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Los arquitectos de la catedral de Sevilla, del s. XIII, ansiaban erigir un templo tan descomunal que las generaciones futuras creyeran que habían perdido el juicio, y sin duda lo lograron. Solo unos genios locos podían construir una obra maestra del gótico tan monumental. Dotado de mayor sutileza y una belleza más compleja, el colindante Alcázar es aún un palacio real, y el anteproyecto de la arquitectura mudéjar. Tiene su gracia que los dos edificios estén uno frente a otro en la plaza del Triunfo.