Historia de Albania

Desde la antigüedad, la tierra de los ilirios era una zona fronteriza sujeta a conquistas. La línea de Teodosio, que dividió el Imperio romano en dos partes, marcó para siempre la historia de este país, que a partir de ese día se convirtió en una frontera entre Oriente y Occidente. Ortodoxos y católicos, cristianos y musulmanes, capitalismo y socialismo han mantenido aquí encuentros y desencuentros. La actual Albania también es el resultado de un aislamiento histórico debido a una naturaleza impenetrable y a 50 años de régimen comunista.

Todo empieza con los ilirios

Los romanos denominaban ilirios a un amplio grupo de tribus indoeuropeas distribuido entre los Alpes orientales y el interior del golfo de Vlorë, presente en las vertientes occidentales de la península Balcánica desde finales de la Edad de Bronce (III milenio a.C.). Anteriormente, los griegos denominaban Illyria solo a la parte meridional de esta región, entre Epiro y Macedonia. No obstante, el nombre original de los ilirios hacía referencia a una pequeña tribu situada entre Shkodër y el río Mati, en el norte de la actual Albania. Desde allí, los ilirios se habrían extendido por los Balcanes occidentales y en la orilla opuesta del Adriático, en Apulia (Italia). Las coincidencias entre la antigua lengua hablada en Salento y el albanés moderno corroboran el origen ilirio de los albaneses.

Los antiguos ilirios no optaron nunca por la navegación, sobre todo porque el Adriático ya era surcado por las potentes flotas griegas, romanas, fenicias o cartaginesas. A los antepasados de los albaneses les convenía dedicarse a la ganadería y la agricultura. Por lo tanto, a los griegos les resultó fácil fundar colonias en la costa a partir del s. VII a. C., empezando por Epidamnos y Apolonia, junto a las actuales Durrës y Fier. La hostilidad contra los griegos se expresaba mediante actos de piratería por parte de las poblaciones locales, mientras que en el interior las tribus vivían aisladas y protegidas por un territorio montañoso impenetrable.

Además de hablar un idioma particular, de origen indoeuropeo, pero no emparentado con ninguna otra lengua en el continente, estos antiguos albaneses combatían con cotas de malla, como los escitas, pero sin carros, como los celtas. En el mar luchaban en una guerra permanente con los griegos, refugiándose en los puertos y las bahías de la costa balcánica del Adriático, y en el interior entraron en contacto con los macedonios: tras algunos éxitos en el curso de una campaña en la que murió el rey de Macedonia Pérdicas III, los ilirios se vieron obligados a capitular. Filipo II los sometió en 358 a.C. y acto seguido su hijo Alejandro Magno los integró en su propio ejército y los llevó con él a la conquista de Asia.

El reino de Teuta

A la muerte de Alejandro Magno, los ilirios, liderados por el rey Glauco, se rebelaron contra los macedonios y los expulsaron de la región. En el s. III a.C. formaron un Estado gracias al rey Agrón, quien organizó una flota y un ejército capaces de hacer frente a los poderosos vecinos, sobre todo los romanos, recientes vencedores en la guerra contra Cartago. En 231 a.C. le sucedió la reina Teuta, bajo cuyo gobierno el reino ilirio alcanzó su máximo esplendor. Cuando la piratería iliria comenzó a amenazar seriamente el comercio en el Adriático, los romanos intervinieron para recuperar el control de las rutas a Oriente, consideradas fundamentales. Al principio intentaron la vía diplomática, pero Teuta no mostró ninguna intención de rendirse. Así estalló la I Guerra Iliria (229-228 a.C.), tras la cual la reina se vio obligada a renunciar a la mayoría de sus dominios. Sin embargo, la región no estaba pacificada: Roma necesitó dos guerras más (219 y 168 a.C.) para confirmar su supremacía. En el s. I a.C. el norte de la Albania actual quedó anexionado a la provincia de Illyricum, y más tarde la parte meridional se incorporó a la provincia de Acaya.

La dominación romana

La contribución decisiva a la historia de la región durante la dominación romana fue la construcción de la Vía Egnatia. Encargada en 146 a.C. por Cayo Ignacio, procónsul de Macedonia, la vía conectaba Apolonia y Epidamnos (en latín Dyrrachium, la actual Durrës) con las ciudades macedonias de Pella y Salónica. Arrancaba en el punto del Adriático situado justo frente a Bríndisi, una ciudad que ya estaba bien conectada con Roma, y pronto se prolongó hasta Constantinopla para convertirse en un eje vial muy importante en la historia de Albania. La Vía Egnatia, de hecho, transformó Durrës y Apolonia no solo en pujantes bases comerciales, sino también en puntos estratégicos para operaciones militares (desempeñaron un papel importante en los acontecimientos relacionados con la guerra civil entre Julio César y Pompeyo) y centros culturales de referencia. Augusto, por ejemplo, estudió en Apolonia y el anfiteatro de Durrës, del s. II, es uno de los más grandes construidos por los romanos.

En cualquier caso, la dominación romana fue un período en general tranquilo en la vida de las poblaciones proto-albanesas. El emperador Trajano (en el poder entre 98 y 117 d.C.) romanizó definitivamente la región, manteniendo poco de la antigua cultura iliria, mientras que Diocleciano [284-305], que se convirtió en emperador en una coyuntura muy complicada, asoció al poder a Maximiano, de origen ilirio como él, y le confió la parte occidental del imperio, manteniendo para sí mismo la oriental. El límite atravesaba la actual Albania, lo que confirió una impronta indeleble a la zona, que a partir de ese momento se convirtió en una frontera, una encrucijada de religiones, culturas y comercio. Más tarde, la regencia se extendió a otros dos generales ilirios, Constancio Cloro y Galerio. El sistema de la tetrarquía sentó las bases para dos siglos más de supervivencia del imperio.

La Albania cristiana

La romanización definitiva de Albania fue simultánea a la difusión del cristianismo, presente en la zona desde su aparición. Hay constancia de un obispo de Durrës llamado César en el 58 d.C. y de una visita a Apolonia en el mismo año del mismísimo san Pablo, aunque otras fuentes creen que fue su discípulo Tito.

No es sorprendente que los principales centros situados a lo largo de la Vía Egnatia fueran los puntos privilegiados de difusión del mensaje cristiano, pero sí llama la atención que ya en los ss. IV y V hubiera una gran cantidad de sedes episcopales correspondientes a otras tantas comunidades cristianas numerosas, organizadas y estables, repartidas por el territorio. En Butrinto aún pueden verse los restos de un baptisterio paleocristiano; en la misma población, san Terino fue martirizado en el s. III. Sin embargo, lo que confirma la importancia de las sedes episcopales en los primeros siglos de la era cristiana es la participación de los obispos albaneses en los concilios ecuménicos de Éfeso (431) y Calcedonia (451).

Los bizantinos

La inclusión en la esfera del Imperio romano de Oriente fue un acontecimiento capital en la historia de Albania. La dominación bizantina se mantuvo, con varios paréntesis, hasta el s. XIII y representó un período muy problemático porque, debido a la falta de interés por la región y a la debilidad estructural de Bizancio, Albania sufrió continuas incursiones y ataques.

Primero llegaron los godos en 478, y pasaron 60 años hasta que el emperador Justiniano los rechazó definitivamente. Luego fue el turno de los húngaros, los búlgaros y los ávaros. En el s. VI se expandieron los eslavos; para repelerlos, el emperador Heraclio pidió ayuda a los serbios, quienes no tuvieron escrúpulos para ocupar el país y dejar solo la costa a los bizantinos. En el s. X regresaron los búlgaros, que ocuparon casi todo el país. A comienzos del milenio, en 1019, los bizantinos recuperaron el control de la región, pero se vieron obligados a aceptar nuevos actores presentes en los Balcanes y el Adriático: Venecia, Amalfi y los normandos, que habían establecido un ducado en Apulia.

La sucesión de invasiones y reconquistas forzó las primeras verdaderas emigraciones albanesas por vía marítima, mientras que los que se quedaron en el país vivieron una especie de exilio voluntario en la cima de las montañas más inaccesibles, proporcionando sin saberlo una base mítica para las aspiraciones de los nacionalistas del s. XX, que identificaron a estas poblaciones aisladas como los primeros auténticos albaneses.

Edad Media veneciana, suabia y angevina

Entre los ss. XI y XIII, los venecianos expandieron su dominio marítimo, imponiéndose como dueños absolutos de las costas del Adriático, y con la Cuarta Cruzada (1202-1204) reemplazaron a los bizantinos en muchos puertos del Mediterráneo oriental. Implicados en los intercambios marítimos generalizados en Europa, pequeñas comunidades de albaneses aprovecharon la presencia de los barcos de la Serenísima República para emigrar. En Venecia hay una calle de los albaneses que indica la presencia en el pasado de una gran comunidad que, según los documentos, todavía era floreciente en el s. XV.

A partir del s. XIII, por lo tanto, Albania se convirtió en una nueva tierra de conquista. Las reacciones bizantinas, el poderoso avance búlgaro (hasta el Adriático), las venganzas de los serbios, la ocupación de Napoli (en el norte de Albania) por parte de los suevos, las rebeliones y las acciones de piratería en Dalmacia caracterizan este turbulento período de la historia del país. De manera simultánea a las dominaciones extranjeras se desarrollaron también entidades gobernadas por señores feudales locales, que a veces adquirieron importancia regional. Este es el caso del Despotado de Epiro, un intento arriesgado de reconstitución de un Estado bizantino, o del Reino de Albania, con capital en Dürres, que en la práctica tenía poco de reino, gobernado por una rama secundaria de la dinastía francesa de Anjou.

Entre los ss. XIV y XV apareció al este una nueva amenaza representada por los turcos, quienes en 1389 obtuvieron una victoria decisiva contra los serbios en la batalla de Kosovo y en 1453 conquistaron Constantinopla, poniendo fin al Imperio bizantino. Se iniciaba así una dominación que duraría cinco siglos. Como en ocasiones anteriores, la invasión de un vecino poderoso demostró ser un elemento fundamental en el proceso de construcción de la identidad nacional albanesa.

La epopeya de Skanderbeg

A los nobles albaneses les llevó más de 50 años alcanzar un acuerdo: en 1444, en la catedral veneciana de San Nicola ad Alessio (Lezhë), todos los príncipes de las tribus albanesas se reunieron con los representantes de la República de Venecia, igual de preocupados por la penetración turca, y proclamaron a Gjergj Kastrioti, más conocido como Skanderbeg, como líder de la nación albanesa identificado por una palabra, Shqipëria, que significa “nido de águilas”. La misma águila presente en el estandarte del líder patriota figura hoy en la bandera albanesa. La reacción turca fue feroz, pero ningún ejército derrotó a las huestes de Skanderbeg, aunque su ejército fuera pequeño y mal armado. Sus hazañas tuvieron eco en todo Occidente: el papa envió delegaciones para celebrar el heroísmo del líder, mientras que los aliados venecianos, que al mismo tiempo negociaban con los turcos, comenzaron a temer a este carismático personaje. Ante la imbatibilidad de Skanderbeg, el sultán turco Mohammed II pidió la paz, pero obtuvo por respuesta una firme negativa. El héroe murió de malaria en 1468 y con él también terminó la resistencia albanesa, que, sin embargo, infligió fuertes pérdidas a los turcos y cuestionó su dominio en los Balcanes. El tímido intento del hijo de Skanderbeg de continuar la lucha en 1481 no fue seguido y fue fácilmente frustrado.

La Albania otomana

Bajo el dominio otomano, los cristianos albaneses tenían tres opciones: podían convertirse al islam y así gozar de las amplias libertades políticas y civiles que los turcos garantizaban a los fieles, resignarse a vivir en una condición de inferioridad, o emigrar. Una de las mayores oleadas migratorias albanesas ocurrió precisamente durante el Renacimiento. Las grandes familias optaron rápidamente por la vía del exilio: los Castriota (Kastrioti), los Musachi, los Aruaniti, los Topia, la aristocracia dominante en el país de origen que a veces había desempeñado un papel en la política europea. Este fue el caso de Giovanni Francesco Albani, descendiente por parte de padre de uno de los generales de Skanderbeg, que se convirtió en papa en 1700 con el nombre de Clemente XI. La migración implicó al menos a 200 000 personas; los que se quedaron se llamaron Shqipëtar, de Shqipëria, que significa precisamente “nido de águilas”, mientras que los albaneses de la diáspora mantuvieron el nombre de arbëreshë, o de Arberia, nombre con el que se designaba a Albania en el s. XV. Se desplazaron en oleadas sucesivas principalmente a Italia, fundando y poblando aldeas en el Reino de Nápoles o ejerciendo el oficio que más les convenía, el de soldado. Por lo tanto, cuando en Sicilia se encuentra una llanura de los Albaneses, que además acoge una eparquía ortodoxa bizantina, se trata de un lugar donde los albaneses han vivido durante más de 500 años, manteniendo casi intactas sus tradiciones, sus costumbres, su idioma y su gastronomía.

El siglo xix y Alí Pachá de Tepelenë

El s. XIX fue testigo de los primeros pasos del movimiento nacional, pero hubo que esperar al declive del poder otomano, a principios del siglo siguiente, para que surgiera una Albania autónoma.

Fue un turco, Alí Pachá de Tepelenë, quien dio un impulso considerable al sentimiento de independencia nacional albanesa. Entre los ss. XVIII y XIX, Alí Pachá fue gobernador de amplios territorios del Imperio otomano en los Balcanes, pero su acción política tenía como objetivo contrarrestar el poder de Constantinopla. En 1819 declaró unilateralmente su independencia del imperio, aunque la decisión tuvo un resultado trágico: dos años después fue capturado por los turcos y decapitado. A Alí Pachá le interesaba el Epiro, el norte de Grecia y solo marginalmente el sur de Albania, donde había nacido en la localidad de Tepelenë. Sin embargo, este sigue siendo una figura central en la historia de Albania, como lo confirman las numerosas calles y plazas y la gran cantidad de castillos que llevan su nombre esparcidos por el territorio. La fama del “León de Yánina” también llegó a Lord Byron, que lo conoció personalmente, y enardeció la imaginación de Alejandro Dumas, quien en El conde de Montecristo incluyó una descripción novelada de su muerte, en la que se inspiró para un cuento completo dedicado a Alí Pachá.

La Rilindja y la Liga de Prizren

Rilindja, o “Renacimiento albanés”, fue la consigna lanzada por intelectuales y patriotas en la segunda mitad del s. XIX. Siguiendo la estela de movimientos similares de construcción o reconstrucción nacional de otros países europeos, aunque con algo de retraso, también Albania experimentó un fervor intenso a partir de la década de 1860, que inicialmente involucró sobre todo a los intelectuales. Se fundaron revistas y comités de defensa de la unidad nacional, también en las comunidades arbëreshë de Calabria. Sin embargo, las esperanzas patrióticas se vieron decepcionadas por el Congreso de Berlín de 1878, donde las potencias europeas ignoraron, o al menos no consideraron, la existencia de una nación albanesa, desmembrando el territorio entre Montenegro, Serbia, Bulgaria y Grecia.

En respuesta a lo que se vivió como un engaño, los patriotas albaneses fundaron la Liga Albanesa de Prizren (en el actual Kosovo) para salvaguardar la unidad y los intereses nacionales. Al igual que con otros movimientos similares, también en Albania la atención se centró en la educación y la creación de una mitología patriótica: así nació en 1887 en Korç/node/20150ë la escuela más antigua en idioma albanés, e intelectuales y escritores publicaron trabajos didácticos y científicos destinados a las nuevas instituciones académicas. De todos ellos, Naim Frashëri fue quien más inflamó los ánimos de sus compatriotas con la publicación, en 1886 y 1890, de sus poemas patrióticos y de celebración de la tierra de Albania. Uno de estos poemas en particular tenía un título emblemático: La historia de Skanderbeg. Frashëri era un musulmán de estricta observancia, pero también los católicos participaron en el movimiento de redención nacional, con la celebración de dos concilios en territorio albanés y, sobre todo, presionando en favor de la adopción del alfabeto latino para todos los hablantes de albanés con el objeto de poner fin a los problemas de comprensión y a las superposiciones con los caracteres griegos y árabes. La elección no era solo ortográfica, sino también política: Albania se volvió hacia Occidente para realizar sus aspiraciones.

La independencia y la I Guerra Mundial

Con el coloso otomano a punto de desintegrarse, también debido a la derrota en la guerra contra Italia de 1911-1912, Albania estaba más decidida que nunca a separarse de Constantinopla. La situación en los Balcanes indicaba que podría haber margen para la independencia, a causa de la incertidumbre y la rivalidad entre los países de la región, tras los cuales estaban potencias europeas como Austria y Rusia.

El 28 de noviembre de 1912, Ismail Qemali reunió a 83 patriotas e intelectuales albaneses en Vlorë y proclamó la independencia de Albania “bajo la garantía de las grandes potencias”. Era poco más que un acto simbólico y el propio Qemali lo sabía, pero sirvió para recordar la cuestión albanesa a las cancillerías europeas. El Tratado de Londres, que zanjó la I Guerra Balcánica, en mayo de 1913, determinó la creación de un principado independiente de Albania bajo la protección de una comisión integrada por las principales potencias europeas. El título de rey fue asignado al alemán Guillermo de Wied, descrito en la poesía de Pennushi La espada de Skanderbeg como el personaje encargado de retomar el hilo de la Albania cristiana interrumpido por la muerte del héroe medieval.

Después del Tratado de Londres, no todos los albaneses quedaron incluidos en Albania. Exiliada en su propio territorio, casi la mitad de la población estaba sujeta a Serbia (en Kosovo) y Grecia (en Cameria). Con el estallido de la I Guerra Mundial la posición de Guillermo, que se mantenía en el poder únicamente por el apoyo de las potencias europeas, se volvió insostenible y en 1914 el rey renunció al trono y abandonó el país.

El estado más interesado por la situación de Albania era Italia, que había entrado en la contienda junto a la Triple Entente a cambio, entre otras compensaciones, de la zona de Vlorë y del derecho a convertir Albania en un protectorado. En noviembre de 1918, los italianos ocuparon casi todo el territorio albanés, pero dos años más tarde lo abandonaron después de que la Conferencia de París reconociera la soberanía de Albania.

Ascenso y caída de Zog

Para el país, sin embargo, no hubo paz. Los años siguientes estuvieron marcados por luchas de poder y desórdenes que afectaron, entre otros, a una delegación italiana, dirigida por el general Enrico Tellini, que fue masacrada mientras trazaba la frontera entre Albania, Grecia y Yugoslavia en nombre de la Sociedad de Naciones (SDN). En esta etapa surgieron dos figuras: Ahmet Zogolli, líder sin escrúpulos de un clan capaz de controlar vastos territorios con puño de hierro, y Fan Noli, un sacerdote ortodoxo culto que gozaba de mucho predicamento entre la burguesía y los intelectuales. En 1924, Noli intentó establecer un gobierno liberal democrático, pero fue expulsado por Zogolli (quien había adoptado el nombre de Zog, más occidentalizado), nombrado presidente de la recién proclamada República de Albania en enero de 1925.

Zog, que era visto con buenos ojos por la Italia fascista, procedió a la modernización del país, aunque se limitó básicamente a los centros urbanos, y en 1928 se situó a la cabeza de un régimen monárquico. Así nació el Reino de Albania: por primera vez desde los días de Skanderbeg, el país encontró una cierta unidad. La monarquía, cuya estructura era muy similar a la italiana, también adoptó algunos aspectos formales de regímenes fascistas, incluida la invención del “saludo zoghista”: la mano al nivel del corazón con la palma hacia abajo.

Durante el reinado de Zog I, se intensificó la amistad y colaboración entre Albania e Italia, pero la popularidad del rey comenzó a disminuir. Desde el punto de vista de la propaganda fascista, hábilmente extendida más allá del Adriático, el incumplimiento de los resultados prometidos por la monarquía fue una clara manifestación de la incapacidad política de Zog y la necesidad de una intervención italiana en los asuntos albaneses. En marzo de 1939, Benito Mussolini propuso a Zog un tratado claramente desfavorable para el pequeño país balcánico. El rey se opuso a la ratificación, por lo que Italia tuvo el pretexto que buscaba para la invasión. El 7 de abril comenzaron las hostilidades: la resistencia albanesa, escasa y poco convencida, fue fácilmente reducida, e incluso la opinión pública parecía ser favorable a la caída de Zog, que finalmente terminó en el exilio. El 16 de abril, el rey italiano Víctor Manuel III asumió la corona de Albania.

Al estallar la II Guerra Mundial, el ejército italiano convirtió Albania en una plataforma de lanzamiento para la invasión (que resultó fallida) de Grecia. Los italianos también tuvieron que lidiar con los agresivos partisanos albaneses, contra quienes llevaron a cabo numerosas redadas que a menudo condujeron a crímenes de guerra.

Con la caída de Mussolini, los soldados alemanes tomaron el relevo de los italianos, muchos de los cuales, abandonados sin órdenes y sin posibilidad de repatriación, fueron asesinados por los albaneses o por los propios alemanes. El reino títere establecido por los nazis cayó en el mes de noviembre de 1944.

La Albania socialista y el régimen de Hoxha

La figura de Enver Hoxha (1908-1985) marcó profundamente los siguientes 40 años de historia de Albania.

Hoxha se formó en Francia durante la década de 1930, participó en círculos comunistas y se convirtió en defensor de la política de Stalin, a quien conoció en 1938. Con el apoyo de los comunistas yugoslavos, se convirtió en jefe del Partido Comunista Albanés (desde 1948, Partido del Trabajo de Albania) y participó en la lucha contra las fuerzas de ocupación nazi-fascistas y los colaboracionistas albaneses desde 1941. El 11 de febrero de 1945, con la proclamación de la República Popular de Albania, Hoxha se convirtió en presidente del Consejo y comenzó a construir su propio régimen.

Después de una fase de colaboración con la Yugoslavia de Tito, Albania recurrió a la Unión Soviética, de la cual recibió ayuda económica y militar a gran escala. En la década de 1950, Hoxha comenzó a construir una gran cantidad de búnkeres para defender Albania de los posibles ataques de Occidente. La política de Hoxha llevó a Albania a un aislamiento progresivo, incluso dentro del bloque socialista. En 1961, las relaciones con la URSS se deterioraron debido al acercamiento entre Moscú y Belgrado, por lo que Albania no tuvo más remedio que acercarse al último gran país con similitudes ideológicas, la muy lejana China, que apoyó la economía del pequeño país balcánico. En 1968, y tras la Primavera de Praga (con la intervención soviética en Checoslovaquia), Hoxha completó el aislamiento europeo al decidir la retirada de Albania del Pacto de Varsovia. A mediados de la década de 1970, la alianza con China también entró en crisis: los líderes prochinos fueron marginados gradualmente y, después de la muerte de Mao Zedong y la apertura de China hacia Estados Unidos, Hoxha también rompió relaciones con Pekín. Albania se encontraba sola. En este clima de aislamiento, la construcción de los búnkeres se aceleró rápidamente.

En el ámbito interno, Albania persiguió, basándose en el modelo soviético, el objetivo de la autosuficiencia total, alcanzándolo en lo que respecta a la alimentación. Se crearon grandes centros industriales e incluso se pudieron exportar productos, además de simples materias primas. Superando incluso la ortodoxia comunista de la URSS, Albania se convirtió en 1967 en el primer país del mundo en promulgar el ateísmo estatal, cuya visión científico-materialista se incorporó en la Constitución de 1976.

La dictadura de Hoxha afectó severamente la libertad de expresión y los derechos humanos, en general. El aparato policial de Albania, que en esa época era un país tan misterioso como lo puede ser la actual Corea del Norte, puso en marcha formas brutales de represión de la disidencia: no es fácil calcular el número de víctimas, pero se habla de varios miles de muertes y decenas de miles de prisioneros y perseguidos.

A partir de la década de 1980, los problemas de salud del dictador hicieron que gran parte de las funciones políticas recayeran sobre Ramiz Alia, quien gobernó el país de 1982 a 1991, es decir, incluso después de la muerte de Hoxha en 1985.

Después de 1991

Ramiz Alia ordenó una serie de prudentes aperturas económicas y civiles, pero no pudo salvar al Estado socialista. Al caer el régimen, en 1991, cientos de miles de albaneses desembarcaron llenos de esperanza en las costas italianas, a bordo de grandes barcos como el Vlora, botes más pequeños, balsas y cualquier objeto flotante que pudiera echarse al mar. La emigración alcanzó proporciones bíblicas, inmensas: según los datos actuales, alrededor de 450 000 personas de origen albanés viven en Italia.

En el mismo año 1991 tuvo lugar la transición al sistema multipartidista. El Partido del Trabajo ganó las elecciones y Alia fue proclamado presidente de la República; pero al año siguiente se convocaron nuevas elecciones: el Partido Demócrata, liderado por Sali Berisha, obtuvo la mayoría y Alia dimitió. Berisha inició una fase de decidida liberalización económica con el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero en el camino de Albania hacia la economía de mercado participaron numerosas sociedades financieras que prometían tasas de interés muy altas a los inversores. Se trataba de estafas basadas en el antiguo esquema Ponzi; desgraciadamente fueron estas instituciones las que recibieron los ahorros de la mayoría de los albaneses.

Berisha, cuya política había adquirido tintes autoritarios, fue reelegido en 1996, pero a finales de ese mismo año el esquema piramidal de intereses dejó de ser sostenible y las finanzas comenzaron a quebrar. La desorientación de la población, cuyos ahorros se habían evaporado, pronto se convirtió en una revuelta antigubernamental que acabó con el Gobierno de Berisha. En las elecciones de 1997, celebradas en presencia de observadores de la Unión Europea y las Naciones Unidas, el Partido Socialista salió victorioso. El nuevo ejecutivo intentó normalizar la situación, pero tuvo que lidiar con un intento de golpe de Estado incitado por Berisha, frustrado en 1998, y con la crisis de Kosovo que desembocó en la guerra entre la OTAN y Yugoslavia, un conflicto interétnico nuevo y muy sangriento en los Balcanes (una de las fuerzas enfrentadas era el Ejército de Liberación de Kosovo [ELK], una organización paramilitar albanokosovar): Albania demostró ser fundamental en el programa de acogida de refugiados. En 2008, cuando Kosovo se declaró independiente, Albania fue uno de los primeros países del mundo en reconocer el nuevo estado.

La década de 2000 se caracterizó por la alternancia entre el Partido Demócrata, aún liderado por el eterno Berisha, y el Partido Socialista, con elecciones cuyos resultados a menudo fueron discutidos por los derrotados y en algunos casos incluso condujeron a enfrentamientos violentos, como en 2011. Actualmente Albania está gobernada por el primer ministro socialista Edi Rama; el país se unió a la OTAN (2009) y tiene el estatus de candidato a la adhesión a la UE desde 2014.

 

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