé de sentirme timado a sentirme parte de la familia. Desde entonces, la generosidad y hospitalidad de los africanos nunca ha dejado de maravillarme.
Matt Phillips es editor de destinos del África subsahariana para Lonely Planet. En Twitter es @Go2MattPhillips.
5. De sujetavelas en los canales de Venecia
Reservar un circuito puede ser todo un reto para quien viaja solo. Las reservas con antelación limitan la aventura espontánea, y esperar a conocer a alguien para formar un grupo a veces hace que uno se pierda las mejores experiencias. Y, además, los que viajamos solos siempre estamos a merced de la consabida cláusula que exige un número mínimo de personas.
Así estaban las cosas cuando me apunté a una ruta en kayak por los canales de Venecia. No quise arriesgarme a perder la plaza, y opté por un circuito que ya había cubierto el cupo mínimo de participantes, que era de dos personas. Pero no me di cuenta de que esas dos personas eran una pareja. Una pareja que celebraba que acababan de comprometerse.
La pareja se quedó tan cohibida al descubrir que esta sonriente británica enfundada en un traje de neopreno les iba a acompañar en su ruta romántica, que optó por elegir kayaks individuales. Aquel día, tres eran más multitud que nunca, y empezamos a remar en silencio, intercambiando sonrisas forzadas.
Por suerte, lo pasamos estupendamente, y el circuito –que nunca habría podido hacer sola– fue una de las mejores experiencias de mi viaje. Pero todavía me siento culpable cuando los imagino repasando las fotos de sus vacaciones y encontrando las instantáneas de su ruta romántica en kayak ‘saboteadas’ por la imagen de una británica gritona chocando contra una góndola.
Louise Bastock es asistente editorial de lonelyplanet.com. En Twitter es @LouiseBastock.