Al oeste del río Amarillo se encuentra Gansu
Ni un alma. Ni un sonido. Nada, excepto el viento invisible que azota una solitaria formación rocosa a lo lejos. Es difícil calcular la distancia. El Sol destella sobre una cúpula azul, dándole un efecto neblinoso y difuminado a todo lo que alcanza mi visión periférica. De pie en medio del desierto en una de las provincias más remotas de China, uno se siente lejos de todo, como en un sueño.
Gansu es una de las provincias menos pobladas de China, y aunque su capital, Lanzhou –una ciudad de 3,6 millones de habitantes–, es muy dinámica, la razón para visitar esta provincia es alejarse de todo.
Sentirse lejos de todo bajo el cielo espectacular de Gansu, China © WanRu Chen / Getty Images
Gansu, la alargada región a lo largo de la antigua Ruta de la Seda, es el lugar para ver el final de la Gran Muralla, descubrir cómo el budismo se extendió serenamente por Asia, y seguir los pasos de Marco Polo a través de paisajes inmensos.
La buena noticia para los viajeros es que Gansu se ha modernizado en los últimos años: nuevas líneas de trenes de alta velocidad, mejoras en los enclaves turísticos y muchas más facilidades en lo que antaño era un viaje complicado. Todas estas mejoras, sumadas a la relativa falta de visitantes –al menos por ahora– hacen que sea el momento de disfrutar de la inmensidad de esta provincia casi a solas.
Una ventana al desierto de Gobi desde Dundun Hill en Sun Pass, Gansu, China © Megan Eaves / Lonely Planet
Dunas altísimas y paisajes de otro mundo
El árido paisaje de Gansu se alza desde las tierras bajas del desierto de Gobi hasta un pico de 5500 m en las montañas Qilian, al sur de la provincia. Su alargada sección intermedia (los chinos la ven como un calabacín) es un estrecho valle flanqueado a ambos lados por cerros secos: el corredor de Hexi (llamado ‘河西’ porque está al oeste del río Amarillo) era el territorio que atravesaban los desterrados en tiempos remotos antes de abandonar para siempre el Imperio chino. Por el camino, el río Amarillo y sus afluentes cavaron desfiladeros. Las lluvias del monzón modelan formas peculiares en los cerros tostados.
Las montañas Qilian manchadas por la nieve de abril, de camino a Mati Si, Gansu, China © Megan Eaves / Lonely Planet
La lista de los paisajes para ver en Gansu es como un poema: el elegante Parque del Mercurio Rojo, las extensas montañas de colores y el accidente geográfico de Nube Roja. Siguiendo el río Amarillo hasta una presa cerca de Linxia hay unos pequeños cerros grisáceos que se perfilan en el cielo sobre un embalse verde y plácido, custodiado por el gran Buda de Bingling Si. En Dunhuang se puede subir a la duna de Arenas Cantarinas, donde las partículas canturrean en los vientos del oeste hacia un océano de montes de arena; desde este punto el desierto de Taklamakan se extiende hasta el infinito. Para bajar hay un establo con trineos que espera a quienes no les importa acabar de arena hasta las cejas.
Al oeste de Zhangye, el sueño de todo fotógrafo se hace realidad en los cerros de arcilla multicolor, ‘las rocas arcoíris’. Naranjas, rojos, amarillos y azules se mezclan, risco a risco, en intensos estratos como puestas del sol. En los últimos años se han creado nuevas infraestructuras –pasarelas de madera, autobuses y barandillas– que facilitan las visitas y protegen esta delicada geología. Conviene llegar pronto para disfrutar de las vistas con la fina luz del alba; y llevar una chaqueta por si nieva, incluso a finales de primavera.
Estratos y puesta de sol en el Parque Nacional Danxia, Gansu, China © RAZVAN CIUCA / Getty Images
Y luego están las extrañas formaciones rocosas del Parque Nacional Yadan, con casi 200 km de longitud sobre una capa lisa de polvo desde Dunhuang. Después se alzan, como en un espejismo, una flota de curiosas formas marrones: estas inquietantes rocas erosionadas fueron el telón de fondo del dramático final de Hero, la obra maestra de Zhang Yimou. Para llegar hay que pasar por el final de la Gran Muralla en el paso de la Puerta de Jade: una reliquia de adobe de la dinastía Han (202 a.C.-220 d.C.).
El paraíso gastronómico en la capital de los fideos
Los fideos hechos a mano de Lanzhou (拉面, lāmiàn) son famosos en toda China. De Beijing a los pequeños pueblos de la provincia de Zhejiang hay restaurantes que sirven su propia versión de esta especialidad. La clave está en el nombre: la masa la trabajan expertos cocineros, la vuelven a amasar, la cortan, la estiran al máximo con un baile de manos, y los sirven en caldo de ternera con chili y condimentos. Los pequeños restaurantes que hay en casi cada esquina de Gansu sirven un bol de fideos recién hechos por menos de lo que cuesta un billete de autobús, pero en Lanzhou conviene visitar Mazilu Beef Noodles, que desde 1954 los sirve con la receta perfecta.
Estirando la masa de los famosos fideos lamian de Lanzhou, Gansu, China © Xinhua News Agency / Getty Images
Más allá de los boles rebosantes de fideos, Lanzhou bulle de cultura culinaria. Mercados de toldos rojos toman sus estrechas calles por donde, al anochecer, los peatones se abren camino entre puestos de comida. Bajo hileras de bombillas desnudas, los cocineros callejeros sirven brochetas de carne y hortalizas a la brasa, patatas fritas recién hechas y propuestas más atrevidas, como cabezas enteras de oveja; todo ello regado con grandes botellas de Huanghe Beer, la cerveza local.
Buda y dos 'bodhisattvas' en Maiji Shan, Gansu, China © Megan Eaves / Lonely Planet
Cuevas y grandes budas
El vestigio más visible de la Ruta de la Seda en Gansu son las majestuosas estatuas de Buda y las cuevas que llenan el corredor de Hexi desde la frontera de Xinjiang hasta Xian. Además de la seda, el budismo fue el principal producto –y el más duradero– que recorrió esta ruta. Los antiguos viajeros importaban textos e ideologías desde la India, fundando monasterios a lo largo de los senderos del Himalaya. Cuanto más hacia el este avanzaban, más se mezclaban las tradiciones indias con las religiones populares chinas locales, resultando una maravillosa panoplia de deidades pintorescas, familiares e inquietantes a la vez.
Destacan las colosales estatuas de Sakyamuni en Bingling Si (esta increíble colección de grutas bien conservadas apenas recibe visitas) y Tiantishan (el semblante zen de Buda observa, sereno, un embalse). Maiji Shan maravilla al viajero con su Buda gigante y dos bodhisattvas tallados en la pared rojiza de un acantilado, donde las grutas se conectan con vertiginosos andamios. Y en Mati Si, hileras multicolor de banderitas de oración unen las estrechas y bajas cuevas de las montañas.
Relieves budistas muy bien conservados en Bingling Si, Gansu, China © Megan Eaves / Lonely Planet
El abuelo de los enclaves budistas de Gansu es Mogao, unas cuevas donde a principios del s. xx se halló una gran colección de textos, incluido el esquivo Sutra del diamante, el libro impreso más antiguo del mundo. Aunque muchas de las reliquias más importantes se vendieron o desaparecieron, una visita permite echar un vistazo al oscuro interior, donde uno se maravilla al contemplar las iluminaciones de seres azules arremolinados, pintados con el lapislázuli más brillante de Asia Central; flamante prueba de lo lejos que llegaban los productos en la Ruta de la Seda. Ahora es un buen momento para visitarlo: en 2015 Mogao fue objeto de grandes reformas, y cuenta con un nuevo centro de visitantes e infraestructura que facilita el acceso a estas delicadas cuevas.
Peregrinos tibetanos recorren el sendero kora interior del monasterio de Labrang, en Xiahe © Megan Eaves / Lonely Planet
En la parte sur de Gansu, el monasterio de Labrang es el mayor monasterio budista tibetano fuera de la región autónoma del Tíbet. Allí los viajeros pueden unirse a los peregrinos que se postran recorriendo el circuito kora y hacen girar las ruedas de oración de madera. El pueblo de Langmusi, a gran altura, en la frontera con Sichuan, permite observar la auténtica vida tibetana desde apacibles cafés y templos.
Épicos trayectos en tren por el desierto
Desplazarse por Gansu era antes una aventura terrible, y aunque todavía quedan muchos autobuses maltrechos en esta parte de China para quien los quiera usar, una nueva línea de alta velocidad y un servicio mejorado permiten viajar más cómodos y menos tiempo. Contemplar cómo el cielo rosa de la puesta del sol da paso a las estrellas que titilan sobre el Gobi a través de la ventana de un tren en marcha es, quizá, la forma más fascinante de contemplar el cinematográfico paisaje de Gansu.
Los épicos paisajes de Gansu a través de la ventanilla del tren © STR / Getty Images
Con tres semanas los viajeros más concienzudos tendrán tiempo de verlo todo, pero con 10 días se pueden visitar los grandes puntos de interés. El viaje empieza con un vuelo a Lanzhou, donde una nueva red de metro dará un respiro al congestionado tráfico de la ciudad a finales del 2017. Un breve trayecto en autobús o tren al este lleva a Tianshui para ver las grutas verticales de Maiji Shan, y después, al sur, a ver el gigantesco Sakyamuni del embalse de Bingling Si, y hacia Xiahe y Langmusi para vivir varios días de peregrinaje tibetano.
De regreso a Lanzhou, el Y667 es un tren nocturno diseñado para turistas que cruza la provincia y ofrece cómodas butacas y compartimentos de lujo con baño y dos camas. Uno se duerme cuando entra en el desierto y amanece en Dunhuang. Pasar allí unos días permite absorber su ambiente sosegado, lanzarse en trineo por la duna de las Arenas Cantarinas, admirar los tesoros de las grutas de Mogao y disfrutar de la inmensa nada del Parque Nacional Yadan.
Amanece en la estación de Dunhuang tras una noche a bordo del Y667, Gansu, China © Megan Eaves / Lonely Planet
Después se toma el tren de alta velocidad para invertir el trayecto, rumbo al este, hacia Lanzhou, pernoctando o parando varios días durante la ruta en Jiayuguan (por su famosa fortaleza), Zhangye (por las rocas arcoíris del Parque Nacional Geológico de Danxia) y Wuwei (para ver uno de los budas gigantes más remotos de China). Con los trenes rápidos solo se necesitan un par de horas para llegar al próximo destino con total comodidad, y se gana tiempo para hacer turismo, comer fideos y contemplar la inmensidad del universo por el camino.
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