Los 17 valles más impresionantes de España (parte I)

Texto por
Lola Escudero y Lonely Planet
Valle de Benasque, Huesca, Aragón, España
RB_Fotografia_Shutterstock

Un paseo por toda la geografía española, de valle en valle 

La enorme belleza que encierran los valles de España, algunos asociados a los grandes ríos o a sus cabeceras, y otros regados por pequeños riachuelos y arroyos entre paisajes increíbles o abriéndose paso entre atormentados cañones, solo se puede apreciar viajando. A continuación, una selección de 17 valles considerados los más bonitos e interesantes de la geografía española.

1. Valle del Sil y la Ribeira Sacra, de viñedos y monasterios (Lugo y Ourense)

Valle del Sil y Ribeira Sacra, Lugo y Orense, Galicia, España

© Noradoa / Shutterstock

 

Los caudales del Sil y del Miño han horadado portentosas gargantas navegables y han sido el sustrato de un paisaje frondoso, solo interrumpido por la gran concentración de monasterios, desperdigados entre arboledas y apacibles pueblos, lo que, en la Edad Media, le valió a la zona el sobrenombre de “Rivoira Sacrata”. Santa Cristina, del s. IX, y Santa María, en Xumqueira de Espadanen son dos de los monasterios destacados, así como Santo Estevo de Ribas de Sil, hoy convertido en Parador Nacional, uno de los más espectaculares.

En la actualidad, este paraje se consagra al vino y en sus vertiginosas pendientes se cultivan las uvas de la D.O. Ribeira Sacra. Varias bodegas ofrecen visitas y catas, algunas de ellas con vistas sublimes al cauce del río. La grandeza de la Ribeira Sacra se aprecia también, y sobre todo, desde sus miradores (Balcones de Madrid es uno de los más populares). Casi todos tienen acceso en coche, aunque lo mejor es emprender a pie al menos el último tramo. 

Los cañones del río Sil alcanzan en algunas zonas los 500 m de altura, a lo largo de unos 25 km que comienzan antes de que desemboque en el Miño. Un catamarán recorre ambos cursos, con vistas a los viñedos, la fértil vegetación y el plácido río.  

 

2. Valle del Pas, verdes campiñas con aires indianos (Cantabria)

Valle del Pas, Cantabria, España

© Juan Carlos Munoz / Shutterstock

 

El valle del Pas abriga al río que le da nombre y también a su principal afluente, el Pisueña. A solo una hora de Santander, su paisaje rural teñido de verde intenso lo cubre todo. Forma parte de la comarca de los Valles Pasiegos, de enorme interés cultural e histórico, ya que fue zona de paso entre la costa y el interior de Castilla. En el s. XI comenzaron a llegar ganaderos trashumantes en busca de alimento para sus pastos y crearon una forma de vida única en los valles y montañas donde se asentaron. A partir del s. XIII se alzaron importantes construcciones románicas, como la impresionante colegiata de Santa Cruz de Castañeda, la ermita de San Vicente o la de San Miguel de Carceña.

Vega de Pas, San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera son las tres villas pasiegas por excelencia. En los pueblos pasiegos destacan grandes conventos fundados en los ss. XVI y XVII, así como casas de indianos, como las del valle de Carnedo. 

El valle del Pas es cada vez más apreciado por los senderistas, que encuentran rutas muy agradables para paseos y excursiones, y por los amantes de la gastronomía, que van en busca del contundente cocido montañés, los quesos de Alceda, o los siempre presentes sobaos. 

 

3. Valle de Baztán: magia, brujas y montañas (Navarra)

Valle de Baztán, Navarra, España

© Jon Chica / Shuttestock

 

El Baztán es un valle amplio, en el Pirineo atlántico, entre los puertos de Velate y Otsondo. Es tierra de hidalgos e indianos, que regresaron de ultramar con fortuna y construyeron en su tierra palacios y grandes caseríos; de monasterios y puentes medievales sobre ríos caudalosos y de bosques donde se esconden brujas y contrabandistas.

Es también tierra de rutas como el Camino Baztanés, la Senda de las Brujas o el Sendero de los Contrabandistas entre las cuevas de Urdax, Zugarramurdi y Sara. Hay otras muchas rutas para grandes senderistas, como la ruta Abartan, un recorrido circular de 12,7 km que arranca y acaba en Ziga y que permite entrever la milenaria cultura pastoril, o el paseo de la Cascada de Xorroxin, que lleva a un bellísimo salto de agua. 

El principal pueblo entre los 15 que forman el valle de Baztán es Elizondo, famoso por las novelas de Dolores Redondo (la Trilogía del Batzán), que ha convertido el valle y la población en un destino turístico literario. Casas señoriales y palacios, muchos de ellos de indianos, se alinean en las calles paralelas al río que atraviesa la localidad. Y no hay viajero que no pare en la pastelería Malkorra y otras tiendas del pueblo a probar su especialidad: el chocolate con avellanas.

 

4. Valle del Roncal, tierra de trashumancia bajo las estrellas (Navarra)

Valle del Roncal, Navarra, España

© Jose Manuel Gomez / Shutterstock

 

Situado en el Pirineo navarro, este es uno de los valles más singulares por su naturaleza, su gastronomía y sus tradiciones. Cuenta con 7 poblaciones de casas empedradas que merece la pena visitar: Burgui, Vidángoz, Garde, Urzainqui, Isaba, Uztárroz y Roncal.

El valle que atraviesa el río Esca ofrece maravillas naturales como la foz de Burgui, paisajes casi vírgenes como la Reserva Natural de Larra-Belagua, cumbres como la Mesa de los Tres Reyes y grandes bosques. Esta zona es idónea para las actividades al aire libre, con numerosos senderos, como el Camino de Zemeto, y pistas de esquí de fondo. Es asimismo un destino turístico Starlight, ya que cuenta con unas condiciones privilegiadas para la observación de cielos estrellados.

La población de Roncal está ubicada en el centro del valle. De calles empedradas, cuenta con la Casa Museo del tenor Julián Gayarre y con el Centro de Interpretación de la Naturaleza, recomendable visitar al llegar al valle.

 

5. Valle de Ordesa, a la sombra del Monte Perdido (Huesca)

Valle de Ordesa, Huesca, Aragón, España

© Marisa Estivill / Shutterstock

 

El valle del Ordesa es el centro de uno de los parques nacionales más impresionantes del país: el de Ordesa y Monte Perdido, Patrimonio Mundial por la Unesco desde 1997. Lo recorre el río Arazas, que nace en el Monte Perdido y baja por sus laderas creando espectaculares cascadas. 

Entre sus impresionantes picos de más de 3000 m se abre la brecha de Rolando, un paso natural entre Francia y España que según la leyenda surgió tras un golpe de espada del héroe medieval. El río desciende en una sucesión de circos y valles glaciares, con cascadas como la de Cotaruelo. En su zona más baja, el río sigue descendiendo en zigzag, desde la Cola de Caballo del circo de Soaso, hasta las cascadas del Estrecho o de la Cueva.

Ordesa es un paraíso para el senderismo y el montañismo, pero las tres rutas por excelencia son el paseo hasta la Cola de Caballo, el que une Torla con Ordesa y la Senda de los Cazadores, que es el camino de vuelta desde la Cola de Caballo, que pasa por el mirador de Calcilarruego y regresa a la entrada del parque. El pueblo pirenaico de Torla, con sus casas de piedra, calles estrechas y una torre-campanario, es la puerta de entrada al valle de Ordesa.

 

6. Valle de Benasque, paisajes pirenaicos para amantes de la nieve (Huesca)

Valle de Benasque, Huesca, Aragón, España

©  Alexander Uhrin / Shutterstock

 

Las cumbres más altas de Aragón contemplan este valle salpicado de pueblos encantadores y con una oferta de actividades al aire libre durante todo el año por la que se ha hecho célebre.

Benasque ocupa el valle central de los tres que forman el Parque Natural Posets-Maladeta, un paisaje típicamente pirenaico y especialmente visitado por su estación de esquí de Aramón Cerler. Su centro es el pueblo de Benasque, con un casco urbano de casonas espectaculares y una oferta cada vez mayor de hoteles y restaurantes para los visitantes que vienen a practicar deportes o simplemente hacer paseos por la alta montaña. 

Para conocer a fondo este valle paradisíaco hay que recorrerlo a pie por sus muchos senderos, como el que lleva a la cascada del Forau D’Aiguallut, una de las más populares. Benasque comparte escenario con otros pueblecitos de casas solariegas como Anciles o Eriste, y con parajes como el valle de los Ibones o el lago de la Plana. Su parte más oriental acoge muchos lagos de montaña y el Balneario Baños de Benasque, el más alto de la península, con el Aneto y la Maladeta de telón de fondo. Se recomienda también acercarse al valle del Isábena y descubrir dos de las joyas románicas de los Pirineos: el monasterio de Obarra y la catedral de Roda de Isábena. 

 

7. Val d'Aran, singular e independiente (Lleida)

Val d'Aran, Lleida, Cataluña, España

© Sigfrid Campama Puig / Shutterstock

 

Con una personalidad propia, un idioma singular, el aranés, y defensora de su propia independencia, es el único valle atlántico de los Pirineos, porque corre hacia el norte, hacia Francia. Este bellísimo paraje de caprichosa orografía puede presumir de sus impresionantes lagos de origen glaciar, sus muchos kilómetros de senderos por parajes casi vírgenes y, sobre todo, de una cultura y una gastronomía originales. Las arraigadas tradiciones aranesas son su seña de identidad. 

En la Val d’Aran, los paisajes se cierran con cumbres de más de 3000 m y la mayor parte del territorio está por encima de los 2000. Se ha convertido en un lugar ideal para practicar deportes de aventura y de nieve, en particular el esquí: aquí está la famosa estación de Baqueira Beret, que muchos consideran la mejor de la Península Ibérica.

La mejor forma de conocer el valle es seguir la carretera C-28 que lo atraviesa y recorrer sus pueblos de alta montaña. Destacan Bagergue, el más habitado del valle y perteneciente a la asociación de los Pueblos más Bonitos de España; Unha, un pueblecito de menos de 2100 habitantes que ha conservado un armónico conjunto de casas renacentistas; Salardú, con uno de los templos románicos más notables del Pirineo, o Arties, puerta de entrada a la vertiente aranesa del Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, y para muchos el pueblo más bonito del valle. Sin olvidar la capital del valle, la orgullosa Vielha, centro de servicios y cruce de caminos para recorrer todo el valle. 

 

8. Vall de Boí, el paraíso románico (Lleida)

Vall de Boí, Lleida, Cataluña, España

© Sigfrid Campama Puig / Shutterstock

 

En realidad, no se trata de un único valle sino de varios, como el de Sant Nicolau, el de Sant Martí y el del río Noguera de Tor, los tres de origen glacial y que se extienden a lo largo de 220 km2. El paisaje de este conjunto es espectacular, coronado por el embalse de Cavallers, a unos 10 km de Boí y contiguo al Parque Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici. Es un entorno perfecto para practicar senderismo, esquiar en invierno en la estación de esquí más alta de Cataluña, Boí Taüll, o relajarse en algunas termas fabulosas como las de Caldes de Boí.

Este valle cerrado presume de conservar el mejor conjunto de iglesias románicas de Cataluña, Patrimonio Mundial por la Unesco, de esbeltos campanarios y con espectaculares pinturas murales románicas en su interior. Un recorrido por este valle de alta montaña atraviesa pueblos tan carismáticos como Erill la Vall, Taüll, Boí o Barruera, todos ellos con casas de piedra y tejados de pizarra, e iglesias románicas que merecen un viaje.

 

9. Valle de Ricote, el oasis morisco (Murcia)

Valle de Ricote, Murcia España

© alexilena / Shutterstock

 

Este valle morisco, en la vega del río Segura, es uno de los secretos mejor guardados de la península. En esta comarca, las costumbres, los cultivos, la gastronomía y hasta el paisaje parecen sacados de Oriente Medio o del norte de África, haciendo justicia a su pasado morisco, con sus norias, palmeras, acequias, bancaleshuertas que se reparten por el valle. Desde los numerosos miradores se puede disfrutar de espectaculares panorámicas.

Recorrer el Ricote significa adentrarse en una frondosa huerta-oasis lineal que serpentea a lo largo del Segura. Su legado se refleja también en sus pueblos, como Ulea, con sus casas de color azul, Ojós y sus casonas nobles, Villanueva del Segura, Ricote, que da nombre al valle, Abarán, en el que es conocida la ruta por las norias que se utilizan para regar las vegas más lejanas, o Archena y Fortuna, donde se puede disfrutar del prodigio de sus aguas medicinales en sendos balnearios históricos. 

 

2ª parte de este artículo, aquí.

 

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