Choquequirao, TOP 1 del 'ranking' de regiones Best in Travel 2017
Solo hay un motivo para que los viajeros se desvíen hacia la aldea rural de Cachora, y es para ver las ruinas del fondo del valle del Apurímac: Choquequirao. Según dicen, son tres veces más grandes que las del Machu Picchu, más famosas, y, por raro que parezca, solo reciben una docena de turistas al día.
Caminando por la carretera llena de baches que va de Cuzco a Cachora, me doy cuenta enseguida que las multitudes del Machu Picchu han quedado atrás y que me adentro en los rincones más abruptos de los Andes peruanos. Son los míticos montes de los incas, aunque no los que la mayoría de viajeros espera ver tras cruzar océanos.
Siempre me he preguntado cómo debía de ser visitar Angkor Wat, Chichén Itzá o el Machu Picchu antes de que existieran las carreteras y los autocares turísticos. Y entonces oí hablar de Choquequirao, una ciudadela en un punto tan elevado de los Andes, en Perú, que los arqueólogos solo han recuperado un 30% de la misma a la jungla.
Choquequirao, Perú © Mark Rowland - www.flickr.com/photos/roubicek/4305522303
Antes de que el explorador estadounidense Hiram Bingham viera por primera vez el Machu Picchu, se abría paso por el valle del Apurímac, inspeccionando la extraordinaria carcasa de su ‘ciudad hermana’. Sin embargo, la perspectiva de un agotador viaje de cuatro días (ida y vuelta) ha hecho que, a lo largo de los años, pocos turistas la hayan visitado. La situación podría cambiar ahora que el gobierno ha anunciado un plan para construir un teleférico que cruce el valle, con capacidad para transportar diariamente a 3000 personas hasta las ruinas en un trayecto de tan solo 15 minutos.
Semejante noticia hace que ahora sea el momento ideal para visitar Choquequirao, antes de que se convierta en el nuevo Machu Picchu.
Cruzando el valle del Apurímac
Mulas en el valle del Apurímac, Choquequirao, Perú © Mark Rowland - www.flickr.com/photos/roubicek/4304000866
Empiezo el viaje a las ruinas escoltado por un mulero. Hay 45 km por delante hasta volver a ver Cachora de nuevo, y la verdad es que es un alivio saber que no voy a tener que cargar con el equipaje, la comida y el material de acampada durante todo el camino.
Cachora yace en una cuenca de terreno agrícola en terrazas, así que el primer objetivo es la subida. Después paso lo que queda del día descendiendo 1500 m hacia el valle del Apurímac, caminando cada vez más cerca de las aguas de color naranja pardo del río que le da nombre. Paso la noche acampado en Playa Rosalina, junto a la sinuosa orilla del Apurímac, y me levanto pronto a la mañana siguiente para pasar al lado soleado del valle. Allí empieza el ascenso a la base de las ruinas, a 3050 m de altura.
En las primeras horas de luz del alba, es un desierto vertical de cactus espinosos y polvorientos caminos en zigzag, pero el paisaje se vuelve cada vez más verde a medida que voy sumando altura. Por la tarde, cuando llego al remoto pueblo de Marampata, me hallo en una jungla de gran altitud.
Un centenar de habitantes llevan una vida frugal en Marampata, a unos dos días de la carretera más próxima y alejados de las comodidades modernas. El pueblo es la puerta de Choquequirao, y sede de la humilde oficina central del parque arqueológico que la protege. Esta localidad cimera también tiene un camping básico y una tienda para comprar las provisiones necesarias, que llegan a estas alturas andinas a lomos de mulas porteadoras.
Paso la noche en Marampata y me levanto, el tercer día de la ruta, con tiempo para llegar a las ruinas cuando sale el sol. Me he preparado la tradicional taza de té de coca (con las hojas usadas para elaborar cocaína) para prevenir el mal de altura. Además, también sirve para despertarme con un ‘subidón’ de euforia cuando veo, a lo lejos, las primeras terrazas del yacimiento arqueológico.
Una 'cuna de oro'
Choquequirao, Perú © Danielle Pereira - www.flickr.com/photos/galeria_miradas/5684374743
Repartida por tres cimas y 12 sectores, Choquequirao no es tan fotogénico como Machu Picchu, pero esta ciudadela cimera, a menudo oculta entre las nubes, ofrece una experiencia solitaria inimaginable en la mayoría de las grandes ruinas antiguas. También posee incontables tentáculos para disfrute de arqueólogos aficionados.
Abandonada a mediados del s. XVI, fue ‘redescubierta’ varias veces a lo largo de las últimas tres décadas, antes de que los esfuerzos por su conservación dieran comienzo formal en 1992. Los arqueólogos modernos creen que su ubicación responde a un diseño geocósmico alineado con su ciudad ‘hermana’ ceremonial, Machu Picchu. Cuenta con un templo y edificios administrativos alrededor de una plaza central, con viviendas agrupadas un poco más lejos.
Un alto nivel de sofisticación se hace evidente en las salas ceremoniales con tejado a dos aguas, las ‘neveras’ de piedra y los complejos canales de irrigación excavados en roca. Desde la plaza principal se ven los picos nevados de 5000 m de la cordillera Willkapampa, y cóndores volando. Bajando las escaleras desde esta plaza se llega a uno de los sectores más icónicos del lugar: un conjunto de terrazas decoradas con un mosaico de llamas blancas. Un sendero más largo y serpenteante lleva al conjunto de la Casa de Cascada, con edificios de piedra en el borde de un acantilado con vistas a una bonita cascada.
Choquequirao significa ‘cuna de oro’ en la lengua quechua. Algunos historiadores creen que fue el último reducto de los incas cuando el imperio se derrumbó y la realeza huyó de Cuzco durante la revuelta de 40 años contra los conquistadores españoles; pero quizá era el centro administrativo y ceremonial que unía Cuzco con el Amazonas. O puede que fueran los dominios reales de Túpac Yupanqui, el décimo gobernador del Imperio inca. La respuesta, por ahora, sigue enterrada en lo más profundo de la jungla.
El final de una era
Choquequirao, Perú © Mark Rowland - www.flickr.com/photos/roubicek/4304034548
Algunos visitantes de Choquequirao continúan el viaje hasta el Machu Picchu en una épica travesía de nueve días tras los pasos de los incas, pero mi plan es regresar a Cachora, retrocediendo por el valle del Apurímac, para subir, una vez más, por el flanco más remoto.
Cuando llego a Playa Rosalina por segunda vez, me informan de la construcción de una carretera que unirá esta zona de acampada y Cachora a finales del 2017. Así, aunque los planes para construir el flamante teleférico de 50 millones de dólares, que no terminan de confirmarse, nunca se materialicen, el trayecto a las ruinas será, en breve, de dos días.
Choquequirao seguirá siendo uno de los grandes misterios del Imperio inca, pero al menos esta ‘ciudad perdida’ se abrirá, por fin, al mundo.
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